Capítulo 1 parte 6: Culpa

Unas dos horas más tarde, en el mismo patio interior de la casa, todos los hermanos Hargreeves que quedaban se reunieron allí, bajo la lluvia, amparados por sus paraguas, junto a Pogo y Grace, para hacer un último homenaje a su padre adoptivo. Luther sostenía la urna funeraria en sus manos, en un gesto solemne.

—¿Ha pasado algo? —cuestionó Grace en un tono confuso, observando a sus hijos.

Vanya, Cinco y Klaus intercambiaron una mirada sorprendida, pues no era habitual que su madre actuase de esa forma tan... Desapegada. Parecía como si fuera presa de un estado de shock, ni siquiera recordando que su señor había fallecido.

—Papá ha muerto —sentenció Allison en un tono sereno—, ¿recuerdas?

—Oh... Sí, por supuesto —afirmó la mujer rubia tras unos segundos, su tono de voz tornándose grave, acorde con las circunstancias.

—¿Mamá está bien? —cuestionó la actriz, volviéndose hacia Diego, quien siempre había mantenido una relación muy estrecha con su cuidadora.

—Sí —afirmó rápidamente—. Sí, está bien —posó sus ojos en su cuidadora—. Necesita descansar, nada más. Recargarse.

Entretanto, aprovechando la pequeña charla entre sus hermanos, Klaus encendió un cigarrillo, pues no tenía ninguna gana de ver fantasmas aquel día, y mucho menos el de su querida hermana Cora. Aunque en el pasado no había tenido éxito alguno en comunicarse con ella, podía imaginársela perfectamente con una expresión molesta, regañándolo por continuar consumiendo.

Por su parte, Cinco sacó y dio una mirada discreta al medallón que tenía en su bolsillo, en cuyo interior se encontraba una fotografía de la muchacha de ojos verdes. Recordaba perfectamente el día que la pelirroja se lo obsequió...

Era el 3 de junio de 2002. Apenas había empezado el verano, pero ya comenzaba a notarse el calor. Los chicos de la Umbrella Academy llevaban sus uniformes de siempre, aunque por fortuna, podían despojarse de las chaquetas y jerséis, optando por usar una ropa más fresca. Aquel día en concreto, Cinco estaba practicando en su habitación su teletransporte, cuando un toque en la puerta de su habitación lo distrajo, perdiendo la concentración y estrellándose contra la puerta que acababa de abrirse. El artífice de aquella distracción no había sido otra persona que Cora, quien, al observar a su hermano en el suelo con la nariz roja como un tomate, corrió en su ayuda.

—¡Ay, madre mía, lo siento! —se disculpó, ayudándolo a levantarse, observando su expresión contrariada—. ¿Estás bien?

—¿Cuántas veces te he dicho que toques la puerta antes de entrar, Cora? —se quejó en un tono molesto—. ¡No deberías entrar en la habitación de un chico de esta forma tan atropellada! ¿¡Acaso quieres provocar un malentendido!? —la aleccionó, contemplando cómo la chica agachaba el rostro—. ¡Piensa un poco por una vez! ¡Siempre te dejas llevar por las emociones! —la sermoneó en un tono severo, antes de arrepentirse de sus palabras—. Oye, no quería decir que... —detuvo sus palabras al observar los nudillos enrojecidos de su compañera.

—He estado tocando tu puerta desde hace cuatro minutos —musitó la de ojos verdes en un tono suave, notando cómo Cinco acariciaba sus nudillos tras haber tomado sus manos en las suyas—. Quizás debería haberte llamado a voz en grito...

—No. Yo debería haber estado más atento —sentenció el muchacho en un tono sereno, pues era realmente difícil para él el disculpase con ella, algo que no parecía ser un problema con el resto de sus hermanos—. Siéntate: te curaré —añadió, antes de sujetarla por los hombros, obligándola a sentarse en su cama—. Espérame: no tardo —indicó, antes de desaparecer durante unos segundos gracias a su teletransporte, reapareciendo en la estancia frente a Cora, ahora con unas vendas, gasas, pomada, y agua oxigenada—. Bueno, veamos qué puedo hacer con esto —comentó, sentándose junto a ella en la cama.

Por lo que la pelirroja pudo averiguar gracias a sus habilidades telepáticas, su padre estaba revisando algunos documentos en su despacho, y Grace estaba atendiendo a Klaus y Ben en la cocina, quienes parecían tener algún tipo de problema con un asunto relacionado con ropa interior, por lo que nadie los regañaría por usar aquellos objetos del botiquín sin permiso.

—Tranquilo, no me harás daño —le dijo la pelirroja con una sonrisa, habiendo leído en su mente que se encontraba preocupado por lastimarla.

—Dijiste que no me leerías la mente, Cora —le recordó el muchacho.

—Lo siento... Ya sabes que a veces, cuando estoy contigo, no puedo controlarlo —se excusó—. Pero reitero lo que he dicho: no me vas a hacer daño.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —cuestionó El Chico en una actitud bromista.

—Ya me has curado anteriormente, ¿recuerdas?

—Cierto —afirmó el muchacho—: en aquella misión de hace tiempo, cuando ese enemigo te hizo varios cortes en los brazos con su cuchillo —rememoró con cierta ira antes de suspirar—. En realidad, podría decirse que ya tengo bastante práctica en lo que se refiere a ser tu enfermero—bromeó—. Ahora, estate quieta —ordenó, su rostro tornándose serio.

La chica con habilidades telequinéticas sonrió al entender que su hermano deseaba concentrarse para aliviar el dolor de sus manos. Con delicadeza, el muchacho tomó en su mano izquierda la derecha de la pelirroja, comenzando a aplicar con una gasa el agua oxigenada en los roces. Al contacto de sus raspaduras con la gasa untada en el agua, Cora dejó escapar un leve quejido, pues aquello escocía bastante y le entraban ganas de salir corriendo.

—No te preocupes —intentó calmarla—: pronto se te pasará el escozor —le aseguró Cinco, sonriéndole sin una pizca de sarcasmo o ironía.

El Chico se apresuró en realizar las curas en la otra mano de su compañera de misiones, antes de vendar los dedos de ambas manos, finalizando su trabajo. En cuanto retiró sus manos y dejó agua oxigenada, las gasas y las vendas restantes sobre la mesilla junto a la cama, la telépata sonrió agradecida, levantándose de la cama, colocándose ella ahora frente a su hermano.

Éste la observó con una mirada confusa.

—Puedo aplicarme yo mismo la pomada —indicó—. No tienes por qué hacerlo tú.

—Tonterías —negó con una sonrisa la de ojos verdes, sonriéndole—. Tú me has curado a mí. Lo justo es que yo haga lo mismo por ti —argumentó—. Además, el golpe ha sido en parte culpa mía.

—No es verdad.

Cora simplemente arqueó una de sus cejas mientras dejaba escapar una carcajada suave. Al observar esto, el joven capaz de teletransportarse se rindió, pues sabía que en cuanto se le metía algo en la cabeza a su hermana, no había nada que hacer. Con una resignación que aparentaba ser molesta, dejó que La Incógnita aplicase la pomada en el puente de su nariz en movimientos suaves y delicados, esforzándose por no hacerle daño.

Una vez hubo terminado, la muchacha dejó la pomada sobre la mesa, junto al agua oxigenada, recostándose sobre la cama, a su lado. El Chico sonrió, reconociendo sus razones para hacer aquello, por lo que imitó sus acciones, recostándose a su lado, observando el anochecer que se divisaba por la ventana de la estancia. Dejó que la pelirroja apoyase su cabeza en su pecho, escuchando el latir de su corazón.

Siempre que algo la asustaba, molestaba o una pesadilla los inquietaba, ambos se infiltraban en la habitación del otro a hurtadillas, con el fin de protegerse y cuidarse. Desde que tenían uso de razón ambos habían observado el anocheceer recostados en la cama, y en ocasiones solían salir a la escalera de incendios para ver las estrellas y las constelaciones.

—¿Qué te preocupa? —inquirió de pronto el viajero temporal—. No sueles estar tan callada...

—Papá ha vuelto a gritarme hoy. Por eso he venido aquí —admitió La Inexistente—. Me ha dicho que como no mejore mi telequinesis va a encerrarme en mi cuarto durante un año... Por lo visto soy la única que no logra usar sus habilidades sin sufrir físicamente por ello —comentó, recordando su misión en el banco.

—Todos evolucionamos a nuestro ritmo, es normal —intentó animarla Cinco, acariciando su cabello en movimientos lentos y suaves, algo que siempre parecía calmarla—. Si quieres, a partir de mañana entrenaré contigo después de desayunar. Le demostraremos a Papá de lo que eres capaz.

—¿De verdad harías eso por mí? —preguntó Cora, alzando su rostro para observarlo.

—¿Acaso tienes que preguntarlo? ¿Eres o no eres mi hermana favorita?

Al escuchar su respuesta en forma de preguntas retóricas, la adolescente de ojos verdes esbozó una sonrisa tan ancha que El Chico estuvo por jurar que tenía delante al Gato de Cheshire. La muchacha se estiró levemente para poder llegar hasta la mejilla derecha del adolescente de ojos azules pálidos, donde depositó un beso afectuoso y cariñoso. Al retirarse, la sonrisa se volvió tímida de pronto, lo que provocó que Cinco arquease su ceja izquierda, curioso por el cambio súbito en su actitud.

—Quería que fuera una sorpresa... —se explicó la pelirroja, sonrojándose—. Pensaba dártelo como regalo de cumpleaños, pero no quería esperar más.

La Incógnita sacó un pequeño paquete del bolsillo de su vestido, el cual entregó a Cinco. Cora lo observaba con sus ojos verdes llenos de nervios, deseosa de ver su reacción. Cuando el chico capaz de teletransportarse abrió el paquete, encontró dentro de éste un medallón de oro, sorprendiéndose por su acabado exquisito. Sacó el medallón del paquete, sujetándolo por la cuerda, dejándolo caer. Tras unos segundos abrió el medallón y observó que en su interior había una fotografía de la sonriente telépata con su uniforme.

—Vaya... Esto es muy bonito —admiró con un tono asombrado—. ¿Cuánto te ha...?

—¡Nope! ¡Tengo una estricta política de no devoluciones! —lo interrumpió ella, colocando su dedo índice derecho sobre los perfectos labios del adolescente—. ¡Y nada de preguntas sobre el precio!

—Gracias, Cora —se carcajeó Cinco, divertido por sus ocurrencias.

Una vez más, ella había logrado sorprenderlo. Siempre había sido así, desde que eran niños: la de cabello cobrizo siempre encontraba la manera de asombrarlo, y su admiración por ella crecía cada vez.

—Como siempre estás hablando de que quieres viajar en el tiempo, he pensado que esto podría hacerte compañía cuando decidas irte —admitió tímidamente la joven de ojos verdes, desviando su mirada hacia el sol que ya casi había desaparecido en el horizonte.

El Chico, conmovido por sus palabras y por la forma tan cálida en la que La Incógnita siempre lo tenía en sus pensamientos, la abrazó contra su pecho, sorprendiéndola al momento, escuchando cómo ella dejaba escapar un leve grito por su acción tan inesperada. A los pocos segundos sintió que ella correspondía el abrazo.

—No seas tonta —murmuró con una voz queda, provocando que la telépata sintiese las vibraciones de su voz recorrer su pecho—: cuando llegue el día en el que decida emprender el viaje, te llevaré conmigo —le aseguró—. El Equipo Maravilla debe permanecer unido, ¿no es así? —comentó, haciendo alusión al apodo con el que los medios los habían calificado, al estar siempre juntos, luchando codo con codo.

Cora no dijo nada, pero el muchacho notó que ella asentía lentamente. Con delicadeza, el muchacho apartó un mechón de su frente, para poder así observar esos bonitos ojos que siempre conseguían aliviar sus penurias. Con delicadeza dejó algo de espacio entre sus cuerpos, y tomó las vendadas manos de ella en las suyas, brindándoles un beso suave.

¡"Cora y Cinco sentados en un árbol... B.e.s.a.n.d.o.s.e"! —se escuchó canturrear a Klaus, quien acababa de asomar su rostro por la puerta de la habitación del adolescente de ojos azules—. Mira Ben, ¿no son adorables nuestros tortolitos? —bromeó observando a su hermano de reojo.

Ben estaba tras Número Cuatro con una expresión derrotada en el rostro, pues sabía que nada bueno podía ocurrir al hacer enfadar al Chico. Por su parte, el rubor en las mejillas de La Incógnita acababa de regresar, acrecentándose por las palabras de Klaus, procediendo a tapar su rostro con sus manos, avergonzada.

Esto provocó que Número Cinco rápidamente se teletransportase frente a su hermano drogadicto con la firme intención de golpearlo, fallando en su intento, pues su hermano logró esquivarlo, saliendo escopeteado escaleras abajo, con Ben asido de la mano.

—¡Pienso destriparte y darte de comer a los cuervos! —exclamó airado el adolescente de cabello moreno, con su rostro enrojecido, aunque esto último no era únicamente producto de su enfado, sino también de la vergüenza—. Vuelvo en seguida —dijo a la telépata en un tono serio, observando que se había sentado al borde de la cama, por lo que caminó hasta estar frente a ella, besando su frente, antes de teletransportarse de nuevo—. ¡KLAUS! —se lo escuchó bramar desde el primer piso.

Cinco suspiró, guardando el medallón de nueva cuenta en su bolsillo, pues no deseaba volver a ser presa del dolor. Cada recuerdo que la involucraba a ella y volvía ahora a su mente era una tortura. Tantas palabras sin ser articuladas, tantas aventuras y momentos sin poder ser disfrutados... Era irónico que él, que podía viajar a través del espacio y el tiempo, y para quien cada instante era insignificante, no hubiera permanecido a su lado, protegiéndola. En lugar de eso, su egoísmo y soberbia lo habían dejado atrapado en el futuro... Y con la ilusión de Cora como su única compañía a excepción de Dolores. Un castigo justo y merecido ahora que lo analizaba con perspectiva. El Chico salió entonces de sus pensamientos al escuchar la voz de Pogo.

—Cuando quiera, muchacho —indicó el simio a Luther, pues era la hora de esparcir las cenizas de su padre.

En un gesto solemne y sereno, Spaceboy abrió la urna funeraria, inclinándola hacia un costado para dejar caer las cenizas, solo para observar cómo estas caían como un peso muerto en el suelo del patio privado.

—Con viento habría quedado mejor —musitó el Número Uno al recibir las miradas atónitas a la par que poco impresionadas por parte de sus hermanos.

—¿Alguien quiere decir unas palabras? —inquirió Pogo, posando su mirada en los hermanos—. Muy bien —suspiró, percatándose de que ninguno de los jóvenes quería decir nada al respecto—. A todos los efectos, Sir Reginald Hargreeves me convirtió en lo que hoy soy —comenzó, su voz claramente teñida de nostalgia por aquellos años ya olvidados en el tiempo—. Solo por eso estaré eternamente en deuda con él —sentenció—. Fue mi maestro, y mi amigo. Y lo echaré mucho de menos —expresó antes de suspirar, contemplando aliviado cómo los hijos adoptivos del fallecido respetaban sus palabras y su memoria—. Sir Reginald deja atrás un legado complicado...

—Era un monstruo —alzó Diego la voz en un tono que denotaba una gran ira reprimida—. Era mala persona y peor padre —acusó, provocado que Klaus soltase una risotada por sus agallas, mientras que Cinco lo observaba, consternado—. Y el mundo está mejor sin él —concluyó.

—¡Diego! —exclamó Allison, intentando llamarlo al orden.

Sin embargo, él no la escuchó, continuando su monólogo.

—Me llamo Número Dos —recalcó el lanzador de cuchillos—. ¿Sabes por qué? Porque nuestro padre no se molestó ni en ponernos nombre —clarificó en un tono sarcástico—. Tuvo que hacerlo Mamá.

—¿Os apetece algo de comer? —intercedió Grace, aún en evidente shock, intentando detener la que sin duda se convertiría en una gran pelea.

—No, no hace falta, Mamá —negó Vanya con una sonrisa amable.

—De acuerdo.

—Si queréis presentarle vuestros respetos, hacedlo, pero sed sinceros sobre la clase de hombre que fue —continuó Diego, haciendo caso omiso a la interacción entre su madre y hermana—. ¿Y sabéis cual es la guinda del pastel? ¿Lo sabéis? —cuestionó con ironía—. Que Papá fue el responsable de la muerte de Número 𝛘. De Cora —recalcó, provocando que una expresión de dolor cruzase los rostros de todos los presentes—. Nos hizo abandonarla en aquel lugar, con cinco tiros en el pecho, y ni siquiera nos permitió llorarla o mencionarla en años —aquella frase logró que el viajero del tiempo cerrase los ojos con fuerza, intentando olvidar las imágenes que había visto de aquel suceso, los ojos vacíos de la pelirroja volviendo a su mente—. Nos obligó a reprimirla de tal manera, que hasta olvidamos su nombre.

—Será mejor que te calles —sentenció Luther en un tono severo—. No es el momento ni el lugar para hablar de ello.

—¿Qué mejor momento que este? No podíamos mencionarla mientras el viejo estuviera con vida, si no me falla la memoria —rememoró—. ¡Nuestra hermana estaría viva de no ser por él! —acusó—. ¿Y sabes qué? Casi me alegro de que no esté aquí, para ver cómo su familia la ha dejado en un segundo plano.

—¡Diego, ya basta! —exclamó Allison, observando por el rabillo del ojo cómo El Chico cerraba los puños con fuerza.

—Tu precisamente deberías estar de mi parte, Número Uno —apeló el justiciero a su hermano astronauta.

—Te lo advierto —recalcó Spaceboy en un tono férreo.

—Después de todo lo que te hizo... Tuvo que mandarte a millones de kilómetros de aquí —Número Dos parecía inmune al desaliento, como si hubiera decidido liberar toda su ira y frustración reprimidas tras años de silencio.

Klaus, percatándose del estado de tensión en el que se encontraba su hermano recién aparecido, posó una mano en su hombro: comprendía el duelo que estaba pasando. Para Cinco, que había sido la persona más cercana a Número 𝛘, su compañero, su apoyo incondicional, la persona a la que más quería, esto debía ser el infierno. Incluso para ellos que ya era cosa del pasado, recordar lo sucedido a La Incógnita era aún demasiado doloroso, por la culpa que carcomía sus entrañas al no haber hecho nada por evitarlo. Y las palabras de Diego no estaban haciendo más que empeorar las cosas.

—Diego, no digas nada más —el ahora líder de la familia Hargreeves parecía no poder contenerse por mucho más tiempo, escuchando los reproches de su hermano.

—¡Lo hizo porque no soportaba ni verte! —finalizó el justiciero, golpeando con intensidad y en repetidas ocasiones el pecho de su hermano, provocando que Luther pierda los estribos, empujándolo para alejarlo de él.

Aquello desencadenó la pelea que Grace había anticipado, comenzando los hermanos a intercambiar puñetazos y fintas entre ellos. Por su parte, Klaus colocó su brazo izquierdo frente a Número Cinco con la intención de protegerlo, pues ahora era un adolescente y no tendría la fuerza física de resistir un golpe de sus hermanos, pero éste apartó su brazo, molesto. Claramente el joven no necesitaba su protección. Podía cuidarse solo.

—¡Muchachos, déjenlo ya! —exclamó Pogo.

—¡Venga, grandullón! —exclamó el lanza-cuchillos, esquivando un puñetazo con una finta rápida, provocando a su hermano para que lo atacase.

Número Cinco observaba la pelea con una actitud indiferente, habiendo logrado relajarse mínimamente, como si aquello fuera el pan de cada día en la familia Hargreeves, algo que en cierto sentido era verdad. No había habido peleas entre los hermanos desde su desaparición, a pesar de que no podía asegurarlo, pero aquella que se estaba sucediendo evidenciaba que ya no eran unos niños. Los golpes eran calculados al milímetro. «Si se esforzaran un poco más», pensó, «podrían llegar a matarse».

—¡Parad! —exclamó Vanya, intentando, en vano, detener la trifulca.

—¡Dale! ¡Dale! —Klaus parecía haber decidido que aquella pelea era más interesante que el funeral, por lo que comenzó a vitorear.

Luther consiguió acertar varios golpes en el pecho de Kraken, pero éste pronto se recuperó del entumecimiento, devolviendo golpe por golpe, incluso a sabiendas de que no podría hacerle ni cosquillas. Spaceboy lanzo entonces a Número Dos por los aires, recordando aquella misión hacía años, cuando perdieron a Cora, usando la misma técnica que aquel veterano de guerra usó para incapacitar a Diego. Sin embargo, éste había aprendido de sus anteriores fracasos, por lo que dio la vuelta en el aire como un gimnasta, logrando aterrizar de pie, dispuesto a seguir con la pelea. Pogo, decepcionado por lo que estaba presenciando, se marchó de allí. En un momento dado el de cabello rubio logró asir al moreno por el brazo, amenazando con dislocarlo, cuando éste contratacó con un golpe directo a la cabeza, causando una breve conmoción a Luther, quien soltó a Diego, necesitando unos segundos para reponerse.

—No tenemos tiempo para esto —mencionó Cinco, comenzando a dar media vuelta, caminando lejos de allí.

Lamentablemente, no llegó ni a dar cuatro pasos cuando la voz del lanzador de cuchillos lo detuvo.

—¡Eso, huye como siempre has hecho, Cinco! —exclamó mientras esquivaba un golpe por parte de Luther, retrocediendo unos pasos para conseguir disminuir su rango de ataque—. Huye como lo hiciste aquel día, cuando la dejaste sola y abandonada —espetó, contemplando con satisfacción cómo los hombros de su hermano se tensaban—. ¡La dejaste a su suerte con el viejo, permitiendo que hiciera lo que quisiera con ella! —lo culpó, contratacando el golpe de Spaceboy con un hook directo a su cuello, haciéndolo retroceder—. Si no hubieras sido tan egoísta de marcharte, Cora no habría entrado en depresión y por consecuencia no habría dejado de cuidar de si misma, ni de entrenarse —los nudillos de Cinco ahora estaban blancos por la fuerza con la que los apretaba—. ¡Ella perdió la vida en aquella misión por mantener la ilusión de que regresarías, aferrándose a sus sentimientos por ti! —lo acusó—. ¡Ella se debilitó por tu culpa! —exclamó, antes de añadir con una voz viperina—. ¡Tanto tú como Papá la matasteis!

—¡Cállate! ¡Cállate ya! —exclamó Cinco en un tono colérico, la furia de su voz haciendo temblar todo su cuerpo de pies a cabeza.

—¡Tendrás que obligarme a ello! —lo retó—. ¡Enfréntate a la verdad, asesino!

Aquello fue la gota que colmó el vaso para el viajero del tiempo. Con un rápido movimiento se teletransportó detrás de Diego, golpeándolo en varios puntos precisos del cuerpo, como la parte trasera de las rodillas y la espalda, claramente en un intento por dejarlo incapacitado. Kraken logró recuperarse rápidamente y pronto contraatacó, propinándole varios puñetazos al adolescente en el pecho. Sin embargo, pronto se demostró que Número Dos no era rival para Cinco, que había pasado cuarenta y cinco años solo, entrenándose. A pesar de que sus golpes eran dominados por la ira de sus acusaciones, los años de enfrentamiento al fin culminando en aquella pelea, El Chico mantuvo una calma inquietante, teletransportándose en múltiples ocasiones, dejando confuso a su hermano, antes de aparecer sobre él, cayéndole en picado. Diego no tuvo tiempo de reaccionar: el puño de Cinco impactó con gran precisión y fuerza en su sien izquierda, haciéndolo caer al suelo de bruces.

Tras colocarse de forma correcta la corbata, jersey y chaqueta del uniforme, Cinco peinó su cabello, el cual estaba alborotado por la pelea, antes de observar que Luther iba a por Diego, limitándose a cambiar de forma rápida la trayectoria de su hermano gracias a un salto temporal, provocando que éste golpee la estatua de Ben que allí había. Ya era hora de terminar con aquella pelea de guardería sin sentido.

—Adiós a la estatua de Ben —murmuró Allison en un tono molesto, antes de caminar al interior de la casa—. Solo espero que no destrocen la lápida de Cora...

El adolescente caminó hasta recoger su paraguas del suelo, antes de escuchar la voz de Vanya.

—¡Diego, no!

Cinco se giro el tiempo justo para observar cómo su hermano lanzaba un cuchillo en su dirección. El de ojos azules sabía que podía esquivarlo: no representaba ningún peligro para él. Sin embargo, no esperaba ver cómo Luther se interponía entre el cuchillo y él, recibiendo un corte en el brazo izquierdo. Número Uno sujetó la herida de su brazo, caminando con pasos lentos al interior de la casa. Diego parecía consternado por lo que podría haber sucedido si Spaceboy no hubiera intervenido.

Cinco entonces observó a su hermano de forma suficiente, a aquel con quien había mantenido una rivalidad desde niños antes de hablar.

—Bien hecho, Diego —lo felicitó—. Continua por este camino y serás un asesino, como yo —concluyó en un tono severo y claramente irónico, adentrándose en el interior de la casa.

Vanya por su parte al fin pareció que podía respirar, puesto que aquella pelea la había dejado muda. No esperaba que Diego mencionase la muerte de la pelirroja como munición para provocar a Luther, e igualmente, no se esperaba aquel arranque de furia por parte del viajero temporal. Nunca los había visto así. Y ese odio recíproco que parecía haber resurgido entre Número Dos y Número Cinco... Ni siquiera ella podía comprender su magnitud. Con pasos lentos se acercó al lanzador de cuchillos.

—Eres incapaz de controlarte, ¿verdad? —cuestionó en un tono molesto, pues incluso ella sabía que utilizar a Cora de aquella manera era cruel, y no lo soportaba.

—¿Ya tienes material para tu secuela? —preguntó el justiciero, con aquel tono de ira aún latente en sus palabras.

—También era mi padre —recalcó la violinista—. Y ella era mi hermana. Mi única y mejor amiga —sentenció antes de adentrarse en la casa a paso vivo.

Aparentemente reflexionando sobre sus actos y sus palabras, Diego se acercó a su madre, quien aún permanecía allí, como petrificada en el sitio. Ni siquiera se había inmutado por la pelea, algo que en su niñez jamás habría pasado, pues era muy estricta: no toleraba las peleas en la propiedad familiar, y si alguno incumplía aquella regla... Ya podía prepararse para el peor de los castigos.

—Mamá —apeló a ella con un tono suave—. Vamos dentro —la exhortó, tomando su brazo en el suyo—. Vamos, ven —así, comenzó a caminar con ella, llevándola dentro de la mansión.

Klaus fue el último que se quedó en el patio. Tras terminar de fumarse el cigarro, se acercó a las cenizas de su padre que aún continuaban en el suelo, pues al ser imposible que soplase el viento, éstas no se habían esparcido. Aunque quizás sería lo mejor, pensó Número Cuatro: así habría menos posibilidades de que los restos de ese despiadado hombre llegasen hasta cualquier rincón de la casa, o peor, a los pulmones de alguien inocente.

—Seguro que estás disfrutando —dijo en un tono divertido—. El equipo en su esplendor. Como en los viejos tiempos —comentó, apagando la colilla en las propias cenizas, antes de encaminarse hacia la puerta de entrada a la sala de estar, sin embargo, la lápida de La Incógnita llamó su atención por el rabillo del ojo, acercándose a ella—. Siento que hayas tenido que ver esto, hermanita —le dijo al inexistente espíritu de la pelirroja—. Ojala pudiera encontrarte y hablar contigo, aunque solo fiera para pedirte consejo... Eras la mejor a la hora de darlos —la alabó—. Esta familia se está descomponiendo. Si tú supieras... —murmuró— Te imagino dando saltitos como de costumbre hacías cuando algo te encantaba. Oh, si te enterases de que Cinco ha vuelto a casa... Sí, tu adorado Chico Maravilla ha vuelto. Aunque me temo que ha llegado unos años tarde —continuo—. Me encantaría poder aliviar su dolor, créeme. Decirle algo de tu parte, pero sabría que me lo estoy inventando... —se dijo en un tono sereno, antes de soltar una angustiosa risa—. Nunca lo había visto así de cabreado... A Cinco —recalcó—. Ni en un millar de años me habría podido imaginar que le habría dado una paliza a Diego —aún parecía incrédulo—. Eso demuestra lo mucho que te quiere, porque aún lo hace. Yo lo sé. Lo he notado —afirmó antes de carraspear, notando que sus siguientes palabras se atoraban en su garganta—. Yo... Lo siento —se disculpó, dejando que las lágrimas cayesen por sus mejillas libremente—. Siento no haber estado ahí para ti. Siento no haber podido ayudarte... —musitó entre sollozos—. Eras tú la que decía que debía plantearme tres cosas imposibles antes de desayunar, ¿recuerdas? —rememoró—. Pues aquí va la primera. Lleva siéndolo desde hace quince años ya —comentó antes de tragar saliva—: vuelve —deseó, secándose las lágrimas con la manga del abrigo—. No me importa cómo, pero vuelve con nosotros —rogó—. Vanya te necesita, Diego te necesita, Cinco también... Todos te necesitamos.

Tras aquellas emotivas palabras, Klaus suspiró, alzando su mirada al cielo que lloraba incansablemente, disimulando sus lágrimas, caminando con pasos lentos al interior de la Umbrella Academy.

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