XIX: Depresión: Cayendo
El embarazo casi finaliza, el doctor recomienda tener todo preparado para el hospital ya que al ser Clari primeriza, el bebé puede nacer en cualquier momento. Estos meses han sido una total locura, el trabajo no para de llegar y estos malditos trajes me tienen harto, pero es importante utilizarlos para los eventos por lo menos.
Esta noche es el lanzamiento para la marca que hemos trabajado y la verdad, no quisiera asistir por el estado de Clari, pero ella misma es quien sigue indicándome que debo hacerlo así que ni modo, le he pedido a mi padre quedarse aquí por si acaso.
—Por favor, no duden avisarme —suplico a mi padre y esposa por centésima vez antes de salir. Ellos continúan afirmando con tedio—. Compréndanme, ya está por nacer. —Ríen juntos.
—Fortachón, tranquilo, no tengo ningún síntoma ligeramente relacionado al parto, estaremos bien. —Beso—. Anda, déjanos en alto. Te amo.
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El evento es en el área V.I.P. de un club nocturno exclusivo, la música electrónica resuena, el ambiente se ilumina en tonos rojos y vinos hasta volverse purpura y azul. Mis ojos se clavan en la figura que baila al centro de la pista alrededor de ese largo tubo cromado, sobre una plataforma luminosa que se eleva encima de un montón de humo y cuyo angelical rostro sonriente expresa deseo, alegría o lujuria, conforme el juego de luces cambia al ritmo marcado por el DJ.
La sensualidad de Françoise es demasiada y aunque intento desviar la vista, me resulta imposible; su silueta se menea, gira y hace cada movimiento de una manera insinuante —excitante más bien—; no aparta esa coqueta mirada de mí. Sus contoneadas piernas lucen infinitas con la diminuta falda ajustada y tacos aguja que controla de manera sorprendente al bailar.
No creí verle hoy y menos así. ¡Dios, espero no cometer una estupidez!
Continúo hacia el lugar del lanzamiento, pero mi vista no deja de perderse en el derroche de sensualidad que se da en la pista. Una vez presentado el producto, fotografías van y vienen, entrevistas con la prensa y todo lo pertinente, soy libre de hacer lo que se me antoje. Aunque trato de evitarlo, mi único pensamiento es Françoise.
Movido por su hechizo, voy hacia el sitio donde hace un momento le vi desaparecer.
Ingreso a un corredor oscuro que conduce hacia unos baños, también hay escaleras que no estoy seguro a donde van, pero subo y me adentro en otro pasillo con poca iluminación, veo algunas puertas en fila y paredes de un tono rojizo.
De repente soy jalado a lo que parece un módulo privado o algo así. Trago hondo al verme acorralado entre el cuero rojo del asiento donde permanezco acostado y esos ojos grises que me contemplan con demasiado deseo. Françoise está a horcajadas sobre mí, la sonrisa en su rostro es tentadora…
—Mr. Fisher, ¿está siguiéndome? —pregunta en un susurro, casi roza mis labios. Vuelvo a estar mudo— ¿Disfrutó el espectáculo?
Los pechos de Françoise acarician mis pectorales y al notar el camafeo dorado que cuelga desde su cuello, vagos recuerdos de aquella noche regresan a mí; una sonrisa se dibuja en su rostro y vuelve a acomodarse sobre mi entrepierna. Abre la joya y saca algo, pero antes de llevárselo a la boca, atrapo sus muñecas y me atrevo a preguntar, nervioso:
—¿Qué-qué es eso, Françoise?
Una provocativa sonrisa se traza en su rostro antes de contestar en un susurro contra mis labios:
—Es la píldora de la felicidad, Mr. Fisher; dígame, ¿desea un poco de felicidad instantánea?
Libero sus brazos y la veo colocarse la pastilla en la lengua. Por un rato, contemplo su insinuante mirada y provocativa sonrisa, sin saber qué hacer. Las luces rojas que se cuelan desde la pista, a través de los cristales, le hacen parecer un demonio encantador y me siento como Eva ante la serpiente. El impulso me obliga a apoderarme de su rostro y robarle un beso. ¡Dios, perdón! Sé que no es correcto, pero la suavidad de sus labios es casi una droga; su lengua empuja la pastilla en mi boca y la trago sin problemas.
—Mr. Fisher, no es justo que solo usted se divierta —susurra en mis labios.
Aprieto ese perfecto y firme trasero para juntarle con fuerza hacia mí y así nos cambio de posición, atrapándole contra el asiento de cuero. Libero su boca para besarle el delicado cuello y seguir deslizando mi lengua hasta sus pequeños, pero lindos pechos a los que se accede con suma facilidad, basta correr su blusa dorada hacia abajo.
—Así me gusta mucho más, Mr. Fisher.
Llevado por su excitante voz, a con el calor instaurado en mi vientre; planto besos y lamidas en su hermosa silueta.
Siento el corazón latir a millones de revoluciones, la excitación que me produce su sola imagen es demasiada, el calor en este lugar es intenso, así que me yergo para quitarme el saco y corbata mientras Françoise se sienta y desabrocha mi pantalón velozmente hasta adueñarse de mi erección.
¡Dios! Ver sus labios hacer tal y experto trabajo me calienta todavía más, el lunar sobre su boca luce aún más sexi así. Mis manos se aferran a su corta y oscura cabellera, me permito guiar sus movimientos; deleito mis oídos con los guturales sonidos que escapan de su ser hasta jalarla hacia atrás para obligarle a detenerse; una pícara sonrisa aparece en su rostro y mi deseo se multiplica. Agarra un pequeño bolso —que hasta ahora he notado— del cual saca un preservativo y sachet de lubricante para colocarlos en mi mano.
En este instante, contemplo los objetos en mi palma y me siento perdido; Clari y cada uno de los momentos que hemos compartido juntos aparecen, así como esa hermosa barriga de embarazo con la que hablamos y reímos por las noches. Una lagrima resbala en mi mejilla ante lo que estoy a punto de hacer y me quedo paralizado, incapaz de seguir adelante…
—Mr. Fisher —susurra Françoise en mis labios, su mano vuelve a apropiarse de mi miembro. El placer producto de cada caricia se convierte en un alfiler, pincha uno a uno los globos de recuerdos hasta volver a quedar en blanco, con mi mente puesta en este instante. Me adueño de sus labios mientras le llevo al asiento de cuero donde lentamente y con ayuda del lubricante, nuestros cuerpos se funden—. No creí que se atrevería...
Sus jadeos y gemidos son cada vez más fuertes, conforme acelero el ritmo de las embestidas y apenas opacados por el ritmo que marca el DJ. Las luces rojas de la pista convierten este lugar en el mismo infierno, uno donde me pierdo, atraído por este demonio de lujuria y deseo. El placer danza en su rostro y resulta todavía más excitante.
Me siento en el sillón con Françoise sobre mí, sus labios no se despegan de los míos, su lengua empuja una nueva píldora en mi garganta mientras su pelvis continúa moviéndose arriba y abajo, atrás y delante de forma cada vez más veloz, hasta que juntos nos embarcamos en un viaje a la luna.
Nuestras bocas siguen juntas, besándonos con pasión y deseo, siento la excitación una vez más endurecer mi pene en su interior y la sonrisa de satisfacción en su rostro me enciende al triple, poco a poco me hago adicto a esta sensación que su cuerpo me produce.
Françoise termina de quitar mi camisa y así su boca tiene acceso para hacer lo que le plazca con mi piel desnuda. Besos, lamidas, al igual que fuertes mordidas deja mientras sus caderas se baten con fuerza sobre mí; cada movimiento lo realiza con la misma sensualidad que desbordó en la pista y así continúa, bailando hasta hacernos acabar.
Seguimos fusionados, besándonos con mucho deseo, con este no sé qué que solo Françoise produce en mí. Mi teléfono repica, pero me siento demasiado mareado ni siquiera consigo leer con claridad el nombre en la pantalla. Contesto con una risa idiota y mi respiración entrecortada, perdido aún en la desnudez de Françoise, en los movimientos de su pelvis y las sensaciones que su boca produce en mi piel, cuando la voz de Moe me saca del trance:
—¡Cabrón, tenemos horas llamándote! Clarissa se adelantó, ¡El bebé ya nació!
Mis ojos se abren de la impresión. Finalizo la llamada pasmado. Temblando, hago a un lado a Françoise quien no deja de reír como el propio demonio del averno. Mareado como estoy, me visto veloz y salgo del club rumbo al hospital donde ni siquiera sé que voy a decir para explicar algo de esto. La realidad de lo que acabo de hacer me golpea con fuerza, el dolor quema en mi interior y me siento la peor basura del mundo.
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Despierto tumbado sobre unas sillas metálicas, en un corredor de suelo y paredes blancas; no comprendo en dónde me encuentro, intento incorporarme y todo da vueltas alrededor, me siento miserable.
—¿El hospital?, ¿cómo llegué hasta aquí? —me pregunto a mí mismo y la respuesta viene en la voz enojada de mi padre:
—¿Ni siquiera eso puedes contestar por ti mismo? —Giro hacia él y trago hondo ante la expresión de suma molestia en su rostro, pero él no se inmuta—. Raymond, ¿desde cuándo te drogas? —inquiere cruzándose de brazos y sigo sin saber qué responder—. ¿Qué está pasando contigo? Raymond, hace más de un año te brindé mi apoyo cuando decidiste casarte porque me demostraste ser un adulto responsable, centrado, enamorado profundamente de su novia…
—¡Claro que amo a Clari! —interrumpo en alto a mi padre.
—¡¿Y esta es tu forma de demostrarlo?! ¿Drogándote mientras tu hijo nace?, ¿cogiendo con alguna puta? —Niego con la cabeza, desesperado—. ¡Ni siquiera intentes negarlo, Raymond! Hueles a perfume de mujer y mira nada más el estado en que llegaste.
Cierro los ojos con pesar y bajo la cabeza, no hay nada que pueda decir o hacer para detener esto.
—Mírame a los ojos y dime que no estabas cogiendo por ahí. —No me atrevo a levantar el rostro—. Vete a casa… —Lo observo perplejo, quiero ver a mi familia—. Tu esposa lo que necesita ahora es tranquilidad, no te atrevas a interrumpir su paz mental, entrando en el estado que estás. —Mi padre se yergue y va hacia la habitación. Llama en tono bajo a Moe desde la puerta y este sale—. Llévalo a casa y asegúrate que deje de parecer una piltrafa antes de venir aquí. —Moe asiente y mi padre entra a la habitación con Clarissa.
Entierro el rostro entre mis manos, pensando una y otra vez: «¿Qué hice? ¡Dios! No puedo creer lo que hice». Moe se sienta a mi lado, palmea un par de veces mi espalda para llamarme la atención, así que me giro hacia él y con un movimiento de cabeza me indica que nos vayamos, lo sigo por inercia, sintiéndome una completa basura.
Nos ponemos en marcha, en absoluto silencio ni siquiera Moe puede dirigirme la palabra —soy un asco—. Paramos en un semáforo y es en ese momento que mi amigo fija su mirada seria en mí, no digo nada.
—¿Tienes idea de cuántas veces te llamaron? —Sigo en silencio—. ¿Sabes cuántas veces Clarissa preguntó por ti?
«Soy una porquería, no hay duda de eso»
—Bro, a mí me contestaste el teléfono luego de mucho insistir y estabas cogiendo, Fisting, quedé helado delante de Theodore.
—Lo siento… —me disculpo en voz baja, no sé qué otra cosa decir. Siento un dolor muy profundo que me hace llorar como bebé delante de mi amigo—. Moe, lo arruiné… —No paro de llorar.
—Bro, todos quedamos locos al verte llegar. Cargaste al bebé como si fuese un avioncito, casi se te cae, Theodore tuvo que quitártelo…
«¡Dios! No puedo creerlo»
—Tu padre y yo te sacamos de la habitación a la fuerza… —Miro pasmado a mi amigo porque no recuerdo nada de eso—. Bro, lo que te estés metiendo, de verdad, no te hace bien.
Siento escalofríos con solo pensar que pude haber lastimado, o algo peor, a mi pequeño hijo.
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Una vez en casa, paso directo a la ducha y vuelvo a sentirme una completa mierda al ver mi reflejo en el espejo; las marcas que Françoise dejó en mi cuerpo y que no tengo la más puta idea de cómo haré para ocultar o explicar.
¡Dios! La realidad de mis errores golpea duro a cada segundo.
Regresamos al hospital y ya se encuentran aquí mis suegros y cuñado. Clari luce como la mujer más hermosa del mundo mientras carga al bebé en su pecho, voy con ellos y mi esposa me recibe con una sonrisa y un pequeño beso, que no merezco y aun así esta mujer maravillosa me lo da.
El bebé es hermoso. Clari lo coloca en mis brazos mientras duerme y siento mucho miedo de dejarlo caer, es muy frágil y pequeño, no puedo creer que estuve a punto de hacerle daño; necesito poner un freno a todo esto antes de cometer un disparate del que me arrepienta para siempre.
Luego de un par de días, el doctor les da la orden de salida a Clari y Theodore, decidimos llamarlo igual que mi padre —idea de Clari—, ya que siempre nos ha brindado su apoyo incondicional, así que el Theodore viejo está muy emocionado. Llegamos a casa, Clari va con el bebé a su habitación mientras yo acomodo las cosas en la nuestra, una vez he terminado y el bebé se ha dormido, ella viene a la sala junto a mí, así que apago la tv y le cedo toda mi atención.
—Ray, obvio no iba a decir esto en el hospital y menos delante de mi familia. —Trago hondo ante la seriedad de su tono—. Necesito que me expliques, ¿qué pasó contigo? —Abro la boca para decir algo, pero ella sigue adelante así que vuelvo a cerrarla—. Ray, de aquí saliste todo nervioso por el parto, asustado por dejarme sola y luego solo te desapareces…
—Clari, no es así… —la interrumpo enseguida, pero su tono molesto me impide seguir.
—Entonces, ¿cómo es? —Se levanta del sofá y empieza a caminar de un lado a otro—. Ray, creí que algo te pasó porque no sabíamos nada de ti… —Su tono tiembla y sé que se está conteniendo el llanto. «¡Dios! Soy una basura»
—Y cuando por fin apareciste... ¡estabas drogado! —grita—. Maldición —susurra. Por unos segundos guarda silencio, solo inhala profundamente y exhala despacio, esperando que el bebé siga dormido, entonces prosigue—: Tú estás contra las drogas, incluso peleas a Moe por fumar todo el tiempo, ¿y de repente decides drogarte? —Fija su iracunda mirada en mí y no deja de llorar, me siento miserable—. Casi matas al bebé.
Ya no puedo más. Me levanto del sofá en un brinco y la abrazo con fuerza, no soporto verla así.
—Reina, lo siento —susurro a su oído—, admito que bebí, pe-pero no-no…
—Ray, estabas drogado, no borracho, así que dime; ¿hace cuánto te drogas? —inquiere enojada.
—No-no es así, no soy un drogadicto.
—Sé que no lo eres, pero no entiendo qué ocurre contigo. Ray, ¿en dónde estabas y con quién? —Su pregunta me obliga a tragar hondo, siento terror de perder a mi familia por imbécil—. No quiero ni pensar esto, pero tú no me dejas opción… —Se separa de mí y siento mi cuerpo temblar—. ¿Estuviste con Françoise? —inquiere furiosa, sus ojos no dejan a los míos. Niego desesperado, pero su mirada se cristaliza aún más, el llanto baña su rostro y yo no puedo dejar de llorar solo de verla a ella—. No te creo, Ray…
Clari se gira y regresa a toda prisa a la recamara del bebé donde se encierra. Mientras yo me siento como el imbécil más grande del mundo por haber provocado todo esto.
Dios, sé que soy una porquería, pero no quiero perder a mi familia.
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