Capítulo 5 parte 8: Acciones justificadas

Unos minutos más tarde, en otra parte de la ciudad, Vanya tocaba su violín en su piso, pensando en aquella conversación que había mantenido con Leonard aquella mañana. También pensó en aquello que había discutido con Allison... ¿Era cierto que se estaba precipitando? ¿O acaso su hermana se preocupaba sin motivo aparente? Probablemente le vendría bien visitar a la pelirroja. Quizás ella pudiera ayudarla. Siempre había sido una buena consejera, después de todo. Estaba tan concentrada en sus pensamientos y en la pieza que interpretaba, que se sobresaltó al escuchar que alguien tocaba a su puerta. Con calma, dejó de tocar, y aún con el violín y el arpa en sus manos, abrió la puerta.

—Ah, hola —dijo a su hermana actriz, quien le sonrió tímidamente.

—Hola —la saludó Allison—. ¿Puedo pasar? —cuestionó, pues no quería parecer una intrusa.

—Lo siento, pero necesito ensayar —mencionó la castaña, sin oponerse a su estancia, simplemente dejando que entrase a su piso, caminando hacia el atril.

—Oye, sé que no quieres oír esto —empezó a decir la de piel mestiza tras entrar a la vivienda y cerrar la puerta tras ella—, pero he estado en la biblioteca buscando datos sobre Leonard...

—¿Qué? —Vanya estaba incrédula: ¿tan poco confiaba en ella su hermana? —. ¿Por qué has hecho eso?

—Vanya, hay registros de absolutamente todos —rebatió la rubia, intentando justificarse—. Si me buscas a mí, encontrarás miles de...

—Eres una de las personas más famosas del mundo —la interrumpió la violinista en un tono molesto.

—Vale, mal ejemplo —admitió ella—. El caso es, que tendría que haber algún registro sobre él, pero solo he encontrado una foto suya y su nombre en el listín —añadió, informándola sobre lo poco que había descubierto—. Es como si no hubiera existido hasta ahora...

—No me lo puedo creer —sentenció Número Siete, incrédula—: ¿estás buscando trapos sucios del chico que me gusta? ¿Quién hace eso? —se molestó.

—Oye, entiendo bastante de acosadores y bichos raros —le recordó su hermana—. No me fío de él —alzó su tono, pues la conversación comenzaba a volverse agitada.

—No, de quien no te fías, es de mi —negó la violinista en un tono decepcionado.

—¿¡Qué!? ¡No! Eso es...

—Esto no gira en torno a ti —acusó la castaña de ojos marrones—. Y por primera vez, a excepción de mi querida hermana, alguien cree que soy especial —añadió, lanzándose un dardo envenenado a su hermana con aquellas palabras, logrando herirla profundamente.

—Estoy preocupada por ti.

—Tú no eres mi madre —rebatió Número Siete testarudamente—. Preocúpate por tu hija —sentenció severamente, provocando que los ojos de Número Tres se volvieran vidriosos.

—Eso no es justo —musitó la mestiza en un tono extremadamente herido.

—Quiero que te vayas —expresó la castaña en un tono serio, a pesar de que se daba perfecta cuenta del daño que acababa de hacerle a su hermana.

La tercer violín quería que su hermana se marchase de su piso, para no añadir más comentarios que lamentaría más tarde. Observó cómo los ojos de la actriz intentaban retener sus lágrimas, tomando su bolso y abrigo lentamente, comenzando a caminar hacia la puerta. Se de tuvo antes de cruzar el umbral, dando una ultima mirada da Número Siete. Tras hacerlo, simplemente se marchó, cerrando la puerta tras de sí. Vanya se quedó entonces sola en su piso, siendo carcomida por el remordimiento de haberse peleado nuevamente con Número Tres... Sabía que Allison solo intentaba ser buena hermana, pero incluso ella debía darse cuenta de que había sobrepasado los límites. Suspiró pesadamente, habiendo decidido a intentar limar las asperezas al día siguiente.

#

Una hora más tarde aproximadamente, Hazel y Cha-Cha entraron a su nueva habitación en otro motel de carretera, lo suficientemente alejado del anterior. Habían tenido que moverse, pues no podían quedarse en un lugar en el que habían realizado una eliminación necesaria. Y el recepcionista podría identificarlos de todas formas, así que encontrar otro alejamiento era prioritario.

—Ahora camas pequeñas —se quejó Hazel nada más posar su vista en ellas—. ¿Qué será lo siguiente? ¿Futones en el suelo? —expresó con ironía.

—¿Y eso qué más da? —cuestionó su compañera de piel negra, claramente molesta con su actitud—. Solo estaremos aquí una noche.

—Claro, a ti te da igual —mencionó el hombre corpulento—. Me he recorrido todas las casas de empeños de la ciudad buscando el maletín, mientras estabas sentadita en la biblioteca —le informó, encendiendo la luz sobre su cama individual.

—Al menos tenemos algo sobre ellos que nos será útil —mencionó la agente de La Comisión, sujetando el libro autobiográfico de Vanya en su mano derecha—. Es como un manual de la familia Hargreeves, incluyendo a nuestra sospechosa —sentenció—. Y te diré una cosa —se sinceró en un tono tenso—: son duros de pelar —admitió, antes de relatar lo que había descubierto—. Número Cinco puede viajar en el tiempo sin el maletín, aunque sin precisión —comenzó—; el zoquete gigante ha vivido unos años en la Luna y tiene superfuerza —continuó, recordando su pelea en la Umbrella Academy—; el yonqui puede invocar a los muertos, lo que explica que ayer supiera la historia de la rusa muerta —leyó, pues había anotado todo lo que había podido encontrar en una de las hojas en blanco—; en cuanto a nuestra sospechosa pelirroja, tiene la capacidad de leer la mente, controlar las emociones (aunque de esto haga poca gala), así como de mover objetos y cualquier cosa con la mente.

—Sí, lo recuerdo bien —afirmó Hazel en un tono tenso—. Pero por lo que sabemos ahora, no solo tiene esas habilidades, sino que es capaz de moverse a una velocidad imprevisible, tiene control sobre el fuego, además de generarlo —enumeró el agente—, y lo mejor de todo —concluyó—: puede revivir.

—Así es —afirmó su compañera—. No me extraña que la jefa la quiera eliminar... O capturar.

—¿Y qué hay de los otros hermanos? —preguntó Hazel, acercándose a la ventana de la habitación.

—El idiota del antifaz puede curvar todo lo que lanza, que suelen ser cuchillos —explicó—. Aunque queda claro que no es tan talentoso en ello como su hermana, a quien llaman La Incógnita.

—Ese es el que debe preocuparnos ahora —sentenció el agente de cabello castaño, refiriéndose a Número Dos.

—¿Por qué?

—Porque está en el aparcamiento, escondido detrás de un camión de helados.

Cha-Cha se acercó a su compañero, pues si aquello era cierto, estaba claro que los estaba persiguiendo por algún tipo de vendetta personal. No podrían tener la suerte de librarse de él, aunque para su buena fortuna, eran dos contra uno. Nada más acercarse a la ventana, pudieron ver claramente a Diego junto a otra persona en el asiento del copiloto, a quien lo lograron identificar por estar demasiado lejos. Suspirando pesadamente, Cha-Cha cerró las cortinas.

Entretanto, en el coche, esperando a la ocasión idónea, Diego acababa de entrar en el vehículo tras colocar un dispositivo de seguimiento en el coche de sus enemigos. Aquello, pensó, le sería de utilidad en caso de que la situación se torciera y lograsen escapar. Tras haber logrado percatarse de cómo una cortina se cerraba rápidamente en el segundo piso del motel de carretera, Diego sonrió maliciosamente.

—Bingo —dijo, al haber tenido éxito en localizarlos.

—Sabes que matar a esos no va a hacer que te sientas mejor, ¿no? —cuestionó Klaus, tomando otro trago de su botella de vodka.

—Sí —afirmó su hermano en un tono severo—, pero cuando acabe, dormiré como un bebé.

—Eso seguro —masculló el adicto por lo bajo, contemplando la sonrisa satisfecha de Número Dos—. Y luego soy yo el que está como una cabra en esta familia... —murmuró inaudiblemente.

Los agentes de La Comisión apenas habían empezado a desempacar sus pertenencias cuando alguien toco a la puerta de su habitación. Pensando que podía tratarse del lanza-cuchillos de la familia Hargreeves, ambos sacaron sus armas, dispuestos a acribillar a cualquiera que hubiera tras aquella puerta. Cargando su arma, la de piel negra se acercó a la perta, alargando su brazo izquierdo para abrirla, mientras que en la derecha sujetaba su pistola. Hazel por su parte, se acercó a la ventana, para averiguar la identidad de la persona tras la puerta, suspirando aliviado, escondiendo su arma tras su espalda.

—Es del hotel —le dijo a su compañera, quien asintió ligeramente, escondiendo el arma y abriendo la puerta, tomando un trozo de papel que el encargado le tendía, para después cerrar ésta nuevamente—. De parte de Cinco —informó Cha-Cha a su compañero de fuerte complexión.

—¿Cómo nos ha encontrado? —se sorprendió el agente.

—Trabajó en la empresa —replicó ella—: conoce todos los protocolos —afirmó, antes de suspirar—. Dice que tiene el maletín y quiere que nos veamos —sentenció tras leer rápidamente la nota con los ojos—. Venga, ya llegamos tarde —indicó a su compañero en una voz urgente.

—¿Y nuestros amiguitos de fuera? —cuestionó Hazel, tomando la chaqueta que se había quitado en sus manos—. No nos conviene que nos sigan —añadió, vistiéndose con ella—. ¿Manila 1902?

—Usaremos el cubo de hielo —replicó ella tras unos segundos.

Diego, aun vigilando las habitaciones del motel por si a alguno de aquellos asesinos se le ocurría salir, suspiró, de pronto tensándose al comprobar que, efectivamente, el hombre trajeado salía de la habitación con algo en sus manos.

—Quédate en el coche —dijo a su hermano en un tono autoritario.

—Pero ¿qué dices? ¡Ese tío me torturó! —rebatió Klaus, claramente ofendido por su propuesta.

—Tengo un plan —sentenció el lanza-cuchillos, saliendo del coche.

Cuchillo en mano, el vigilante caminó lenta pero decididamente hacia el motel. Una vez allí, subió las escaleras hasta el segundo piso, lugar en el que había visto desaparecer a Hazel con anterioridad. Sin percatarse de ello, Seánce lo había seguido discretamente, aún colocado hasta cierto punto.

—¿Y cuál es el plan, campeón? —le preguntó el joven capaz de ver a los muertos.

Número Dos suspiró pesadamente, molesto por el carácter obstinado de su hermano.

—Te he dicho que esperases en el coche.

—Ya —afirmó Klaus en un tono indiferente—, y también me dijiste que si chupaba una pila de nueve voltios, me saldría vello púbico —le recordó, rememorando aquella broma que le había gastado el moreno hacia tanto tiempo.

—Teníamos ocho años —le dijo en un tono bajo, pues se sentía algo culpable por ello—. Por una vez en tu vida, necesito que me escuches, ¿vale? —dijo a su hermano, deteniéndolo al observar que pretendía seguir avanzando, bajando las escaleras con él—. Ahora, vuelve al coche —sentenció autoritariamente, obligándolo a descender los peldaños—. Si en dos minutos no he salido, es que quizá esté muerto —lo sujetó por los hombros, provocando que lo mirase a los ojos—. Si pasa, ve a pedir ayuda, ¿vale?

—Sí, vale, vale —contestó el espiritista finalmente tras suspirar—. Vale... —repitió mientras caminaba al exterior, pues Diego, quien había vuelto a subir unos peldaños, le hizo un gesto imperioso con la mano para que se marchase.

Una vez libre de tener que estar constantemente vigilando a su hermano adicto, el lanza-cuchillos subió nuevamente al segundo piso, abriendo la puerta de la habitación de una fuerte patada. Había escuchado sonidos que provenían del interior, pero solo era la televisión, la cual habían dejado encendida a propósito para distraerlo. Escuchó entonces el sonido de un motor de coche encendiéndose, y acelerando rápidamente, por lo que salió de la habitación, sorprendiéndose, pues Hazel y Cha-Cha iban en su coche, comenzando ambos a dispararle en la distancia. Logró esquivar la mayoría de las balas, aunque algunas impactaron, por suerte, contra su chaleco reforzado con kevlar. Por suerte para él, su hermano apareció de pronto, arrastrándolo hacia atrás, detrás de una pared de granito.

—Joder, tío... —se sorprendió Número Cuatro— ¿Ves? Y tú que pensabas que era idiota.

—Sigo pensando que eres idiota —recalcó Diego, sujetándose el brazo izquierdo, pues una bala había impactado en él—. Se nos escapan —sentenció con premura, comenzando a correr por bajar las escaleras hasta su coche.

—De nada...

Ambos salieron del motel de carretera, pero ya era demasiado tarde: habían logrado eludirlos.

—¡Mierda! —maldijo el moreno por lo bajo—. Sube al coche —indicó a su hermano, solo para percatarse de que les habían pinchado las ruedas—. Malditos cabrones —volvió a maldecir, realmente molesto y enfadado.

—¿Esto formaba parte de tu plan maestro? —cuestionó Seánce en un tono irónico, apoyándose en el lateral de un camión de helados, el cual estaba estacionado frente a, su ahora inútil, coche.

—Cállate —ordenó el lanza-cuchillos casi en un gruñido, molesto.

#

Vanya, habiéndose preparado a conciencia, acababa de llegar al teatro Ícaro, donde estaban celebrándose las audiciones para Primer Violín, el puesto que llevaba deseando alcanzar desde hacía años. No tenía demasiada confianza, pero las palabras de Leonard la habían animado a presentarse, por lo que suspiró: ahora era el momento de comprobar si todo su trabajo duro era recompensado. Puede que no fuera "especial" como sus hermanos y hermanas, pero nadie podría negar jamás lo mucho que disfrutaba tocando el violín, aunque al principio hubiera empezado a tocarlo solo para sentirse más cercana a su padre. Él fue quien se lo entregó, hacia tantos años. Caminó con seguridad hasta el centro del escenario, observando que solo había tres personas presentes: el director de la orquesta, y otros dos chicos que no conocía, o al menos, cuyas caras no lograba situar ni reconocer.

—¿Cómo te llamabas? —cuestionó el director, habiendo alzado ligeramente la vista para observarla.

—Vanya —replicó ella en un tono inseguro.

—Más alto, por favor —pidió en un tono algo altanero el director.

—Vanya Hargreeves.

—Sí... —afirmó el director, reconociéndola— ¿Bueno? —cuestionó, haciendo un leve gesto con su mano derecha, indicándole que debía empezar su interpretación.

Número Siete suspiró pesadamente, nerviosa por aquella prueba de presión, pero logró sobreponerse. Colocó el violín en su clavícula, sujetándolo con su barbilla, antes de empezar su interpretación de Gigue, perteneciente a la Partita Nº.2 en D menor de Bach, la cual había ensayado desde que había conseguido entrar a la orquesta.

En un principio, ni el director ni sus otros acompañantes parecían interesados en su interpretación, pues ni siquiera estaban prestando atención. La castaña sin embargo no se percató de ello, concentrándose exclusivamente en la música, en cómo la hacía sentir, habiendo cerrado los ojos. Sin embargo, algo extraño comenzó a suceder al margen de la actuación de Vanya, algo de lo que ella estaba totalmente inconsciente: una especie de ondas sonoras salían ahora de su violín, lentamente, captando la atención del director y sus acompañantes. Parecían embelesados de pronto, prestando una atención casi hipnótica a la actuación de la violinista. Una vez terminó la pieza, éstos le sonreían, por lo que, al abrir los ojos y contemplar sus rostros, una sonrisa satisfecha se esbozó en los sonrosados labios de Número Siete.

#

Entretanto, siendo desconocido para todos sus hermanos Allison, quien aún contaba con la dirección del ebanista, se personó en su casa, aprovechando que no se encontraba allí. Tras entrar por una ventana convenientemente abierta en la sala de estar, la actriz suspiró, caminando de puntillas hacia la escalera que conducía al piso superior. Una vez allí, entró en la habitación del joven que estaba tan interesado en su hermana, comenzando a revisar sus cajones, cama, armarios... Todo lo que encontrase. Debía averiguar si las intenciones de Leonard para con su hermana eran sinceras o no. Salió de la habitación al no encontrar nada, y estuvo a punto de abrir la trampilla que daba al ático, cuando un coche estacionándose la sobresaltó: el ebanista había vuelto a casa. Maldiciendo por lo bajo, pero recordando la posición de la trampilla del ático, Numero Dos logró evadir a Leonard, valiéndose de su sigilo para salir de allí por la puerta trasera.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top