Capítulo 4 parte 2: El juego del Gato y el Ratón
En otra parte de la ciudad, concretamente en la casa de la Inspectora Patch, Diego se encontraba sentado en los escalones, aguardando a la que antaño hubiera sido su pareja. Kraken necesitaba desesperadamente hablar con alguien: primero su hermana fallecida, a quien quería desde la niñez, aparecía de la nada, como si el tiempo se hubiera detenido para ella; y luego, se veía obligado a acabar con la vida de su propia madre... Estaba hecho un auténtico lío. La agente de la ley salió de su domicilio a los pocos segundos, sorprendiéndose al encontrarlo allí.
—¿Qué haces ahí? —cuestionó Udora, incrédula—. ¿A quien has cabreado esta vez? —inquirió curiosa, con un tinte de divertimento en su voz, caminando hasta quedar a su lado.
—Solo me limité a defenderme —replicó el justiciero en un tono sereno, observando que su examante tenía en sus manos una taza de café recién hecho.
—No has contestado a mi pregunta —lo sermoneó ella en un tono amable.
—Ah, sí —Diego suspiró, recibiendo la taza, dando un sorbo a su contenido, sintiendo que las fuerzas volvían a el—. ¿Cómo llevas todo el papeleo? —cuestionó, curioso intentando desviar el tema de conversación de sí mismo.
—El caso tiene su miga —admitió Udora, ciertamente inmersa en él—: tengo dos tipos con máscaras infantiles, casquillos nada comunes, una huella dactilar asociada a un caso sin resolver de los años 30, y... —hizo una pausa— Acaban de decirme que el conductor de grúa de la cafetería de donuts no tenía familia.
—¿Y el chaval? —cuestionó Diego—. ¿Qué hay de la encapuchada?
A sabiendas de la identidad de esta última, el vigilante sabía que debía aparentar ignorancia sobre ella, y tratándose de La Incógnita, sabía que la pelirroja no podría haber sido la artífice de aquella matanza en Griddy's. Había algo más en aquel caso... Y debía descubrir qué era. Quizás, pensó, debería preguntar a su querida hermana.
—Pues por lo visto, el niño no era suyo —replicó Patch—. Y seguimos sin descubrir nada acerca de la encapuchada... Es como si se hubiera desvanecido en el aire —se frustró—. Esos dos críos son los únicos testigos posibles, y son un misterio total —apostilló, antes de fijas su vista en su expareja, quien se había quedado silencioso—. A ver, ¿qué es lo que pasa? —cuestionó, cruzándose de brazos.
—¿Qué? —Número Dos parecía estar fuera de onda.
—Podrías haberme llamado —clarificó Patch—. ¿Por qué has venido hasta aquí?
—Por nada, es que... —no sabía qué decir, ni qué debía contarle— Mi madre —su voz apenas salía, como si un nudo aprisionase su garganta con firmeza, impidiendo que formase las palabras—. Murió anoche.
—Joder, Diego —Udora se puso pálida al momento, sentándose a su lado—. Lo siento mucho —le dio el pésame—. Recuerdo que estabais muy unidos —rememoró, pues en sus años de noviazgo, su ahora compañero y amigo le había hablado sobre ella en multitud de ocasiones, expresando su cariño por su persona—. ¿Puedo hacer algo para...? —se ofreció a ayudarlo.
—Es que no sé... No sé cómo... —hizo un gesto hacia su pecho, indicando que no sabía cómo sobrellevar la pérdida.
Udora pareció comprenderlo al momento, asintiendo suavemente con la cabeza.
—¿Así que se trataba de eso? —cuestionó en un tono suave y cariñoso, posando su mano izquierda en el antebrazo del hombre, acariciándolo—. Oye, dime qué es lo que pasa —sugirió—. ¿Quién ha hecho esto? —inquirió, pues conocía lo suficiente a Diego como para saber que la muerte de su ser querido no había sido natural, sino que, si estaba allí, pidiendo su consejo y ayuda, era porque se trataba de un asesinato.
—Digamos que no pude verles bien la cara —clarificó el hombre vestido de negro, dejando claro quiénes eran los responsables.
—Seguiste a los tíos de las máscaras, ¿verdad? —inquirió Patch, apartando su brazo, algo decepcionada, pero en un tono comprensivo.
—No los seguí —negó el vigilante—. Y uno de ellos es una mujer —recalcó—, así que no seas tan sexista —añadió.
—Te pedí expresamente que no los siguieras.
—No. Vinieron ellos a mi casa —replicó con rotundez Kraken, su voz tensa—. Buscando a mi hermano y mi hermana —añadió, sin pensar demasiado en sus palabras—. Intentaron matar a mi familia.
—¿Por qué? —cuestionó la policía, intentando entender.
—No lo sé —admitió Número Dos, agachando el rostro—. Mi hermano lleva desaparecido desde ayer. Debo encontrarlo.
—Diego, tienes que dejarme esto a mi —intercedió la inspectora—. Tú no estás preparado para...
—Te encanta decirme lo que puedo y no puedo hacer —la interrumpió el justiciero—. Aunque sea una vez, intenta hacer las cosas a mi manera —le sugirió, posando su vista en ella.
—No puedo —se negó la policía en un tono apenado, antes de levantarse y tomar la taza de café de manos de su expareja.
—No me extraña que no duráramos —comentó de forma hiriente el moreno.
—Ya... —fue lo único que logró decir la agente de la ley, imperceptiblemente herida por sus palabras, pues aún amaba a Número Dos, aunque no se permitiera a si misma admitirlo. Caminó unos pocos pasos antes de girarse hacia él—. Siento mucho lo de tu madre, Diego. De verdad —añadió, antes de marcharse a su lugar de trabajo.
#
Allison por su parte, acababa de llegar al bloque de apartamentos en el que su hermana Vanya se alojaba, pues deseaba pedirle disculpas por los comentarios y la pelea que había sucedido la noche anterior. De hecho, y para su buena fortuna, La Incógnita le había facilitado la dirección, pues la había visto en la mente de Número Siete. La pelirroja había sido quien la había animado a dar el paso para ser una mejor hermana con la violinista, y la actriz, lo agradecía. La adulta de piel mestiza se acercó a la puerta del apartamento, sorprendiéndose al encontrarla abierta, lo que provocó que se pusiera en guardia. Su hermana no era tan descuidada como para dejar su puerta abierta: probablemente un ladrón se había colado. Debía ser cautelosa.
—¿Vanya? —cuestionó en una voz queda, abriendo la puerta lo más silenciosamente que pudo, aunque esta chirrió, al estar sus bisagras oxidadas desde hacía años.
Tras entrar y dejar la puerta principal tal y como la había encontrado, Rumor depositó su bolso sobre la mesa de la sala de estar, antes de percatarse de que, efectivamente, había alguien más en la casa, y no era su hermana. Por la figura que le daba la espalda, se trataba de un hombre. Parecía estar buscando algo, u ocultando algo, ya que se comportaba de manera sospechosa. Con celeridad, y recordando las lecciones de autodefensa y artes marciales que su padre les hizo aprender de niños, Allison se escudó detrás de una de las paredes, cerca del marco de la sala de estar, esperando a que el intruso se acercase. Éste lo hizo a los pocos segundos, pasando por delante de la actriz sin percatarse de ello, momento que aprovechó Rumor para propinarle una patada en la pierna izquierda, en la flexión de la rodilla, haciéndolo caer al suelo, procediendo a acercarse para atacarlo.
—¡Allison, espera! —exclamó la voz del hombre con el que Rumor había visto a su hermana el día anterior.
—¡Leonard! —se sorprendió—. Lo siento —se disculpó tras unos segundos, retrocediendo unos pasos para dejar que se incorporase—. Pensaba que eras... —no continuó, dando una mirada a la habitación de su hermana— ¿Dónde está Vanya?
—Está en un ensayo —comentó el ebanista tras levantarse del suelo—. Anoche se dejó las llaves en mi casa —indicó, sacándolas del bolsillo derecho de su chaqueta, enseñándoselas—. Solo quería devolvérselas —admitió en un tono despreocupado—. Si te he asustado, lo siento.
—¿Y qué haces dentro de su apartamento? —cuestionó la actriz, suspicaz.
—Me da un poco de vergüenza —confesó el joven, esquivando su mirada—. Tenía que ir al lavabo —comentó, provocando que la actriz se cruzase de brazos, pues aquella era la excusa más estúpida que había escuchado en años—. Si no es indiscreción, ¿qué haces aquí?
—¿Cómo dices? —cuestionó Allison, evidentemente desconfiada, dando un paso hacia él, percatándose de que la conversación se estaba torciendo a un ritmo muy rápido.
—Bueno, es que por lo que me comentó, ayer tus hermanos, hermana y tú no queríais saber nada de Vanya —replicó con celeridad—. Por eso me ha extrañado.
—Perdona, pero eso no es cosa tuya —sentenció Rumor en un tono severo, pues comenzaba a pensar que aquel tipo no era bueno para su hermana.
Quizá, pensó, debería pedirle a Número 𝛘 que utilizase su poder telepático para leer su mente y averiguar sus verdaderas intenciones para con Vanya.
—Es cierto. Puede que no —admitió el ebanista, claramente nervioso por la actitud pasivo-agresiva de la actriz—. Me alegro de verte —añadió, tratando de salir por patas de aquella situación—. Supongo que le llevaré las llaves a Vanya al ensayo...
—¿Sabes qué? —cuestionó la morena—. Ya se las llevo yo —comentó, extendiendo su mano en un gesto imperioso.
—Claro —afirmó el hombre, entregándoselas sin reparos, su respiración agitada por los nervios—. Será lo más práctico, ¿verdad? —cuestionó, caminando lentamente hacia la puerta del piso—. Me alegro de verte —repitió una vez más, antes de salir de allí.
#
Entretanto, el doctor Lance caminaba ahora vestido de civil, habiendo salido a paso vivo de una clínica canina de alto nivel. Había pasado a recoger a su mascota, a quien ahora llevaba en brazos, acercándose a su coche. Con cariño, introdujo a su perro en la parte trasera del vehículo, antes de entrar a su coche, sentándose en el asiento del conductor. Nada más posó su trasero en el asiento, El Chico se teletransportó al asiento del copiloto, pues llevaba siguiéndolo toda la noche. El canino comenzó a ladrar, percatándose de la presencia del intruso. Lance se giró al escuchar lo ladridos de su cachorro, solo para casi sufrir un micro infarto, al encontrarse a Cinco a su lado.
—¡Por Dios! —exclamó, nervioso y aterrado.
Número Cinco ni siquiera le dejó margen de acción, pues rápidamente lo tomó por el hombro derecho, mientras sujetaba en su mano derecha una navaja bien afilada, la cual presionaba ahora contra su cuello, amenazando con seccionárselo.
—Una oportunidad —recalcó cada palabra—. No te daré más —añadió, extrañándose de pronto, pues la ilusión de La Incógnita no había vuelto a aparecer todavía, ni siquiera para intentar detenerlo o acusarlo de ser un bruto—. ¿Por qué no me dices algo? ¿Dónde estás? —masculló para sí mismo, logrando que la mirada de Lance se tornase aún más aterrorizada—. Una oportunidad de decirme qué es lo que se cuece en ese laboratorio —el jovencito regresó su atención a su rehén, retomando su conversación.
—¿Se puede saber qué diablos estás haciendo, Cinco? —escuchó la voz de La Inexistente en su mente.
—¿Por qué no apareces y lo ves, hermanita? —cuestionó El Chico entre dientes, hablándole a la voz de su ilusión—. Estoy trabajando.
Esperó una respuesta por parte de ella, pero no llegó ninguna. Parecía como, si su mente hubiera decidido interrumpir su conexión con aquella proyección mental. Aunque al menos se sintió reconfortado: ella seguía ahí. No lo había abandonado. Sabía que tendría que disculparse con La Incógnita en un momento dado, pero el tener la certeza de que podría volver a hablar con la pelirroja como hacía desde tanto tiempo, lo aliviaba y alegraba. El Chico volvió su atención entonces hacia Lance, presionando la navaja un poco más contra su garganta. El adulto temblaba, pues a sus ojos, el adolescente estaba desquiciado, loco de atar, hablando consigo mismo.
—Fabrico dispositivos protésicos para pacientes falsos —replicó Lance atropelladamente, pues su vida dependía de la información que fuera capaz de proporcionarle al adolescente—. Los facturo a las aseguradoras y luego los vendo por efectivo en el marcado negro.
—¿Incluidos los ojos? —preguntó el viajero temporal.
—Sí —afirmó el doctor—. Son lo que más vendo —admitió—. Porque se venden como rosquillas —continuó—. Tengo hasta lista de espera de unos veinte compradores.
—Entonces el número de serie que te di...
—Puede haberse vendido ya, sí —admitió Lance—. Extraoficialmente.
—Necesito esa lista, Lance —recalcó Cinco en un tono severo, pues no estaba de humor para juegos—. Nombres y números, ¡y la necesito ya!
—No la tengo —negó el traficante—. No la llevo encima —el cuchillo se presionó aún más contra su cuello—. La única copia está en la caja fuerte del laboratorio.
—Pues ya puedes ir arrancando —comentó el adolescente—, porque nos vamos de excursión —añadió, alejándose lentamente del doctor, dejando libre de la navaja el cuello del doctor—. Espabila.
—Vale, vale —afirmó vehementemente el traficante, colocándose el cinturón, antes de arrancar el vehículo, conduciendo lejos de allí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top