Capítulo 5 parte 3: Preguntas que necesitan respuesta
Entretanto, en un autobús que pasaba convenientemente cerca del gimnasio de Al, un hombre de aspecto anciano leía su periódico matutino, interesado en las noticias de aquel día, cuando un vórtice azul hizo que el papel volase de sus manos. El hombre se agachó lentamente a recoger su periódico, percatándose de pronto de que había un adulto joven, de no menos de 30 años, vestido de forma militar, con un nuevo tatuaje en el brazo, y placas de identificación en su cuello. Era Klaus, quien acababa de volver de su viaje espaciotemporal con el maletín que había sustraído a Hazel y Cha-Cha. Sus manos estaban manchadas de sangre, y todo su cuerpo temblaba. Claramente estaba en shock. Las lágrimas empezaron a caer lentamente por sus mejillas, antes de apearse del vehículo en la próxima parada. Una vez lo hizo, entró en una espiral de ira, destruyendo el maletín, golpeándolo contra un banco cercano. Dejó escapar un grito agonizante, cayendo de rodillas al suelo. Seguidamente, el maletín explotó, prendiéndose en llamas. Número Cuatro lloraba ahora, pues no había consuelo posible para lo que había visto...
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Por su parte, Hazel y Cha-Cha, aún en el motel de carretera, continuaban buscando, infructuosamente, el maletín que les había sido sustraído. Incluso habían interrogado a la mujer de la limpieza en l lavandería, pero ésta había demostrado no saber nada, siendo inútil para ellos, por lo que la agente de piel negra había decidido deshacerse de ella por motu propio. El agente con algo de masa corporal y vello facial desvió la mirada, pues estaba cada vez más convencido de que las tácticas y técnicas de su compañera eran hasta cierto punto demasiado radicales... Empezaba a dudar sobre su permanencia en su puesto de trabajo: había comenzado a desear vivir una vida tranquila, sin personas a las que eliminar, ni líneas temporales que corregir o restaurar.
Ambos continuaban ahora su búsqueda en la lavandería, tras haber asesinado a la mujer de la limpieza. Cha-Cha revisó varias lavadoras, encontrando nada, mientras que Hazel revisaba los casilleros de los empleados: todos vacíos, sin nada de valor en ellos.
—Aquí no está —se desanimó la de piel negra, frustrada por su falta de éxito.
—Igual se lo llevó el yonqui —sugirió el agente con vello facial.
—Qué va —negó ella—. ¿Otra suposición brillante que quieras compartir?
—Sí, tengo un par —replicó Hazel con soltura, pues no le iba a tolerar que lo tratase de idiota.
En aquel instante, un mensaje de su organización llegó a un tubo dentro de uno de los casilleros. Éste tenía el numero 15 escrito en él. En su interior había un cilindro con una única palabra escrita en él: "urgente". El de cabello castaño oscuro lo tomó, entregándoselo a su compañera, quien lo abrió, entregándole el mensaje que había en su interior.
—"Infracción del código 6870-4A —comenzó a leer Hazel—: viaje de ida y vuelta no autorizado a 1968. Se exige explicación" —finalizó en un tono triunfal, antes de darle el mensaje a su colega de faena.
—Mierda —maldijo Cha-Cha—. El yonqui —afirmó, mientras Hazel devolvía el cilindro al conducto, cerrando la puerta—. ¿Qué coño se cree que somos? ¿Una agencia de viajes? —cuestionó irónicamente—. Joder, Hazel.
—Ya lo sé —sentenció él—: si no recuperamos pronto el maletín, estamos jodidos.
—Esto no habría pasado si hubieras cumplido el protocolo y no lo hubieras soltado —le recriminó la castaña.
—Y si te hubieras dignado a llevarlo tú alguna vez, no tendríamos este problema —rebatió él en un tono algo elevado—. El seguro no me cubre las sesiones con el fisio, y aún así no me oirás quejarme.
—Oh, ¿así que estás sufriendo en silencio? —se mofó ella.
—Eh, ¿podemos dejar esto ahora? —cuestionó el agente algo molesto, pues no soportaba las discusiones sinsentido, aunque en realidad, todas lo eran.
—Vale —afirmó Cha-Cha—. Volvamos a la casa de los chicos a buscar a ese yonqui.
—¿Va en serio? —se sorprendió Hazel, su tono algo sarcástico—. La última vez salimos vivos por los pelos.
—Antes debemos saber a qué nos enfrentamos —sugirió la castaña trajeada—. Yo investigaré a la familia, incluyendo a nuestro objetivo —añadió—, mientras tú buscas al yonqui —finalizó—. Vamos a por el maletín —indicó, antes de comenzar a caminar fuera de la lavandería.
—Vale... —murmuró Hazel, siguiéndola.
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Entretanto, Vanya, quien se había vestido y maquillado ligeramente, pues tenía una cita con Leonard, escuchó cómo alguien llamaba a la puerta de su apartamento de forma insistente y escandalosa. Preocupada por las quejas de sus vecinos, se apresuró en abrir la puerta rápidamente, encontrándose a su hermana Allison al otro lado, con una sonrisa adornando su rostro.
—Hola —la saludó la violinista con una sonrisa, dejándola pasar.
—Buenos días —canturreó la actriz, sujetando una bandeja con dos cafés y un paquete en su mano izquierda—. Qué bufanda más bonita —alabó mientras entraba, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Te has maquillado? —se sorprendió, observándola de arriba-abajo.
—Solo un poco —replicó Vanya, claramente ruborizada pero entusiasmada—. Mierda —masculló, molesta.
—¿Qué pasa? —se extrañó Rumor, pues eran contadas las ocasiones en las que escuchaba maldecir a su hermana.
—Ayer me quedé sin pastillas —se explicó la castaña—. Guardo las de repuesto en el recipiente de la mantequilla, pero resulta que solo hay mantequilla, así que... —añadió rápidamente.
—Bueno, te he traído una sorpresa —sentenció Allison, tomando en sus manos uno de los cafés y la bolsa—: Bomboloni, de la pastelería Petrola, como cuando éramos pequeñas —desveló, sonriente.
—Es un detalle —comenzó a decir Número Siete—, pero me los guardo para luego —comentó—: he quedado con Leonard para desayunar —le contó, tomando el café que le tendía, comenzando a beber un poco.
Allison dejó el paquete en la mesa, suspicaz y preocupada.
—Ayer las flores, hoy desayunáis... —enumeró— Vais bastante lanzados.
—Sí —afirmó la violinista—, ¿qué tiene de malo? —cuestionó, confusa.
—¿Crees que lo conoces bien? —cuestionó la actriz de pronto.
—Lo bastante como para desayunar con él, si es lo que insinúas —replicó la castaña de forma cortante.
—Es que después de lo de ayer creo... —se interrumpió, pues no quería que su hermana pensase que era una metiche, o peor aún: que la odiase— Que me da mal rollo.
—Allison... —Número Siete rodó los ojos— ¿He estado doce años sin verte, y de repente vienes a darme consejos de chicos? —cuestionó con ironía.
—Sigo siendo tu hermana —le recordó—, y estoy preocupada por ti —recalco—. ¿Acaso has ido a ver a Cora desde que regresó, tal y como le prometiste? —cuestionó de pronto, provocando que los ojos de Vanya se desviasen—. Exacto. No lo has hecho —negó, pues había dado en el clavo—, y sé que le haría mucha ilusión si lo hicieras —añadió—. De nuestros hermanos, eras, mejor dicho, eres su favorita... No hay nadie a quien quiera más.
—Con una excepción —sentenció la violinista.
—Bueno, pero ya sabemos la razón de esa excepción —rebatió la actriz—. Deberías preocuparte por nuestra familia, Vanya, como yo me preocupo por ti, y por Leonard.
—¿En serio, Allison? —cuestionó la castaña—. Tiene gracia que, tú precisamente, me eches en cara que no me preocupo por mi familia —añadió por lo bajo—. Iré a ver a Cora cuando tenga un rato libre y la casa no esté a rebosar de gente —indicó—. Para variar, me gustaría tener una conversación tranquila con ella —se explicó, antes de que su tono se tornase algo molesto—. ¿Y qué es exactamente lo que te preocupa?
—Leonard parece un chico encantador —comenzó a decir la rubia teñida—, muy respetuoso —continuó, observando cómo su hermana sonreía—. Un chico perfecto —alabó, antes de ponerse seria—. Pero sé por experiencia que cuando algo parece demasiado perfecto, suele ser lo contrario —confesó en un tono arrepentido, pues tampoco quería herir a Vanya con sus opiniones.
—Habló la chica que ha basado toda su vida en rumores —comentó con sarcasmo la violinista, provocando que Allison se tensase—. A veces la gente es lo que parece —sentenció con suficiencia, antes de salir por la puerta de su piso, dejando allí sola a su hermana.
—¿Vanya? —la llamó la actriz, sintiendo vergüenza, pues pensaba que su hermana ahora estaba molesta con ella, por sus comentarios nada acertados—. Genial, bien hecho, Allison —se dijo a si misma en voz baja, tomando un sorbo de su propio café—. No pensé que ser buena hermana fuera tan... Difícil —reflexionó, suspirando—. Cora lo hace ver tan fácil...
Tras salir de su piso, la violinista no tardó en reunirse con Leonard en un pequeño bar cercano, a unos pocos metros. Al verlo sentado en una mesa cercana a la ventana, lo saludó con una sonrisa, un gesto que él reciprocó. La castaña entró a los pocos segundos al local, caminando hacia su mesa.
—Hola —lo saludó, contenta, sentándose—. ¿Qué? —cuestionó, pues la observaba de manera extraña.
—Nada —negó con una sonrisa él—. Es que te veo muy contenta.
—La verdad es que hacía tiempo que no me encontraba tan bien —admitió la chica.
—¿En serio? —preguntó el ebanista, algo interesado en su respuesta.
—Sí —afirmó—: es flipante —se sorprendió—. Llevo tomando medicación desde que tengo uso de razón —confesó en un tono sereno—, pero ayer me quedé sin pastillas y me encuentro genial.
—¿Si te encuentras mejor sin pastillas, por qué tomártelas? —sugirió Leonard en un tono soñador—. Hablando de drogas —continuó—: te he pedido una taza de café.
—Allison ha venido antes a casa y me ha traído un café —replicó ella, sonriente, pues era tierno ver cómo se preocupaba por ella e intentaba acercarse—. Creo que voy servida —bromeó.
—Ahora estáis pasando muchos buenos ratos juntas —comentó Leonard en un tono algo celoso, que, sin embargo, Vanya no captó.
—Algo así —concedió ella—. Llevábamos años sin vernos, y desde que ha vuelto está intentando... Hacer de hermana mayor —le contó—. Tal y como Cora siempre hizo —añadió con un tono nostálgico—. Aunque tenemos la misma edad y resulta... Bastante chistoso, la verdad.
—¿En serio?
—Sí. Nacimos todos el mismo día.
—Es verdad —se percató Leonard, alzando los brazos al cielo, como su hubiera dicho una estupidez—. Cierto —añadió, sonriendo tontamente—. El rollo ese de la Umbrella Academy —comentó—. Se me había olvidado —admitió—. Espera... Me comentaste que tu hermana, Cora —apeló a ella, provocando que lo observase—, había vuelto, ¿verdad? —indagó, provocando que Número Siete asintiese—. ¿Y cómo es que ha vuelto siendo una adulta?
—Oh, no, no —negó Vanya rápidamente—. En realidad, ella tiene la misma apariencia que tenía con 13 años —le explicó rápidamente—. Aún no sé cómo es posible, ni cómo es que ha vuelto, pero hablaré con ella para averiguarlo.
—Ya veo —afirmó Leonard, interesado de pronto—. Tiene que ser alguien muy especial...
—Sí. Lo es —afirmó Vanya, sintiéndose inferior a su hermana pelirroja por un momento, antes de recomponerse.
—Imagino que tuvo que ser muy raro, eso de nacer todos el mismo día —comentó el ebanista, cambiando el rumbo de la conversación.
—Ni te lo imaginas —sentenció la violinista en un tono algo apenado—. No había un cumpleañero o cumpleañera —contó—: lo celebrábamos a la vez —añadió—. Y no solo eso, sino que nunca teníamos regalos, porque Papá pensaba que eran estúpidos —confesó—. Pero por suerte, Mamá y Número 𝛘 se encargaban de comprarlos cuando él no se daba cuenta —rememoró, sonriente.
—¿"Número 𝛘"? —se extrañó Leonard, pues ese término era desconocido, o eso parecía, para él.
—Oh, claro —se percató la castaña—: como sabes todos teníamos un número y nombre en clave —empezó a explicar—. Cora, a diferencia de todos nosotros, no tenía un número. Nunca supimos por qué, pero Papá así lo decidió —recordó, extrañada—. De igual manera, sus nombres en clave no eran precisamente alentadores —comentó—: "La Inexistente" o "La Incógnita" la llamaba.
—Que...
—¿...Horror? —intercedió Vanya, arqueando una ceja.
—Iba a decir extraño, pero sí, eso también sirve —se rio el ebanista—. Bueno, si lo miras desde esta perspectiva, el número 𝛘 es literalmente la incógnita en las matemáticas, y si lo escribes como nº 𝛘 significa el número inexistente —explicó con rapidez el joven.
—Vaya, sí que eres un experto en el tema —se asombró ella, sonriéndole.
—Que va, no es para tanto —negó él, antes de carraspear—. Bueno, volviendo al tema de los cumpleaños... Imagino que no lo pasaste nada bien.
—Así es —afirmó la chica—. ¿Te imaginas lo que es compartir tu cumpleaños con siete capullos famosos en todo el mundo, que saben que te dan mil vueltas en todo? —expresó, frustrada—. Bueno, menos en el caso de Cora... Ella no es una engreída.
—Pues no, la verdad es que no puedo imaginarlo —admitió el joven de cabello castaño.
—Creo que me tomaré el café —indicó la castaña, acercándose la taza y vertiendo el contenido de un pequeño sobre blanco en su interior.
—Oye —apeló a ella, llamando su atención—, me parece que a tu hermana no le caigo muy bien.
—No, no —negó la violinista—. Es que cree que soy incapaz de tomar mis propias decisiones.
—A lo mejor tiene razón —sugirió Leonard, provocando que ella lo mirase, confusa—: acabas de echarte sal en el café.
—Mierda, lo siento —se disculpó, carcajeándose—. Lo siento —volvió a decir, observándolo reír, disfrutando de ello—. Tengo muchas cosas en la cabeza —admitió—. Antes me han llamado, y... Van a hacer una audición para primer violín de la orquesta —le contó.
—Un momento —la detuvo el castaño—, ¿qué ha sido de la otra chica?
—No lo sé —confesó la violinista—. De pronto ha dejado de venir.
—Pues genial —se alegó el ebanista—. Qué buena noticia —celebró—. Podrás hacer la audición.
—No —negó con rapidez ella—. No estoy preparada para eso.
—Vanya —Leonard apeló a ella en un tono suave—, eres una violinista increíble —la alabó—. En serio —aseguró—: me enseñaste a tocar Frère Jacques en menos de una hora —rememoró—. Eso es impresionante —alabó una vez más, provocando que ella le dedicase una sonrisa agradecida—. De verdad: si crees en ti misma por una vez, solo una, te van a pasar cosas grandiosas —aseguró en un tono misterioso, como si conociera verdades más allá del ámbito común.
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