Capítulo 5 parte 2: Pasado y futuro entrelazados
La pelirroja de ojos verdes tuvo que tomar aliento: aquellas serían las primeras personas a quienes contaba su pasado... Y estaba francamente aterrada. Eran sus hermanos, sí, ¿pero podrían creerla? ¿Por inusual que pudiera parecer la historia? Tras tragar saliva, sintiendo que su hermano favorito apretaba su mano para infundirle valor, comenzó.
—Aquel día hace catorce años, yo morí, como bien sabéis —dijo, provocando que los semblantes de sus hermanos se tornasen oscuros por unos breves instantes—. Mientras exhalaba mi último aliento sentí frío, soledad, angustia... Remordimiento —continuó, su voz quebrándose por unos instantes—. Y después, la nada. La oscuridad total —añadió, sujetando con algo más de firmeza las manos de su hermano—. Pasó un año entero hasta que vi la luz una vez más —su voz sonaba dubitativa de pronto—. Aquel 1 octubre de 2006 fue cuando renací —desveló Número 𝛘, observando que los ojos de Número Uno y Número Cinco se abrían con pasmo por unos segundos—. No sé explicar qué o cómo ocurrió —aclaró, pues leyó en sus mentes la inminente pregunta—, pero lo único que sí sé, es que volví a nacer del vientre de una mujer el mismo día y mes que en mi vida original, aunque en esta ocasión, no fue un embarazo inmediato —se explicó tras suspirar—. Tuve que desarrollarme nuevamente durante trece años, y cuando vi en las noticias la muerte de nuestro padre... Sabía que debía volver a casa —les contó con un tono sereno, tomando aliento para continuar.
—¿Me estás diciendo que tu conciencia tiene 29 años? —cuestionó Cinco, observándola.
—Sí, pero no exactamente —negó La Inexistente lentamente—. Luther —apeló a su otro hermano, quien la escuchaba silencioso, prestándole toda su atención—, ¿recuerdas que te dije ayer que Cinco y yo estábamos conectados? —preguntó, recibiendo un gesto afirmativo por su parte—. Nuestras mentes seguían conectadas —clarificó, provocando que Cinco inhalase lentamente—. Cuando te fuiste —apeló Cora al de ojos azules, quien intercambió una mirada con ella—, mi mente aun seguía conectada a la tuya por nuestro lazo mental.
—Ahora que lo mencionas —rememoró el adolescente que viajaba en el tiempo—, cuando me marché sí sentí como si algo se hubiera... —no parecía encontrar la palabra correcta— Desgarrado.
—...Desgarrado —dijo ella al unísono, asintiendo—. Sentiste cómo una parte de mi mente se desgarraba en aquel salto espaciotemporal, uniéndose a la tuya —explicó—. Una parte de mi se quedó contigo todos aquellos años en el post-apocalipsis —Cinco parpadeó en varias ocasiones, perplejo—. Por eso sufrí un episodio de colapso mental nada más marcharte —continuó, sintiendo que su adorado hermano posaba una mano en su mejilla, acariciándola—: mi mente no estaba preparada para ello —indicó—. Por eso la ilusión que te acompañaba siempre tenía mi viva imagen, y por eso sus respuestas eran tan...
—...Reales —finalizó él por ella, comprendiendo a qué se refería—. Por eso podías contestarme con tanta claridad en mi ilusión —añadió—. Entonces, si tu mente estuvo conectada a la mía todo ese tiempo, eso significa que...
—...Sé todo por lo que pasaste, todas las cosas que alguna vez pensaste —terminó La Incógnita en aquella ocasión por él, sonriéndole compasivamente—. Viví contigo todos aquellos años. Nunca estuviste solo —le aseguró, provocando que él reciprocase su sonrisa—. Y por eso sé también acerca de la muerte de Papá y el Apocalipsis que se avecina.
—Espera, espera —interrumpió Luther—. ¿Entonces tienes una conciencia de 58 años, como él? —indagó, señalando al adolescente.
—No, Luther —negó ella—. Mi conciencia tiene 73 años en realidad —sentenció en un tono sereno—. Déjame que lo simplifique —le sonrió—: morí con 16 años, después renací y he cumplido 13 años —comenzó a contar—, lo que haría un total de 29 años mentales, ¿me sigues? —preguntó, pues no quería confundir más a su hermano, recibiendo un gesto afirmativo por su parte—. Además de mis 29 años mentales, mi mente ha estado conectada a la de Cinco durante 44 años en el futuro —añadió La Inexistente—, lo que sumándolo daría como resultado 73 años —finalizó.
Spaceboy y El Chico se mantuvieron en silencio unos segundos, sopesando y procesando la información que acababan de recibir, pues era demasiada para unos pocos minutos. Una vez lo hicieron, suspiraron, pues a pesar de la magnitud de la información, sabían que la pelirroja decía la verdad, y, al fin y al cabo, lo único que les importaba era que hubiera vuelto a sus vidas.
—Por eso te buscan Hazel y Cha-Cha —sentenció por lo bajo Número Cinco, provocando que ella asintiese nuevamente—: eres un contratiempo en la línea temporal. No debería haber sido posible tu regreso —añadió en un tono preocupado—. Ahora comprendo cómo podías estar en el lugar indicado en el momento oportuno —reflexionó—. Griddy's, los Grandes Almacenes, la Umbrella Academy... —enumeró, habiéndose percatado de que la figura encapuchada se trataba de ella— Sabías exactamente dónde encontrarme y lo que debías hacer —dijo en un tono lleno de orgullo—. Y, por si fuera poco, creo que esos dos pirados también te buscan por esos nuevos poderes que has desarrollado y usado para ayudarme —masculló de forma inaudible, recordando sus anteriores encuentros con Número 𝛘—. No te preocupes —le dijo, mirándola con confianza—: voy a protegerte.
—Nos protegeremos mutuamente —replicó Cora, juntando su frente con la de él, feliz de haberse reunido al fin con él, de tenerlo nuevamente a su lado.
—Lamento interrumpiros, Equipo Maravilla —intercedió el hombre de la luna con un tono algo preocupado, apelando a sus hermanos adolescentes por el apodo que hacía años les había otorgado la prensa—, ¿pero alguno de vosotros podría decirme cuándo se supone que pasará? —preguntó, su tono de voz nervioso—. ¿El Apocalipsis? —clarificó, contemplando cómo los adolescentes se separaban, sentándose de una forma más cómoda en la cama.
—No sé decirte la hora exacta —replicó el chico capaz de saltar a través del espacio.
—Pero por lo que pudimos averiguar, nos quedan cuatro días —añadió Cora en un tono preocupado, pues no deseaba revivir el horro que había visto en el futuro.
—¿Y por qué no lo habéis dicho antes? ¿Ninguno de vosotros? —se ofendió Luther visiblemente, pues no comprendía cómo sus hermanos habían juzgado que era mejor mantener aquella información en secreto.
—No habría servido de nada —negó la pelirroja con un tono pesimista, recordando exactamente lo que encontraron en el futuro.
—Claro que sí —rebatió Número Uno—. Nos habríamos organizado para intentar detenerlo.
—Que conste que ya lo intentasteis —sentenció Cinco en un tono sereno, dolido en igual manera.
—¿Qué quieres decir? —cuestionó su hermano, perplejo ante sus palabras—. ¿Cora? —apeló a ella, observando que su hermano adolescente no parecía querer responder, demasiado abrumado por los recuerdos—. ¿Qué significa eso?
—Quiere decir... Que os encontramos a todos —replicó Número 𝛘 al fin, tras unos segundos de pausa para tomar aliento, pues aquella información sería trascendental—. Vuestros cuerpos —clarificó.
—¿Morimos?
Cinco y su chica, como él la llamaba, asintieron lentamente, apesadumbrados.
—De una forma horrible —añadió el viajero temporal.
Luther pareció quedarse momentáneamente sin habla, incapaz de articular ni una sola palabra ante tal aciago destino.
—Estabais juntos intentando detener a quienquiera que desate el fin del mundo —comentó Cora—. No sé por qué no encontramos mi cuerpo allí —añadió en un tono algo misterioso a la par que siniestro, pues podía hacerse una idea de la causa—, pero no me cabe la menor duda de que perecí con vosotros en ese lugar.
—¿Cómo lo sabéis?
—Tenías esto en la mano cuando te encontré muerto —contó Número Cinco, sacando del bolsillo de su pantalón el ojo prostético que había encontrado en el futuro, lanzándoselo—. Debiste arrancárselo antes de morir. Esa es nuestra hipótesis.
—¿A quién?
—No lo sabemos, Luther —intercedió La Inexistente, acariciando la espalda de su hermano favorito con movimientos suaves y cariñosos, pues notaba inequívocamente el dolor que le producía recordar tan amargos sucesos.
—Tiene un número de serie en el dorso —informó Spaceboy mientras examinaba el ojo—. Podríais hacer un seguimiento... —sugirió, antes de ser interrumpido por su hermana.
—No, es imposible —negó en un tono algo molesto—. Lo hemos intentado.
—No es más que un trozo de cristal —comentó Cinco, suspirando pesadamente, recibiendo el ojo de vuelta, guardándolo a buen recaudo en su bolsillo.
En ese preciso instante, un fuerte golpe los sobresaltó a todos, exceptuando a la pelirroja de ojos verdes, quien había escuchado sus pensamientos desde hacía varios kilómetros. Diego acababa de entrar por la puerta del cuarto trasero, hecho un auténtico basilisco.
—¡Cabronazo! —exclamó, caminando rápidamente hacia sus hermanos—. ¿¡Tienes idea de lo que has hecho!? —espetó, contemplando a su hermano adolescente con ira—. ¿¡Acaso no te bastó con hacer que Cora muriese!?
La aludida entrecerró los ojos de forma peligrosa: al entrar en su mente y leer sus pensamientos, pudo ver que tenía claras intenciones de hacer daño a Cinco. Solo entonces detuvo en seco los movimientos de su hermano, impidiendo que moviese sus manos o piernas. Aquello se convirtió entonces en un duelo entre personas capaces de usar la telequinesis, pero para suerte o desgracia, Cora tenía mucha más resistencia mental, por lo que no le sería tan complicado mantener la presión sobre Kraken.
—¡Suéltame! —exclamó el lanza-cuchillos—. ¡Suéltame ahora mismo, Cora!
—Respira, Diego —le sugirió, no percatándose de la mirada sorprendida por parte de Cinco, quien era la primera vez que presenciaba su telequinesis—. Te soltaré cuando te calmes.
—Vale —sentenció su hermano, observando la mirada cariñosa a la par que severa que ella le dirigía, dejando claro que no quería hacerle daño ni prologar aquella pelea inútil. Sabía por qué estaba tan dolido.
—Bien.
Número 𝛘 soltó entonces el agarre telequinético sobre su hermano, dejando que recuperase el control sobre sus miembros. Diego suspiró pesadamente, observando al viajero del tiempo con rencor e ira contenida.
—A ver, ¿puedes decirnos de qué hablas? —cuestionó Spaceboy en un tono serio.
—Nuestro hermanito no ha parado desde que ha vuelto —sentenció el adulto vestido de negro, sin aliento—. Estuvo metido en el tiroteo de Griddy's, y después en el de los grandes almacenes de Gimble Brothers —le contó tras haber atado cabos—. Por si fuera poco, involucró a nuestra hermana —añadió, provocando que la aludida desviase la mirada, avergonzada por no haber mencionado aquello—. Y lo mejor de todo: esos dos locos con máscaras vinieron a la Academia buscándolo a él, pero también a Cora —finalizó—. Todo es culpa suya.
—Nada de eso que dices es asunto tuyo —sentenció El Chico Maravilla en un tono severo, molesto por la insinuación de que había puesto en peligro deliberadamente a la persona que más quería.
—Cinco —llamó su atención en un susurro la de ojos esmeralda, advirtiéndole con su tono de voz que no debía pasarse de la raya, pues Diego acababa de perder a alguien muy importante para él.
—Ahora sí lo es —rebatió el moreno—. Han matado a mi amiga.
—¿Quiénes son? —preguntó el hombre de la luna, observando a sus hermanos—. Sé que ambos lo sabéis, ya que habéis estado conectados todo este tiempo.
—Esos trabajan para mi exjefa —replicó el de ojos azules, sintiendo que ahora el asunto era personal, y no solo por haber involucrado a su hermana.
—Es una mujer llamada "el Enlace" —clarificó Cora, rememorando sus encuentros con ella en el futuro—. Los envió ella para pararnos los pies a ambos —intentó explicarse—. A Cinco por querer evitar el Apocalipsis, y a mí, porque no debería haber vuelto a la vida —los informó en un tono lo más calmado que pudo—. Sí, lo sé: un encanto de mujer —comentó sarcásticamente.
—Cuando la amiga de Diego se interpuso en su camino, fue presa fácil —añadió El Chico.
—Ahora ellos son mis presas —los informó el de negro con un tono vengativo—. Y van a pagar por lo que han hecho —juró, dando media vuelta, caminando hacia la puerta que daba al exterior del cuarto.
—«Diego, son muy peligrosos» —le habló la pelirroja en su mente—. «Sé que no puedo hacer nada por disuadirte, así que, solo ten mucho cuidado, por favor» —le pidió en un tono suave—. «No servirá de nada que te lo diga, pero lo siento mucho».
—«Créeme, sirve mucho más de lo que crees, preciosa» —replicó Número Dos en un tono cariñoso—. «No te preocupes: siempre tengo cuidado».
—No te metas, Diego —intercedió Cinco, pues no quería que su hermano corriese peligro por su propia imprudencia—. Han matado a gente más peligrosa que tú.
—Eso ya lo veremos —se despidió el adulto vestido de negro, cerrando la puerta tras de sí.
La estancia se quedó en un silencio sepulcral por unos segundos, hasta que Luther lo rompió, su tono de voz lleno de preguntas no resueltas, de confusión, de impaciencia. Necesitaba una explicación más clara de a lo que se estaban enfrentando sus hermanos y él.
—¿Tu exjefa? —cuestionó en un tono serio, ahora de pie frente a los dos adolescentes, quienes continuaban sentados en la cama— ¿De qué va todo esto, Cinco? ¿Cora? —preguntó, pues quería respuestas, y las quería para ayer—. Y a mi no me vengas con el rollo de que no es asunto mío, ¿vale? —amenazó al adolescente de ojos azules.
—Bueno, la historia es larga —comenzó a decir El Chico—. El Enlace vino a buscarme, ofreciéndome un trato cuando más lo necesitaba. Ya era un adulto, había pasado demasiado tiempo solo... Y estaba desesperado por volver a casa —continuó con un punto de dureza en la voz—. Me convirtieron en la herramienta perfecta para la rehabilitación del continuo —contó, apretando los puños, pues recordar los experimentos que habían conducido en su cuerpo aún era insoportable, notando cómo su querida hermana era ahora la que tomaba sus manos en las suyas, acariciando sus nudillos para relajarlo—. O de ejecutar correcciones, como las llamaban ellos —apostilló con un tinte de ironía en su voz—. Yo no era el único —comento—: hay otros como yo —confesó—. Seres fuera de su tiempo, quebrados, arrancados de las vidas que conocían —explicó, tratando de mantenerse sereno—. No sé cómo llegaron allí —admitió—, pero sé que ninguno era tan bueno como yo —se enorgulleció brevemente, pasando tan rápido como una estela de vergüenza—. En mi última misión, en Dallas, en 1963, no se dieron cuenta, pero yo estaba esperando el momento oportuno, intentando dar con la ecuación que me permitiera volver —sentenció en un tono confidente—. Sabía que, si conseguía volver, podría impedir el Apocalipsis —comentó—. Salvar el mundo —apostilló, acariciando él también las manos de su hermana—. Entonces incumplí el contrato, y retrocedí en el tiempo usando mis poderes.
—Entonces —comenzó a decir Luther, habiéndose un café, el cual entregó a su hermano—, ¿eres un sicario?
—Sí —afirmó el chaval, tomando la taza en sus manos dándole un sorbo.
—Pero teníais un código, ¿no? —cuestionó Spaceboy, esperanzado de que su hermano no hubiera perdido por completo el sentido de la moral y la justicia—. No matabas a cualquiera.
—No había código —negó la pelirroja, quien sabía perfectamente la clase de trabajo odioso que su hermano había tenido que realizar durante aquellos desgraciados años—. Se liquidaba a quienquiera que alterase en la línea temporal —añadió en un tono sombrío—. Tal y como lo hacen ahora Hazel y Cha-Cha.
—Exacto —afirmó El Chico.
—¿También a personas inocentes? —cuestionó Número Uno, incrédulo.
—Era la única forma de poder volver —sentenció el viajero temporal.
—Pero es asesinato —se horrorizó su hermano.
—No estamos diciendo que disfrutásemos con ello —comentó La Incógnita.
—Por Dios, Luther —se exaspero el adolescente—, madura —exigió—: ya no somos unos niños —indicó en un tono severo—. El mundo no se divide en los buenos y los malos. Solo hay personas viviendo sus vidas.
—Cuando el mundo acabe todas esas personas morirán —intercedió la de ojos esmeralda con un tono apenado, pues no soportaba las muertes, fueran o no inocentes—, incluida nuestra familia.
—Luther, el tiempo lo cambia todo —sentenció el chico vestido de uniforme, mirándolo a los ojos, contemplando cómo lo habían afectado sus palabras—. Y a todos —añadió en un susurro, entregándole la taza de café a su hermana favorita, observando cómo ella la recibía, tomando un trago, satisfecha por aliviar su sed.
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