Capítulo 5 parte 5: Motivaciones
En otra habitación de la casa, concretamente la de Diego, éste acababa de personarse allí tras haber consultado la nota que encontró en la escena del crimen del motel, donde su apreciada Eudoria había... Aún no podía pensar en aquella palabra para definir su estado. No le cabía en la cabeza que su anterior amor, a excepción de La Inexistente, hubiera desaparecido así como así de su vida. No se lo merecía. Ella siempre había luchado contra la injusticia, y aquella fuera moral había sido una de las cosas que más le habían atraído, según lograba recordar. Con el corazón en un puño, Número Dos comenzó a guardar en su maletín de superhéroe (como lo llamaba de niño) sus cuchillos y armas de subterfugio. En un momento dado, tomó en sus manos un cuchillo antiguo, que ella le había regalado en sus primeros años de noviazgo. Recordó entonces sus palabras el día anterior, donde él mismo la había exhortado para trabajar como una justiciera, tal y como hacía él. Quedaba claro entonces: él había sido el artífice de su muerte. Había sido su serpiente del Eden, y ella, tal y como hicieran Adán y Eda, había hecho caso a sus certeras y venenosas palabras. Con un suspiro ahogado por el dolor, guardó el cuchillo en el maletín, cerrando éste con firmeza, pues no quería volver a causar un incidente así por su irresponsabilidad. Aún debía vengarse. Salió entonces con calma de su habitación, llevando el maletín consigo.
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Seánce acababa de salir del pasillo de las habitaciones, caminando como alma en pena hacia las escaleras que llevaban al piso bajo. Su ánimo estaba por los suelos. No podía pensar en nada ni nadie. Por el camino encontró a Pogo, observándolo con mirada extrañada, pues estaba trabajando con herramientas sofisticadas y avanzadas tecnológicamente: trataba de arreglar a Grace, o eso parecía. No quiso cuestionar sus motivos, pues ya tenía bastante en su plato como para interesarse por los asuntos de otros... Y la discusión con Cinco le acababa de dejar un mal sabor de boca. Aunque por el lado bueno, se alegraba muchísimo de tener a su hermana pelirroja de vuelta. Le aliviaba saber que no había sufrido, y que, tras renacer, su primer pensamiento y acción había sido el volver con ellos. Ahora, estaba seguro, se quedaría con ella, y no dejaría que nada malo le sucediese, tal y como prometió tiempo atrás.
Notando su presencia, el chimpancé alzó el rostro, contemplando a su Maestro Klaus con cierta lástima, pues, aunque no sabía acerca de sus vivencias más recientes, incluso para él quedaba claro que acababa de volver de las fauces del infierno. Su rostro lo expresaba con claridad meridiana. Dejo que se marchara, no molestándose en interrogarlo sobre su estado, volviendo su atención a Grace, a quien estaba esforzándose por reparar.
Número Cuatro bajo al fin las escaleras, llegando al hall de la mansión, encontrándose con la lámpara del techo en el suelo, totalmente rota. De igual manera, observó los rastros de pelea en la sala de estar. Estaba claro que había sido escenario de una gran confrontación.
—¿Qué ha pasado aquí? —cuestionó Seánce, confuso.
—Estás hecho un asco —comentó Diego, entrando al vestíbulo con el baúl en su mano, caminando hacia la salida.
—Oh, muchas gracias —replicó Klaus con ironía—. Oye, ¿a dónde vas? —cuestionó, pues le apetecía salir del ambiente opresivo y hasta cierto punto claustrofóbico de la mansión.
—No —negó Número Dos, pues preveía la petición de su hermano adicto.
—¿Qué?
—No pienso llevarte —recalcó Diego, deteniendo su caminar, ahora a escasos metros de la puerta principal.
—Venga, hombre —rogó Klaus—, sabes que no puedo conducir...
—No pienso... —Diego se interrumpió al escuchar las siguientes palabras de su hermano.
—Vale, guay —comento Seánce rápidamente—. Voy a por mis cosas. Tardo dos minutos.
Kraken dejó escapar un suspiro pesado al escucharlo, aunque no tuvo ninguna objeción, pues notaba a su hermano cambiado, realmente distinto. Hasta podría decir que le inspiraba lástima. Quizás aquella sería una buena ocasión para intentar estrechar lazos con él, ya que admitía que no había sido el mejor a la hora de relacionarse con sus hermanos. Además, tras lo ocurrido con Patch, no podía permitirse perder a nadie más, ya fuera por su irresponsabilidad o por su poca costumbre y/o interés en relacionarse con su familia.
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Entretanto en la biblioteca pública de Argyle, Allison se encontraba revisando archivos en internet gracias a los ordenadores que allí había disponibles en algunas zonas de estudio, buscando cualquier tipo de información relevante que pudiera encontrar acerca de Leonard. Aún no superaba el altercado que había vivido en el piso de Vanya, ni su posterior intento de encubrir sus, evidentemente, sospechosas acciones. Rumor no creía ni por un segundo la excusa que Leonard le había dado, y estaba completamente segura de que ocultaba algo, o más bien, que se había acercado a Vanya con siniestras intenciones. No podría asegurarlo, pero había algo en ese ebanista que no le resultaban nada agradable. Empezó buscando por su apellido: Peabody. Aquello, no hizo más que arrojar una serie de artículos y noticias, en las que distintos hombres apellidados Peabody a lo largo de los años, habían sido entrevistados o habían sido noticia en los periódicos por distintos motivos, pero ninguno de ellos era el interés romántico de la violinista.
En una de las noticias que Número Tres logró encontrar, se detallaba con gran pompa y circunstancia, como Leonard era un modelo a seguir para todos sus conciudadanos. Ni una sola mancha en su perfecto historial, y Alison sabía que aquello era imposible: ninguna persona era tan perfecta, tan buena, tan desinteresada, tan... Falsa. Tal y como ella le había dicho a su hermana, lo perfecto rara vez es real, y entre las apariencias se esconde la verdad. Por desgracia, esta suele ser mucho más oscura de lo que parece a simple vista.
Era aquel instante la de piel mestiza escucho un estornudo procedencia del cubículo frente al suyo, por lo que se apresuró a ser educada.
—Salud —indicó en un tono amable, volviendo su vista a su pantalla.
Siendo completamente desconocido para ella, la persona que acaba de estornudar no era otra que Cha-Cha, quien se había personado en la biblioteca con el fin de buscar información sobre la familia Hargreeves, y ahora tenía en sus manos el libro autobiográfico de Vanya, el cual estaba leyendo.
—Gracias —replicó la de piel negra en un tono amable, pasando una de las hojas del libro, absorta e interesada en la historia.
Hay un continuo buscando información sobre Elena durante unos cuantos minutos sin ningún tipo de resultado, hasta que finalmente encontró a su hombre: alguna noticia en la columna de cooperación comunitaria, donde se detallada como unos artesanos locales subastaban sus obras para recaudar fondos. desde luego una acción realmente loable, pero no dejaba de ser sospechoso para ella, y la sonrisa que el ebanista esgrimía en aquella fotografía le provocaba escalofríos. Era una sonrisa forzada, de esas que muchos niños esgrimen a la hora de abrir sus regalos de Navidad, cuando encuentran algo que no esperaban o no les gusta, tratando de mantener una fachada de amabilidad.
No había mas noticias sobre Leonard Peabody, el ebanista, por lo que Rumor decidió buscar su dirección, encontrándola a los pocos segundos. Era el N. º147 de Murillo Street. Tras apuntarla en un bloc de notas, la de cabello rubio teñido suspiró, pues lo que estaba a punto de hacer no era nada lícito, pero se convenció de que lo hacía por el bien de su hermana, disipándose todas sus dudas al respecto. Tomando aliento y con una mirada determinada, recogió su bolso y se marchó de allí, apagando el ordenador. Por su parte, Cha-Cha continuó allí, leyendo cómodamente y sin percatarse de que su enemiga se acababa de marchar.
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En cuanto a Hazel, este no había tardado en llegar a Griddy's Doughnuts, donde esperaba tener otra conversación agradable con Agnes, a quien había comenzado a tener aprecio, pues la encontraba una persona muy interesante, amable, desinteresada... Pero, sobre todo, era alguien que lo hacía reír y con quien podía mantener conversaciones distendidas durante horas sin aburrirse siquiera. Resumiendo: era alguien que lo hacía sentir vivo... Alguien que lo hacía anhelar el vivir una vida normal. En cuanto la dependienta vestida de rosa lo vio acercarse a la barra, una sonrisa se esbozó inmediatamente en sus labios.
—Cuánto tiempo —lo saludó, sonriente.
—Vaya —se sorprendió el agente, observando a su alrededor, tomando nota de la abundante y animada clientela—, hoy tiene lío, ¿eh? —cuestionó en un tono amable, sonriéndole.
—Los martes hay descuento —explicó la mujer—: los de crema están a mitad de precio —mencionó, haciendo un gesto a su espalda, señalando los donuts—. Si no los vendemos antes de medianoche, se ponen duros como palos de hockey —se carcajeó, logrando contagiar su risa al hombre con algo de masa muscular—. Bien, ¿qué quiere que le ponga? —le preguntó, sacando su bloc de notas y su bolígrafo, dispuesta a anotar su comanda.
—Es una buena pregunta —afirmó Hazel con una sonrisa tierna—: el de glaseado es sencillo, pero un acierto; el de chocolate es saboroso y sensual; el de cereza tiene tan buena pinta que es fácil que te decepcione —enumeró en un tono suave, pues ya había probado todos ellos en aquellos días que llevaba frecuentando el local—. No sé qué hacer —confesó—. Creo que voy a... Pasármelo.
—Pero le aconsejo que se decida rápido —le indicó Agnes—, porque estoy a punto de salir a comer —argumentó, sorprendiendo a su interlocutor, quien de nueva cuenta sonrió, pues aquella era la oportunidad idónea para pasar tiempo con ella.
—La acompaño —sentenció suavemente, provocando que ella se ruborizase ligeramente.
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Diego conducía ahora su coche a través de las carreteras silenciosas de la ciudad, con su hermano Klaus sentado en el asiento del copiloto, silencioso y sin inmutarse. Tal y como pensaba Kraken, éste parecía haber pasado por algún tipo de experiencia traumática, pues no era habitual que estuviera tan callado, además de que sus ropas eran completamente distintas a aquellas con las que lo había visto anteriormente. Pensó si debía o no hablar con él, pues cuando generalmente una persona se mantiene en silencio, significa que no quiere hablar ni ser molestada, algo en lo que él tenía sobrada experiencia. Sin embargo, se trataba de Seánce. Él nunca se mantenía silencioso: siempre tenía una broma que contar, o una historia que narrar. Aquello era... Antinatural. Con un suspiro pesado, rompió el silencio que se había instalado en el vehículo desde que ambos lo habían abordado.
—¿Estás bien? —cuestionó en un tono amable, preocupado—. Madre mía, esto es nuevo —comentó, percatándose de que Número Cuatro prefería amorrarse a la botella antes que hablar con él—: mi hermanito Klaus, callado —se sorprendió—. Desde los doce no estabas tan callado... O más bien desde los dieciséis, tras lo ocurrido a Cora —apostilló, desviando por una fracción de segundo su vista, posándola en el adicto—. Te negaste a hablar con nadie durante semanas, y tampoco comías o ibas a las misiones. Te encerraste en ti mismo por tanto tiempo, que cuando volviste a hablar tenías la voz ronca —rememoró—. ¿Cuánto tiempo hiciste ese voto de silencio voluntario?
—Ocho semanas —replicó Klaus en un tono apesadumbrado—. Casi nueve.
—Ocho, casi nueve, benditas semanas de felicidad —comento Diego, intentando hacerlo reír.
—Oye, déjame aquí —sentenció Número Cuatro, pues por el rabillo del ojo había encontrado un viejo bar para veteranos de guerras extranjeras, cuyo letrero decía: Base Lakeshore.
Diego arqueó una ceja, confuso sobre por qué su hermano había pedido que lo dejase en aquel lugar, pero con calma condujo el coche hasta el aparcamiento, estacionándolo allí. Intentó hablar con Número Cuatro, pero éste salió del coche a toda prisa, sin siquiera dejarlo abrir la boca. Kraken ahora sí que estaba preocupado: definitivamente la conducta de su hermano distaba mucho de ser normal. Observó que entraba al establecimiento, por lo que, tras unos segundos de meditarlo, apagó el motor del coche.
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