X: Mi búsqueda implacable

♡⁀➷♡⁀➷Cory♡⁀➷♡⁀➷

—¡Auxiliiioooooo! —grito desesperado al bajar del avión.

Fisher me persigue con intenciones homicidas y todo por una pequeña mentirilla.

—¡Vuelve aquí, humpa-lumpa!

—¡Socorroooo, Raymond Fisher quiere matarme!

—¡Tú te lo buscaste!

Necesito la ayuda de Fisher para que Cacius vuelva conmigo. Debido a mi malcriadez, el hombre roca no solo renunció, sino que echó tierra y todo un océano de distancia para mantenerse alejado de mí. ¿Cómo puede? ¡Soy Cornelio Evans! Todos me quieren.

Bueno, sí, admito que al tener a un tipo enorme como Fisher detrás de mí para matarme no lo parece, pero sí, todos me aman.

Fisher logra atraparme, aprieta mis hombros con fuerza y me estampa contra la pared. ¡Ay!, eso duele.

—Fisher, solo soy masoquista en la cama, deberías saberlo ya.

—¡Cory, me hiciste cruzar el océano solo por capricho tuyo!

—Sí, Fisher te alejé de tu maldito puberto, pero necesito que me traigas a Cacius.

—Solo búscalo, discúlpate, dile que lo amas, cásense y tengan un montón de hijos artistas y engreídos. ¡Yo me largo!

Da media vuelta y comienza a caminar hacia el interior del aeropuerto. No puede dejarme, necesito su ayuda.

—¡Fisher, me la debes! —grito exasperado.

—¡¿Hasta cuándo me la vas a cobrar?! —responde alterado sin siquiera mirarme y continúa caminando. Decido seguirlo, no puedo dejar que se vaya.

—Ayúdame esta vez y no volveré a molestarte.

Lo veo detenerse. Su pecho se infla y desinfla de forma errática, hasta que poco a poco empieza a respirar con más calma. Una vez alcanzado su estado zen, regresa conmigo.

—Cory, ¡qué sea la última vez que me jodes!

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Nuestra búsqueda comienza en Francia. ¿Por qué aquí? Bueno, alguien con el curriculum de Cacius, fácilmente puede trabajar en el Musée du Louvre, a pesar de eso no hubo suerte, el hombre roca no estaba allí.

—Cory, ¿qué sabes de Cacius que pueda servirnos?

—Bueno, sé todo sobre él, hemos estado juntos desde siempre. —Fisher me observa curioso y asiento con un gesto de obviedad antes de continuar—: Sí, Fisher, podría decirse que somos hermanos, hermanastros, primos o algo por el estilo. —Ladea la cabeza, confundido—. Es sobrino de Campbell, aunque fue criado por él y Cristina, su esposa.

—Bien, pero ¿Campbell no es tu terapeuta?

—También es, básicamente, mi padre adoptivo. ¡Fisher, no me jodas! ¿Aún sigues sin saber nada de mí? —Luce sorprendido. Este hombre es asombroso—. En fin, cuando mis padres murieron, yo tenía quince, Cacius trece y aunque él es menor solía cuidarme.

—Bueno, entiendo; me estás diciendo la razón para extrañarlo, más no algo útil.

En eso debo darle la razón a Fisher, qué sé en realidad sobre Cacius que pueda ayudarme a encontrarlo. Digo, vine hasta aquí porque él tiene un curriculum fantástico y cualquiera desearía tenerlo al frente en sus empresas, galerías o lo que sea, es un tipo increíble, fan del trabajo. Como yo.

Sin embargo, su curriculum y adicción por el trabajo no es algo que me ayude a conseguirlo, Cacius no se fue en busca de un mejor empleo, lo hizo para marcar distancia conmigo, así que lo más probable es que no esté en un gran sitio o relacionándose con el arte, pero ¿dónde podré encontrarlo?

—Cory, ¿qué le gusta a Cacius?

Sus gustos. Qué buena pregunta, Fisher. Suspiro resignado.

—Perdón por arrastrarte en esta búsqueda sin sentido, solo debo aceptar que Cacius se fue. —Tomo asiento en una banca, abrazándome a mí mismo. Aunque llevo mi abrigo cruzado, rojo, ya que el otoño parisino es algo frío, me siento descubierto, desprotegido. Mi cuerpo tiembla.

Fisher coloca una taza humeante frente a mí y luego que la he tomado entre mis manos, se sienta a mi lado.

—No te rindas —habla bajo—. Acabamos de llegar, te mataría por arrastrarme hasta aquí solo para ver cómo te rindes. —Eso me hace gracia. Soplo un poco la taza entre sorbos. El capuchino huele y sabe delicioso—. ¿Recuerdas el juego de baloncesto en la feria?

—¿Esa es tu manera de animarme?, ¿recordarme que soy terrible con los deportes? —Lo veo reír.

—Sí, cierto, das asco. —Lo empujo por el hombro y me señala su taza caliente entre risas—. Déjame terminar. —Lo observo expectante—. Aunque se te dan terrible los deportes, te esforzaste, no paraste de intentarlo. No puedes rendirte ahora con esto que es mucho más importante que un tonto pulpo de felpa. —Asiento en silencio y seguimos, calentándonos con nuestras deliciosas bebidas.

Fisher tiene razón, solo debo pensar. Conozco a Cacius, siempre estuvimos juntos, apoyándonos.

—Además, si yo no lo consigo, siempre puedes traérmelo tú. ¿Cierto, Fisher? —Pregunto, haciendo puchero y él asiente con una sonrisa. Campbell tenía razón, estaba mal enfocarme en esa absurda venganza que nunca llegué a concluir, me agrada poder compartir con Fisher, es un buen amigo. Aunque eso no quita que seguiré, hostigando al maldito puberto.

Decidimos hospedarnos en uno de los hoteles más famosos y hermosos de Paris, bueno, yo como buen mimado me quedo aquí; Fisher optó por irse a casa de su hijo y lo entiendo, ya que está aquí, puede pasar algo de tiempo con el chiquillo. Al menos mi pequeña mentirilla le sirvió para compartir un poquito con él.

La suite es fantástica, digna de la realeza, ideal para mí. Sin embargo, se siente demasiado grande y vacía. «¡Ay!, necesito compañía; Fisher, ¿por qué tenías que irte? Pudimos divertirnos», paso de ir al restaurante del hotel, estoy exhausto. Mis hermosos piececitos me matan luego de estar el día entero caminando por todas partes —con mis tacos— junto a Fisher en nuestra búsqueda implacable. Así que decido pedir servicio a la habitación. Quince minutos después llaman a la puerta.

—¡Entrez! —Anuncio desde la cama.

—Bonsoir, voici votre demande.

¡Buenísima noche! Definitivamente es justo lo que pedí.

¿Qué están viendo mis ojos? Ese espécimen alto y rubio que trae el servicio a la habitación, parece haber sido tallado por los dioses, no, es un enviado del cielo para que yo no pase una noche solitaria, aburrida y triste.

Me acerco al joven, contoneándome, fijo mi insinuante mirada en la suya.

—Merci beaucoup —agradezco en tono sexi al joven.

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Estoy sentado en las piernas del papacito rico francés, besuqueándonos con lujuria mientras sus dedos juegan con mi abertura y su otra mano sube y baja por mi miembro.

—Oui, oou… oh, oui, papa! —grito desesperado, muerdo con fuerza su hombro y lo escucho gruñir, ¡me encanta!

Halo su coleta, le chupo la nuez. El chico, aunque ha estado trabajando quién sabe cuántas horas, huele delicioso, su fragancia es embriagante y masculina. Me acomoda a horcajadas frente a él, su miembro comienza a abrirse espacio entre mis glúteos, entra despacio en mí, siento los primeros espasmos mientras presiono mi cadera sobre la suya.

Una vez está por completo en mi interior, sonrío con malicia y él me devuelve ese gesto de medio lado. Hunde su mano entre mis cabellos con fuerza, acerca mi rostro al suyo y me besa con ímpetu; su lengua es experta, baila entre mis labios. «¡Rico, papito!».

Comienzo a hacer un vaivén y me deleito, oyendo los gemidos que escapan de su ser.

El sudor nos empapa, el calor nos consume, sus labios y dientes recorren mi cuello, su mano acaricia y me aprieta los pezones, provocándome un corrientazo; cuando esa zona se ha calentado, la deja reposar por un momento y luego vuelve a repetir, así que es mucha electricidad, recorriéndome. Su pene entra y sale de mí, variando la intensidad de las embestidas. ¡Me vuelve loco!

Agarra con fuerza mi trasero para elevarme sobre sus caderas y llevarme hasta la cama, una vez allí continúa embistiendo sin piedad hasta llegar al clímax.

Estoy exhausto. Satisfecho, aunque no feliz y es que, esto estuvo rico, sí y divertido, pero algo me falta para ser, de verdad, feliz.

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—Cornelio —Cacius me llamó, lo ví contemplarme serio; sus ojos cafés lucían brillosos, hasta cristalizados.

Parecía haber estado llorando a escondidas, él jamás lo admitiría, por eso tampoco tocaba ese tema.

Había pasado más de un año desde que el matrimonio Campbell —y su hijo— se hicieron cargo de mí. Cacius fue un buen compañero en ese tiempo. No tenía problemas por cumplir mis caprichos, exigencias o excentricidades.

—Soy mayor que tú, debes…

—Cierto, disculpe, señor. —Inclinó su cabeza en una pequeña reverencia e hice lo posible por no reír.

Teníamos esa cosa desde que nos conocimos al salir de prisión. Él era un enorme chiquillo de doce por entonces, así que le dije que debía tratar con respeto a sus mayores. Empezó a llamarme señor, algunas veces lo olvidaba y yo lo dejé pasar; pero otras, me gustaba recordárselo para molestarlo, supongo esperaba el día en que se hastiara y me mandara a la merde; sin embargo, a él no parecía incordiarle.

Era demasiado… autómata, nada le afectaba.

—Estamos por partir a la playa, señor.

—Gracias, Cacius.

Bajé de la ventana donde estaba sentado, contemplando el paisaje, dispuesto a tomar mi equipaje, cuando Cacius se adelantó y lo cargó por mí.

—Cacius, no soy una damisela en apuros. —Le dije con una sonrisa y lo vi curvar sus labios, ligeramente, emulando mi gesto.

—Lo sé, señor, pero quiero ayudarle. —Dio media vuelta y lo vi salir de la alcoba; luego de un rato lo seguí, intentando contener una carcajada.

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Abro los ojos algo confundido, «¿Dónde…? ¡Ah, cierto! Francia, el hotel», en este momento los recuerdos de la noche vuelven a mí, entonces me percato de una extremidad sobre mi abdomen, me giro para encontrar que el joven francés sigue aquí. Oh, merde!

Muevo al chico hasta que empieza a despertarse, entonces vuelvo a empujarlo y lo tumbo de la cama.

—¡Vete! —Le digo y me mira confundido, ¡ay!, me hace perder la paciencia—. ¿En qué idioma te digo que te largues? Get out, ciao, aurevoir.

El chico se levanta todo rojo, se medio acomoda la ropa y sale a toda prisa de la habitación. Recuerdos del sueño aparecen, pero no tengo chance de pensar en eso ya que Fisher entra y me observa con mala cara.

—¿Divertida noche?

—No me jodas, Fisher.

—Esa es mi línea, Cory. Se supone que hacemos todo esto porque estás buscando al tipo que amas…

—¡Aguarda! Yo en ningún momento he dicho eso, yo solo…

—No me interesa. Cory, quiero acabar rápido con toda esta mierda. —Sale de la habitación hacia la estancia y entro al baño a prepararme.

Cierro los ojos en la bañera y entonces esos recuerdos vuelven a amontonarse, pero ¿por qué?

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Cala de la Granadella, ¡qué lugar maravilloso! Lucía como todo un paraíso. Aguas cristalinas, el azul del cielo resultaba magistral. Montañas envolvían ese precioso y escondido lugar que, mi querido Campbell, escogió como estación final en nuestras últimas vacaciones familiares, ya que unos meses más tarde, yo partiría muy lejos —para ser exactos, al otro lado del mundo—, estaba por integrarme a la vida universitaria.

Un chiquillo de dieciséis daría por sí solo sus primeros pasos en el mundo adulto, pero qué podría decir: «¡Soy un maldito genio!»

En fin, había sido un viaje fantástico y sin duda, ese sitio era el ideal no solo para nosotros, sino para Cerberus y Coto —nuestros encantadores perritos—, un pinscher miniatura color champagne y un bulldog inglés, café, respectivamente.

La historia de cómo aquel par de peludos llegó a nosotros, aun hoy me parece encantadora. Mis padres acababan de fallecer y yo me sentía perdido, abandonado, en fin.

En un momento me cansé de recibir abrazos y pésames de esa cantidad de desconocidos y solo corrí lejos —esta vez sin mis latas para evitar líos—, no sé hasta donde llegué, pero fue en ese sitio distante donde me desplomé, lloré sin control todo lo que no había llorado antes. Supongo fue en ese momento que comprendí la magnitud de mi soledad.

Estaba ovillado en el suelo, junto a un muro, cuando sentí a mi lado la presencia de alguien más y al girar la cabeza encontré a Cacius sentado conmigo. Su típica expresión distante y serena, lucía alterada, pero a la vez aliviada —asumo por haberme encontrado—. Estuve a punto de decir algo cuando escuchamos llantos provenientes de una caja cercana.

Nos levantamos veloces y fuimos hasta el sitio, al abrirla, allí estaban ellos. Cerberus intentaba escalar el lateral y Coto seguía sentado, usando el hocico para impulsar a su compañero; fue muy conmovedora la escena, Cacius y yo tomamos la caja y la llevamos con nosotros.

No regresamos al salón velatorio, en lugar de eso fuimos a su casa y allí decidimos quién se quedaría con cuál y lo más importante: sus nuevas identidades. Pedí a Cacius dejarme nombrarlos y solo soltó una fuerte carcajada al escuchar mi decisión.

Jamás volví a ver o escucharle reír así, pero ese sonido, sin duda, fue maravilloso.

Sonreí ante la marea de recuerdos que asaltaron mi mente y continué paseando por la orilla, llevaba a Cerberus con la correa; su andar pomposo siempre fue un motivo de gracia; caminaba erguido, con la cabeza en alto, desprendiendo vanidad. Supongo que es cierto lo que dicen y los perros son iguales a sus dueños.

Observé los alrededores, vi familias disfrutar del verano, Campbell y Cristina estaban abrazados, contemplando las olas, se regalaban besos y caricias esporádicas, eran demasiado hermosos.

—¡Ay, maldita sea, mi pie! —grité alterado, pues por estar distraído, algo que sobresalía en la arena me lastimó.

Me incliné para revisar mi piecito y noté que se trataba de una gran caracola, tenía tonos naranjas. Dicen que a través de esas cosas puedes escuchar el sonido del mar, así que dejé de sobar mi pie y recogí el crustáceo «Será lindo tenerlo y siempre que lo escuche, recordaré este fantástico paraíso», pensé algo nostálgico.

Salteé la vista mientras caminaba y vi a Coto escarbar junto a Cacius quien moldeaba algo en la arena húmeda. Me acerqué a verlo hacer lo suyo. Él ha sido un gran escultor desde siempre, todo un artista.

Tenía un pequeño taller de alfarería en casa al cual dejé de ser bienvenido desde que intenté emular la mítica escena de la película Ghost y acabé presionando demasiado fuerte el pedal, la arcilla voló en todas las direcciones, embarrando incluso el rostro de Cacius.

Coto meneó la cola al vernos y fue corriendo a jugar con Cerberus.

—Holi, precioso —le dije a Coto en tono mimoso mientras acariciaba su cabecita—. ¿Cómo está ese perrito? Wagh, ¡aaah!

Coto lengüeteó mi rostro y me hizo caer del susto, se montó sobre mí y siguió con lo suyo; sabía que no me lastimaría, pero ese perro de demasiado brusco…

—¡Basta, Coto! —grité desesperado, pero fue inútil, ese monstruo continuó, besuqueándome.

—¡Stop, Coto! —ordenó con firmeza Cacius y el monstruo se bajó de encima, procedió a correr entre las olas con Cerberus. Me senté en la arena y Cacius hizo lo mismo junto a mí.

Nos quedamos viendo a nuestros perros jugar, emocionados como niños, disfrutaban despreocupados en ese lugar fantástico…

—Espero volver un día, señor —expresó Cacius de repente, sacándome de mis pensamientos.

—También espero volver un día —contesté. Intercambiamos miradas y una sonrisa se me escapó. No lograba comprender por qué me sentía algo nervioso.

—Voy a extrañarlo, señor.

—Cacius, ¿qué cosas dices?, ¿extrañarás cumplir cada uno de mis caprichos? —Afirmó en silencio y volví a sonreír—. Bueno, Cerberus estará contigo, es una versión canina de mí. —Lo vi sonreír, aunque trató de disimular—. También te daré esto para que siempre recuerdes este momento.

Le mostré la caracola y me miró extrañado, yo sonreí y se la coloqué al oído.

—¿Puedes escuchar el mar? Si me extrañas, toma la caracola, escúchala y recuerda este instante.

Cacius curvó sus labios en una pequeña sonrisa, entonces vi una lágrima descender por su rostro al guardarse el crustáceo en un bolsillo y sosteniendo mis manos, me hizo una petición que me dejó algo confuso.

—Cierre sus ojos, señor. —Ladeé la cabeza y volvió a insistir, así que al final acepté—. También quiero darle algo para que siempre recuerde este momento —agregó.

Noté sus manos temblar mientras sostenía las mías, «¿por qué?», me pregunté, sin imaginar siquiera que su respuesta aun hoy me causaría escalofríos.

Su nariz casi rozaba la mía y sentí su aliento demasiado cerca. Sin embargo, no me atreví a abrir los ojos.

Sus labios se posaron sobre los míos como una caricia, una dulce caricia que descontroló mis latidos…






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¡Holis! ¿Quién extrañó a Cory?, ¿Qué les va pareciendo hasta ahora la búsqueda implacable😉?

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