XXX: Mi inolvidable cumpleaños

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—Señor.

Cacius me despierta. Luce serio como de costumbre, pero su perfectamente definido cuerpo tostado, solo está cubierto por un delantal de cocina y gorro de chef, trae consigo una bandeja con mi desayuno, así que sonrío ante su gesto y me acomodo en la cama e intento emular su inexpresión.

—Espero que lo disfrute —agrega al colocar la bandeja sobre mis piernas.

—Cacius, gracias.

Levanto la tapa protectora y mis ojos casi se salen, por más que quiero replicar el rostro serio de Cacius, no creo que lo consiga y en mis pómulos debe notarse porque siento que me arden.

—No tenía algo así en su colección privada, señor.

Trago hondo, estupefacto por el… ¿desayuno? No, debo decir obsequio.

En el plato hay como contornos: preservativos sensitivos, lubricantes comestibles, antifaz, esposas… Esto no es en sí lo que le faltaba a mi colección, pero definitivamente “el plato fuerte”, sí. Un dildo talla grande con apariencia y textura real… Que la verdad asemeja bastante al de Cacius, incluso en el tono de piel y lunar en el glande.

Sí, es algo novedoso. Está… ¿decorado? Con líneas zigzagueantes hechas de lo que parece crema pastelera a lo largo de todo el tronco, hasta llegar a la punta donde se vuelve un splash en el que se lee «Feliz cumpleaños, señor».

Miro a Cacius luego a mi obsequio, vuelvo a subir la mirada hacia él y lo encuentro contemplándome con una pequeña sonrisa perversa.

—Cacius, esto es…

No me deja terminar de hablar.

El hombre roca se acaba de arrancar el delantal al más puro estilo stripper, su fantástica erección me apunta de frente, llevo los ojos al juguete y de nuevo al suyo…

—¡Gemelos! —exclamo emocionado—. Cacius, ¿Cómo…?

Vuelve a interrumpirme, esta vez coloca su miembro junto al juguete, debo admitir que se me sale la baba y me toca limpiarme con discreción. Subo la mirada a Cacius y mantiene ese gesto perverso.

—¡Escultores!

—Señor.

Me habla Cacius, pero sigo embobado con la magnífica imagen.

—Señor…

Adoro cuando Cacius me llama de esa manera, me siento poderoso y sé que él haría cualquier cosa que le pida.

—Señor…

Siento que me sacuden un hombro y así soy consciente del lugar en el que me encuentro. Oh merde! Estoy soñando despierto, de nuevo.

—Señor, el vuelo de Air France está arribando.

—Gracias, Cacius. —Salgo de la limusina y mientras me acomodo la ropa, Cacius se acerca a mi oído.

—Parece que disfrutó su desayuno, señor. —Mis pómulos se encienden luego de oírlo.

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Hoy es mi cumpleaños número treinta y hasta ahora ha sido un día fantástico, comenzando por el fabuloso desayuno que recibí a manos de Cacius y ahora esto. Estamos en el aeropuerto en compañía de todo un equipo de policías que ya tiene armado un perímetro para poner bajo arresto a ese pedofilo, pederasta, en fin, el intento de policía que ha estado molestando al maldito puberto. ¡Aplausitos!

Me encuentro sentado con mi mejor pose y una deliciosa taza de té, en primera fila —echo en falta mi tazón de palomitas—, espero ver al tipejo salir por la puerta de llegada. «¡Estupendo regalo de cumpleaños!».

Cuando Fisher me avisó sobre las andanzas de este tipo y me pidió hacerme cargo, accedí complacido, en realidad hace mucho que estaría pudriéndose en prisión, pero en aquel momento, Johan no quiso presentar cargos. Tuvo que llegar este tipo al extremo de la toxicidad, persiguiéndolo —incluso durante su viaje por Francia—, para que el puberto decidiera hacer algo.

Lo bueno es que aún estábamos a tiempo de detenerlo.

Creí que el puberto había sido su única víctima y resultó que hay otros como él que, también fueron lastimados. Varios son chicos de la calle que han recurrido a la prostitución para subsistir y este desgraciado abusaba de ellos a cambio de dejarlos continuar en su oficio. Otros pocos, son jóvenes con algún trauma o han experimentado tanto rechazo que, al verse apoyados por él, sucumbieron ante el “ángel guardián” que solo quería llevarlos a la cama, justo lo que le hizo a Johan.

Pero por alguna razón, el tipo ha desarrollado una obsesión con el puberto, de todas sus víctimas, es a él a quien suele perseguir y he allí el mayor de los problemas, en algún momento puede cometer una locura contra ese chico, por suerte, Fisher decidió actuar.

Al fin veo la cabeza rapada del tipejo aceitoso, mientras se aproxima a la salida, soplo mi té, sonriente y tomo un sorbo. ¡Delicioso!

—¡Detective Raynolds! —exclamo en alto en cuanto sale, me mira confundido, pero con expresión amenazante. ¡Por favor! Cómo si fuese a intimidarme con ese gesto—. ¡Cuánto tiempo sin verlo!

Se aproxima hacia mí en actitud arrogante y con una sonrisa de suficiencia, no se imagina lo que le espera. Vuelvo a soplar mi té y tomo un nuevo sorbo sin apartar los ojos de él.

—¡Qué delicia! —le digo luego de pasar mi bebida y lo veo cruzarse de brazos en frente de mí sin cambiar en ningún momento el gesto de su rostro—. ¿Qué tal su viaje por Francia?

—Cornelio Evans, ¿está vigilándome?

Una sonrisa es mi primera respuesta, luego Doy otro sorbo a mi té antes de hablar:

—No es mi costumbre acosar, ¿y la suya?

El tipejo ladea la cabeza al escucharme. Sin embargo, su gesto se torna colérico al verse rodeado por el grupo de policías que le apuntan con sus armas, continúo sonriendo y soplo mi té antes de dar un nuevo sorbo.

—En serio, es una delicia. —Tomo el resto de mi té—. Mmm, sabe a justicia.

—¿Qué está pasan…?

No tiene tiempo de preguntar porque es interrumpido por un oficial que se acerca con esposas para leerle sus derechos y el crimen ppr cual se le imputa.

Luce furioso mientras es arrestado, trata de luchar y es reducido por varios oficiales que consiguen colocarle los grilletes. La rabia arde en sus ojos y la mirada que me obsequia mientras se lo llevan, es digna de un psicópata lunático.

—Mi cumpleaños es definitivamente inolvidable, ¿cierto, Cacius?

El hombre roca asiente a mi lado con una pequeña sonrisa y toma mi mano para dirigirnos a la limusina. «¡Qué rico! Así sabe aún mejor la justicia».

Caminamos despacio entre los corredores del aeropuerto, vitrineamos y compramos en algunas boutiques. Creo que por primera vez me siento de verdad feliz, la compañía de Cacius es fascinante; es un tipo serio y de pocas palabras sí, pero cuando decide hacer tonterías como posar pensativo frente a un espejo utilizando una peluca rosada, sin duda me hace reír.

Luego de comprar toda clase de cosas absurdas —incluida la peluca rosada—, al fin vamos a la limusina, corremos con nuestras manos entrelazadas en todo momento hasta subirnos. No puedo dejar de reír por tamaña tontería.

—Cacius, ¿qué harás con una peluca rosada? —pregunto con burla y me acurruco en su pecho. Él acomoda mi cabello detrás de las orejas e intentando disimular la sonrisa contesta:

—Lo que me pida, señor. —Sonrío—. Aunque se le vería mejor a usted con esa carita. —Niego con la cabeza, sonriente—. De hecho, señor, combinaría con la lencería.

Lo observo confundido antes de atreverme a emitir una palabra.

—¿Cuál lencería, de qué estás hablando? —al fin pregunto y él, de nuevo tiene esa expresión perversa en su rostro, ¡me encanta!

—¿Quiere saberlo antes o después de su fiesta? —Emulo su gesto y él acerca su rostro al mío.

—Cacius, la policía me ha dado un extraordinario regalo, espero que tengas algo mucho mejor.

—Bueno, he organizado una fiesta por todo lo alto, digna de su magnificencia. —Sonrío al escucharlo hablar así, sin cambiar la expresión seria de su rostro—. También tengo preparada una celebración privada. —Envuelve mis mejillas con sus enormes y cálidas manos, acaricia mi nariz con la suya y roza nuestros labios—. Solo para dos…

La limusina frena en seco. Cacius y yo nos separamos por el golpe. Estamos confundidos, miramos en todas las direcciones sin comprender lo que ocurre, el olor a llantas quemadas inunda mis fosas nasales. En la calle la gente corre por todas partes, sirenas de emergencia se oyen, patrullas atraviesan frente a nosotros.

Otros vehículos se aglomeran detrás, estamos atrapados. Abro la puerta de la limusina, confuso, quiero salir a ver qué está ocurriendo…

—Señor, vuelva aquí —dice Cacius jalando mi brazo para evitarlo.

—Cacius, no sé qué pasa.

—No baje.

Dicho eso, Cacius saca su pistola de un compartimiento en el asiento y baja de la limusina. Tengo el corazón a mil revoluciones, la incertidumbre y los nervios por toda esta situación me provocan taquicardia. Suena una explosión que me produce un sobresalto.

—¡Cacius! —Mi corazón se acelera todavía más lo mismo que mi respiración cuando vuelvo a escuchar otras explosiones que parecen acercarse, son disparos—. ¡Cacius!

No lo veo, ¿dónde se ha metido? Mas patrullas pasan volando y el sonido de las sirenas me enloquece, estoy demasiado nervioso porque cada vez son más los disparos y no tengo ni una señal de Cacius.

Abro la puerta de un tirón, decidido a buscarlo y apenas he puesto un pie afuera, cuando noto la magnitud del revuelo. Oficiales por todas partes, luces bicolores, pero es la figura que viene corriendo a toda velocidad frente a mí la que me hace temblar, siento toda la piel erizada y un escalofrío me recorre el cuerpo en cuanto lo veo levantar su arma para apuntarme.

—¡Maldito Cornelio Evans!

Dispara.

Veo la vida pasar frente a mí.

Pienso en Cacius cantándome Perfect en Grecia, su sonrisa triunfal en Italia, el beso en España, el sonido de su carcajada, el desayuno, la peluca y tantos momentos que hemos compartido desde que éramos un par de adolescentes solitarios.

De repente soy jalado por la cintura al interior de la limusina y todo pasa al mismo tiempo, escucho el metal chocar contra algún lugar del vehículo. Una explosión suena muy cerca de mi oreja, siento el corazón estallar del miedo y entonces solo atiendo un pito en mis oídos, el mundo parece girar alrededor; percibo el ardor en mi costado derecho y la humedad que brota, manchando todo el interior a la vez que la puerta se cierra y caigo sobre otro cuerpo detrás de mí.

No tengo idea qué fue del detective pedófilo.

Tiemblo, estoy mareado, el pitido martilla mis oídos. Sin embargo, poco a poco soy consciente del cuerpo que reposa inerte debajo de mí y en este momento se convierte en mi única preocupación. Su brazo izquierdo abraza mi cintura, mientras su diestra apunta al frente, sosteniendo aún débilmente su arma y así nos convertimos en un pozo de sangre…

—¡Caaaciuuuus!

 

 
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😱
Insisto.... No me asesinen🙊
Los amo❤️ nos vemos en la siguiente entrega.

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