3. Loca atracción (pt. 1)

Mariel estaba encantada con su casa nueva, la encontraba perfecta en todas las formas que se podía imaginar. Se pasó el sábado y el domingo ayudando a organizarla y decorarla. Adoraba la habitación que tenía; por suerte la podía cerrar con llave para que su hermana no la molestara cuando estaba estudiando, o charlando con sus amigas. Le encantaba el patio que tenía, podía sentarse bajo un enorme sauce a leer, a la vez que tenía una buena vista de la calle. Todo era exactamente como lo había soñado.

El lunes a la mañana, como prometido, Gisela pasó a las siete y veinte por su casa, y caminaron juntas las cuatro cuadras que separaban a Mariel de la escuela. Estaban felices de poder pasar ese tiempo juntas.

Llegaron en menos de diez minutos, y mientras esperaban afuera, adelante de la puerta, hasta que sonara el timbre, vieron a dos chicos nuevos llegar en una gran motocicleta negra. El chico que conducía estacionó, y se quitó el casco, sacudiendo su cabeza para acomodarse su cabello despeinado.

Mariel no pudo evitar mirar fijamente al extraño de la motocicleta. Se dio cuenta que el que iba detrás se parecía mucho a él. “Seguramente son hermanos”, pensó, pero no pudo definir cuál de ellos sería el mayor. Sin embargo, no le quedó lugar a dudas que el que conducía era el más atractivo de los dos.

El timbre sonó y los alumnos tuvieron que ir al patio a formar fila para levantar la bandera y saludar a los directivos antes de entrar a clase. Mariel no podía sacarse de la cabeza al chico que había visto allí afuera. Se preguntaba a qué curso iría. ¿Iría con ella?

“Por favor, Dios que vaya a mi curso,” rogó Mariel para sus adentros.

Carlos bajó de la moto y entró a su nueva escuela junto con su hermano. Un aroma en ese lugar le resultaba increíblemente familiar, pero no podía recordar de dónde lo conocía. Ese aroma persistía y no se lo podía quitar de su olfato; era por lejos el que más se destacaba.

Mientras formaba fila en el patio de la escuela, en vez de escuchar las palabras de la rectora, se concentró en localizar la dirección de la que venía ese suave aroma. Fue allí cuando se percató de su presencia. Allí estaba ella, con su cabello dorado suelto, sus ondas moviéndose libremente con el viento. Carlos pudo ver sus enormes ojos verdes cuando ella se dio la vuelta para ir rumbo al aula; y esos ojos verdes también se posaron en los de él por unos segundos, que pasaron en cámara lenta. Él pudo sentir un potente imán en su pecho, que la atraía a ella. Nunca había sentido nada igual en su vida. No podía reaccionar. No tenía control de su cuerpo ni sus impulsos.

 Cuando se percató de lo que estaba haciendo, ambos estaban a tan sólo un par de pasos de distancia, mirándose fijamente. Él se sintió avergonzado, y se fue caminando rápido a la rectoría.

La rectora les daría la bienvenida a él y a Felipe en sus respectivos cursos. Carlos había repetido quinto año a causa de todos los problemas que había tenido a fin del año anterior, mas su hermano había pasado a sexto, que era el último año de la escuela secundaria. En vez de sentirse mal por esto, Carlos estaba bastante aliviado, ya que al fin no lo tendría encima a Felipe las veinticuatro horas del día. Tener un hermano mellizo a veces podía resultar agotador.

Mariel estaba confundida. Cuando había mirado a este chico nuevo a los ojos, le había parecido como si hubiese estado frente a alguien que conocía de toda la vida. “¡Y qué ojos!”, pensó  mientras se sentaba de nuevo junto a Gisela, soñando despierta con esos luceros color chocolate.

Gisela también parecía haberse dado cuenta de estos dos chicos nuevos. Es más, mientras esperaban que viniera la profesora de historia, le estaba contando sus planes para conquistar a unos de ellos. Mariel la miraba, fingiendo escuchar, pero su mente estaba en otra parte;  estaba pensando en él, en el chico nuevo cuyo nombre aún desconocía.

Luego de unos minutos, Mariel vio cómo por la puerta entraban la profesora de historia, la rectora y él. Mariel rebosaba de alegría al ver que él era su nuevo compañero de curso. La directora se paró al frente de la clase y se puso a hablarles a todos, señalando al nuevo compañero.

–Buenos días chicos –dijo–. Quiero que le den la bienvenida a Carlos Contreras. Él viene de San Salvador y va a ser su compañero durante este año. Espero que todos lo puedan hacer sentir como en casa. Que tengan una buena mañana.

Luego se fue, dejándolos a cargo de la profesora de historia, quien le dijo a Carlos que debía sentarse junto a Riki, ya que ese era el único asiento que quedaba disponible. Toda la clase lo estaba mirando, pero él no parecía molestarse en lo más mínimo. Carlos caminó hasta el fondo y se sentó en el lugar indicado, sin prestar atención a su compañero de banco.

 A Riki no se lo veía muy contento. Mariel estaba segura que si no podía hacer que Carlos le prestase atención por las buenas, lo haría por las malas. Riki no tenía ningún problema en forzar amistades, y Mariel sabía que lo mejor era permanecer lejos de él. Riki causaba problemas donde fuera que iba.

No pudo mirar mucho en la dirección de Carlos durante la clase, pero estaba casi segura que él la estaba mirando. Tenía esa sensación en la nuca que uno suele tener cuando lo están mirando fijamente. Mariel no sabía cómo sentirse al respecto, pero debía de ser algo bueno ya que eso demostraba que él también se sentía atraído por ella.

Carlos no podía dejar de mirarla. Se preguntó qué tenía de especial esa chica que le hacía sentir un fuego quemándole en su pecho. Era una chica como ninguna, de eso estaba más que seguro. Su pelo color miel, sus ojos como joyas, su aroma a flores silvestres, las curvas de su cuerpo. Podrían pasar horas y él no se daría cuenta del tiempo que pasaba mirándola.

“Pero esto no es nada bueno,” pensó Carlos. No podía estarle pasando. Él se había prohibido sentir nada por nadie. No podía suceder; debería pelear contra esa atracción que sentía por ella con todas las fuerzas a su disposición. Eso era lo mejor que podía hacer.

Durante el recreo, se fue a un lugar apartado, para estar lo más lejos posible de esa chica.  El resto de la mañana trató de concentrarse en las clases, y finalmente logró ignorar la presencia de Mariel, quien pasaba la mayor parte del tiempo charlando con su compañera de banco.

Al salir de la escuela, Riki se acercó a él.

–¡Lleváme hasta mi casa! –le  demandó.

–¡¿Qué?! –preguntó Carlos, incrédulo. “¿Qué se cree este pajero?”, se preguntó.

–Eh, dale Charly. ¡Llévame en tu moto! Está buena, capaz hasta me la podés dejar manejar a mí un rato. ¿Qué decís?

Carlos estaba luchando para mantener su ira bajo control. Casi explotó cuando Riki se subió a la moto y empezó a hacer señas para que le tirase las llaves. ¿Cómo se atrevía? Por suerte, en ese momento llegó Felipe y se paró a su lado.

–Lo siento mucho pero mi hermano y yo tenemos que irnos directo a casa. Otro día será –dijo Felipe, mirando a Riki de manera seria. Riki se bajó de la moto, frunciendo el ceño.

–Bueno, pero mañana me la dejas usar. Sea como sea.

Ambos, Carlos y su hermano, sabían que Riki no tendría suerte con eso. Carlos se había comprado su Bajaj Rouser 220 trabajando durante todo el verano; no se la dejaba tocar a nadie, ni siquiera a su hermano, a no ser que fuese absolutamente necesario.  Mucho menos la iba a tocar ese estúpido que ni siquiera conocía.

 Carlos saltó arriba de la moto y  arrancó, yendo rumbo a su casa lo más rápido posible una vez que su hermano estuvo ubicado detrás de él. Debía alejarse de ese lugar, del estúpido de Riki y de ese aroma que lo volvía loco.

Mariel se había dado cuenta que Carlos la había estado evitando. En los recreos, prácticamente se había ocultado y después, de repente había dejado de mirarla en clase. Se preguntaba por qué la había estado mirando tanto y, luego, de golpe había perdido su interés en ella. ¿Habría encontrado otra chica más linda para mirar? Eso lo parecía lo más factible.

Cuando salía de la escuela, puedo presenciar su escena con Riki. Estaba segura que si no fuera por la intervención del hermano de Carlos, en ese lugar se hubiera desarrollado una pelea. Era difícil sacarse de encima a Riki, a no ser que fuese a los golpes. Mariel esperó que Gisela saliera, y se fueron juntas camino a casa.

–¿No te parece un bombón este chico nuevo, Carlos? ¿Y el hermano? ¡Los dos están para darle! –dijo  Gisela, sin darse cuenta de la manera en que Mariel la miraba.

Mariel no sabía cómo decirle que se sentía atraída a Carlos. Gisela tampoco se había dado cuenta de ello, tal vez porque estaba acostumbrada que su amiga no quisiese saber nada con ningún chico; porque lo cierto era que nunca le había llamado tanto la atención ningún chico. Nunca nadie le había gustado ninguno… no hasta la llegada de Carlos.   

Cuando llegó a su casa, se puso a buscar en Facebook. “Carlos Contreras,” escribió Mariel en el buscador. Pero había muchos con el mismo nombre, y ninguno parecía ser él. Se dio por vencida y decidió que al otro día le hablaría personalmente en la escuela.

Tenía que buscarle una explicación a lo que le pasaba con él. ¿Qué mejor que hablarle de frente? Buscaría el momento adecuado para desprenderse de Ana y Gisela, e iría a hablar con Carlos. No sabía que le diría, tal vez a la noche practicaría algo para decirle. No quería pasar vergüenza delante de él.

Carlos deseaba no pensar en ella, pero no podía evitarlo. Se sentó en la ventana de su cuarto, el único que tenía vista al río, y trató de distraer su mente mirando al horizonte. Mas seguía viendo a esa hermosa chica en su mente, y todavía le parecía sentir su aroma en ese lugar. Seguramente ella había vivido en esta casa antes, o al menos había estado allí hacía poco tiempo. Como fuese, era demasiada casualidad. ¿Por qué ella? ¿Por qué esa casa?

 Trató de recordar su nombre. Hizo memoria, sabía que lo había escuchado cuando la preceptora había tomado asistencia. Sí, Mariel Gleim. “No debe haber muchas con ese nombre,” pensó Carlos.

Entro al Google en su computadora, conectada a Internet a través de su Smartphone, y comenzó a buscarla por su nombre. Lo único que aparecía de ella era que poseía una cuenta en Facebook. Hizo clic en el enlace pero sólo pudo ver su información básica. Quería ver fotos, pero para eso tendría que agregarla como amiga. ¿Qué hacer?

 Luego de dudarlo un rato, decidió hacerse una cuenta. Podría agregar a sus demás compañeros de clase y ella no sospecharía que era la razón puntual por la cual él se había hecho un Facebook.

Completó todos los formularios requeridos, e inició sesión en su cuenta bajo el nombre de Charly Contreras. Buscó a varios de sus compañeros nuevos, de los que se acordaba el nombre, y los agregó al facebook. Gisela Jiménez, Ana Waigel, Miguel Pach, Johanna Keiner, eran algunos de los que añadió antes de enviar una solicitud de amistad a Mariel Gleim, la única que realmente le interesaba.

Esperó a que ella aceptase su solicitud de amistad, mirando fijamente a su foto de perfil, pensando que ella tenía los ojos más maravillosos que él jamás hubiese visto. No podía dejar de mirarlos. Estaba hipnotizado.

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Pido mil disculpas por la demora en actualizar esta historia. Ya está terminada, y voy subiendo capítulos a medido que la voy revisando, pero ultimamente he tenido poco tiempo para hacerlo. Entre mi trabajo como profesora de inglés, que es muy demandante, y la publicación en papel de mi libro Sangre de hada (Sangre Enamorada #2), he tenido poco tiempo para otras cosas. Intentaré subir más seguido, seguramente los fines de semana.

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