Capítulo 5: Número Cinco

En el futuro postapocalíptico, Cinco caminaba ahora bajo el abrasador sol, con el hermoso cielo azul que ahora estaba teñido por el gris que emanaba del fuego, el humo y la polución. Las plantas y todo lo verde habían desaparecido por completo, siendo reemplazados por un suelo y una atmosfera áridas. El Chico tiraba de una pequeña carretilla, en la cual llevaba comida, bebida, una tartera, un paraguas y a Dolores. La ilusión de La Incógnita, la cual había aparecido hacía días, caminaba a su lado, sin embargo, sin mediar palabra. El Chico Maravilla llegó entonces a las ruinas de la biblioteca pública de Argyle, encontrando el ejemplar del libro de Vanya, aunque éste no sería leído hasta un año después.

Las primeras palabras de la proyección mental de Cora fueron vocalizadas nada más comenzar el viajero del tiempo el libro de la violinista, pasando un año completo. Éstas palabras fueron: "Sabía que estaba dolida, pero no me imaginé que hasta este punto... Lo siento". Desde aquel entonces, Cinco continuó hablando con ella y con Dolores, aunque solía recurrir en mayor medida a la pelirroja, pues la extrañaba demasiado. Escuchar su voz era un bálsamo. Como si se hubiera vuelto adicto a ella. Pasaron los años inexorablemente para El Chico, creciendo en aquel mundo hostil, casi sin recursos. En aquellos solitarios años, había tomado la costumbre de referirse a Dolores como "su compañera", mientras que se refería a La Incógnita como "mi chica", algo que a la segunda no parecía agradar del todo, pues sentía, o eso creía Cinco, que aquello significaba que él la quería menos que al maniquí. Fue la causa de múltiples discusiones durante años, aunque el ahora adulto había aprendido a soportarlas. En ocasiones, solo cuando se sentía nostálgico, llamaba "querida" a Cora, algo que, por lo que aprendió, la hacía feliz y sonreír.

Años más tarde, el verde al fin había comenzado a volver al mundo destruido, refugiándose el viajero del tiempo entre las ruinas de un edificio, habiéndose montado una casa provisional. Con un talante satisfecho, se sirvió una copa de vino tinto, aquel que tanto le gustaba. En las paredes estaban escritas multitud de fórmulas matemáticas, pues El Chico no había perdido la esperanza de encontrar el camino de vuelta a casa.

—Oye, Cora —apeló a la de ojos esmeralda, provocando que lo observase—, ¿te acuerdas de esa mansión antigua que hay justo al salir de la ciudad? —preguntó.

—Claro que lo recuerdo —afirmó ella con una sonrisa—. Encontramos los mejores abrigos de invierno allí —añadió, acercándose a él, quien se había sentado en una silla cercana—. ¿Por qué lo preguntas?

—Pues porque resulta que tenía la bodega de vino intacta —replicó él con una carcajada—. He cogido varias cajas de ese Burdeos que tanto parece gustar a Dolores.

—Claro, cómo no... —se molestó la joven, cruzándose de brazos.

—Anda, no empieces otra vez, querida —comenzó a decir el adulto.

—No me llames así —sentenció ella, señalándolo con el dedo índice de su mano derecha—. Solo lo haces cuando has bebido más de la cuenta o quieres algo de mi —añadió—: usualmente, que te consuele o rememore algunos recuerdos.

—Exageras —negó el viajero del tiempo—. No bebo demasiado —comentó, vacando la copa de vino que se había servido—. Tú también no, Dolores —rodó los ojos—. ¿Por qué teníais que coincidir en esto precisamente? —se lamentó.

—¿No será que tenemos razón? —cuestionó la pelirroja, colocando sus manos en sus caderas—. Aunque me moleste reconocerlo —masculló entre dientes.

—Me paso todo el día partiéndome el lomo, Cora —rebatió El Chico Maravilla, observándola—. Anda, no me mires así... —pidió, haciendo un leve puchero— Ya sabes que eres mi favorita —añadió en un susurro—. Pero no se lo digas a Dolores.

—Descuida, ni se me ocurriría —negó ella, brindándole un beso en la mejilla—. ¡Cinco, cuidado! —exclamó, alertándolo de la presencia de una extraña en su hogar.

Aquello provocó que el aludido tomase su rifle de caza, apuntando a su objetivo: una mujer vestida con una gabardina, lentes, gafas de sol, guantes negros y zapatos de tacón rojos. Su piel era blanca como la porcelana, y sus labios rojos como las rosas. En su mano derecha sujetaba un maletín. El viajero del tiempo no podía creer lo que estaba viendo ante sus ojos: no se había topado con ningún otro ser humano en aquel horror, a excepción de su hermana, claro, por lo que la presencia de aquella extraña era algo inusual por llamarlo de alguna manera.

—¿Quién coño eres? —cuestionó Cinco, en guardia, pues no se fiaba de ella.

—He venido a ayudar —sentenció la mujer de cabello rubio, en un tono despreocupado.

—No me fío de ella —comentó la pelirroja, observando que se acercaba.

—Dime por qué no debería reventarte los sesos de un balazo —amenazó el adulto, aún apuntándola con su rifle de caza, contemplando cómo daba un paso tras otro, acercándose a él.

—Porque... —comenzó a decir ella, sonriéndole— Si lo hicieras... —dejó el maletín en el suelo, despojándose de sus gafas de sol— No podrías oír la oferta que voy a hacerte —finalizó, sentándose en los remanentes de un sillón, en una postura refinada—. Y sería una lástima, dada tu situación actual —continuó, bajando Cinco el arma—. Trabajo para una organización llamada La Comisión —explicó—. Se nos ha asignado la preservación del continuo temporal, mediante manipulación y eliminaciones.

—No lo entiendo —sentenció Cinco, algo confuso.

—Esto no me gusta —mencionó la ilusión de La Inexistente, caminando hasta quedar al lado de su hermano—. Demasiada palabrería.

—A veces la gente toma decisiones que alteran el tiempo —le contó la mujer de cabellera rubia—. El libre albedrío, no me tires de la lengua —comentó, sacando un cigarrillo, encendiéndolo—. Cuando eso ocurre, enviamos a uno de nuestros agentes para que elimine la amenaza.

—¡Lagarta! —exclamó Cora, airada—. ¡No te creas que vas a irte de rositas!

Ante las palabras tanto de aquella extraña mujer como de su chica, El Chico Maravilla volvió a asir su arma, apuntando nuevamente a la cabeza de la intrusa.

—Oh, no, no —negó con celeridad ella—. Me has malinterpretado —continuó, dando una calada a su cigarrillo—. Tú no eres un objetivo —sentenció—. Eres un recluta —apostilló con un tinte de disfrute en su voz—. Vengo a ofrecerte un trabajo, Número Cinco —hablo, apelando a él con el nombre que su padre le había otorgado—. Llevamos bastante tiempo observándote —confesó—, y creemos que tienes mucho potencial —lo alabó—. Tus dotes de supervivencia te han convertido en una celebridad en la oficina central. Eso, y tus saltos temporales.

—Será zalamera —masculló la adolescente entre dientes—. Bueno, admito que su oferta puede que sea lo que necesitamos para volver a casa —concedió—. Quizás nos convendría escucharla.

—¿Estás diciendo que podré irme de aquí? —cuestionó el adulto, haciendo caso a las palabras de la joven ahora a su izquierda—. ¿Volver?

—A cambio de cinco años de servicio —sentenció la mujer en un tono sereno—. Cuando venza tu contrato, podrás retirarte en el momento y lugar que elijas, con un buen plan de pensiones.

—Una oferta atractiva, pero esto me huele a chamusquina —indicó La Inexistente—: ¿por qué no hicieron nada para evitar este desastre?

—Tienes razón, querida —afirmó el adulto en un susurro, observándola de reojo—: si podéis alterar el tiempo, ¿por qué no impedís que pase todo esto?

—Me temo que eso es imposible —negó la misteriosa mujer—. Porque todo esto tenía que pasar.

—Eso es de locos —sentenció Cinco—. ¿El final de todo?

—No de todo —negó la rubia—. Es solo el final de algo —apostilló, sonriente—. Dime, ¿aceptas el trato? —cuestionó, extendiendo una mano hacia él.

La respuesta de Cinco fue afirmativa. Debía hacer lo que fura necesario para volver a su tiempo, con su familia, y con la chica que quería. Pero antes de hacerlo, debería pasar cinco duros años trabajando en La Comisión como asesino a sueldo... Y para ello, deberían realizarle modificaciones genéticas. Los Cirujanos, así los llamaban, eran los encargados en La Comisión de preparar físicamente a los sujetos que se convertirían en agentes de campo, pero en el caso de Número Cinco, fueron más allá: inyectaron en su genética el ADN de los mejores asesinos de la historia, creando a la perfecta máquina de matar, y no solo eso, sino que bloquearon su capacidad para envejecer, volviéndolo inmortal, al menos en el sentido biológico de la palabra. El procedimiento fue extremadamente doloroso: abrieron su caja torácica, manipulando sus órganos, seccionado, recomponiendo, reemplazando algunos de ellos...

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Cinco despertó de golpe, incorporándose en la cama. No soportaba soñar de nuevo con aquellos procedimientos. Le producían pesadillas durante días. Mientras tomaba aliento de forma atropellada, intentando calmar el rápido latir de su corazón, el adolescente dejó que sus ojos se acostumbrasen a la luz de la estancia, percatándose al momento de que se encontraba en una especie de sótano, o un cuarto trasero para guardar los enseres de limpieza. Sin embargo, a juzgar por la disposición y algunos de los objetos que allí había, se trataba del escondite y/o guarida personal de Diego. Mientras paseaba su mirada por la estancia, sus ojos azules pálidos se posaron de pronto en la pelirroja, quien ahora dormía, sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra la cama en la que él reposaba. Con una sonrisa enternecida, se sentó al borde de la cama, alargando su brazo derecho con la intención de acariciar su mejilla, a pesar de que sabía que no sentiría el tacto de su suave piel.

—Has vuelto —murmuró, hablando a la que creía, era su proyección mental—. Siento mucho todo lo que te he dicho y hecho —comentó, deteniendo su mano al contemplar que ella despertaba, abriendo sus hermosos orbes esmeralda, posando éstos en él.

—¡Cinco! —exclamó, poniéndose en pie, nerviosa—. ¿E-estás bien? —cuestionó con voz temblorosa, pues no sabía cómo su hermano iba a reaccionar al verla de nuevo, con vida.

—Claro que estoy bien —replicó El Chico—. ¿Por qué te tiembla la voz? —cuestionó, confuso—. Si es por nuestra discusión de antes, lo siento —se disculpó—. No pensé que fueras a ignorarme por un día entero, pero reconozco que tengo algo de culpa...

"Aún cree que está hablando con una ilusión... Oh, Cinco", pensó Número 𝛘 con una infinita pena, observándolo con lástima, pues aún no se percataba de que ella era real. "¿Qué puedo hacer para hacerte entender...?", reflexionó, pues no deseaba provocarle un shock emocional al revelar que, de hecho, estaba viva.

—Solo querías ayudarme, y he pagado mis frustraciones contigo de la peor manera posible —continuó el adolescente, sin detenerse para tomar aliento entre frase y frase—. Has estado siempre conmigo y... —de pronto detuvo sus palabras— ¿Qué te ha pasado? —preguntó, preocupado, levantándose de la cama, acercándose unos pasos a ella.

—¿A qué te refieres? —se extrañó ella, retrocediendo.

—Tienes una cicatriz en el ojo izquierdo —sentenció El Chico, su voz temblando al vocalizar sus siguientes palabras—: ¿Te he hecho yo esto...? —se horrorizó, alargando de nueva cuenta su brazo derecho hacia ella, concretamente hacia su rostro, con el ánimo de posar su mano en su mejilla izquierda.

Cinco posó su mano entonces en la mejilla de Cora, sintiendo el inequívoco calor de la piel bajo su palma. Era imposible. Su temperatura descendió de golpe: jamás había podido sentir su tacto en todos aquellos años que habían estado juntos en el mundo postapocalíptico. Si aquello era verdad... Entonces eso significaba que ella... Que ella... Se quedó helado al contemplar aquella posibilidad. ¿Acaso La Comisión la había devuelto a la vida para torturarlo? ¿Para hacerlo volverse loco de dolor? ¿Era esa su intención? El Chico no sabía qué pensar. Estaba destrozado por dentro: su querida hermana... ¿Estaba ahí de verdad? ¿O solo era un sueño, producto de la angustia, la pena y la nostalgia que sentía por estrecharla entre sus brazos? No podía discernirlo. Pero ¿cómo podían saber ellos que la pelirroja era su persona más preciada...? Siempre lo había mantenido en secreto.

Sus pensamientos fueron cortados de golpe al sentir la calidez de una mano envolviendo la suya. Parpadeó, saliendo de su estupor, contemplando cómo la mano de su difunta hermana, ahora estaba posada sobre la suya, la calidez irradiando de su toque. Casi podía quemar. Observó entonces sus ojos. Esos ojos verdes llenos de dulzura y cariño, los cuales le devolvían la mirada. Las lágrimas parecían estar a punto de caer por sus sonrosadas mejillas. ¿Por qué lloraba? Aunque pudiera verla y oler su fragancia, no podía ser cierto. Debía estar soñando.

—Hola, querido hermano —se atrevió a decir la pelirroja de ojos verdes en un tono tentativo—. Cinco, soy yo —añadió, cautelosamente, notando cómo las saladas lágrimas caían por sus propias mejillas.

Luther, por su parte, acababa de despertar también al escuchar las voces de sus hermanos, contemplando la escena que estaba desarrollándose frente a sus ojos. Se mantuvo silencioso, pues era el momento que ambos habían estado esperando desde hacía largo tiempo. No quería privarlos de aquella cercanía, de aquel instante y reunión tan íntima y cercana, por lo que se limitó a contemplarlos.

—¿Cora...? —preguntó el muchacho de trece años, dubitativo, dejando que una pequeña sonrisa se esbozase en su rostro—. ¿Eres tú de verdad? ¿Estás aquí...? —cuestionó, pues no podía creerlo, sintiendo que una mínima esperanza se había alojado en su corazón.

—Sí, sí —afirmó ella mientras asentía, sonriente—. Estoy aquí, contigo, como lo he estado en el mundo postapocalíptico —añadió, provocando que el cuerpo de su hermano fuera recorrido por un escalofrío.

—No —negó de pronto el adolescente, la sonrisa desvaneciéndose lentamente, al igual que la esperanza—. No puede ser... —el viajero temporal sonaba roto, quebrado: había vivido demasiado tiempo como para creer en aquella ilusión— Tiene que ser un sueño —se dijo en voz alta, apartando la mano que había posado en la mejilla de ella—. No puedes estar aquí —sentenció, pues sabía que no debía darse falsas esperanzas.

Los milagros no existían... Nunca lo habían hecho. Y era imposible burlar a la Parca.

—No, escúchame, estoy aquí —Número 𝛘 dio un paso hacia él, observando que todo su cuerpo temblaba de arriba-abajo—. Por favor, no me apartes de ti —rogó, percatándose de que su hermano estaba en un estado de negación—. No ahora, que he vuelto a encontrarte...

—Ojala pudiera creerlo —sentenció el joven, apartando la mirada—. Pero ya he vivido demasiado como para creer en lo que una ilusión me dice... —añadió, antes de sentir cómo uno de sus brazos era sujetado, presionado contra una superficie firme—. ¿Qué estás...? —se sorprendió, percatándose de que su mano derecha estaba posada ahora en el pecho de la joven.

—Si no puedes creer en lo que ven tus ojos, entonces escúchalo —le pidió en un tono desesperado la muchacha—. Escucha y siente mi corazón.

Cinco volvió a posar su mirada en ella, notando de pronto el inequívoco sonido y palpitar de un corazón... Un corazón humano, y rebosante de vida. No era el de una ilusión. No podía serlo. Según lo que había sido obligado a aprender en La Comisión, las ilusiones no eran capaces de reproducir con tanta exactitud la realidad. No hasta el punto de copiar el palpitar de un corazón humano. Las córneas de sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas en aquel instante, su visión volviéndose borrosa.

—Eres tú... Eres tú de verdad —musitó, tratando de contener las emociones de su voz, sintiendo cómo las lágrimas saladas de su hermana caían y mojaban ahora su mano—. Estás viva... —murmuró en varias ocasiones, incrédulo, pero con su corazón ahora imitando el palpitar, que sentía, irradiaba el de ella.

El Chico entonces dio unos pocos pasos hacia La Inexistente, antes de sujetar con su mano derecha la muñeca izquierda de ella, la cual atrajo hacia él, provocando que la de ojos esmeralda se chocase suavemente contra su pecho. El de cabello moreno la estrechó entre sus brazos con ternura, sujetándola fuertemente, pues no deseaba volver a perderla. La había recuperado. Estaba con él... Y esta vez era real. Hundió su rostro en su clavícula derecha, notando cómo ella reciprocaba el abrazo, posando su propia cabeza en su clavícula izquierda. Notó que su corazón daba un vuelco al sentir las tentativas manos que poco a poco rodeaban su espalda. Las lágrimas se originaron entonces, cayendo por sus mejillas. Sentía que el dolor, la pena y el invierno habían desaparecido de pronto de su corazón. Ahora la alegría y la primavera los habían reemplazado enteramente. Por primera vez en años, lloraba lágrimas de felicidad... Y todo era por ella.

Número Uno dejó escapar una sonrisa enternecedora: al fin habían vuelto a conectar, a estar juntos una vez más, como lo habían estado anteriormente. Parecía que el tiempo se hubiera detenido para ellos, y no solo porque sus cuerpos eran los mismos que en aquellos felices y más sencillos años, sino porque ahora podía verlo con claridad: solo existían el uno para la otra. Como siempre había sido, y siempre sería: sus corazones, sus almas... Eran uno.

Cinco rompió el abrazo después de que transcurrieran unos minutos, fijando de nueva cuenta sus ojos azules en el rostro que tanto había añorado. Su mano derecha se acercó tentativamente al rostro de su hermana, trazando con la yema de su dedo pulgar el recorrido de la cicatriz vertical que atravesaba su ojo y parte de su mejilla. No conocía las circunstancias de aquella lesión, pero no por ello dejaba de encontrarla tan hermosa como la recordaba... Tan etérea como aquella que lo había acompañado en aquel futuro aterrador. Sin embargo, una pregunta plagó su mente de pronto, provocando que su expresión facial se tornase seria, sentándose con ella en la cama, secando sus lágrimas.

—¿Cómo es que has vuelto? —cuestionó—. ¿Y cómo puedes saber sobre el Apocalipsis?

—Es una larga historia —murmuró Número 𝛘—, pero creo que es el momento de desvelarlo...

Spaceboy se acercó entonces a sus hermanos adolescentes, dispuesto a escuchar el relato de Cora con atención. Con calma, se sentó en una silla cercana, posando sus ojos en ambos, recibiendo una sonrisa amable por su parte. El Chico Maravilla tomó las manos de su hermana en las suyas, pues notaba que le temblaban, dejando claro que estaba nerviosa. Con suavidad, comenzó a acariciar sus nudillos, pues era una de aquellas tantas cosas que en el pasado lograban calmarla. 

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