Capítulo 4: Hombre en la Luna

Luther despertó a la mañana siguiente, recordando aquel fatídico día hacía ya tantos años, cuando su padre lo envió a aquella misión en la que debía detener un agente químico realmente peligroso. Tuvo la mala fortuna de quedar gravemente herido, por lo que su padre, Reginald Hargreeves, decidió salvarle la vida a costa de alterar su estado físico permanentemente. Así fue como Número Uno recibió aquel cuerpo que se asemeja más al de una bestia. Meditó entonces qué debería hacer después de lo sucedido la noche anterior, con aquellos enmascarados y esa persona encapuchada, sin embargo, el brazo que de pronto se posó en su hombro izquierdo hizo que saliera de sus pensamientos: era Allison, quien lo esperaba pacientemente para darle la buena noticia y al mismo tiempo, para comprobar que se encontrarse bien. Luther retiró su brazo entonces, pues pensaba que Allison lo encontraría repulsivo y no quería disgustarla más de lo debido. Sin embargo, Rumor estaba decidida hablar, quisiera él o no.

—Tienes que ver una cosa —Indicó Allison en un tono apenado ciertamente dolido—. Es sobre Mamá —añadió, antes de levantarse de la cama de él, caminando con pasos rápidos hacia el piso en el que Grace se encontraba.

Spaceboy la siguió a los pocos segundos, tras ataviarse con una ropa más presentable, subiendo al primer piso de la mansión, encontrando a su madre extremadamente quieta, como si estuviera... Muerta. Aquella suposición se confirmó al acercarse, percatándose de que sus ojos estaban sin vida en ellos, asimismo, su brazo estaba abierto, notándose la visible manipulación en sus circuitos para apagarla.

—Los dos intrusos de anoche, los de las máscaras —comenzó a decir la morena—, le hicieron esto —finalizó—. Tiene alguna relación con Cinco —supuso—. Lo buscaban a él...

—Y a esa persona encapuchada —añadió Luther—. Sé que voté por desconectar a Grace, pero no por ello me resulta fácil verla así...

—Créeme, para mí tampoco lo es; Mamá era un pilar importante de esta familia —mencionó una clara voz, escuchándose unos pasos que se dirigían a su posición, apareciendo allí La Inexistente, ataviada con su usual uniforme de Umbrella Academy—. Pero me preocupa más Diego: esto será un golpe muy duro para él... —comentó en un tono apenado, ignorando olímpicamente la mirada sorprendida por parte de su hermano, a pesar de conocer lo que había transpirado la noche anterior en aquel lugar— Oh, veo que sigues de una pieza, después de la pelea de ayer —lo saludó tras percatarse de la mirada que había sobre ella.

—¿Co-Cora...? —Número Uno tenía problemas para ver, o eso pensaba, pues frente a él se encontraba su hermana fallecida, aunque con unos pocos años menos—. ¿Cómo has...? ¿Cuándo has...?

—Quería comentártelo de una forma más calmada —intercedió Allison, tratando de calmar al rubio—, pero veo que no hay mejor momento que este para que lo sepas —añadió, antes de suspirar—: Cora ha vuelto. Aún no sabemos cómo, porque se niega a soltar prenda —clarificó, recibiendo un gesto afirmativo por parte de la aludida—, pero el caso es que está aquí —concluyó—. Ella era la figura encapuchada de anoche. Nos salvó la vida.

—Aunque aún no he oído ni un "gracias" por ello —comentó la pelirroja en un tono serio y cruzada de brazos, observando que su hermano se incorporaba, pues se había agachado para observar a Grace—. Estoy de broma —indicó con una breve sonrisa, antes de acercarse a Número Uno, abrazándolo—: me alegra mucho volver a verte, Luther.

—Lo mismo digo... Cora —logró hablar el hombre de la luna, abrazando a la adolescente, sintiéndose feliz por su regreso a pesar de las amargas circunstancias—. Será mejor que nos cuentes cómo es que has vuelto, una vez encontremos a Cinco para pedirle explicaciones —indicó, tras romper el abrazo—. Ah, cierto, puede que te sorprenda, pero creo que te alegrará saber que Número Cinco...

—...Ha vuelto —finalizó La Incógnita por él, dejando a sus dos hermanos estupefactos.

—¿Cómo es posible que sepas eso? —inquirió la actriz.

—Por si no lo recordáis, algo que parece que no hacéis, aún tengo la habilidad de leer la mente —recalcó la chica en un tono algo molesto, cruzándose de brazos—. Claro que, no es gracias a eso que he podido averiguar que ha vuelto, sino por otro motivo más profundo —comentó por lo bajo, antes de carraspear, pues aquella no era una información que desease compartir por el momento. No con ellos. Ni en aquel instante—. Respecto a tu petición, Luther —apeló a él—, no puedo prometer nada, porque quizás haya cosas más importantes en juego —comenzó a decir, recibiendo una mirada severa por su parte—, pero lo haré... En el momento adecuado —añadió—. De todas formas, quiero encontrar a Cinco cuanto antes —dijo de pronto, con una indescriptible emoción en su voz—: no puedo arriesgarme a que esos pirados de Hazel y Cha-Cha vayan de nuevo a por él —apenas había terminado la frase, encaminándose hacia las habitaciones, dispuesta a encontrar una pista sobre su paradero.

—Luther —Rumor apeló a él, percatándose de que pretendía seguir a su hermana—, ¿estás bien? —preguntó, realmente preocupada por él, pues no quería que pensase que lo odiaba—. Sabes que a mi puedes contármelo —indicó, tratando de hacerlo colaborar.

—No quiero hablar del tema —sentenció Spaceboy, obviamente sin intenciones de divulgar nada sobre su aspecto.

Intentó seguir a la pelirroja una vez más, pero Rumor le cortó el paso.

—Oye, no hagas esto —le pidió—: no me apartes de ti —añadió en un tono triste—. Cuando me marché aún eras... —no se atrevió a continuar, tomando aliento a los pocos segundos— Dime, ¿qué ocurrió?

—Papá me envió a una misión —cedió el hombre de la luna—. Y salió muy mal. Casi muero —confesó—. Me salvó la vida.

—¿Por qué no me lo dijiste? —cuestionó la actriz, algo molesta, impidiéndole de nuevo el paso—. Podría haberte ayudado.

—Estaba bien —replicó él—. Y estoy bien. No necesito ayuda de nadie.

—Alguien está atacando a nuestra familia —recalcó ella—, nuestra hermana ha vuelto, y también la buscan a ella —apostilló—. Vamos, habla conmigo —pidió, posando su mano derecha en la mejilla izquierda de él, solo para que éste la apartase delicadamente.

—No puedo —se negó—. Por favor, déjame tranquilo —pidió él por contra, en un tono suave.

No quería que ella lo viese así, como era en realidad... Un monstruo. La apartó de su camino, siguiendo la estela de perfume que su hermana había dejado, siguiendo aquel rastro hacia la habitación de Cinco.

«Deberías dejar de tener miedo» —escuchó decir a Número 𝛘 en su mente—. «Si lo vieras tan claro como yo, te dejarías de estas chorradas» —comentó La Incógnita en un tono serio—. «Vamos, Luther, ella te quiere».

«No te metas en mi cabeza, Cora» —recalcó el hombre de la luna en un tono molesto—. «Esto no es algo que echase de menos precisamente» —comentó, haciendo alusión al talento de su hermana telépata.

«Pues entonces deja de pensar tan alto y de regodearte en tu autocomplacencia, y sube de una vez» —lo amonestó ella en un tono serio—. «Necesito encontrar a Cinco cuanto antes».

«No te recordaba tan severa, hermanita» —mencionó, subiendo las escaleras al segundo piso.

«Eso es porque he pasado por muchas cosas... No lo entenderías».

«Ugh, es como escuchar a Cinco otra vez» —indicó Luther, encaminándose a las habitaciones del viajero del tiempo y La Incógnita—. «Dijo algo muy parecido».

«Entonces veo que seguimos conectados».

«¿"Conectados"?» —se extrañó el adulto, encontrando a La Inexistente, investigando el cuarto de su hermano.

—No es momento para hablar de ello —verbalizó ella, rompiendo su conexión mental con él—. Vamos, mira en esos cajones, a ver si encuentras algo —ordenó, buscando la pelirroja por otro sitio.

"Me va a oír cuando lo encuentre. Ir solo a buscar al dueño de ese ojo... Y con esa maniquí del demonio, nada menos", pensó Cora para sí misma, pues su conexión con Cinco iba más allá de lo que sus hermanos podían imaginar, y no solo eso, sino que la propia razón de su regreso estaba interconectada con todo aquello.

#

Vanya empezaba a despertar de un sueño lo bastante tranquilo como para tener una buena noche de descanso. En cuanto abrió los ojos, se encontró frente a un escenario que no conocía: no era su piso, no era su habitación, y el lugar en el que estaba recostada no era su cama. Estaba en el mullido sofá de una sala de estar bien adornada, con bellos muebles y una gran iluminación. Recordó entonces que la noche anterior, tras el descubrimiento de que su hermana y mejor amiga había vuelto, y tras la pequeña discusión con Allison y Diego, ella había decidido ir a un lugar que le produjese una sensación hogareña. Había optado por ir a casa de Leonard. Rememoró cómo había sido tan amable de dejarla pasar, a pesar de haberse presentado de improviso, compartiendo con ella su cena, escuchando sus divagaciones, y propiciándole un lugar donde dormir.

—Espero no haber hecho mucho ruido —dijo el joven, quien ahora se encontraba preparando café en el comedor junto a la sala de estar, logrando observarlo la castaña gracias al arco que conectaba ambas estancias.

—Lo siento, perdona —se disculpó la violinista—. Anoche me quedé dormida.

—Tranquila, estabas agotada —replicó Leonard en un tono comprensivo—. Te habría dejado dormir todo el día, pero... —comentó, acercándose a ella con una taza de café en sus manos— Tienes ensayo.

—Tengo ensayo —dijo Número Siete al unísono—. Mierda —mencionó, revisando sus cosas.

—¿Qué? —cuestionó el hombre, preocupado.

—Como anoche pensaba volver a casa, no cogí más pastillas —aclaró ella, sujetando el frasco vacío en sus manos—. Qué idiota.

—Puedes pasar ahora —sugirió el joven en un tono amable.

—No, no me da tiempo —negó rápidamente—. Es que las necesito para los nervios —se explicó—. Las tomo desde que era una niña.

—Solo es un día —dijo Leonard, entregándole el café—. Creo que sobrevivirás.

Ella apenas tomó un sorbo, devolviéndole la taza.

—Sí, tienes razón —afirmó Vanya, apresurándose en recoger sus cosas—. Lo siento.

—Oye, hagamos un trato —propuso—: cuanto estés conmigo no hace falta que pidas perdón por existir.

Ella lo observó con una mirada tierna, tras vestirse con su chaqueta.

—Hace un día precioso —comentó Leonard tras dejar la taza de café en la mesita frente al sofá—. Venga, te acompaño al ensayo.

—¿Te pilla de camino? —se sorprendió el tercer violín.

—Para nada —admitió sin tapujos el de cabello castaño, sonriéndole, antes de abrirle la puerta.

Al cabo de unos minutos, ambos estaban caminando por las atareadas y bulliciosas calles, charlando animadamente sobre lo sucedido la noche anterior.

—Gracias por escucharme —dijo ella en un tono suave—. Todo lo que pasó anoche parecía tan surrealista... —continuó— Quiero decir, primero unos enmascarados nos atacan en nuestra propia casa, y luego mi hermana, a quien adoraba, reaparece de entre los muertos como si fuera cosa de magia —añadió en un tono ascendente—. No me malinterpretes, tengo unas ganas terribles de volver a la mansión y abrazarla, preguntarle cómo es que ha vuelto, pero es algo que...

—...Algo que parece sacado de un sueño —finalizó su acompañante por ella—. Te creo. Yo también necesitaría una noche, o quizás más, para procesar todo eso.

—Siento haberte tenido despierto hasta tan tarde —se disculpó la violinista, provocando que el hombre a su lado chasquee la lengua, algo divertido.

—Ya lo estás haciendo otra vez.

—Es la costumbre —admitió Vanya—. De niña sentía que tenía que pedir perdón hasta por respirar —continuó—. Aunque para mi suerte, Cora siempre estaba ahí, acompañándome —admitió—. A ella tampoco le gustaba que me disculpase tan seguido —contó—. Siempre me decía "tu no has hecho nada que requiera que te disculpes, así que deja de hacerlo. Son los demás los que deberían disculparse contigo por hacerte decirlo una y otra vez".

—Parece una gran hermana.

—Lo es —afirmó la castaña—. La mejor de todos.

—Me gustaría conocerla algún día —comentó Leonard por lo bajo, sin que ella lo escuchase—. Créeme, te comprendo perfectamente, Vanya —indicó de pronto, caminando frente a las puertas del Teatro Icarus, donde ella ensayaba—: creo que mi padre nunca me perdonó que naciera.

—¿Y tu madre?

—Nunca estuvo muy presente en mi vida —admitió el joven en un tono apenado, ganándose una mirada compasiva por parte de la violinista.

Esta de pronto alzo su rostro, percatándose de que Helen caminaba frente a ellos.

—Hola, Helen —la saludó, provocando que la aludida se girase, observándola y saludándola con frialdad, antes de seguir su camino.

—¿Es amiga tuya? —cuestionó el ebanista.

—Primer violín —recalcó ella.

—¿Primer...? ¿Y eso qué es? —cuestionó, confuso por la terminología.

—Oh —Vanya se percató entonces de su confusión—, es como el quarterback en un equipo de violinistas —simplificó.

—De futbol sí entiendo —afirmó el ebanista con una sonrisa.

—Interpreta el solo en el concierto de la semana que viene —se explicó la castaña—. Nadie le ha quitado el puesto por lo menos... En cinco años —continuó—. Es mucho decir.

—¿Quieres que lo intente? —bromeó el castaño—. Puedo probar. He practicado mucho —admitió, logrando que su compañera sonriese—. Voy mejorando —comentó, antes de detenerse frente a la entrada trasera del teatro, la cual daba entre bambalinas.

—Gracias por todo —expresó la violinista.

—Oye, podrías agradecérmelo con una cena —sugirió—. Aún tenemos pendiente la de ayer —añadió, refiriéndose a "salir a cenar", no a consumir comida en su casa, algo que ella captó al momento.

—Sí, me encantaría —afirmo Vanya con una sonrisa tras asentir vehementemente.

—Perfecto —ase alegró el joven—. Bueno, buena suerte —le deseó, antes de caminar lejos de allí, con la violinista entrando al teatro por la puerta trasera.

#

Entretanto, en el motel de carretera, Heizel y Cha-Cha intentaban en vano torturar a Klaus para que éste se dignase a darles algún tipo de información acerca del paradero de Cinco. De igual manera, intentaban encontrar, o más sonsacar, la relación que unía a la familia Hargreeves con su objetivo a capturar: aquella joven encapuchada. Por su parte, Klaus no parecía estar muy dispuesto a hablar, entre otras cosas porque no parecía que la tortura estuviera teniendo el efecto deseado en él. Estaba extremadamente tranquilo, como si aquello fuera una nimiedad. Obviamente esto no lo podían saber sus secuestradores, pero el adicto se encontraba extremadamente en su salsa, ya que prefería mil veces el ser torturado, a tener que soportar los constantes murmullos, quejas y sollozos de los muertos que podía ver.

—¿¡Número Cinco dónde está!? —lo cuestionó la agente de piel negra, intentando estrangularlo con un cable alrededor del cuello, apretando con fuerza los extremos—. ¿¡Y qué relación tiene esa chica de ojos verdes con vosotros!?

—No... Pares... —musitó Klaus en un tono claramente complacido— Ya casi estoy...

—¿Está...? —cuestionó Cha-cha, observando la toalla que su rehén tenía alrededor de sus partes privadas, percatándose de que parecía estar excitado.

—Sí —afirmó Hazel tras acercarse, observando que, efectivamente, las sospechas de su compañera eran acertadas.

Cha-Cha rodó los ojos, quitando el cable del cuello del joven, hastiada por sus reiterados y fallidos intentos en hacerlo hablar. Hazel se sentó en el borde de una de las camas, pues llevaban horas interrogándolo. Su compañera de trabajo imitó sus acciones, sentándose al borde de la otra cama. Klaus por su parte comenzó a toser, viéndose libre de la opresión en su cuello, aunque no pudo moverse demasiado, pues estaba maniatado a una silla.

—No hay nada como un buen estrangulamiento para que fluya la sangre, ¿verdad? —comentó complacido Séance, antes de carcajearse.

—¿De qué te ríes, capullo? —inquirió Hazel, levantándose para propinarle un leve golpe en la frente, pues no soportaba su actitud.

—Pues, para empezar —replicó el adicto—, lleváis diez horas dándome una tunda detrás de otra, y no me habéis sacado absolutamente nada —añadió, realmente divertido—. A mi nadie me cuenta una mierda —admitió—. Lo cierto es que soy la única persona de esa casa a quien nadie echaría nunca en falta —continuó—. Idiotas, la habéis cagado al elegir rehén —volvió a reír, antes de ser golpeado nuevamente en la frente por Hazel—. ¡Au!

—Por favor, haz que se calle ya —comentó el agente con vello facial—. Así no lograremos saber qué lo une con esa chica de ojos verdes y una cicatriz en su ojo izquierdo.

¿Cicatriz? Klaus, Klaus —apeló Ben a su hermano—. ¡Podría tratarse de Cora! —exclamó—. Esos eran sus rasgos más característicos —agregó—. Sé lo que piensas, pero escúchame un momento: ¿y si la razón por la cual nunca has conseguido contactar con ella, es porque realmente no estaba muerta? —cuestionó, animado—. ¡Eso lo explica todo! —exclamó, aliviado—. ¡Si realmente siguiera muerta, habrías sido el primero con quien contactase para hablar con su familia! —añadió—. Oh, ¡menudos idiotas! —indicó, observando a Hazel y Cha-Cha—. ¡Vais frescos si pensáis capturar a nuestra hermana o a Cinco!

—Pasemos al waterboarding —sugirió Cha-Cha, colocándole un paño en el rostro, con el fin de ahogarlo. Por su parte, Hazel vertió sobre el paño una pequeña jarra de alcohol.

Sin embargo, Klaus se sintió aliviado, bebiendo el líquido con satisfacción, haciendo desesperar a los agentes.

—¡Venga ya! —exclamó el agente con algo de peso, hastiado.

—Oh, lo necesitaba —comentó, sonriente—. Estaba muerto de sed —añadió—. Gracias. Gracias —dijo una y otra vez, pues realmente llevaba sin beber nada desde hacía cosa de diez horas, y necesitaba un trago.

Hazel entonces hizo un gesto a Cha-Cha para que se reunirá con él en el servicio del apartamento, puesto que tenían que valorar cómo debían continuar la tortura, ya que Klaus parecía impasible a cada acto que ellos cometían. Decir que ambos estaban perplejos sería simplificarlo. Hasta cierto punto ambos estaban dispuestos a admitir que los aterraba por su resistencia y su actitud. No habían conocido a nadie capaz de resistir tantas horas de tortura. En todos sus trabajos sus víctimas se doblegaban al primer o al segundo intento, pero parecía que este chico era distinto a todos los que habían conocido. Parecía imposible quebrar su espíritu.

—Dios, esto es salvaje —se asombró Hazel—. ¿Pero qué leches le pasa a ese tío? —cuestionó, lavando sus manos.

—Es un monstruo, como su hermano —comentó la agente en un tono severo.

—Y como todo el mundo en esa casa —afirmó su compañero—. Diría que no sería tan descabellado pensar que nuestro objetivo también es de la familia.

—No digas tonterías —comento Cha-Cha.

—¿Y entonces por qué siempre se encontraba en el lugar indicado en el momento propicio? —cuestionó el de piel blanca—. Venga, Cha-Cha, ya has visto sus habilidades —rememoró—: es otro monstruo, como Cinco —afirmó—. Además, siempre estaba junto a él —añadió—. Esto es otro ejemplo de la explotación que sufrimos los trabajadores —comentó tras unos segundos, emitiendo un gruñido de molestia.

—Venga, no empieces otra vez.

—Tendrían que habernos advertido de que esta misión era atípica —se quejó Hazel—. El riesgo debe pagarse —sentenció, convencido acerca de sus palabras.

—Vamos a cumplir con el trabajo, y pasemos al siguiente —indicó Cha-Cha, tratando de animarlo—. Como hacemos siempre —añadió, antes de suspirar—. ¿Te acuerdas de Trinidad? ¿Cuánto tiempo lo fustigamos? —comenzó a rememorar—. ¿Dos días y dos noches?

—¿Cómo olvidar a Trinidad...? —inquirió Hazel en un tono algo desanimado, dejando claro que parecía no estar tan cómodo como su compañera con aquella línea de interrogatorio.

—Buen chico —alabó la de piel negra con una sonrisa—. Vamos —tras aquellas palabras, la agente salió del aseo, colocándose su máscara.

El agente de piel blanca y vello facial por su parte suspiró, antes de colocarse la suya.

—Venga. Al lío, Hazel —se infundió ánimos el hombre, antes de salir de la estancia, dispuesto a continuar con su trabajo.

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