Capítulo 4 parte 5: Estrechando lazos

Entretanto, unos minutos más tarde, cuando ya empezaba a anochecer, Luther, Diego y Número 𝛘 acababan de llegar a la biblioteca pública de Argyle. Ésta quedaba a unos cuantos minutos a pie, por no decir una hora o dos, del laboratorio de partes prostéticas. Los tres hermanos comenzaron a observar sus alrededores, con la pelirroja fijando su vista en las columnas de estanterías, repletas de libros. Sin embargo, salió de sus ensoñaciones, pues debían encontrar a su hermano favorito.

—Separémonos —sugirió Número Uno, una vez los tres llegaron al centro de la recepción.

—Vaya, bien pensado —mencionó Número Dos, antes de tomar la mano de su hermana, indicándole que lo siguiera.

—Diego, no soy una niña que pueda perderse —le recordó ella, lo que provocó que él se carcajease, revolviendo su cabello.

—No lo diría —negó con una sonrisa—. Ahora eres ciertamente adorable, tal cual te recordaba —mencionó, haciéndola sonrojar por la vergüenza—. Anda, vamos —comentó, comenzando a caminar con ella, subiendo las escaleras de la izquierda, mientras que Spaceboy subía las de la derecha.

Tras subir estas mismas, los hermanos comenzaron a buscar por distintas plantas. Cora por su parte, aprovechó para revisar las notas que Cinco había escrito en el libro autobiográfico de Vanya. Pudo comprender varios conceptos, pues había aprovechado aquellos años para estudiar diversas ramas de la ciencia, los viajes temporales y espaciales. Guardó de nuevo el libro dentro de su chaqueta, reuniéndose con sus hermanos en el tercer piso. Los rostros de ambos estaban apesadumbrados, pues llevaban varias horas buscando a El Chico, infructuosamente. Sin embargo, La Inexistente mantenía una actitud positiva, pues sentía que estaban más cerca de lo que parecía.

—¿Habéis visto algo? —cuestionó Luther, apoyándose en la barandilla, observando a sus otros hermanos.

—No... —negó Diego, posando su mirada en su hermana recién recuperada.

—Nada todavía —comentó la adolescente, sin percatarse de la mirada de Kraken.

El justiciero sabía a ciencia cierta que nada ni nadie podría sustituir a Cinco en el corazón de Cora, pero nada le impedía intentar hacerla feliz, haciéndola olvidar por unos segundos su enamoramiento de la infancia... Al fin y al cabo, no había hecho más que hacerla sufrir. Y ella no se merecía aquello.

—¿Sabes por qué me fui? —mencionó de pronto el adulto vestido de negro, ganándose la atención tanto de Luther como de La Inexistente, retomando el tema de su anterior discusión.

—¿Qué? —cuestionó el hombre de la luna, confuso—. ¿De qué hablas?

—Por qué me fui de la Academia —recalcó el lanza-cuchillos.

—Porque no podías soportar que yo fuera el Número Uno —replicó Spaceboy, provocando que Cora rodase los ojos.

—No me hagáis paralizaros otra vez —amenazó la de ojos esmeralda en un tono severo.

—No, te equivocas —negó el joven con habilidades telequinéticas—. Porque es lo que se hace a los 17 años —afirmó—. Te vas de casa, buscas tu identidad, maduras...

—Sí, claro, porque tú has madurado un montón —comentó el hombre de fuerte complexión en un tono irónico—. Y también huyes de los recuerdos dolorosos —mencionó, dando una intencional mirada hacia la pelirroja, quien se cruzó de brazos, pues sabía que se refería a su fallecimiento.

—Gracias, Luther —mencionó la aludida, suspirando pesadamente.

—Eso es un golpe bajo, tío —indicó Diego, acariciando el hombro izquierdo de su hermana—. Aunque no puedo negar esa acusación —añadió casi en un susurro—. Pero al menos yo tomo mis propias decisiones —sentenció con claridad—. Nunca has tenido que mantener un trabajo, pagar facturas... —comenzó a enumerar antes de interrumpirse, su tono ahora curioso—. ¿Has estado con alguna chica?

Aquella pregunta hizo carcajearse por lo bajo a su hermana, quien ya conocía la respuesta de antemano.

—Bueno, creo que ya sé la respuesta —comentó Kraken, sonriendo al escuchar la risa de su hermana—. Gracias, Cora.

—Perdón, perdón —se disculpó La Inexistente una y otra vez, tratando de no sentirse culpable por la expresión avergonzada de su hermano Luther.

—No sé a qué viene esa pregunta —mencionó Spaceboy, ruborizado.

—Oye, si quieres culparme, culparnos —dijo el lanza-cuchillos tras tomar aliento—, por habernos ido —continuó en un tono sereno—, pues hazlo —su sonrisa se había ido borrando poco a poco—. Pero igual te estás haciendo la pregunta equivocada —socavó—: quizá no sea por qué nos fuimos, sino por qué te quedas te tú.

—Me quedé porque el mundo me necesitaba —sentenció el hombre de la luna, acercándose a su hermano.

Número 𝛘 decidió alejarse entonces, encaminándose a otra habitación, con el propósito de darles privacidad. Estaba segura de que lo necesitaban. Ellos nunca habían tenido una conversación profunda ni tranquila desde que tenía memoria, y aquel sería un buen momento como cualquier otro para empezar a estrechar lazos.

—Te quedaste porque no eras capaz de romper con la vida que teníamos —rebatió el lanza-cuchillos en un tono sereno—. Con la Academia, con Papá... —enumeró de nueva cuenta— Con Allison —al escuchar aquel nombre, el rostro de su hermano palideció, pues estaba claro que aún albergaba fuertes sentimientos por la morena—. Pero Papá ha muerto, y ahora Mamá también —comentó, apenado—. Volvemos a ser huérfanos —añadió, caminando unos pasos, antes de girarse hacia Número Uno—. Nada volverá a ser como era...

—¿Quieres callarte ya? —cuestionó Luther, algo abrumado ante tanta negatividad, así como a la cercana conexión que estaba compartiendo con su hermano, algo que no era lo habitual—. Vaya, qué fácil ha sido —comentó, sorprendido, pues su hermano parecía atento ahora a varias voces que se escuchaban por el pasillo.

—¿Dónde están sus padres? —se escuchó decir a una mujer.

«Chicos, por aquí» —se escuchó la voz de la telépata en sus mentes.

Número Uno y Número Dos comenzaron a caminar entonces, siguiendo la voz de su hermana, quien les daba indicaciones sobre su posición. Nada más recorrer el pasillo unos pocos metros, encontraron a la pelirroja agazapada con una sonrisa, y a su lado, se encontraba Cinco, dormido. Cora acariciaba su cabello con lentitud, su actitud tierna. En sus manos estaba el maniquí que lo acompañaba desde hacía tiempo, Dolores. Las paredes y los cristales estaban llenos de fórmulas matemáticas, claramente escritas por el puño y letra de El Chico. Spaceboy y Kraken observaron entonces al adolescente, quien roncaba pacíficamente, con una mirada sorprendida.

—¿Está...? —comenzó a decir Luther.

—Borracho como una cuba —afirmó Diego, algo divertido por su estado, pero sin dejar de notar la mirada afectuosa que la de ojos esmeralda le dedicaba al adolescente.

"Al fin te encuentro de nuevo, querido hermano", pensó La Incógnita aún con una sonrisa esbozada en el rostro, contemplando cómo una botella de whiskey vacía caía de su mano izquierda. "Cuantas veces te habré dicho que no te fuerces, Cinco", suspiró, observándolo y acariciando nuevamente su suave cabello oscuro.

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Entretanto, en un bar cercano al apartamento de Vanya, las dos hermanas charlaban amistosamente. La actriz había explicado a la castaña cómo es que se había topado con el ebanista en su apartamento, y cómo sospechaba de su actitud poco natural. Estaba claro que la razón que le había dado era solo una excusa barata.

—Leonard no haría eso —negó la violinista, convencida sobre la inocencia de su amigo—. Venga ya, no puedo ni imaginármelo.

—Te entiendo —afirmó Rumor en un tono conciliador—. Yo tampoco quiero creerlo, ¿pero por qué si no te dice que se va a trabajar, y justo después se mete en tu casa? —cuestionó, claramente suspicaz.

—Para ir al baño, como te ha dicho —replicó Número Siete con un tono inocente, pues era incapaz de ver el mal en aquel hombre que la trataba tan bien, a pesar de solo haberlo conocido hacía pocos días.

—O para cotillear —replicó Allison.

—Él no haría eso —negó la adulta, completamente convencida de su inocencia.

—Para rebuscar entre tus cosas, quizás robarte algo... —enumeró Rumor, quien sospechaba que era peligroso para su hermana— O para masturbarse en tu osito de peluche —finalizó en un tono severo.

—Oh, no, para —negó Vanya, claramente perturbada por aquella imagen mental, dando un sorbo a su bebida.

—Mira, siento ser yo la que te lo diga, pero a veces los hombres son unos cerdos de cuidado —sentenció Número Tres en un tono arrepentido, pues hablaba desde la experiencia personal.

—Puede ser, pero... Este me gusta —admitió la de ojos castaños, pues estaba enamorándose de él—. Ya sé que es raro, porque solo nos conocemos desde hace unos días —empezó a decir—. Pero Leonard es auténtico —afirmó, en su voz una emoción tal, que Allison se quedó perpleja, pues parecía una persona nueva—. Vio algo en mí que nadie había visto.

—Sé lo que se siente —afirmó Rumor—. Dios, no siento nada así desde que era una niña —admitió, refiriéndose al enamoramiento que había sentido (y aún sentía) por Luther.

Su hermana la observó con una sonrisa, pues comprendía a quién se refería.

—¿Con Luther? —cuestionó, pues como hacía años había dicho Cora, ambos compartían desde niños una conexión especial, una que había evolucionado hasta convertirse en un enamoramiento adolescente.

—¿Lo sabe todo el mundo? —preguntó la actriz, tras sonreír.

—Soy la menos indicada para hablar en nombre de todos —replicó Vanya—, pero siempre lo sospeché —admitió—. Aparte de eso, nuestra hermana era quien más segura estaba de vuestra relación... Al fin y al cabo, estabais muy unidos.

—Oh, claro —comentó Allison con una carcajada breve, haciendo un gesto hacia su mente—. Podía saberlo todo —añadió—. Siempre lo ha hecho —suspiró pesadamente, dando un trago a su bebida—. Pues Luther tampoco quiere hablar conmigo —le contó—. Y aquí estamos.

—¿Por las hermanas? —preguntó Vanya, alzando su vaso, sugiriendo hacer un brindis.

—Por las hermanas —afirmó Allison, alzando su vaso y haciéndolo chocar suavemente contra el de su hermana—. Y por Cora —añadió—. Porque siempre estemos para apoyarnos.

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Aquella noche, Hazel y Cha-Cha entraron atropelladamente a su apartamento del motel, percatándose de que las camas estaban hechas, y el cuarto recogido. Habían entrado y probablemente, su rehén habría podido aprovechar la oportunidad para escapar.

—¡Serás idiota! —exclamó la mujer de piel negra, contrariada.

—¿Qué? —cuestionó su compañero, quien no parecía captar la razón de su enfado.

—¡No colgaste en la puerta el cartel de "No molestar"!

—¡Lo colgué! —afirmó el agente con vello facial—. Sé que... —se interrumpió al volver su vista oscura a la puerta, de la cual no colgaba ningún cartel—. ¡Mierda! —exclamó, cerrando la puerta de un golpe seco, colgando el cartel, antes de encaminarse rápidamente al armario de la habitación, abriéndolo—. Menos mal, aún sigue aquí —se alivió, suspirando, al encontrar a Klaus sentado aún en la silla, maniatado—. Hola —lo saludo, antes de sacar la silla del armario, arrastrándola lentamente hasta la mesa que allí había—. ¿Qué dice? —cuestionó, pues Seánce había comenzado a hablar, pero con el esparadrapo en su boca, no había forma de entenderlo.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Cha-Cha tras quitarle el esparadrapo de la boca.

—Dais mucho más cague sin las máscaras —mencionó el joven capaz de hablar con los muertos—. ¡Au! —exclamó, tras recibir una bofetada por parte de la agente.

—¿Te parece que es forma de saludar a tus amigos? —lo cuestionó Hazel.

—¿Podemos dejarlo ya? —cuestionó, preocupado—. Ya os he dado lo que queríais, por favor... —rogó— Por favor, dejad que me vaya. Por favor.

—Técnicamente queríamos a tu hermano... Y a tu hermana —mencionó la agente cuya máscara era de perro—. ¿Está tu hermano por aquí?

—Vais a tener que especificar un poquito más —replicó el adicto, desviando la mirada hacia su hermano Ben, carcajeándose, antes de recibir una nueva bofetada—. Ya os lo he dicho: no va a venir —negó—. Nadie vendrá.

—Número Cinco ya está informado —sentenció la de piel negra—. Le hemos dejado un mensaje, y cuando venga a por ti, le estaremos esperando —añadió, mientras su compañero le daba la vuelta, para que el adicto quedase observando la ventana.

Tras aquellas palabras, los dos agentes que debían preservar la línea temporal se escondieron, apagando las luces de la estancia, y cerrando las cortinas. Aquella profunda oscuridad, hizo que, de nueva cuenta, los recuerdos de su tortuosa infancia regresaran a Séance. Rememoró cómo es que su padre lo había dejado horas y horas en aquel mausoleo, solo, rodeado de muertos. Y de nueva cuenta, su padre le había negado la libertad; el salir de aquel lugar, encerrándolo una vez más.

Has estado allí otra vez, ¿verdad? —cuestionó Ben, preocupado por su hermano.

—No, no, no. Por favor —sollozó el adicto, sintiendo de nueva cuenta aquella sensación. Aquella sensación que le indicaba que pronto comenzaría de nuevo a verlos y escucharlos.

La babushka continuaba hablando en ruso, paseándose por la habitación.

Por su parte, la Inspectora Patch acababa de llegar al motel de carretera, entrando por la puerta del local de registro, donde también se encontraba la recepción. Encontró allí al perezoso hombre que recibía a los huéspedes, claramente tomando unas gachas frías, nada interesado en hacer su trabajo. La agente de la ley rodó los ojos, molesta por su actitud.

—Tengo motivos para creer que dos delincuentes están en este motel —indicó en un tono serio, tras carraspear, logrando captar su atención.

—¿Solo dos? —cuestionó el recepcionista, en un tono que indicaba su poca o nula disposición a cooperar.

—Necesito echar un vistazo —sentenció Udora en un tono ligeramente autoritario.

—Mire, en este hotel se paga por horas —replicó el joven en un tono indiferente—. Mis clientes no obtienen un alojamiento cuatro estrellas, pero tienen total privacidad por mi parte y de los jefes —se explicó—. Discúlpeme. Jefa —recalcó.

—Eso es mentira —negó Patch, molesta por su falta de cooperación.

—Son sus leyes, no las mías —comentó—. ¿Cree que no me he leído la constitución? —cuestionó en un tono altanero.

—Dudo que sepa leer —sentenció en un tono severo la policía.

—Vuelva con una orden —le sugirió el recepcionista, levantándose de su asiento, caminando hacia el cuarto trasero.

Aquel fue el momento que Udora decidió aprovechar, recordado las palabras de Diego acerca de saltarse las reglas por una vez en su vida, para hacerse con el teléfono de sobremesa de la recepción. Con un suspiro pesado, marcó un número que le había facilitado su expareja hacía tiempo, el cual correspondía al gimnasio en el que éste trabajaba asiduamente.

—Gimnasio Fighting Line —dijo una voz masculina, raspada—. Le atiende Al —dijo el mánager del lugar, quien era el jefe del vigilante.

—Estoy buscando a Diego Hargreeves —sentenció la morena en un tono suave.

—No está aquí —negó Al, en un tono algo molesto, pues su chico llevaba sin presentarse en su puesto de trabajo desde hacía horas.

—Dígale que le ha llamado la Inspectora Udora Patch —se presentó—. Creo que he encontrado a su hermano —continuó—. Dígale que venga a Calhoun 4535 en cuanto pueda —rogó.

—Un momento, un momento —dijo Al, tratando de apuntar sus instrucciones en un bloc de notas.

—Necesitaré su ayuda —dijo Patch, pues era cierto que no tenía refuerzos.

—Muy bien, señora, le diré que ha llamado —se despidió Al, colgando el teléfono.

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Luther, Diego y Cora caminaban ahora por las calles nocturnas de la ciudad. Número Cinco descansaba en brazos de Luther, mientras que Cora sujetaba en sus manos a Dolores, en su rostro una expresión molesta. La pelirroja caminaba a la izquierda de Kraken, oculta tras su cuerpo, pues éste había decidido que debían ocultarla de la vista de su hermano por el momento, pues corrían el riesgo de que sufriera un shock emocional.

—No podemos volver a casa —sentenció Luther en un tono bajo, observando a su adolescente hermano—. No es segura. Esos locos podrían volver en cualquier momento.

—Mi casa está más cerca —sugirió Número Dos—. Nadie lo buscará allí.

En ese preciso instante, Cinco eructó levemente, lo que provocó que Cora reprimiera una carcajada, mientras que Luther lo observó con tensión.

—Como me vomites encima... —amenazó.

—¿Sabes lo más gracioso? —cuestionó El Chico en un tono embriagado—. Que estoy en plena pubertad por segunda vez —replicó, inclinando su cabeza hacia atrás—. Anda, ¿quién es esa monada? —cuestionó, observando de forma borrosa a la figura adolescente que caminaba junto al justiciero vestido de negro—. Gracias por... Llevar a Dolores, guapa.

—Anda, cállate, que estás más guapo —comentó Kraken, molesto.

—Me he amorrado a la botella, ¿no? —se preguntó en voz alta el adolescente que viajaba en el tiempo—. Es lo que haces cuando el mundo que amas y la persona que adoras dicen adiós —continuó, antes de hacer un gesto con la mano a modo de despedida—. Puf. Chao —comentó, logrando hacer sonreír de forma empática a su hermana de ojos esmeralda—. ¿De qué estáis hablando?

—Dos enmascarados atacaron la Academia anoche —replicó Spaceboy—. Aunque por suerte, tuvimos ayuda de una figura encapuchada.

—Oh, sí, mi aliada inesperada —replicó Cinco, tras hipar—. Creo que es alguien como nosotros, ¿sabéis? Con poderes —comentó, sin hacer demasiado caso a las personas a su alrededor.

—Esos dos tipos te estaban buscando a ti —sentenció el lanza-cuchillos—. Y a la figura misteriosa —apostilló—. Así que necesito que te centres —le pidió—: ¿quiénes son?

—Son Hazel y Cha-Cha —replicó El Chico Maravilla.

—¿Quiénes? —preguntó Kraken, pues no pensaba que lo hubiera escuchado bien.

—Son sus nombres en clave —mencionó La Incógnita, llamando la atención de su hermano adorado.

—Exacto, guapa —afirmó—. Son los mejor de lo mejor —comentó con una sonrisa—. Después de mí, claro —se alabó, soltando una carcajada—. Oh, tu cabello... Se parece tanto al de ella —mencionó de pronto, logrando observarla mejor—. Pero está enfadada conmigo y no quiere hablar —pareció que su voz estaba a punto de quebrarse por la tristeza.

La Inexistente no dijo nada ante su comentario, pues ahora se encontraba evaluando cómo habría de explicarle todo lo que le había sucedido, y cómo había vuelto con él.

—¿Mejores en qué? —cuestionó el hombre de fuerte complexión, observando al niño que tenía en brazos.

—¿Sabéis? Cora siempre me decía que no le gustaba que bebiera —comentó de pronto El Chico Maravilla—. Decía que me ponía gruñón —apostilló, carcajeándose—. Creo que es lo único en lo que Dolores y ella coincidían.

—¡Eh! —el lanza-cuchillos pareció al fin perder la paciencia, deteniéndose en seco, observando a su hermano y enemigo a los ojos—. Necesito que te centres —le ordenó en un tono autoritario, deteniéndose también su hermano, al igual que la pelirroja—. ¿Qué es lo que quieren de ti Hazel y Cha-Cha? —le preguntó, provocando que el adolescente se carcajease—. Solo queremos protegerte.

—¿Protegerme? —se burló El Chico—. No necesito tu protección, Diego —negó en un tono serio—. ¿Sabes a cuántas personas he matado?

—Más de las que puedo contar ahora —mencionó La Incógnita por lo bajo—. Aunque creo llevar la cuenta en algún bloc de notas —masculló por lo bajo.

—Soy los Cuatro Jinetes —sentenció el viajero del tiempo con una nota de orgullo en la voz—. El Apocalipsis se acerca —añadió, antes de voltearse, vomitando en el pavimento.

Luther rodó los ojos, molesto, antes de contemplar cómo su hermano volvía a dormirse a cuenta del alcohol que había ingerido. Cora suspiró pesadamente, acercándose a Luther, tras entregarle a su otro hermano el maniquí.

«Déjame, ya lo llevo yo» —indicó, colocándose de espaldas a Spaceboy, con las manos extendidas.

«¿Estás segura?» —cuestionó el hombre de la luna, arqueando una ceja—. «Quiero decir...»

«No soy tan débil como recuerdas, Luther» —argumentó la muchacha, notando cómo a los pocos segundos, Número Uno colocaba a Cinco en su espalda, sujetándolo ella por las piernas, sintiendo cómo los brazos de su hermano pasaban por sus hombros, con su cabeza apoyándose en su omóplato izquierdo—. «Vamos. Enséñame el camino, Diego».

—A sus órdenes, princesa —replicó el moreno, haciéndola sonreír.

—Cora... Lo siento —escuchó murmurar Cora a su hermano favorito, claramente dormido aún.

—Y yo también, Cinco —murmuró ella inaudiblemente, retomando la marcha, siguiendo a su hermano hacia su lugar seguro.

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