5. Sé lo que hiciste
Durante el transcurso del domingo, Mariel trató de no pensar en la pesadilla que había tenido y, para el lunes, casi se había olvidado de ella por completo. Al menos no tenía ya más ningún sentimiento negativo al respecto.
Mariel no tenía idea que una parte de si misma que llevaba en su interior se estaba comunicando con ella a través de sus sueños. Todavía no estaba lista para escuchar a su voz interior, ni mucho menos para descifrar lo que ésta le quería decir.
Como lo había prometido, Carlos estaba a la puerta de su casa el lunes a las siete y veinticinco, esperándola sobre su gran moto negra. Antes de ir a buscarla había dejado Felipe en la escuela, quien no estaba para nada contento porque debía salir cinco minutos antes de casa.
El padre de Mariel estaba mirando por la ventana, así que ella simplemente se subió a la moto luego de haberle dedicado a su chico la mejor de sus sonrisas. Más tarde habría tiempo para besos y abrazos. Mariel se conformó con ese pensamiento.
Todo el mundo estaba hablando acerca de ellos. Carlos había agudizado su oído y lo había escuchado en la boca de unos cuantos mientras entraban juntos a la escuela. Por supuesto que todos los habían visto besándose en el medio del baile, y éste era un pueblo en que el chisme estaba siempre a la orden del día. Algunos hablaban con tono de envidia, otros con tono despectivo, y ciertos otros hasta con malicia. Muy pocos estaban contentos por ellos, tal vez sólo un par. Como fuera que hablasen, nadie podría interponerse en su camino. Mariel y él estaban hechos el uno para el otro, de eso Carlos estaba seguro. Ya no había forma de negarlo. A pesar de que había hecho lo posible para alejarse de ella, eso era misión imposible.
Cuando se sentó en su lugar junto a Riki, no pudo evitar notar la forma en que éste lo miraba. Había tratado de ignorarlo durante toda la semana, pero esto se estaba tornando bastante difícil. Desde que se había negado a prestarle su moto, Riki se había empeñado en hacerle la vida imposible: le escondía sus cosas, le ponía chicle en su silla y, una vez, Carlos casi se había sentado encima de uno.
El jueves al mediodía, Carlos lo había esperado fuera de clase para golpearlo, y le advirtió que se dejara de molestarlo. Pero aparentemente no había sido lo suficientemente convincente, ya que el detestable Riki había empezado a inventar rumores acerca de él, y de las razones por las cuales su familia se había mudado a Villa Rita. Muchos le creían; Carlos lo sabía por la forma en la que hablaban de él. Pero no le interesaba en lo más mínimo que opinasen mal de él, mientras esos rumores no afectasen a Mariel.
En cierto momento Carlos notó que había un sobre marrón bajo su escritorio. Tenía su nombre escrito en él, por lo que era obvio que iba dirigido a él. Alguien debía haberlo puesto allí antes de que todos entrasen al aula. Carlos no se atrevió a abrirlo durante la clase, pero puso el sobre en su mochila para abrirlo después, cuando estuviese solo en su casa. ¿Quién podría haber dejado eso para él? ¿Cuál sería el contenido del sobre? Carlos no podía dejar de preguntárselo, esperando que no se tratase de otra de las bromas de Riki.
Mariel no podía concentrarse en clase. Deseaba poder cambiarse de lugar y sentarse junto a Carlos, aunque Gisela la odiase porque luego no podría copiarle los ejercicios de matemática. Se sentía incómoda sabiendo que él estaba bajo el mismo techo, y que no podía estar junto a él. No podía dejar de pensar en la forma que él la hacía sentir cuando estaban juntos. El solo roce de sus manos podía hacerla vibrar en mil maneras distintas. Nunca antes se había sentido igual. Mariel se imaginaba cómo sería llegar a experimentar momentos más íntimos con él. Soñaba despierta con él llevándola en sus brazos a una cama cubierta de pétalos de rosas rojas, se imaginaba cómo sus húmedos besos apasionados quemarían su piel, y cómo se sentiría al tener sus senos desnudos apoyados contra su pecho masculino. Era un sueño del cual era difícil de despertar.
Siguió soñando despierta por unos momentos, imaginándose cosas que la harían sonrojar si alguien se enterase de ellas, hasta que Gisela le sacudió el brazo.
–¡Hey! ¡La profesora te está preguntando algo! –Mariel se puso roja como un tomate. Toda la clase se estaba riendo. Trató de prestar más atención el resto de la mañana. Demasiada vergüenza ya había pasado.
Ni bien llegó a su casa, Carlos entró a su habitación y abrió el sobre misterioso. Se quedó sin respiración. Dentro de él había un artículo perteneciente al periódico de su pueblo natal con una nota pegada a él. El título del artículo decía, “Verónica Suárez: Seis meses desaparecida.” Y en la nota se leía: “Sé lo que hiciste seis meses atrás”.
Alguien sabía lo que había pasado aquella noche en la que él había sufrido su primera transformación. Alguien sabía que él era un lobizón, o de alguna manera lo relacionaba con la muerte de Verónica. ¿Pero quién?
Era imposible que alguien de ese pueblo lo supiese. Hacía tan sólo una semana que estaba allí. ¿Cómo podría saberlo? Tendría que ser alguien del suyo… ¿Podría ser que alguien hubiese sido testigo de aquel hecho horrible? Ese alguien podría haberlo seguido hasta Villa Rita, o bien tenía contactos allí, y les habría informado. No había forma de saberlo con certeza.
¿Qué hacer al respecto? Posiblemente no había nada que él pudiese hacer. Tan sólo podía esperar, y tratar de averiguar quién de su pueblo podría haberlo seguido. Pero por sobre todo, debía esperar a que éste volviera a realizar un movimiento. No tendría que esperar demasiado para que esto sucediese.
Mariel vio un sobre marrón siendo empujado por debajo de su puerta mientras leía un libro en el living. Corrió y abrió la puerta rápidamente, pero quién fuera que había dejado ese sobre ya no estaba allí, se había marchado. Ella miró a la calle, pero no había nadie cerca de su casa. Levantó el sobre y leyó su nombre escrito en él. Lo abrió: Dentro de él había un papel con un árbol genealógico dibujado: precisamente el de Carlos… Debajo, una inscripción decía: “Carlos Saúl Contreras no es lo que parece. Ten cuidado. No te lo voy a advertir dos veces.”
Mariel miró el árbol genealógico por unos segundos. Nada parecía extraño hasta que lo miró por segunda vez. Carlos tenía seis hermanos varones mayores que él. ¡Seis! Era un séptimo hijo varón.
–¡¿Qué tipo de broma es ésta?! –exclamó Mariel en voz alta, casi sin darse cuenta. ¿Acaso alguien todavía creía que los séptimos hijos varones se convertían en hombres lobos? “¿Pero por qué Carlos nunca mencionó sus otros cinco otros hermanos?”, se preguntó. Ella solamente sabía de Felipe, su hermano mellizo. Cuando le había preguntado sobre su familia, Carlos no le había mencionado ningún hermano más. ¿Lo habría ocultado a propósito? ¿Por qué no había hablado de ellos?
Ese árbol genealógico no podía ser un invento. Carlos Saúl Menem había sido presidente cuando él había nacido, y de allí debía de haber sacado su nombre. Era ahijado del presidente, como todo séptimo hijo varón en Argentina. No había forma de negarlo. Estaba muy claro. Ahora la pregunta era exactamente por qué le habían enviado eso. Debería hablarlo con Carlos mismo. De inmediato, Mariel se encerró en su habitación y llamó al celular de su novio.
Carlos estaba haciendo su tarea de matemática cuando sonó su teléfono. La foto de Mariel aparecía grande en su pantalla. Él sonrió al verla, aunque tan sólo estaba en el teléfono, y contestó alegremente.
–¡Hola Mariel!
–Hola Carlos… Necesito preguntarte algo urgente. Discúlpame que sea tan directa –le dijo ella. Carlos se alarmó. La voz de Mariel no sonaba como lo normal. Algo estaba mal, su instinto se lo decía.
–¿Qué pasa? –le preguntó, ansioso por saber por qué ella estaba tan molesta.
–¿Es cierto que tenés cinco hermanos más, aparte de Felipe? –le pregunto ella, sin darle vueltas al asunto. Carlos tragó saliva. ¿Cómo se había enterado Mariel de eso? La gente solía ser supersticiosa, y era por eso que prefería no hablar de sus hermanos.
–Sí –le contestó con sinceridad, no quería tener que mentirle. Eso era algo que ella podría comprobar por si misma–. No te lo mencioné porque ninguno de mis hermanos mayores viven con nosotros. Solamente somos yo y Felipe. Los demás están casados o estudiando en Santa Fe o Paraná. ¿Quién te dijo? –Carlos le preguntó finalmente. ¿Habría abierto la boca su hermano Felipe, sabiendo que era mejor no mencionar ese pequeño detalle a nadie?
–No me dijo nadie –le respondió Mariel–. Me llegó un sobre con tu árbol genealógico y un mensaje. Me imagino que alguno se estaba queriendo hacer el gracioso –continuó Mariel, ya con una voz más calma.
–Posiblemente… ¿Qué decía la nota?
–Nada. Solamente que no sos lo que parecés y que tenga cuidado con vos. No te preocupes, no significa nada. Solamente es una broma –le aseguró Mariel–. Mañana hablamos mejor, mi hermana quiere que la ayude con la tarea de inglés.
Después de terminar la llamada, Carlos azotó su puño contra la puerta, dejando un gran agujero en ella. ¡Tenía tanta ira contenida! ¡¿Cómo podía atreverse ese mal nacido a meterse con Mariel?! El responsable de eso la pagaría bien caro.
Cuando volvió a mirar su teléfono, Carlos tenía un mensaje de un número desconocido. “Te voy a destruir,” decía.
Él luchó consigo mismo para no azotar su móvil. No era la culpa del teléfono después de todo. “¿Quién sos?”, le contestó. No hubo respuesta alguna, lo cual era frustrante.
Llamó a ese número, que casualmente tenía código de área de esa misma zona, no de San Salvador. Lo atendió el contestador. Quien sea que fuese ese desgraciado, no era lo suficientemente valiente como para contestarle. Carlos estaba frustrado, pero por sobre todo muy, pero muy enojado.
Se prometió a si mismo que encontraría a ese maldito y haría lo que fuese necesario para que dejase de molestarlos a él y, por sobre todo, a Mariel.
No podía permitir que ella descubriera su secreto; Mariel lo odiaría de por vida si lo hacía. Carlos estaba seguro que ninguna mujer podría amar a alguien sobre quien cayese tremenda maldición, ni siquiera la dulce y pura Mariel. Y él se había dado cuenta que la necesitaba tanto como necesitaba del aire para poder vivir. Ella le había dado un nuevo significado a su vida, y ya no podía volver atrás.
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