Capítulo 5 parte 7: ¿Qué estarías dispuesto a hacer?
En la Umbrella Academy, concretamente en la habitación de Número Cinco, Cora estaba ahora sentada en la cama de su adorado viajero espaciotemporal, observando cómo éste escribía formulas en las paredes, subido a la cama. Dolores por su parte, se encontraba sobre un sofá reclinable, a escasos centímetros de la cama. Habían estado allí desde las primeras horas del día, tras haberse reunido y hablado (si se lo podía llamar así) con Klaus. El muchacho de cabello moreno aún se sentía algo molesto por la charla que había mantenido con Seánce, por lo que escribía con cierta furia en las paredes.
—Vale, creo que tengo algo, Dolores —escuchó musitar al de trece años, quien carraspeó tras unos segundos—. Mira esto, Cora —apeló a ella, girándose y contemplando cómo ella lo observaba con una ceja arqueada, pues seguía ciertamente algo celosa del maniquí—: aún es difuso, pero promete —añadió, señalando con su tiza lo que acababa de escribir.
Número 𝛘 asintió lentamente, fijando su atención en las fórmulas, haciendo él lo propio, volcando su atención de nuevo en ellas.
Luther por su parte, quien acababa de entrar a la estancia, posó su vista en su hermano, aunque su expresión facial era confusa, totalmente contrapuesta con la orgullosa y afectuosa por parte de la pelirroja.
—¿De qué hablas? ¿Qué es todo esto? —cuestionó, interesado en el asunto que sus adolescentes hermanos parecían traerse entre manos—. Buenos días, Cora —la saludó, recibiendo una sonrisa de la aludida.
—Buenos días, Luther —lo saludó ella desde la cama.
—Es un mapa de probabilidad —sentenció Cinco, sin siquiera voltearse, de nuevo concentrado en sus fórmulas.
—¿Probabilidad de qué?
—De quién salvaría el mundo con su muerte —replicó la de ojos verdes.
La Chica Maravilla ahora cruzándose de brazos tenía una expresión contrariada en el rostro, pues no le agradaba nada aquella perspectiva de asesinato. ¿Y si esa persona tenia familia? ¿Seres queridos? Nunca había estado de acuerdo con los métodos de La Comisión, pero reconocía que en ciertos momentos debían tomarse medidas drásticas por el bien común... Aunque la sola idea de apoyar aquel tipo de ideología le daba escalofríos.
—Lo he reducido a cuatro —añadió Cinco, desviando su mirada hacia su hermano por unos segundos, percatándose de la expresión algo contrariada de su chica.
—¿Estáis diciendo que uno de esos cuatro puede causar el Apocalipsis? —cuestionó Luther, señalando las formulas con el dedo índice de su mano derecha, pasando su mirada por los adolescentes.
—No —negó Número Cinco—, lo que digo es que su muerte podría evitarlo —sentenció con un tono calculador, casi carente de empatía.
—Me estoy perdiendo —dijo Spaceboy, pues le costaba comprender aquellos conceptos.
Cinco se volvió hacia él, en su rostro ahora una expresión molesta. La Incógnita suspiró, pues veía venir otro arranque de ira proveniente de su adorado chico.
—El tiempo es caprichoso —comenzó a decir el viajero espaciotemporal—. La más mínima alteración de los hechos puede tener consecuencias a gran escala en el continuo temporal —resumió rápidamente, pues no quería perder tiempo en más explicaciones inútiles.
—Dicho de una forma más simple y menos enrevesada —intercedió Cora, ganándose una caricia breve en su mejilla izquierda por parte del de ojos azules—: el llamado Efecto Mariposa.
—Así que tengo que averiguar qué personas tienen más probabilidades de impactar en la línea temporal —continuó El Chico—, y una vez identificadas...
—...Matarlas —finalizó la chica en un tono sombrío.
La Inexistente observó cómo el rostro de Número Uno se convertía en uno suspicaz al escuchar aquella afirmación por su parte. Estaba claro que no se había planteado la posibilidad de que ambos hablasen en serio. Spaceboy posó su mirada en su hermana, incrédulo: ¿acaso ella estaba de acuerdo con aquellas acciones? Rápidamente, al leer su pregunta en su mente, Cora negó lentamente con la cabeza, antes de suspirar.
—No estoy de acuerdo, no —negó en voz baja, descruzando los brazos y observando cómo su hermano adorado bajaba de la cama—, pero no tenemos otra opción si queremos salvar el mundo —añadió, contemplando cómo El Chico Maravilla rebuscaba en la mesita de noche junto a la cama, sacando el libro de Vanya de su interior.
Luther se acercó entonces a la ventana, pues en las fórmulas escritas en la pared, podía leer un nombre que estaba redondeado en varias ocasiones. Cinco por su parte comenzó a anotar algo en las páginas del libro.
—Milton Greene —leyó—. ¿Es un terrorista o algo así?
—Es jardinero —lo informó Cora, levantándose de la cama, quedando cerca de Número Uno.
Éste abrió los ojos como platos, observándola con sorpresa y horror, como si la que estuviera frente a él no fuera su hermana, sino una loca. ¿Acaso estaba dispuesta a sacrificar a gente inocente? Hacía unos escasos segundos, no se encontraba en contra de la idea de ir a por los malhechores, pero ahora que sabía que también había personas inocentes, no podía comprenderlo. La de ojos verdes le acababa de asegurar que no estaba de acuerdo con aquellas acciones, pero no parecía dispuesta a detener a Numero Cinco.
—No hablarás en serio... —negó Spaceboy, preocupado— Ninguno de vosotros habla en serio, ¿verdad? —trató de cerciorarse, recibiendo un gesto negativo con la cabeza por parte de La Incógnita—. Esto es una locura, Cinco —apeló a él, contemplando cómo tras dejar el libro en la mesita, sacaba un rifle enfundado de debajo de la cama—. ¿De dónde has sacado eso?
—Del despacho de Papá —sentenció el chico capaz de teletransportarse en un tono indiferente—. Creo que lo usaba para matar rinocerontes —mencionó, sacando el arma de su funda—. Es un modelo parecido al que usaba yo en el trabajo —reconoció, cargando las balas—: se adapta bien al hombro, y es muy fiable —sentenció, intercambiando una mirada con su preciosa hermana.
—«Sé que no te gusta y ya sabes que a mí tampoco, pero no tenemos elección» —indicó Cinco en su mente en un tono apenado, pues a él tampoco le entusiasmaba el cometer aquellos atroces crímenes, aunque su fachada dijera lo contrario—. «Piensa que o hacemos por nuestra familia... Y por nosotros».
Cora asintió lentamente en silencio, antes de escuchar la voz incrédula de su otro hermano.
—Pero no puedes... No podéis... —Luther apenas parecía ser capaz de hablar— Ese tal Milton es un hombre inocente —recalcó.
—Lo sabemos —intercedió Cora, suspirando.
—Pero es matemática pura —añadió el viajero espaciotemporal—. Quizá su muerte podría salvar la vida de millones de personas —recalcó en un tono cortante, a pesar de que Cora pudo ver tras su fachada, contemplando lo mucho que aborrecía aquello—. Igualmente morirá dentro de cuatro días.
—El Apocalipsis no perdona a nadie, Luther —sentenció ella en un tono pesimista, pues sabía que Cinco tenía razón, y ambos lo habían vivido en sus carnes.
—No hacemos estas cosas, Cora —recalcó Spaceboy.
—Lo sé, pero...
—Vosotros no haréis nada —la interrumpió el adolescente de uniforme en un tono severo—. Es cosa mía... Y de Número 𝛘 —sentenció, provocando que un escalofrío recorriese el cuerpo de la aludida, quien sabía que su hermano solo la llamaba así cuando estaba en mucha tensión, o la situación era increíblemente grave.
—No dejaré que mates a personas inocentes, Cinco —se negó el hombre de la luna, excluyendo a su hermana, pues no la creía capaz de hacer una cosa así—, por muchas vidas que salves.
—Pues intenta detenerme —lo retó su hermano de trece años, comenzando a caminar hacia la puerta con el arma en sus manos—. Vamos, querida —apeló a ella, quien cerró los ojos pesadamente, antes de volverse hacia Spaceboy.
—Lo siento, pero esto es necesario —masculló en un tono casi inaudible, siguiendo a su hermano.
—«Si no puedo hacerlo razonar, tendré que tomar medidas drásticas» —pensó el chico de la luna, logrando ser escuchado por su hermana, quien se giró rápidamente—. No iréis a ningún sitio —sentenció, tomando a Dolores por el cuello, sujetándola firmemente, alargando su brazo al exterior, dejando suspendida a la maniquí en el aire, amenazando con soltarla y hacerla caer varios metros.
—Luther, no —negó la pelirroja, quien sabía lo mucho que le importaba a su hermanito.
—No tengo otra opción, Cora —negó éste en un tono férreo.
Cinco se giró entonces, sujetando su arma con fuerza.
—No lo hagas —sentenció El Chico, recalcando cada palabra en un tono molesto.
De pronto escuchó la voz de su chica en su mente.
—«Tranquilo. Yo me encargo de salvarla» —indicó en un tono suave—. Entonces tampoco yo tengo otra opción, hermano —apostilló ella, usando su velocidad imperceptible para la vista para tomar rápidamente a Dolores en sus brazos y colocarla de nueva cuenta en su sillón—. Me debes una, que lo sepas —le dijo a la maniquí, contemplando por el rabillo del ojo la sonrisa agradecida y dulce de su hermano moreno—. Ya basta —le pidió a Número Uno—. No vas a conseguir nada así...
—Si así están las cosas... —murmuró Spaceboy, reflexivo— Lo siento mucho, hermanita —dijo de pronto el chico de la luna, asiendo en aquella ocasión a su propia hermana por el cuello, dejándola a ella suspendida en el aire.
—¡Luther! —exclamó ella, intentando respirar, pues el agarre que éste ejercía sobre su garganta era asfixiante.
Al ver aquella acción por parte de Número Uno, el adolescente de ojos azules ni siquiera lo pensó: como guiado por un impulso, sujetó con fuera el rifle, apuntando con él a Luther. La ira le carcomía ahora las entrañas, y todo el cuerpo le ardía por ello.
—Suéltala... Ahora... Mismo —cuando habló, su voz estaba ronca, casi como el gruñido de un animal.
Su voz ya no poseía aquel tono calmado de hacía escasos segundos, sino que ahora era tensa, incluso temblaba. Era una voz asesina. Luther sintió cómo le recorría un breve escalofrío por la columna vertebral, afirmándose sus suposiciones acerca de hasta qué punto La Inexistente era importante para él. Estaba claro que sería capaz de lo que fuera por ella. Ahora solo tenía que conseguir que lo hiciera.
—Suelta el arma —sentenció Número Uno—. Hoy no vas a matar a nadie —añadió, antes de dar una mirada hacia Dolores—. Puede que Cora haya podido salvar al maniquí, pero dudo mucho que ella pueda devolverle el favor —analizó, sin siquiera inmutarse por los golpes que la pelirroja le propinaba en la muñeca, intentando liberarse de su agarre—: estás con las manos atadas —contempló cómo un tic se hacía presente en el rostro de su hermano, lo que le indicó que no estaba acostumbrado a perder el control de la situación—. Siento tener que hacer esto —dijo a su hermana, quien intentaba tomar aire—, pero si no lograba detenerlo tú eras mi As en la manga —le informó en un tono apenado, pues odiaba poner en peligro a su dulce hermanita—. Sé que Cora te importa más que nada ni nadie en este mundo, Cinco —indicó en un tono suave—, así que no me obligues a hacer esto —amenazó en un tono serio—. O ella —la alzó un poco más, provocando que el moreno sujetase con mayor fuerza el rifle, incrementándose el temblor de su cuerpo—, o el arma —dejó claras sus condiciones—. Tú decides —le dio el ultimátum.
—He dicho —habló Cinco, comenzando a perder los papeles—. Que. La. Sueltes.
Numero 𝛘, sintiendo que cada vez le era más difícil respirar, notó cómo su vista se oscurecía a cada segundo, pues no llegaba el suficiente aire a sus pulmones. Logró desviar su mirada hacia el adolescente de ojos azules, contemplando cómo ése temblaba de pies a cabeza por la ira, su mirada aterrada y su rostro lívido por la posibilidad de que algo le sucediese. Se percató de que Número Cinco parecía bajar el arma.
—¿Estás seguro? —cuestionó Numero Uno, arqueando una ceja—. Como quieras...
La Incógnita intentó decirle a su adorado hermano que todo iría bien, cuando de pronto y sin previo aviso, Spaceboy la soltó, arrojándola al vacío. La pelirroja abrió los ojos con pasmo, pues no se esperaba aquella acción por parte de Luther: no lo creía capaz de hacerlo. Estaba, se dijo, claramente equivocada.
Comenzó a caer a una velocidad vertiginosa, hacia el pavimento, sintiendo que todo a su alrededor transcurría en cámara lenta, volviendo a ver pasar su vida hasta ese instante ante sus ojos. Notó entonces, cómo el terror de volver a aquella eterna oscuridad, de cuyo domino era soberana La Parca, aprisionaba su corazón, negándose a soltarlo. Cerró los ojos, asustada ante su destino: no quería volver allí, a la nada. No quería morir de nuevo. Ni siquiera estaba segura de ser capaz de revivir de nuevo... Quizás su suerte ya se hubiera acabado. La vida rara vez suele dar segundas oportunidades, y aquella era la suya. De pronto, sintió cómo unos fuertes y cariñosos brazos la sujetaban por su espalda y la flexión de las rodillas. Tras unos pocos segundos logró escuchar un "¡zum!", para entonces abrir sus ojos verdes, encontrándose de vuelta en la habitación de Número Cinco. Su Chico Maravilla la tenía sujeta en brazos, con el rostro expresando una honda preocupación. Aliviada como nunca de volver a ver su bello rostro, la pelirroja rodeó su cuello con los brazos, abrazándolo, mientras sentía que todo su cuerpo era rodeado por una gran calidez, pues el muchacho moreno estaba reciprocando el abrazo.
La respiración de Cinco era agitada: su cerebro había tardado dos centésimas de segundo en percatarse de las acciones de Número Uno, y para cuando se teletransportó, pensó que quizás no llegaría a tiempo a salvar a su querida Cora. La adrenalina y la tensión que lo invadían anteriormente ahora se liberaban en un ligero temblor por todo su cuerpo, además de una respiración agitada. Mientras abrazaba a Número 𝛘, estrechándola con fuerza contra él (ahora sentado al borde de la cama con ella sobre su regazo), la mirada azul del Chico Maravilla se posó en su hermano Luther, quien ahora estaba cerca de la puerta, sujetando el rifle que había dejado caer para salvar a su hermana de la caída.
—Puedo pasarme así todo el día —indicó Spaceboy en un tono sereno, aunque apenado.
El viajero espaciotemporal se dijo a si mismo que, de poseer esa habilidad, ahora estaría haciendo estallar en miles de pedazos la cabeza del idiota de su hermano por poner a su chica en peligro. Parecía querer atravesar su cráneo con la mirada, sintiendo que su control de impulsos estaba a punto de irse por la ventana, pero al sentir el temblor de la uniformada de ojos esmeralda entre sus brazos, se detuvo: ya tendría tiempo para devolverle la jugada a Número Uno.
Con calma, El Chico rompió el abrazo con La Inexistente, dejando su mano izquierda sujetando su nuca, acariciándola suavemente. Su mano derecha por otro lado se posó en la mejilla izquierda de ella, preocupado.
—«¿Estás bien, querida?» —pregunto suavemente, preocupación irradiando de cada palabra.
—«E-estoy bien» —la escuchó tartamudear, lo que lo hizo maldecir por lo bajo—. «So-solo necesito... Reponerme del susto» —intentó calmarlo ella, mirándolo profundamente a los ojos—. «He... Vi-visto mi vida pasar de nuevo a-ante mis ojos» —le confesó, provocando que el moreno acariciase su mejilla con cariño—. «No quiero volver a ese lugar... Era muy oscuro, y estaba muy sola».
—«No volverás allí» —aseguró El Chico—. «Te lo prometo: no permitiré que vuelvas allí».
Luther, quien los observaba en silencio, sintiéndose culpable, habló entonces.
—Siento haber recurrido a estas acciones tan drásticas —comenzó, posándose sobre él una mirada esmeralda y otra azul-helada—, pero no quería haceros daño a ninguno. Solo quería deteneros —indicó—. Sé que sigues siendo buena persona, Cinco —comentó, apelando a su hermano—, o no lo habrías arriesgado todo por volver aquí para salvarnos —lo analizó—. Puede que Cora no comulgue con tus ideas, pero siempre te seguirá, a donde quiera que vayas —reflexionó—. Pero ahora ninguno de vosotros está solo —añadió en un tono conciliador.
—Solo hay una salida —sentenció Número Cinco en un tono severo, conteniéndose para no gritar a su hermano por sus acciones, dejando que la pelirroja recostase su cabeza en su hombro, pues estaba aún temblando y necesitaba descansar—: pero es algo casi imposible.
—¿Más aún que lo que os trajo de vuelta a ambos?
Cinco no contestó, sino que suspiró, besando afectuosamente la frente de Cora, quien ahora descansaba tranquilamente apoyada en él. No quería despertarla, pues acababa de dormirse, pero si querían acabar con todo aquel caos, debían ponerse en marcha cuanto antes. Al menos, se dijo, podrían contar con la ayuda de Luther en aquella ocasión.
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