8. Importantes revelaciones (pt. 1)
Carlos se despertó más temprano, pero no porque lo hubiese planeado. Le dolía todo el cuerpo, parecía como si no hubiese descansado realmente nada; le faltaba energía, cosa que nunca le había ocurrido desde que se había convertido en lobizón.
Mientras preparaba el desayuno, pensó que tal vez se mejoraría a medida que pasara el día. Este día haría lo mismo que el día anterior e iría a la casa de la anciana. Esperaba poder idear un plan de acción durante y después de su visita.
Extrañaba a Mariel, deseaba verla, y por eso debía apurarse, debía hacer lo necesario para poder estar con ella, sin importar lo que eso fuese.
Al igual que el día anterior, Carlos condujo su motocicleta hasta unos metros del puente decrépito y se bajó, cediéndole la moto a Felipe, quien seguramente empezaba a preguntarse por qué Carlos estaba viniendo a este lugar, de todos los lugares posibles, por segunda vez consecutiva. Pero Felipe, como buen hermano que era, no hizo ninguna pregunta alguna y se fue rumbo a la escuela.
Carlos recorrió el mismo sendero que el día anterior. Lo recorrió mucho más rápido al ya conocer el lugar, y en menos de una hora estaba golpeando la puerta de la vieja mansión.
La anciana le abrió la puerta y lo invitó a entrar. Carlos notó que hoy ella caminaba perfectamente, y no se le notaba la cojera que había tenido el día anterior. La siguió hasta el lugar donde se había sentado el día anterior y tomó asiento, esperando que la vieja le contara lo que había podido averiguar.
—Bueno —comenzó a hablar la mujer—. Anoche me puse a averiguar con la bola de cristal y tiré las cartas para ver las verdaderas intenciones del que te está molestando. Pero… creo que más fácil que describirlo es hacer que vos puedas verlo por tus propios medios. ¿No te parece? —Carlos asintió, preguntándose cómo haría esta mujer para mostrarle lo que había averiguado.
—Me parece buenísimo. ¿Pero cómo va a hacer para que yo pueda verlo? —preguntó. La anciana sonrió.
—Es relativamente fácil. Yo ya preparé una poción que te va a hacer entrar en un trance. Mientras estás en ese estado, podrás ver todo como si estuvieses viéndolo en la tele. Va a parecer real pero no vas a poder interactuar con nadie que allí veas. ¿Lo hacemos? —Carlos dudó por unos segundos. ¿Sería peligroso? Pero en estos momentos parecía ser la única opción, y él estaba dispuesto a lo que fuese.
—Bueno. Hagámoslo entonces. ¿Qué tengo que hacer? —preguntó finalmente. La vieja se levantó de su silla y caminó hasta la cocina. Luego de un minuto, volvió con una botellita en su mano. Era de vidrio transparente y su contenido era de color verde oscuro.
—Debes tomarte esto. Puede que no tenga muy buen sabor pero es muy efectivo —dijo, mientras le alcanzaba la botella a Carlos.
Él la destapó y se tomó todo el contenido. “No sabe tan mal,” pensó. Pasó un minuto y no sentía ningún efecto, pensó que la anciana lo había engañado. Pero al segundo minuto, comenzó a sentir que su cuerpo se dormía, mas su mente seguía despierta, más lúcida que nunca: había entrado en trance como la vieja había predicho.
De pronto se encontraba en el cementerio de de San Salvador; la luna estaba bien alta. Carlos pudo darse cuenta que estaba presenciando una noche de luna llena, específicamente la noche de su primera transformación.
Se vio a si mismo entrando al cementerio, quitándose sus ropas y convirtiéndose en lobisón. Era extraño observarse a si mismo desde afuera, y presenciar el proceso que debía soportar todas las lunas llenas. El tan sólo verlo le hacía recordar el dolor que había sentido esa noche. Ninguna transformación había sido tan dolorosa como la primera.
Luego, vio que en otro rincón del cementerio se encontraba una pareja: un chico y una chica. Ellos estaban haciendo el amor sobre una vieja tumba, pero su acto se vio interrumpido cuando ellos empezaron a oír los gritos sobrehumanos de Carlos.
—Tenemos que irnos! ¡Hay algo o alguien ahí! ¡Tengo miedo! —exclamó la chica.
Él no quería bajarse de encima de ella, parecía estar realmente disfrutando del acto amoroso, pero cuando levantó la vista para mirar hacia el lugar de donde provenían los gritos, quedó petrificado.
—¡Es un lobizón! —exclamó él, y se quitó rápidamente de encima de la chica.
Carlos pudo verlo claramente: Era Riki. Nunca antes había visto a Riki en San Salvador, pero indudablemente era él, y ahora Riki estaba corriendo desnudo, rumbo a las puertas del cementerio. Verónica lo seguía, también desnuda, pero ella no pudo correr lo suficientemente rápido como para alcanzarlo. La enorme bestia la alcanzó primero, y Riki siguió corriendo a toda la velocidad que le daban las piernas, sin mirar hacia atrás.
—¡Maldito cobarde! —gritó Carlos con todas sus fuerzas. Pero obviamente, nadie allí podía escucharle. Trató de correr tras de él, pero el sueño se terminó tan abruptamente como había comenzado. Estaba saliendo de su trance. Abrió sus ojos. La anciana seguía sentada frente a él, mirándolo fijamente.
—¡Ahora lo sé! —exclamó Carlos.
—¿Lo ves? —preguntó la anciana—. Ese muchacho tiene razones para odiarte. Te reconoció cuando te vio en Villa Rita, y ahora no parará hasta matarte a vos y a tu novia, de eso estoy segura.
—¡Lo voy a matar! —vociferó Carlos, levantándose de su silla enojado, tratando de no golpear nada a pesar de la rabia que tenía.
—Tranquilo —dijo la anciana con voz serena—. No es necesario matar a nadie. Con un simple hechizo nos podremos asegurar que nunca más te moleste o le cuente nada a nadie.
La anciana parecía segura de lo que decía y Carlos le creía.
—¿Qué hay que hacer? —preguntó, dispuesto a lo que fuese.
—Necesito que me consigas algo perteneciente a ese muchacho para poder hacer un encantamiento que le provocará una pérdida de memoria. Es simple y no se acordará nada de lo sucedido de septiembre en adelante
A Carlos eso no le parecía difícil en teoría, pero en la práctica era un poco más complicado. “¿Cómo lo hago?”, pensó, contemplando diferentes posibilidades.
—Consíguelo a la noche y tráemelo mañana —continuó la bruja—. No se imagina que vayas a pisar un pie en Villa Rita. No te será difícil entrar por su ventana. Confía en mí.
—Bueno señora, mañana se lo traigo. Muchas gracias por su ayuda. Ah, y… me olvidaba de preguntarle. ¿Cómo se llama? —preguntó Carlos, mientras comenzaba a caminar hacia la puerta de la oscura mansión.
—Gladis —respondió ella.
—Mucho gusto, Gladis —le dijo Carlos mientras caminaba hacia la puerta—. Nos vemos mañana.
—El gusto es mío, querido. Hasta mañana.
Carlos recorrió todo el sendero de vuelta hasta al puente. No se había dado cuenta que había estado tanto tiempo en estado de trance hasta que miró la hora: llegaba quince minutos tarde.
Felipe estaba empezando a ponerse impaciente. —¡Vamos! —le gritó—. Papi y mami nos van a preguntar por qué nos demoramos tanto.
Carlos se subió a su moto y empezó a conducir rumbo a su casa.
—¿La viste a Mariel? —preguntó, hablando fuerte para que su hermano pudiese escucharle.
—Sí, la vi. Está tan buena como siempre. —Felipe bien sabía que más tarde pagaría por el comentario. A Carlos no le gustaba que hablasen así de su novia.
—¡Qué gracioso! ¿Te habló? ¿Te dijo algo?
—Sí. Me habló en el recreo. Quería saber si yo sabía cuándo volvés.
—¿Qué le dijiste?
—Que no sé nada, que seguramente cuando la nona se ponga mejor. —Siguieron en silencio por unos minutos. Luego Felipe empezó a hablar de nuevo—. ¡Ah! Me olvidaba de decirte. Te conviene que vuelvas a la escuela pronto.
—¿Por qué? —preguntó Carlos, asombrado por el comentario.
—Porque hay otro chico que le habla a Mariel en el recreo. Vas a tener que verlo a eso. Necesitas cuidar lo que es tuyo, hermano —le aconsejó.
—¿Quién? —preguntó Carlos, preocupado de que pudiese ser Riki acosándola, o queriendo contarle su secreto a pesar de todo.
—No sé cómo se llama. Uno rubio alto. Va a tu curso. —Carlos suspiró aliviado. No era Riki porque él tenía el cabello oscuro. Por suerte no era él... ¿pero quién sería el rubio ese? Había dos rubios altos en su grupo, uno se llamaba Santiago y el otro Marcos. Esperaba que ninguno de los dos estuviese tratando de conquistar a Mariel. Y si lo hacía, se las vería con él. Carlos era demasiado celoso como para dejarlo pasar.
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