CAPÍTULO 44: ¡ YO NO FUÍ INFIEL!
Disfrútenlo muchas gracias!!.
La oficina de Preston se veía tan lejos como el horizonte mismo, o como una milla verde al cual muchos condenados temen cruzar de un extremo a otro. La mano del hombre millonario aún seguía sobre el hombro del castaño, ejerciendo presión, asegurándose de que no se le vaya a escapar y contarle a todo mundo el secreto que tanto procuró guardar, llevárselo a la tumba, ni siquiera en la otra vida, si el destino es caprichoso y ambos terminaban juntos de nuevo se lo iba a contar.
Finalmente llegaron, Preston fué el que se encargó de abrir la puerta, eh invitó al castaño a pasar adentro de la misma, un mal presentimiento tenía Dipper, los dos dols hablando en esa oficina, no sería precisamente una charla agradable. Dipper lo miró a los ojos, y en su rostro aún continuaba esa sonrisa que no lo engañaba en lo absoluto, ¿Qué clase de hombre era Preston?, ¿Acaso el pasado no le ayudó a cambiar en lo absoluto?. Dipper ingresó seguido de Preston, quién al ver cómo el castaño ingresó, poco a poco fué borrando de su rostro aquella sonrisa tonta y agradable, y una fría y sería expresión iba floreciendo. Cerró la puerta y le colocó el seguro, nadie, absolutamente nadie iba a entrar ahí.
—Muy bien... —dijo Preston. Caminó en dirección a su asiento detrás de su escritorio. En la computadora tenía como fondo una foto de él y su esposa, estando en la playa, ambos se veían muy contentos, y se notaba que Priscila estaba feliz a lado de su esposo. ¡Jum!, Si supiera que comparte su esposo con otra.
Dipper solo miraba con sarcasmo esa foto, Preston sino era el peor hombre que había conocido (descartando a Stan, claro) estaba cerca de serlo.
—¿Entonces quieres que te dé un resumen de estos días que nos has estado en la casa? —preguntó Dipper, olvidando por completo el tono formal y educado con el cual, en teoría, debería emplear cada vez que hable con algún miembro de la familia—. Pues ponte cómodo, porque estos últimos días...
—Ya déjate de tonterías, ¿Si?, Ambos sabemos perfectamente porque estás en esta oficina, hablando conmigo —dijo Preston, ahora sí esa boba sonrisa se esfumó y la expresión y el tono serio llegó.
—No tengo idea de lo que estás hablando —comentó Dipper, tratando de escudarse en la típica ignorancia que los culpables suelen emplear antes de declarar todo.
—¿Ah no?, Que extraño, juraría que Luc me avisó que habías encontrado algo sumamente interesante de leer, y también me había dicho que metiste las narices dónde no te llaman —dijo Preston, mirándolo directo a los ojos.
—¿Algo interesante de leer? —sonó gracioso, y sarcástico—, ¿Acaso es alguna revista para adultos o algún libro erótico?.
—¡Ya déjate de tonterías mocoso! —levantó la voz Preston, dando un fuerte golpe en encima de su escritorio—, no tengo tiempo para estar escuchando estupideces, sabes perfectamente porque estás aquí.
—Me lo imagino —seguía siendo sarcástico. Preston se estaba enciendo como un volcán a punto de estallar frente a una población pequeña de alguna comuna o pueblo.
—Escúchame muy bien Dipper, y solo lo diré una vez, lo que hayas encontrado, algún documento, alguna carta... alguna foto, no es tú incumbencia, ¿Me entiendes?, ¡No es tu incumbencia!.
—¿Carta? —metió la mano en los bolsillos interiores que tenía su traje. De ahí, sacó la famosa carta de la discordia—. ¿Te refieres a esta carta? —se la arrojó enfrente de él, cayendo con la parte dónde estaban escritas las palabras que arruinarían su matrimonio con Priscila.
—¿Aún la conservas? —preguntó—. Creí que la habías destruido.
—Pensé en hacerlo, pero no, ¿Sabes?, A mí no me concierne destruir algo que es tuyo, yo solo estoy aquí para servirle a Pacífica.
—¿Se lo dijiste a alguien? —preguntó Preston, agarrando rápidamente esa carta, como un roedor agarra una migaja de pan.
—Por favor Preston, ¿Realmente crees que si se lo hubiera dicho a alguien de esta familia te hubieran recibido alegres y con los brazos abiertos?, Claro que no, seguramente toda tu ropa estaría afuera, tirada, hechas pelotas o en el peor de los casos, destruida.
Preston entrecerró sus ojos, y guardó esa carta en los bolsillos de su traje, manteniéndola a salvó y lejos de su esposa y de su hija.
—Preston solo quiero saber algo —dijo Dipper, cruzándose de brazos.
—¿Qué cosa?.
—¿Cómo puedes ser tan sinvergüenza?, ¿Cómo puedes ir y revolcarte con tú amante o amantes en la cama y después venir y abrazar a tú esposa y a mi nov... digo, a la señorita Pacífica como si nada hubiera pasado? —lo miró con desprecio—. ¿Cómo puedes soportar todo eso? ¿Acaso tú conciencia te abandonó?, ¿El dinero la hizo esfumarse rápidamente?.
—Yo no tengo por qué responderle eso a un mocoso entrometido cómo tú —dijo de manera muy agresiva—, Dipper, te lo advierto, si llegas a abrir la boca te juro que...
—¿Qué?, ¿Vas a matarme?, ¿Vas torturarme?, ¿Te vas a meter con mi familia? ¿Ellos son inocentes y aún así te vas a meter con ellos? —dió un paso al frente, acercándose a Preston—. ¿Todavía puedes ser aún más sinvergüenza Preston Northwest?.
Preston se levantó se su asiento mirando directamente a los ojos al castaño, echando fuego por cada orificio de su rostro, un dragón milenario desatando toda su furia contra una minúscula aldea.
—Sino fueras el sirviente de mi hija, créeme que ya te hubiera dado una paliza con mis propias manos, y te hubiera echado a patadas de mi casa —lo dijo con un tono muy amenazante—. ¿Dime cuánto quieres?.
—¡Ja!, ¿Me quieres sobornar?, No puedo creerlo, eres... peor que la palabra sinvergüenza, Preston —dijo Dipper.
—¿Yo sinvergüenza?, Por favor Dipper, conozco a los de tu tipo, tú eres como el resto de los otros pueblerinos que aprovechan cualquier oportunidad para sacarle dinero a los ricos como yo. ¿Cuánto quieres?, ¿Mil?, ¿Dos mil?, ¿Cinco mil?, ¿Un cheque o en efectivo?.
—Nada —dijo Dipper con un tono firme y decidido—. Ni mil, ni cinco mil, ni diez mil, ni cheques ni nada de eso, yo soy sirviente de la señorita Pacífica, y me deber es asegurarme de cumplir y satisfacer sus necesidades, cuidarla, y ver qué todo esté bien, ¿Qué clase de sirviente sería si no puedo cumplir con eso?, Y no, yo no soy como el resto de "pueblerinos" como dices, yo si tengo conciencia.
—No quieras engañarme, ¿Sino quieres dinero que quieres, eh?.
—La felicidad de mi novia —pensó el castaño—. Que la señorita Pacífica esté bien, eso es todo, soy su sirviente, y lo seré por lo que resta del verano, así que ni se te ocurra echarme de la casa, o tu hija podría sospechar de tí.
—Dipper Pines, te doy una última advertencia, ten mucho cuidado con lo que dices.
—No te preocupes Preston —dijo Dipper—. Mi boca no será la que destruya a esta familia, tú infidelidad sí.
—¡Yo no fuí infiel! —gritó Preston de repente—, Yo no fuí... infiel.
—¿Eh?
—No lo fuí, yo... no lo fuí, yo... no quise serlo —dijo mientras lentamente se sentaba en la silla y sostenía su cabeza con su mano derecha.
—¿No quisiste serlo? —Dipper entrecerró sus ojos mientras observaba las acciones del hombre millonario.
—Amo a mi esposa, pero un día, Norman me llevó a conocer a uno de sus mejores amigos, un sujeto llamado Rogger, dueño de una empresa de construcción y, ahí, conocí a la que sería mi mayor dolor de cabeza —dijo Preston mientras se sostenía la cabeza, frustrado, delante del castaño.
Flashback tiempo atrás...
Un lujoso auto se estacionó frente a un gran edificio, una empresa de construcción. Dos hombres bien vestidos se bajaron del auto, Preston Northwest y Norman Southwest, un par de socios y buenos amigos.
—No exageraste cuando me dijiste que sería... un edificio interesante —comentó Preston, al ver la magnitud y el tamaño de dicho edificio.
—Jaja, te lo dije, Rogger nunca escatima en gastos a la hora de demostrar su poder monetario —dijo Norman.
—Ya lo creo, ¿Tienes una cita con él?, Tipos así suelen estar muy ocupados.
—¿Crees que la necesito?, Por favor, vamos —dijo Norman, invitando a su amigo a ingresar en esa empresa, lugar donde no necesitaba de alguna cita para hablar con su colega Rogger.
Preston junto a Norman ingresaron en el edificio. Al llegar, lo primero que vieron fué a un montón de personas caminando de aquí para allá, haciendo sus labores lo más rápida y efectivamente posible, Rogger de seguro era un excelente jefe y mantenía satisfechos a sus empleados para que trabajen más rápido, o tal vez era un verdadero hijo de puta y sobrexplotaba a todo el personal a más no poder, exprimiendo hasta la última gota de sudor.
Preston y Norman utilizaron un elevador para llegar al último piso, en dónde quedaba la oficina de Rogger. Antes de ingresar el guardia les pidió que se identifiquen, pero Norman solo tuvo que bajarse sus lentes negros y mirarlo a la cara. El guardia inmediatamente reconoció a Norman y le permitió el paso, ni siquiera preguntó quién era Preston, no había necesidad, si venía acompañado de Norman, de seguro era alguien importante. Preston quedó sorprendido, y claro, eso hizo crecer más su maldito ego.
Los dos subieron en el elevador y llegaron al último piso, y ocurrió el momento que marcaría la vida de Preston para siempre. Cuando las puertas se abrieron, lo primero que vió Preston fué a una jóven y hermosa mujer —la palabra hermosa se queda realmente corta— de cabellos blanquesinos, de piel blanca, ojos grises, mirada penetrante y seductora, con una figura de modelo profesional, con una piernas increíbles. Nada en este puto mundo es perfecto, pero ella estaba cerca de serlo. Preston quedó hipnotizado, asombrado ante tal mujer.
Steven2: Que rica chuleta... ujum. ¿Pero creo que es mucho, no?.
Steven: Eso lo deciden los lectores/as
Norman y Preston se acercaron dónde estaba aquella secretaria, quién los observaba desde que salieron del ascensor, o mejor dicho, observaba acercarse a Preston, con una sonrisa coqueta.
—Valery, buenos días, ¿Qué tal?.
—Bienvenido señor Norman, es un placer volver a verlo —dijo. ¡Dios!, Esa voz, esa voz angelical que tenía esta mujer no se la podía comparar con nada.
—¿Rogger está en su oficina?, ¿O de nuevo se está "escondiendo" en su famosa excusa de está en una reunión?.
—El señor Rogger está en su oficina, no tiene ninguna reunión sino hasta la tarde, ¿Desea que le avise de su visita? —preguntó Valery, educadamente.
—No hace falta, lo voy a sorprender —dijo Norman—, que tengas un lindo día.
—Igualmente —Norman junto con Preston caminaron hacia la puerta de la oficina.
Lo curioso era que Preston mientras caminaba observaba de reojo a dicha mujer, y ella, conciente de que la estaba observando, llevó su bolígrafo a la boca y le sonrió coquetamente. Algo que hizo sonreír un poco al hombre millonario. Quien hubiera dicho que eso marcaría la vida de Preston, para siempre.
Continuará...
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