XIX: Depresión: Abismo
No paro de temblar en el hospital, Moe sigue en el quirófano; mi cerebro reproduce sin cesar ese grito de terror y al cerrar los ojos es la imagen de su caída lo único que veo. Llegó inconsciente a este lugar, su rostro bañado en sangre me causó horror…
¡Dios, por favor, no quiero perder a mi mejor amigo!
Me siento culpable. Yo lo traje conmigo, yo nos drogué, yo no verifiqué bien los nudos por estar volando, yo me descuidé antes de que él me alcanzara…
—¡Dios, yo debería estar allí, no él!
Camino desesperado, lloro como bebé. No sé cuántas horas han transcurrido, pero sigo intranquilo y lo peor es que estamos lejos de casa; su madre no deja de llamar, preocupada y eso me altera más.
Veo a una enfermera salir del quirófano y voy a consultarle, pero no me explica nada, solo pide seguir esperando —cómo si fuese muy sencillo—. ¡Dios! Esto es horrible, el miedo y la espera me causan ansiedad; mi mano por inercia se dirige a la joya que cuelga del cuello, pero al recordar que eso fue lo que provocó todo esto, decido quitarme el camafeo y enterrarlo en algún lugar del equipaje.
Camino desesperado, la incertidumbre me mata; mi vista por un instante viaja hacia la maleta y siento la boca hecha agua. Sacudo la cabeza y vuelvo a descartar esa idea: «Tú no eres un maldito adicto, puedes controlarte», me digo a mí mismo, tratando de convencerme de algo que ni siquiera yo puedo creer.
Por fin un doctor viene conmigo y al notar que no sé ni mierda de griego comienza a explicarme en inglés —no es mi lengua, pero al menos entiendo—. Estoy perplejo y siento ganas de vomitar, no puedo dejar de llorar. Siento algo horrible revolverse dentro de mí, esto tiene que ser mentira…
—¡Usted me está jodiendo! —le grito al médico mientras estrujo con fuerza su ropa y lo zarandeo. Es que no puede ser real.
—Señor, cálmese ahora o me veré obligado a llamar a seguridad. —Con la ira aun arremolinads en mi interior, suelto al doctor e intento acomodarle la ropa, nervioso; estoy temblando y no paro de llorar al disculparme.
El médico aprieta mi hombro, trata de darme algo de aliento y luego me deja solo. Estrello un puño contra la pared mientras mi pecho se infla y desinfla de forma errática, acabo ovillado en el suelo, lloro sin control. Aunque Moe está fuera de peligro, sufrió una fractura en el brazo izquierdo, pero la peor parte se la llevó su ojo del mismo lado que no pudieron salvar. Me siento la peor porquería, de eso no hay duda.
Una vez el doctor me indica que puedo entrar a la habitación con mi amigo, no sé cuánto tiempo paso, pensando. No me atrevo a verlo; doy vueltas en el corredor, nervioso. ¡Dios, esto es horrible! Apoyo la frente contra una pared, cabizbajo, intento reunir el coraje para darle la cara a Moe.
—¡Estás exagerando! Stéfanos podía hacerse cargo. —Escucho a alguien con voz chillona gritar y volteo hacia un lado para ver cómo un sujeto bajo y rubio va en una silla de ruedas empujada por un tipo grandulón y castaño que luce algo preocupado—. ¡Deja de llevarme ya! ¡No soy una damisela en apuros!
—Señor, sé que teme estar aquí, pero es importante que chequeen su ojo.
«Ojo», resuena sin parar en mi cabeza y vuelvo a quebrarme. ¿Con qué cara voy a mirar a Moe?
—Guapo, ¿estás bien? —pregunta la misma voz chillona que escuché hace un momento, pero respondo sin siquiera voltearme:
—No… mi mejor amigo acaba de perder su ojo… —No he terminado de hablar cuando vuelvo a escucharlo, esta vez supongo que se dirige al tipo grande:
—¡Tienes razón! Llévame con el médico ahora, ¡no quiero ser tuerto!
«Pero que sujeto más horripilante», pienso mientras ese extraño par se pierde a toda velocidad.
Cuando al fin me atrevo a ir con Moe, entro cuidadosamente, temo la imagen que veré.
Encuentro a mi amigo retozando con una enfermera que le suministra algún medicamento endovenoso, entre risitas y tengo que apretar la mandíbula para no reír con sus disparates:
—Preciosa, te eché el ojo desde que llegué, pero no sé dónde quedó —le dice a la chica con aire de galán. Al notar mi presencia, pone la atención en mí—. ¡Fisting el bastardo! —exclama en alto— Pensé que te largaste y me dejaste varado en Grecia con una gran deuda en el hospital. —Intento disimular la risa y él sonríe—. ¿Qué?, ¿ahora te vas a poner en modo serio, cabrón?
La chica sale de la recámara, nos deja solos y así acabo de acercarme hasta la cama junto a él.
—Bro, lo siento. —Me disculpo en bajo, aprieto su mano derecha, él me devuelve el apretón—. Todo ha sido mi culpa, tú tenías razón, debí dejar esa porquería desde que la probé.
—Cabrón, que debes dejarlo, claro que sí. —Vuelve a apretar mi mano y sonríe—. Pero fue un accidente, bro. Además, yo también volaba cuando chequeamos el equipo y por estar pendiente de un pájaro cagón no planté bien la estaca.
Me reclino sobre él y revuelvo su cabello antes de besarle la cabeza, pese a todo, me siento aliviado de verlo así de tranquilo.
—¡Ah, no! Déjate de mariqueras conmigo, a mí tráeme una enfermera sexi —agrega y ya no puedo contener la risa.
—¿Cómo carajos estás así de tranquilo? —pregunto confundido y él ríe.
—Bueno, cabrón, será efecto de los analgésicos y pues, el doctor me echó todo el cuento temprano, antes de que vinieras, así que tuve tiempo de gritar, maldecir y meditar. ¿Dónde estabas, por cierto? Y más te vale que no sea drogado por ahí.
Su explicación me hace sonreír, pero niego con la cabeza.
—Claro que no, no me atrevía a venir aquí o mejor dicho a entrar aquí.
—Tranquilo, bro, esto será parte de mi nuevo estilo, es más ahora tengo una idea para mi bar…
—¿Tu bar imaginario? —Lo interrumpo sonriente y afirma.
—Sí, cabrón, mi bar imaginario; he pensado hacerlo con tema de piratas.
No puedo dejar de reír. Este estúpido sigue hablando de sus loca ideas, pero al menos puedo serenarme porque él está bien, parece aceptarlo con tranquilidad y naturalidad, aunque no dejo de sentirme miserable. Necesito poner un freno a esto.
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De regreso a París, dejo instalado a Moe con su madre quien no para de llorar por el estado de su hijo, aunque este sigue super tranquilo y solo se concentra en el tiempo libre que tendrá lejos del viejo bolas apestosas por orden médica.
Llego a casa y recibo un golpe de realidad en manos de mi adorada esposa quien apenas y saluda mientras Rex me recibe contento «al menos alguien se emociona de verme», pienso cuando nos abrazamos. Juego un rato con él en su habitación, le cuento cosas sobre Leonidio y me escucha atento, es encantador. En cuanto se duerme, salgo con mucho cuidado y voy al baño, necesito relajarme un poco, todo este tiempo en Grecia con Moe fue estresante. Sin embargo, Clarissa me contempla atenta; está sentada en la cama y veo detrás de ella mi equipaje desparramado por doquier…
—¿Qué hiciste? —inquiero confundido al ver el desastre— ¿Por qué hiciste eso?
Clarissa se mantiene en silencio, su risa baja me produce más mervios y la veo erguirse de la cama para mostrarme el camafeo en alto. Siento mi corazón acelerarse.
—Niégame de nuevo que te drogas.
—Dame eso, Clarissa.
—¿Te drogaste antes de escalar? —pregunta en tono serio—. ¿Por culpa tuya Moe perdió el ojo?
—¡Clarissa, fue un maldito accidente! —contesto alterado. La veo dirigirse al baño y me muevo por inercia detrás de ella—. ¿Qué crees que haces? —inquiero molesto al verla abrir la joya sobre el inodoro— ¡Devuélveme esa mierda, Clarissa!
Voy a arrancársela, pero es tarde, el contenido cae al agua, siento la ansiedad crecer, un desespero que no puedo controlar me obliga a saltar sobre ella. «¿Cómo osa a tocar mis cosas?, ¿cómo pudo botar mis pastillas?, ¿qué mierda tiene en la cabeza esta estúpida mujer?»
—¡¿Cómo te atreves a hacer eso?! ¡Maldición! ¡No tienes por qué meterte con mis cosas!
—¡¡¡Basta!!! —grita muy alterada— ¡¿Ray vas a golpearme?! —inquiere aterrada y entonces soy consciente de la horrible forma en que la traté, mi mano izquierda aún le aprieta el hombro, su cuerpo permanece contra la pared con los ojos cristalizados y temblorosos mientras empuño la derecha en alto, a punto de impactarla.
«¡Dios! ¿Qué estoy haciendo?», el pensamiento me hace temblar y la libero enseguida, aterrado.
—¡Ray, estás mal! —grita envuelta en llanto y yo no dejo de temblar.
Sim embargo, se acerca a mí con cautela, me acaricia una mejilla y acabo perdido en su tacto, por largo rato, restriego el rostro contra su mano, mientras contemplo sus temblorosos ojos en todo momento.
—Ray, entiende, queremos ayudarte. ¡Te estás lastimando! —Asiento nervioso, no quiero lastimarla, tampoco quiero seguirme sintiendo como la mierda; comprendo sus palabras hasta que menciona a Françoise y vuelvo a sentir la ira crecer.
—¡Tú qué mierda sabes! —exclamo furioso, aparto su mano de un golpe y ella niega con la cabeza— ¡¿Qué tiene que ver ella con que tú te metas con mis cosas?! ¡Maldición, Clarissa!
—¡Niégame que eso te lo dio ella! —grita alterada. Siento mi respiración ir errática—. ¡Es igual al suyo! ¡No soy estúpida, Ray!
Arranco el camafeo de su mano, furioso y salgo nuevamente de la casa, dejando atrás el llanto y preocupación de Rex que despertó con la competencia de gritos.
Estoy enojado con Clarissa por lo que hizo, pero aún más conmigo porque no puedo creer la forma en que la traté. Mis manos tiemblan sobre el volante mientras me dirijo a la fachada de ladrillo y jardín vistoso, necesito hablar con Theodore, él tiene que ayudarme; pero a la vez, siento la ansiedad crecer y la joya que cuelga desde mis dedos parece pedirme que cambie de dirección.
—No, iré a ver a mi padre —le digo al camafeo—. Clarissa tiene razón… —No paro de temblar por todo lo ocurrido e intento convencerme a mí mismo, pero es inútil.
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Françoise sale despacio desde debajo de las sábanas —con esa provocativa sonrisa—, luego de enviarme a la luna con un oral salvaje que consiguió relajarme. Se acomoda a horcajadas sobre mi vientre y sigue plantando besos y lamidas por mi pecho y cuello.
—Mr. Fisher —me susurra al oído—, creo que madame Fisher solo está algo celosa —agrega y vuelve a chupar mi oreja. Siento electricidad ante su tacto—. Después de todo, ella no es más que su sombra…
No digo nada, sigo perdido en las sensaciones que su boca produce. Clari me ha apoyado, sin embargo, Françoise tiene un punto, en el medio es a mí a quien reconocen.
—Usted es el de la fama… —Su lengua empuja una pastilla en mi garganta y sonrío al recibirla.
Besa y chupa todo a su paso, mi miembro se endurece una vez más, choca contra su hermoso culo. Françoise sí que consigue excitarme; acaricio sus nalgas y paseo mis dedos entre su hendidura.
—¿Sabe qué? A mí también me está provocando… —susurra en mis labios. Vuelvo a sonreír, jalo el lubricante y condones desde la mesilla, me aplico una buena cantidad y comienzo a juguetear con su perfecto culito.
Introduzco mis dedos y los hago girar, me fascinan sus gemidos, mi pene se endurece aún más con cada sonido que brota desde su garganta. Cuando siento que ha dilatado lo suficiente, acerco el glande a su abertura y comienzo a penetrarla despacio; la sonrisa que se dibuja en su rostro es exquisita.
Françoise empuja sus caderas hasta hundirme completamente en su interior, me besa con intensidad y simplemente comienza a cabalgar como mejor le parece; la corriente fluye por todo mi cuerpo con cada uno de los movimientos que hace su pelvis.
Luego de un rato, extasiado en los movimientos que realiza, aprieto con fuerza su cadera y sin despegarnos, la acomodo a cuatro patas sobre la cama. Voy acelerando el ritmo de las embestidas, me deleito cada vez más con los sonidos de placer que brotan entre sus labios, la nalgueo y ella ríe. Siento el cosquilleo en mi vientre crecer, mis músculos se tensan, así que el clímax está cerca.
Me aferro con fuerza a su cintura enterrándome más hondo en su ser, hasta que explotamos a la par, suelta un poderoso gemido que descontrola todo en mi interior mientras su cuerpo se arquea. Planto besos por la espalda antes de desplomarnos sobre el colchón.
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Llego a casa e intento disimular el ataque de risa, pemaneciendo un rato dentro del auto para calmarme. La verdad, no sé ni qué hora es, sé que estuve en el Moulin Rouge con Françoise y otros ejecutivos, pero luego de ver a las bailarinas en sus shows, ella no dejaba de manosearme por debajo de la mesa, así que una vez finalizada la reunión fuimos a aplacar las ganas y luego acabamos en algún club nocturno donde nos divertimos con amigos. Me encanta verla bailar, se mueve con tal sensualidad que me enloquece.
En fin, debo dejar de pensar en ese demonio provocativo o me tocará masturbarme antes de poder siquiera salir del auto, aunque si lo pienso, quizás así se me pase este estúpido ataque de risa «pues manos a la obra».
Justo cuando estaba de lo más dispuesto a complacer al buen amigo que habita en mi bóxer, mis planes se vienen abajo al ver la mirada inquisidora de Clarissa, quien me espera en la puerta. Bueno, al menos ya se me pasó la risa.
Bajo del auto, entro a casa y Clari me contempla, sumamente enojada, ¡qué novedad! ¿Cuál será el problema ahora? Trabajo como loco todo el tiempo, mi única distracción se llama Françoise y tampoco es que estemos juntos siempre, digo, llevo su publicidad, pero no es mi único cliente. Así que esos momentos en los que podemos escapar y divertirnos son fantásticos y los aprovechamos a tope.
—¡Ray, ¿hasta cuándo será esto?! —grita Clarissa, sacándome de mis pensamientos. Entonces noto que sostiene frente a mí otra portada de algún tabloide. ¡Malditos paparazis! Solo saben joder—. ¿Por esto es que no paras en casa? ¡Por esto es que no llegaste al tercer cumpleaños de tu hijo!
«¡Mierda el cumple de Rex! ¿Y eso fue cuando?»
—¡Es una maldita foto fuera de contexto! —grito molesto. No sé por qué hace problema por una estúpida foto.
—¡¿Fuera de contexto?! ¡Ray, eres tú de nuevo! ¡A leguas se nota que estás drogado!
—¡Sabes que no soy un drogadicto!
«Puedo controlarme, maldición.»
—¡Quisiera poder afirmar eso! Pero dime que ahora mismo no te metiste alguna porquería.
—Clari, no es nada…
—¡Esta es tu casa, Ray! ¡Aquí vive tu hijo! —Una vez más grita y siento mis oídos a punto de explotar, la cabeza ni se diga— ¡No quiero que te drogues en este lugar!
«Cómo si hubiese sido aquí», río ante ese pensamiento y ella se molesta aún más.
—¡Al menos ten un poco de respeto por tu familia!
—¡Deja de exagerar! —grito exasperado y voy a la cocina por un trago.
—¡¿Exagerar?! ¿Crees que exagero?
La veo abrir un cajón de la encimera y saca página tras página de no sé cuántos tabloides que lleva acumulados, quién sabe desde cuándo porque son demasiados, no lo puedo creer
—¡Estoy harta, Ray! ¡estoy harta de ver tu cara en estas páginas!
—¡Eso es todo!
«Françoise tenía razón hace meses.»
—¡Te enoja verme en la prensa porque a diferencia de ti yo sí he conseguido mi sueño!
¡Son sus malditos celos los que hablan! No puedo creer que he estado así de ciego, odia mi éxito y siempre creí que me apoyaba. Estoy demasiado furioso por esto…
—¡¿Tu sueño?! ¿Tu sueño era aparecer en cada tabloide drogado, cayéndote de borracho, besuqueándote con cualquiera?
«¡Estoy harto!», malditos paparazis solo saben joder y ella encima me hace esta mierda. Pateo con rabia el montón de papeles a mis pies, los que se elevan los convierto en una bola de periódico y la estrello contra algún sitio.
—¡Bravo! ¡Bravísima tu respuesta! —Vuelve a gritar.
Aplaude fuerte con ironía y siento que algo se revuelve dentro de mí. Lo único que hago es trabajar por mi familia, creo que merezco divertirme al menos un poco; sí, a veces se me va la mano, pero… ¡Dios!
—¿Tu sueño? —inquiere envuelta en llanto para luego continuar con esos malditos gritos que ya no soporto.
Solo quiero que se calle de una puta vez. ¡Dios! ¿Es demasiado difícil para mi amada esposa recibirme con algo de cariño? No sé para qué mierda sigo regresando aquí.
—¡Siempre te he apoyado en tu sueño y estoy orgullosa de ti por conseguirlo! Pero esto… —Sostiene en frente de mí otra página—. Esto no es parte de ese sueño, Ray.
«¡Estoy harto!», regresar a casa equivale a aguantar gritos y discusiones siempre. ¡Maldición! Quisiera solo llegar una vez a descansar sin que esta maldita mujer esté peleándome solo porque ella no consiguió una mierda de los planes que tenía.
—¡¿Y tú que carajo haz hecho por tu sueño?! —vocifero furioso, ya no soporto que siempre esté recriminándome. Siento mi cuerpo calentarse, la ira se arremolina dentro de mí, aviento contra la pared lo primero que encuentro.
«¡Estoy harto de toda esta mierda!»
—¡Dios, Ray! ¡¿Qué carajos pasa contigo?! —Vuelve a gritar, luce dolida y se agacha a recoger los restos de lo que quiera que sea esa porquería—. ¡Arruinaste el juguete favorito de Rex! —Hay mucha irá en sus palabras, las lágrimas no cesan, en sus ojos arde el odio que siente. ¡Me odia por un estúpido juguete! Vale más un maldito juguete de mierda…
—¡¿Y tú?! —Aviento alguna otra mierda, ¡estoy harto! Una silla se atraviesa en mi camino hacia ella, así que la pateo— ¡Teníamos un montón de planes hasta que lo arruinaste todo! —Acabo mi cerveza y estrujo la lata para luego aventarla con fuerza hacia algún otro sitio, ya no soporto toda esta mierda.
—¡¿Qué mierda estás diciendo?! —inquiere exaltada, sus ojos tiemblan.
—¡Pudiste enfocarte en tu meta, luchar por tu sueño, pero en cambio preferiste cambiar pañales! —Mi pecho se infla y desinfla de forma errática, Clarissa no deja de llorar. Veo la furia en su mirada y entonces comienza a lanzarme los restos de la mierda esa que tiene en sus manos mientras sigue gritando:
—¡¿Habrías preferido que abortara?! ¡Por eso arruinas nuestro matrimonio! —Sigue lanzándome porquerías—. ¡Por eso te la pasas con esa mujer!
¿Por qué siempre tiene que meter a Françoise? ¡Dios! Le arranco las porquerías de las manos y las estrello en alguna parte, mis oídos están a punto de reventar con el sonido de cada mierda que se rompe, sumado a sus malditos gritos, lo único que quiero es poder llegar a mi casa y tener un poco de paz. ¡¿Es acaso muy difícil de comprender?! Clarissa sigue gritando y golpea mi pecho sin cesar…
—¡Por eso arruinas nuestra familia! ¡Te odio, Ray...
¿Me odia?, ¿en serio me odia? ¡Maldita sea! ¿Qué hace aquí entonces?
—¡¿Por qué no te largas de una vez?! —vocifera con rabia y todo dentro de mí se calienta, mi respiración va errática, ya no aguanto esto…
—¡Cállate! —le grito furioso, no quiero seguir escuchándola— ¡Cállate de una maldita vez!
Estoy harto de sus gritos y peleas.
—¡Ya no te aguanto! ¡¡Cierra la boca de una puta veeeeeez!!
—¡¡¡Mamita!!!
El aterrado grito de Rex me obliga a callar, entonces soy consciente de lo que ocurre, está arrodillado junto a Clarissa.
Tiemblo, siento escalofríos al ver la sangre que mancha mis nudillos «¿qué hice?», no dejo de pensar.
Mis ojos se mojan y de inmediato me rindo ante Clari e intento ayudarla; su mirada refleja miedo, tristeza, decepción, odio, muchísima rabia. Respira por la boca y con sus manos se sostiene la nariz rota que no deja de sangrar.
Rex permanece abrazado a ella, luce aterrado, llora sin control. Está asustado de mí «¡Por Dios, ¿qué hice?!».
—Clarissa, déjame ayudarte —suplico a su lado, nervioso—. Clari, perdóname, Dios mío, qué hice…
—¡Lárgate, Ray! —su grito quiebra todo en mi interior— ¡Lárgate! ¡No te quiero volver a ver! ¡Vete ahora, Ray o llamo a la policía! ¡¡Lárgate!!
Salgo de la casa, temblando, la sangre en mi mano es como un fantasma que me atormenta y continúa persiguiéndome a donde sea que vaya, no hay un solo sitio en el que pueda esconderme porque ese espectro sigue junto a mí. Camino sin rumbo, me siento perdido, corro, intento escapar.
No tengo claro ni siquiera en qué momento llegué a este lugar, pero la fachada de ladrillo está ahora en frente de mí, sin embargo, esta vez no me atrevo a cruzar el portón pues soy consciente de que este fantasma junto a mí, es la orden para que mi padre ejerza la sentencia en mi contra. No solo arruiné mi matrimonio, sino que le hice mucho daño a mi esposa y hasta a mi hijo en el proceso.
La mirada de decepción con que Theodore me contempla desde el umbral de la casa, me quiebra. Se gira y enrumba hacia el interior, una vez que he cruzado el portón del jardín lo sigo, bloqueo la puerta detrás de mí, listo para acatar el castigo que merezco.
Cierro los ojos. En toda mi vida, papá nunca tuvo necesidad de ponerme un dedo encima, siempre hemos resuelto los problemas hablando, como un equipo. Su cinturón impacta contra mis piernas, brazos, espalda, donde sea. El dolor arde, pero no se compara al que este fantasma me hace sentir.
La paliza de mi padre culmina con un fuerte golpe contra mi mano derecha.
Lo escucho sollozar, así que abro los ojos y lo veo volver a colocarse el cinturón para luego hablarme entre lágrimas:
—Veintidós años. ¿Cuándo te había golpeado? —su pregunta me obliga a agachar la cabeza—. ¿Cómo le pegaste a ella? —sus palabras me producen un dolor muy fuerte en el pecho y no puedo dejar de llorar, aún así él continúa—: Nada es excusa para ese comportamiento, nada es motivo para ser violento y menos con quien amas.
—Padre… —intento decir algo entre sollozos, pero nada sale.
—Ray, veintidós años y tú me obligas a hacer esto. —Tiemblo y lloro cabizbajo—. Créeme que me ha dolido más a mí que a ti, hijo.
—Padre… yo-yo no sé qué me pasó, yo-yo, yo…
—¿Qué más quieres destrozar? —inquiere llorando— Tratamos de ayudarte y tú seguías adelante, en lo mismo y ahora esto. Tú acabas de decepcionarme como nunca antes, Ray.
—Padre… ¿Qué puedo hacer para solucionar esto? —pregunto entre lágrimas, rendido a sus pies.
—Por el bien de Rexy y la paz mental de Clarissa, divórciate de una vez.
—Pa-padre… —Tiemblo ante eso.
Mi esposa, mi hijo. ¿Qué hice? Arruiné lo más hermoso que he tenido.
Padre…
El dolor, la desilusión y la decepción se reflejan en sus ojos, despedazan todo dentro de mí. Entre lágrimas, lo veo girarse y salir del salón para dejarme solo y así será en adelante porque el peor error que he cometido fue acabar con mi familia.
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Perdón si resulta muy gráfico este tramo de la historia.
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