Capítulo 4 parte final: Juez y verdugo
Número Cuatro, habiendo logrado vestirse con la gabardina que se había agenciado en la habitación del hotel, totalmente ignorante al tiroteo y la muerte de la agente que lo había liberado, ahora estaba sentado en un autobús, sujetando en sus manos el maletín que había sustraído del conducto de ventilación. Suspirando, aliviado, besó la cubierta del maletín, deseoso por averiguar qué era exactamente lo que contenía. Se percató de que una mujer sentada frente a él lo observaba con interés, su vista fijada en la toalla que envolvía su torso inferior. Klaus le guiñó un ojo, haciéndola sonreír antes de volver su atención al maletín.
—Por favor, que haya pasta... —deseó— Que haya pasta... O un tesoro —continuó hablando consigo mismo—. O diamantes —sonrió, abriéndolo, provocando que una luz azul lo envolviese, desapareciendo a los pocos segundos de allí.
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Entretanto, Luther, Diego, Cora y Cinco habían llegado al gimnasio de Al, el jefe del segundo. Kraken los había conducido allí, puesto que aquel era el lugar más seguro que se le había ocurrido. Era su segunda casa, y teniendo en cuenta que la Academia era ahora un lugar inseguro, puesto que no sabían si aquellos enmascarados iban a volver, no había otro lugar al que acudir. La Inexistente depositó con cuidado a Cinco con la ayuda de Luther en la cama que Número Dos tenía en su cuarto. Por su parte, el lanza-cuchillos depositó a la maniquí, Dolores, en una banqueta cercana a la cama. La pelirroja se sentó al borde de ésta, junto al dormido Cinco, observándolo con ternura, esperando su despertar. Luther y Diego se acercaron a ellos, observando al adolescente.
—Tiene gracia —comentó el moreno—. Si no supiera que es un imbécil —comenzó a decir—, diría que es adorable cuando duerme —finalizó—. Creo que nuestra hermana tiene esa opinión, desde luego.
—Anda, calla —lo sermoneó ella con una sonrisa, su tono de voz bajo, recibiendo un beso en la mejilla por parte del aludido.
—Tranquilo, en cuanto le baje la borrachera, volverá a ser igual de borde que siempre —sentenció Spaceboy—. Aunque lo interesante será ver cómo reacciona a nuestra Chica Maravilla, aquí presente —añadió en un tono algo curioso.
—No puedo esperar tanto, me temo —negó el justiciero, alejándose, caminando hacia las escaleras—. Quiero saber qué le relaciona con esos locos antes de que muera alguien más —sentenció—. Podría preguntarle a nuestra querida hermana —apeló a la pelirroja—, pero creo que prefiere guardarse su historia para cuando estemos todos juntos —sentenció, recibiendo un gesto afirmativo por parte de la aludida.
—Oye, lo que ha dicho antes... —mencionó el hombre de la luna— ¿A qué creéis que se refería?
—A algo catastrófico que se avecina —masculló La Incógnita por lo bajo—, y destruirá el mundo tal y como lo conocemos.
Kraken hizo un gesto de silencio, indicando a sus hermanos que debían quedarse callados, pues unos pasos lentos se acercaban a la habitación. ¿Acaso los asaltantes de la Umbrella Academy los habían encontrado? Luther se quedó de pie, cerca de la cama, dispuesto a proteger a sus hermanos adolescentes. Por su parte, el justiciero sacó uno de sus cuchillos, sujetándolo con firmeza en su mano derecha, subiendo lentamente las escaleras de aquel cuarto, en dirección a la puerta de entrada. Una vez se quedó inmóvil junto a la puerta, hizo un nuevo gesto a sus hermanos, indicándoles que no se movieran a menos que peligrase su vida. Abrió ésta entonces de un movimiento súbito, preparándose para lanzar su cuchillo.
—¡Como vuelvas a lanzarme otro puñetero cuchillo de esos, te denuncio! —exclamó Al, quien era el dueño del local, y el jefe de Diego, alzando los brazos en un gesto protector.
—¿Qué quieres, Al? —preguntó el joven vestido enteramente de negro, abriendo la puerta en su totalidad, su tono ahora calmado, contemplando cómo su patrón se acercaba a la puerta.
—No soy tu secretaria —comentó el exboxeador—. Antes te ha llamado una chica —lo informó—: ha dicho que necesitaba tu ayuda.
—¿Qué chica? —preguntó Diego, tras haber bajado las escaleras de la estancia en una actitud cansada, a la par que molesta.
—No lo sé —negó Al, pues su memoria no era como la de antaño—. Una inspectora —logró recordar—. Creo que ha dicho que se llamaba "Blatch", o algo así.
—¿Patch? —la identificó Kraken al momento, su voz tornándose seria, pues no era habitual que ella recurriese a él para ayudarla—. Necesita mi ayuda —suspiró, preocupado ahora y subiendo las escaleras de dos en dos, pues debía ser grave si ella había decidido acudir a él.
—Necesita que vayas a un motel, a ese antro que hay en Calhoun —le indicó el anciano, entregándole el papel en el que había apuntado la dirección.
Luther y la pelirroja intercambiaron una mirada, preocupados por el repentino arrebato de preocupación e insensatez por parte de su otro hermano.
—¿Cuándo? —preguntó el lanza-cuchillos, tomando el papel, observando la dirección.
—Hace más de media hora, casi dos —replicó Al—. Ha dicho que ha encontrado a tu hermano —añadió, saliendo de la estancia.
—Eso no tiene sentido... —comentó Diego, confuso, pues Cinco estaba con ellos.
—Klaus —dijo Cora tras unos segundos, su voz desprovista de calma, pues acababa de percatarse de que se referían a él: posiblemente Hazel y Cha-Cha lo hubieran capturado, esperando atraerlos a su Chico Maravilla y a ella—. Rápido, Diego —lo exhortó, procediendo este a asentir rápidamente, saliendo casi escopeteado de la habitación.
—Vete —lo apremió Luther—. Yo espero aquí con... Ellos —añadió, volviendo su vista a sus dos hermanos adolescentes, contemplando que la pelirroja acariciaba el cabello del viajero del tiempo, en su rostro una expresión cansada—. ¿Por qué no te recuestas un poco contra la pared? —sugirió a su querida hermanita—. Estás agotada. No has parado desde esta mañana.
—No —negó ella rápidamente, abriendo sus ojos verdes en un esfuerzo por mantenerse consciente—. Quiero estar ahí cuando despierte —comentó en un tono añorante—. Tengo que explicarle muchas cosas... —añadió, antes de suspirar— Y a ti también.
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Diego tomó su coche, estacionado fuera del local de boxeo de Al. Nada más entrar, pisó el acelerador, pues el tiempo apremiaba. Fuera lo que fuera que Eudora había encontrado en el motel, debía apresurarse: no podía dejar que se enfrentase a aquellos maníacos por su cuenta... Por no hablar de la situación en la que podía encontrarse Klaus, quien parecía ser un experto en meterse en problemas. No tardó demasiado en llegar al motel, subiendo las escaleras hacia la habitación de tres en tres, casi tropezándose.
—¿Klaus? —llamó a su hermano, esperando una respuesta por su parte.
Encontró la habitación, pero su puesta estaba abierta de par en par: aquello no era buena señal. En cuanto se asomó a la puerta, su cuerpo se quedó helado. Un escalofrío lo recorrió de arriba-abajo. El cuerpo de Eudora estaba tendido en el piso, inmóvil, con un charco de sangre a su alrededor. El vigilante vestido de negro se despojó de sus guantes en un gesto inconsciente, apresurándose en acercarse.
—¡Oh, no, no! —exclamó, aterrado, desesperado incluso—. ¡Eudora! ¡Eudora! —con sumo cuidado se agachó y volteó su cuerpo, observando la expresión tranquila de su rostro: había muerto cumpliendo con su labor—. No, no, no... —se lamentó, golpeando el suelo con el puño derecho en un gesto airado, comenzando a sollozar—. Estaba de camino —murmuró, impotente—. ¿Por qué no has esperado? —cuestionó, acariciando su rostro con una gran dulzura, escuchando a lo lejos las sirenas de los coches patrulla—. Tengo que irme, ¿vale? —le dijo, las lágrimas cayendo por sus mejillas—. No puedo estar aquí cuando entren —sentenció, apenado, levantándose.
Mientras las lágrimas caían por sus mejillas en un reguero interminable, Diego recogió sus guantes negros, aquellos que anteriormente hubiera dejado tirados, caminando hacia la entrada. Sus ojos captaron de pronto el recibo de una consumición en la cafetería Griddy's, la cual tomó en sus manos, guardándosela en el bolsillo de los pantalones. Tras unos segundos, se marchó a paso vivo de la habitación. El corazón le indicaba que debía permanecer con ella, pero por encima de todo, debía encontrar a los culpables de su asesinato. Debía vengar su muerte. Y eso era su especialidad... Adjudicar muerte y juicio.
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