XX: Abismo: Enterrado
Estoy emocionado de estar en este lugar, hace quince días recibí una notificación indicándome que fui nominado para un premio en la categoría de mejor dirección fotográfica por mi corto musical, en el festival de Ámsterdam no lo podía creer. Ahora, Moe y yo nos encontramos en la entrada del hotel, preparamos las bicicletas para salir a explorar un rato antes de asistir a la ceremonia.
—Fisting, ¿ya te he dicho que tuve que hacer feliz al viejo bolas apestosas? —pregunta con su gracia característica y asiento entre risas—. Pues no importa, esto está increíble.
—¿A que sí? —replico irónico y afirma sonriente— Mira nada más, este lugar es fantástico.
Recorremos las calles y parques, los tulipanes lucen hermosos. Mientras realizo algunas tomas, me llama la atención algo en la distancia, así que le hago seña a Moe para que me siga y vamos al lugar. Son unos murales inmensos e impresionantes, me quedo perplejo ante las fantásticas imágenes; los colores, las texturas, esas combinaciones de tramados.
—¡Uf! —exclamo emocionado y saco fotografías a los murales— ¿Quién será el artista? ¡Esto es fantástico! —agrego.
—Bro, aquí dice I am Eelco —contesta Moe luego de leer una esquina—. Supongo ha de ser él.
—¡Es increíble!
Recorremos diferentes zonas y, ¡vaya! Este artista, al parecer, es bastante popular en el sitio; en muchas partes nos topamos con su firma, pero es que sus obras son asombrosas. Paramos en un café al aire libre a recargar energía, mientras seguimos hablando, entusiasmados por todo lo que hemos visto. Este lugar es maravilloso, no hay duda de eso.
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Estamos en el teatro donde se llevará a cabo la ceremonia, todo luce genial. Moe dice que se siente como super estrella en los Oscar, de hecho, más posa él para las fotografías de los medios que yo. Ubicamos nuestros asientos e intercambiamos palabras entre nosotros y otros asistentes.
Reímos, nos enojamos y hasta lloramos como bebés con cada proyección, estoy fascinado con todo el talento representado en este lugar. Comienzan las premiaciones, aplaudimos con efusividad a cada ganador porque de verdad se lo merecen por su arduo trabajo, hasta que el presentador anuncia las nominaciones para la categoría de vestuario y quedo petrificado al ver a Françoise en la pantalla junto otros tres diseñadores.
Moe a mi lado me agarra con fuerza del brazo y pongo la vista en él, niega despacio con la cabeza como una especie de ultimátum. Entiendo la razón, debo mantenerme alejado de ese demonio tentador, de lo contrario todo el avance se irá al carajo y romperé la promesa que hice por mi hijo.
—El premio es para… —Suena un redoble durante algunos segundos y siento el corazón ir casi a la velocidad de esos tambores—. Françoise Dupri por su extraordinario trabajo en…
Dejo de escuchar, tiemblo, mi corazón se acelera al ver el contonear de sus caderas dirigirse al escenario.
Todo parece ir en cámara lenta.
Françoise luce como el mismo diablo con ese vestido rojo ceñido al cuerpo, sus curvas resaltan y siento calentarme con solo ver su escultural silueta. Cuando llega hasta el podio, me pierdo en su imagen y la recorro de pies a cabeza; como es lo típico en ella, el escote frontal deja poco a la imaginación y la joya dorada cuelga entre sus pechos como una invitación. Acabo de subir la mirada y encuentro sus ojos anclados en mí, la sonrisa que se dibuja en su rostro es demasiado insinuante. No sé si aguante.
Una vez terminado su discurso de aceptación, baja del escenario para volver al asiento, pero esta vez pasa por el corredor más cercano al sitio donde me encuentro y claramente leo en sus labios «Mr. Fisher» en una expresión sumamente coqueta.
«¡Dios! ¿Por qué tiene que estar aquí?»
A pesar de que la ceremonia transcurre con normalidad, solo puedo pensar en ese hermoso demonio que se encuentra en algún puesto de este mismo lugar. Sigo metido en mis pensamientos y no soy consciente de lo que ocurre alrededor hasta que Moe golpea mi hombro y aplaude fuerte, entonces noto en la pantalla que gané el premio para el cual fui nominado.
Temblando, voy hacia el podio sin tener siquiera una idea de lo que voy a decir. Clavo la vista en ese endemoniado tormento que se ubica unas cuatro filas atrás de mi lugar y no deja de mirarme. Luego de tartamudear un escueto discurso de agradecimiento, regreso con Moe entre tropezones y esperamos el descanso para irnos tras bastidores.
—Fisting, ¡vámonos! Ya asistimos, ya tienes tu premio, no tientes al destino, bro.
Tiene razón. Asiento nervioso y me dispongo a seguirlo cuando soy retenido por uno de los organizadores.
—Mr. Fisher, no puede irse ahora, usted es el siguiente. —Trago hondo, nervioso—. Usted y la señorita Françoise deben presentar… —Dejo de escuchar una vez más. Esto tiene que ser una maldita broma—. Sígame por aquí. —Me hace señas con su mano y no me queda más remedio que regresar con él.
Françoise sonríe al verme llegar, el organizador también y nos deja solos antes de entrar al escenario a presentar el premio.
—Mr. Fisher, no parece feliz de verme —se expresa con coqueteo. Por largo rato no digo nada, solo trato de calmarme antes de poder emitir una palabra.
—Françoise, ¿no tienes ni un poco de remordimiento? —Me observa confundida—. Lo perdí todo, lo más importante de mi vida y todo por…
—Por su culpa y decisión… —Me interrumpe completando ella lo que decía y vuelve a sonreír—. Mr. Fisher, ¿lo obligué a ser infiel?, ¿lo obligué a tomar el contenido de esto? —Levanta la joya y siento ansiedad—. ¿Lo obligué a ir a mi departamento cada vez que discutía con su esposa?, ¿lo obligué a seguirme aquella vez en el club nocturno? La respuesta a todo eso es un rotundo no. ¿Cierto? —Una vez más sonríe, insinuante como de costumbre y algo me golpea el pecho—. Lamento que haya perdido todo, como dice, pero Mr. Fisher, nada de eso es mi culpa.
—Tienes razón, ha sido mía… —reconozco con pesar, cierro los ojos e intento calmar el dolor que siento hasta percibir su mano en mi mejilla, lo mismo que su aliento muy cerca de mis labios, entonces vuelvo a abrirlos de golpe.
—Igual podemos divertirnos, Mr. Fisher… —Siento el calor crecer, lo mismo que mi corazón bombear con mayor fuerza. Mis manos reaccionan a su encanto y se posan en su cintura.
—Maldición, Françoise, ¿qué has hecho conmigo? —pregunto en un susurro contra sus labios y muestra esa provocativa sonrisa—. Me gustas, pero no con esa maldita cosa colgada desde tu cuello.
—Esto no es necesario para divertirnos, Mr. Fisher y lo sabe… —Nuestros labios se rozan, me pierdo en esa mínima caricia. Ella puede hacer conmigo lo que se le antoje…
—¡Cabrón, te estaba buscando! —exclama Moe. Me golpea por la espalda y jala mi brazo con fuerza— Acabo de ver a Mickey Mouse, vamos.
Sacudo la cabeza confundido mientras Moe me conduce hasta otro sitio en el backstage. No puedo creer que estuve a punto de caer con ella una vez más.
Luego del sermón que me echó Moe sobre mi increíble estupidez con ella y repetirme que no debo cagarla por Rex, hago la presentación del siguiente premio junto a Françoise, concentrado en ignorar sus encantos. Una vez acabada la ceremonia, otro organizador me impide irme, esta vez nos obligan a subir en un vehículo para asistir al after party.
Posamos para algunas fotos y en el club nocturno consumo algunos tragos con Moe, mientras esperamos el momento idóneo para desaparecer de este lugar.
«Esa mujer me está matando, me ha espinado el corazón, por más que trato de olvidarla, mi alma no da razón. Mi corazón aplastado, dolido y abandonado, a ver, a ver, tú sabes, dime mi amor cuánto amor y que dolor nos quedó», suena desde la pista y me toca valerme de todo el autocontrol posible.
Vuelvo a beber e intento desviar la atención del derroche de sensualidad que Françoise da en la pista de baile, aunque se trate de un ritmo latino. ¡Dios! Supongo se cambió en el camino porque ahora trae un micro vestido dorado completamente ceñido al cuerpo, es demasiado excitante y cuando se mueve de esa manera con las otras chicas... ¡Dios!
—Cabrón, ahora comprendo por qué te trae de babas —dice Moe con la vista fija en los movimientos de Françoise, desvío los ojos hacia ese lugar. ¡Dios! Me fascina verla bailar—. ¡Pero no la mires, cabrón! —Me da un botellazo en la nuca y vuelvo a fijarme en él, entre quejidos.
—Es tu culpa, yo trato de ignorarla y tú sales con eso.
—Bueno, sí, me deslumbró, lo admito —confiesa y se suelta a reír. Toma su cerveza antes de continuar—: Pero bro, no te hace bien.
Él tiene razón, por eso asiento con la cabeza y vuelvo a tomar con Moe. Observo la estatuilla del premio y recuerdo la emoción en el rostro de Clari cuando gané aquel concurso en el Louvre: «Lo hiciste», puedo incluso escucharla gritar de felicidad.
«¡Cuánto me apoyaste siempre!», no dejo de pensar. Tú deberías estar aquí conmigo, celebrando esto. Mis ojos se mojan y vuelvo a tomar para tratar de no pensar, pero es inútil. Saco el teléfono ante la atenta mirada de Moe.
—¿Qué estás haciendo, cabrón? —inquiere y sonrío entre gimoteos.
—¿Tú qué crees? Hip... Llamo al amor de mi vida…
—No, ¡Fisting, dame eso! —Intenta quitarme el teléfono, pero no lo dejo acercarse—. ¡Ray, si haces eso despídete de Rex!
De nuevo tiene razón, pero quiero oír su voz, al menos…
—Yo solo quiero… —Desisto de llamar, sin embargo, no soy consciente de que la llamada ha sido conectada mientras sigo hablando—: Que la mujer de mi vida comparta este momento conmigo… Hip, ¿es mucho pedir? Clari es mi mundo…
—¿Ray? —Su voz emerge desde el aparato y salto del susto—. ¿Estás ebrio? —Río como estúpido sin saber qué contestar—. ¿Acaso estás drogado, de nuevo? —La escucho llorar y me apresuro a hablar…
—¡No! Reina, gané y estoy celebrando.
Moe se cubre el rostro luego vuelve a levantarse e intenta quitarme el teléfono.
—Tú deberías celebrar conmigo, pero no, me dejaaaste…
Clari no deja de llorar.
—Y yo creí que mejorabas —expresa entre sollozos—. Perdón, Ray, creo que no te importa Rex… —Cuelga la llamada, llorando, y yo siento que mi mundo se desmorona. Enfurecido, estrello el aparato contra el suelo y vuelvo a tragarme la botella de licor. Moe intenta contenerme, pero no le presto atención.
Voy hacia la pista y aprisiono con fuerza a Françoise, me adueño de su boca delante de todo el mundo en un beso que se intensifica, mi cuerpo se calienta y salimos de ese lugar, sin importarme los gritos de mi amigo quien corre tras de mí, con el celular en mano y suplica detenerme.
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Las caderas de Françoise bailan sin pudor alguno sobre mí. Vamos en el asiento trasero del auto que nos lleva con destino a quién sabe dónde, pero el batir de su pelvis poco a poco me acerca a la luna. Su lengua empuja una nueva píldora en mi garganta porque, en este momento, solo quiero algo de felicidad instantánea. Mis manos aprietan con fuerza sus perfectas nalgas hasta que juntos estallamos a la par.
Llegamos a algún lugar y entre risas, Françoise acomoda nuestras ropas antes de bajar de ese vehículo.
Subimos hasta una extraña suite iluminada por tenues lámparas rosa y rojas, hay algunas telas semi transparentes por doquier, también plumas. Música bastante sexi suena de fondo y se mezcla con lo que parecen gemidos.
«¿Qué carajos?»
Me siento mareado, pero puedo jurar que estoy viendo cuerpos desnudos alrededor de mí; algunos me resultan algo… ¿bizarros? No sé de qué otra manera llamarlos, es algo que no he visto antes. Hermosas chicas con pene o incluso hombres muy varoniles con vagina, la verdad esto es como ir a otro mundo. Observo a Françoise, algo confundido, y me devuelve su provocativa sonrisa antes de hablar:
—¿Asustado, Mr. Fisher? —Guardo silencio, contemplo una vez más alrededor.
En este lugar se respira sexo, puedo aspirarlo en el aire, se suda sexo, así lo siento en la piel y en el calor que comienza a sofocarme… En este sitio se vive el sexo y eso solo provoca que mi corazón bombee con más fuerza.
Resulta muy raro, aunque ciertamente excitante, ver mujeres penetrando a otras; pero aún más extraño cuando se lo hacen a otros tipos, definitivamente, Françoise siempre me muestra otro mundo.
La realidad es que me siento excitado, sí, pero también nervioso, esto es algo nuevo para mí. Sin embargo, niego despacio con la cabeza en contestación a su pregunta.
La risa de Françoise asemeja la de un demonio del averno, cuando soy sorprendido por varias manos que se acercan hasta mí y empiezan a desvestirme. Fijo los ojos en ella y la veo quitarse su vestido despacio, con esa sensualidad que acompaña cada movimiento que realiza; me delito en su desnudez sin percatarme que ahora estoy en igualdad de condición hasta sentir unos labios entorno a mi pene. Bajo la mirada y veo a un chico pelirrojo que está de rodillas haciéndome un oral, siento que me arde la cara.
La verdad es que sí, soy bisexual y lo sé desde hace mucho tiempo, pero nunca había hecho algo más allá de un beso con un tipo, así que me siento algo cohibido por lo que este chico me produce con su boca.
Françoise se acerca y toma posesión de mis labios, me aferro a ella con fuerza, perdido en este conjunto de sensaciones; nuestras lenguas danzan, mientras mis manos acarician y aprietan sus senos y nalgas, a la vez que el pelirrojo a mis pies acelera la intensidad del oral hasta volverse algo salvaje.
Otra chica rubia se acerca, mordisquea desde atrás y por un momento me siento petrificado…
—¿Clarissa? —pregunto en un susurro, pero la chica levanta la mirada hacia mí al negar con una sonrisa para luego toquetear por doquier. Cierro los párpados y me pierdo en las sensaciones, dejo que mi mente me haga creer que se trata de ella, aunque el verde en sus ojos siga ausente.
Françoise toma mi mano y la lleva hacia la vulba de la chica, mis dedos comienzan a empaparse con la humedad de la joven y mis oídos se deleitan con los sonidos que brotan desde su boca.
La rubia acerca su rostro al mío y acabo en medio de un beso triple. ¡Esto es una maldita locura! Pero la nueva píldora que Françoise desliza en mi boca me hace perder en las mil sensaciones de este momento. Hundo las manos entre los rizos del chico, me permito guiar sus movimientos, la provocativa sonrisa de Françoise se amplía; entre ella y la chica lamen y besan cada parte de mi cuerpo.
Obligo al joven a detenerse. Françoise aprieta su mentón para indicarle que se levante, toma luego mi mano y la lleva al pene del chico; aunque me siento en extremo apenado, algo me hace seguir adelante, le masturbo mientras nuestras bocas se juntan.
—¿Alguna vez lo ha hecho con un hombre, Mr. Fisher? —inquiere Françoise y niego en un susurro contra los labios del chico, perdido en las sensaciones que su lengua provoca en mi boca y las que su mano genera en mi cuerpo mientras estimula mi pene—. ¿Desea probar? —agrega y besa mi cuello— No es muy diferente a hacerlo con una mujer. Joshua está dispuesto, ¿cierto, Joshua? —le pregunta y el pelirrojo asiente con una sonrisa, libera mi miembro para luego subir a cuatro patas sobre un sofá.
No pienso con claridad, eso es seguro, pero el culo al aire de Joshua de verdad me excita, su cuerpo luce brilloso por el sudor y la tez blanquecina de su piel muy colorada debido al intenso calor; mi corazón bombea con demasiada fuerza y esa posición es una incitante invitación a entrar.
Me aproximo a él, entonces noto que las plumas y telas entorno al sofá sirven como separadores para aportar algo de “privacidad”; veo a través, otro grupo que fornica. Hay una chica con los ojos vendados recostada en un sillón, tiene las manos atadas sobre la cabeza y en los tobillos lleva una especie de grilletes separados por un tubo; varios hombres se turnan para entrar y los gritos de ella —cuando no se lo chupa a alguien— son como pólvora…
—Mr. Fisher, ¿quiere unirse a la diversión de ellos? —inquiere Françoise.
Por excitante que resulte la escena, niego con la cabeza, despacio, creo que estoy bien de este lado así que vuelvo a concentrarme en ella y el sexi culo de Joshua que, encima se bate de un lado otro, llamándome.
—Hágalo, Mr. Fisher, pruébelo… —Françoise me insta a hacerlo con él, como si no tuviese ya bastantes ganas. Mi respuesta es apoderarme de su cintura y boca, me gustan los besos de Françoise, se sienten como el sexo y mi miembro brinca ante esa sensación.
Voy a la mesilla que está junto al sofá, donde reposa una enorme caja de condones y lubricante…
La rubia vuelve a acercarse, junta nuestras bocas mientras me coloca el condón, Françoise escurre el gel por la hendidura del chico para comenzar a estimularlo con los dedos —no me la creo—. Joshua no para de gemir cada vez más fuerte y multiplica mi excitación. La chica va junto a él y también permanece a cuatro patas, expectante.
La escena se torna cada vez más excitante y morbosa, Françoise lleva ahora algo que parece un cinturón con pene y penetra sin piedad a la rubia cuyos gemidos se ahogan al juntar su boca con la de Joshua. Voy con Françoise y me apodero de sus labios mientras mi pene se restriega entre sus hermosas nalgas…
—Mr. Fisher, travieso, ¿quiere primero conmigo o con Ash? —inquiere Françoise en tono coqueto y se hace a un lado.
Mi endemoniado tormento usa ahora su extraño juguete para penetrar despacio a Joshua, siento el corazón a millones de revoluciones solo por ver eso, entonces vuelvo a poner la atención en Ash —mi Clarissa, al menos por esta noche— y vamos convirtiéndonos en uno, igual que antes, como hace mucho que no, mi Clari.
Paseo las manos por toda su silueta, le sobo la cintura, espalda, acaricio y aprieto sus senos mientras empiezo la oscilación en su cuerpo. Jadeos brotan de su ser al besarle el cuello, siempre he disfrutado ese sonido.
«¡Cuánto lo he extrañado!»
Me aferro con fuerza a sus caderas conforme acelero el ritmo de las embestidas, sus gemidos son música para mis oídos. Planto lamidas, besos y mordidas a lo largo de la columna, así continúo hasta que ella estalla y alcanza el clímax. Ash se deja caer en el sillón con su respiración errática, mi pecho se infla y desinfla sin control.
Siento el corazón ir demasiado acelerado mientras comienzo a fusionarme con Joshua, supongo se deba a que jamás he hecho algo como esto antes y me causa demasiado morbo, su cuerpo se siente muy caliente, conforme entro en su interior empiezo a percibir los primeros espasmos, los jadeos que brotan desde su garganta son como una melodía que estremece mis sentidos.
—¿Le gusta, Mr. Fisher? —inquiere Françoise a mi oído una vez que estoy por completo en el interior de él. Asiento en silencio, respiro por la boca mientras comienzo a hacer un vaivén.
El chico grita de placer, excitándome mucho más al acelerar la oscilación en su cuerpo. ¡Dios! Esto es increíble, Françoise tiene razón es como hacerlo con una chica, pero al mismo tiempo es algo completamente diferente, nuevo; mi mano derecha se mueve por inercia hacia su miembro y le masturbo a la par de las embestidas.
Los gritos de Joshua, pidiendo más, se convierten en una droga y poco a poco siento ese cosquilleo en mi vientre que anuncia el clímax, Françoise lame mi pecho y chupa mis pezones, todo el conjunto me produce un fuerte corrientazo a la vez que el chico comienza a escurrirse entre mis dedos, mis músculos se contraen y así exploto en millones de sensaciones que viajan por todo mi cuerpo como electricidad. ¡Dios! Eso sí es un maldito viaje a la luna.
La fuerza en las extremidades de Joshua lo abandona, cae al sillón y me hace perder el equilibrio. Compartimos una sonrisa antes de juntar nuestras bocas una vez más; me deleito con sus labios y lengua hasta sentir que alguien a mi espalda pretende entrar sin permiso, así que me yergo y voy sobre el tipo a darle una buena paliza mientras Françoise ríe sin parar como el demonio del averno que ella es.
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Abro los ojos, confundido, no sé qué hora es; estoy mareado, contemplo en todas las direcciones sin una maldita idea de dónde me encuentro o cómo llegué a este sitio. Intento incorporarme y siento que las paredes dan vueltas alrededor, cierro los ojos y permanezco sentado por largo rato; cuando vuelvo a abrirlos noto que el lugar es una habitación bastante grande, mis ojos se abren de la impresión al ver el montón de cuerpos que reposan desnudos por doquier…
—Pero... ¿qué carajos? —me digo en un susurro y siento temblar al notar que lo único que me cubre es una boa de plumas rosada que envuelve mi entrepierna—. ¿Qué hice? —No paro de preguntarme en bajo.
Camino despacio por todo el lugar, trato de encontrar mi ropa para salir de aquí, no puedo creer que acabé metido en algo como esto. «Moe, ¿dónde está Moe?», es mi nuevo pensamiento…
—¡Una sonrisita, Mr. Fisher! —exclama en alto una voz desconocida antes de percibir el flash de una cámara. Me giro y las luces desde un ventanal me confunden. «¡un maldito paparazzi!», pienso mientras huyo hacia otra parte.
Llego a lo que parece una habitación más pequeña, sobre la cama reposa un montón de ropa. Busco mis prendas o al menos algo que pueda servirme para escapar de este lugar, entonces me topo con un pequeño vestido dorado y vagos recuerdos de la noche regresan a mí.
—Françoise… —susurro—. ¡Dios! ¿Qué hice?
Al fin consigo mi pantalón y camisa —por lo menos—, así que luego de vestirme, escapo del sitio. No dejo de temblar de camino al hotel porque no sé dónde está Moe, pero aún más, porque no recuerdo nada más allá de la sonrisa de Françoise, lo que solo significa que otra vez caí en su hechizo y probablemente en sus vicios. Esto me afectará de muy mala manera ante el juez. ¡Dios!
—Mi T-Rex… —Sollozo en el taxi.
Entro a la habitación del hotel y no hay rastro de Moe, ni siquiera su equipaje. No comprendo, ¿por qué se fue?, ¿cuál sería la enorme estupidez que cometí para que él se largara? ¡Dios! No puedo seguir así, todo lo he arruinado.
Empaco mis cosas y salgo de la habitación listo para partir. Mientras firmo la salida me entregan un papel con un mensaje. «Es de Moe», pienso al ver la espantosa letra, lo abro y siento que me quiebro con cada palabra, todo en mi interior se revuelve y me toca correr a un baño ya que la arcada se hace presente. Vomito sin parar en ese inodoro, tiemblo sin control conforme recuerdo el mensaje:
«¡Cabrón, me fui, Theodore sufrió un infarto y no te pude encontrar, deja de coger y apresúrate!»
—Padre… No…
No puedo dejar de llorar.
Cuando he conseguido parar de vomitar y ante la insistencia de algún representante del hotel que toca la puerta con suma preocupación, me levanto y dispongo a salir. Debo correr al aeropuerto, espero conseguir un vuelo pronto y llegar cuanto antes contigo padre. ¡Dios!
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Lloro y tiemblo, de pie frente a la fachada de ladrillo, hoy el jardín no luce vistoso y brillante, al contrario, está muy apagado; la incertidumbre me mata, sin embargo, el miedo me impide cruzar el portón. Noto la puerta de la casa entreabierta y así me atrevo a entrar.
—¿Padre? —llamo desde el umbral, incapaz de seguir adelante, un fuerte dolor en el pecho me lo impide; la sensación de vacío dentro de mí es demasiado dolorosa.
—Hasta que apareces —espeta Moe entre sollozos, sale de la cocina. Lleva el mismo traje que usó en la ceremonia, pero luce completamente desarreglado, incluso el cabello. La expresión en su rostro es dolorosa, aunque a la vez me onserva con ira y creo comprender la razón, en una mano lleva uno de esos diarios amarillistas, cuya portada no es otra que la foto que me sacaron en Ámsterdam y puedo leer en grande: «La orgía de Mr. Plumas». El peso de mis errores vuelve a golpearme.
—Moe, ¿dónde está Theodore? —pregunto en un hilo de voz y baja la cabeza, pesaroso. No… no— No es cierto… —Siento mi pecho inflarse y desinflarse de forma errática—. Moe, ¿dónde está mi padre? —exijo y él no dice nada.
La rabia me hace mover. Subo la escalera ubicada a mi derecha y reviso cada rincón del piso superior, llamo a mi padre, vuelvo a la planta inferior y sigo en lo mismo, sin éxito, hasta que el puño de Moe impacta con fuerza contra mi rostro y caigo al suelo. Siento la furia crecer dentro de mí y me dispongo a ir contra él cuando veo su rostro bañado en llanto. Fija la mirada en mí y entonces comienza a gritarme.
—¡La volviste a cagar! —Golpea con fuerza la mesa del comedor, estampa el diario sobre ella mientras habla entre lágrimas—: ¡Dos días, cabrón! Hace dos días sufrió el infarto, luchó cuánto pudo y solo preguntaba por ti.
—Moe… —No puedo dejar de llorar, esto no puede ser real, él no pudo dejarme… padre—. Dime que no es verdad… —suplico entre gimoteos.
—¡Rompiste tu teléfono en el after party luego de emborracharte y llamar a Clarissa! —Mis ojos se abren de la impresión ante su grito—. Bebiste como bestia por más que traté de evitarlo para después largarte con Françoise en el mismo momento que Clarissa me marcó desesperada para avisarte lo de Theodore… —confiesa con rabia y vuelve a golpear la mesa, esta vez con más fuerza. Yo no paro de temblar y llorar, continúo sin creer lo que me dice—. ¡Pero no te importó, te fuiste con ella!
—Moe…
—¡Tienes un maldito problema, Ray! —grita furioso y se quiebra en un llanto desesperado, le toca apoyarse contra una silla—. Theodore… ¿Por qué Theodore? Hay mucha gente mala —habla entre gimoteos. Me levanto y lo abrazo fuerte, él me corresponde igual. No paro de temblar—. Perdón, bro… —susurra entre sollozos sobre mi hombro y la sacudida en mi pecho es demasiado fuerte, el dolor me quema.
Por más que me rehúse a creer, mi padre ya no está, el vacío de su ausencia es como un abismo del que no creo salir jamás y lo peor es que ni siquiera estuve a su lado, por hacer disparates.
«Padre, perdón, lamento ser una basura de hijo. ¡Dios! Esto jamás me lo voy a perdonar».
Mi padre reposa tranquilo sobre sábanas de seda blanca, dentro de ese ataúd donde un cristal me impide acercarme a darle un último abrazo, un último beso y millones de recuerdos se amontonan en mi cabeza: Bailando juntos con mamá, leyendo antes de dormir, cantos y tonterías, su apoyo incondicional, incluso sus regaños aparecen ante mí…
«¡Dios! ¿Por qué él? No es justo».
Conforme ese féretro baja, siento el dolor de la soledad remarcarse, obliga a mi cuerpo a temblar hasta caer de rodillas al suelo, lloro sin control alguno.
—¡Padre! ¡Nooo, padre! —Moe me abraza fuerte envuelto en llanto.
Mientras la tierra se traga esa caja de madera donde reposas, entre lágrimas, pero con suma convicción te juro que, haré hasta lo imposible por volver a subir desde el fondo del abismo donde yo mismo me metí al ignorar cada una de tus palabras.
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