Capítulo 1 parte 5: Número 𝛘

La estancia se quedó fría de pronto, como si toda la luz del día y la calidez del sol hubieran desaparecido, y estas hubieran sido reemplazadas por el hielo invernal. Y como si correspondiera al ánimo destructor y lánguido de aquellas palabras, los cielos pronto comenzaron a llorar, las gotas de agua cayendo como un diluvio en el exterior de la casa. El rostro de Número Cinco palideció rápidamente, la sonrisa que hacía unos momentos adornaba su rostro, desvaneciéndose de un plumazo. No podía dar crédito a lo que acababa de escuchar. No podía. Era imposible.

—No puede ser —murmuró en una voz queda, rota, pues no esperaba esa respuesta.

—Ojalá no fuera así, Cinco...

—Pero... ¿Cómo? ¿Cuándo? —la voz del muchacho era ahora desesperada—. Vanya, por favor, necesito saberlo —rogó con una honda tristeza manchando sus palabras.

—No me veo con las fuerzas para contártelo —negó ella, antes de dirigirse a una de las cómodas, en donde encontró una antigua videocámara—. Pero creo que será mejor que te lo enseñe —indicó, contemplando cómo su hermano se acercaba a ella—. Por desgracia, aquella operación fue televisada en todo el país. Esta cinta nos la envió uno de los reporteros que había allí, grabando el incidente —le contó, pulsando el botón en forma de flecha, reproduciéndose el vídeo que se veía en la pantalla.

Hace catorce años, la noche nevada del 31 de diciembre de 2005, la Umbrella Academy había sido contactada por un magnate de las finanzas conocido internacionalmente. Por lo visto, su hija había sido secuestrada y necesitaba a un equipo para rescatarla, pues no deseaba acceder a los términos de los tres secuestradores. Términos que incluían un cuantioso rescate de una suma considerable de millones. Por lo que los chicos habían podido a averiguar, estos terroristas (así los había llamado el magnate) estaban bien entrenados, y de hecho habían formado parte de su cuerpo de guardaespaldas. Eran veteranos de los cuerpos especiales del ejército, con una brillante carrera y condecoraciones. No eran los típicos enemigos a los cuales estaban acostumbrados a enfrentarse los chicos, pero Reginald no admitió réplica alguna a su decisión, por lo que se encontraban en una escuela abandonada, pues allí se habían atrincherado los secuestradores.

La operación comenzó poco después. Spaceboy entraría desde el techo junto a El Rumor. El Horror (el apodo de Ben) entraría por la puerta principal. Y por último Kraken y La Inexistente entrarían por el gimnasio, el cual se encontraba en el sótano de la edificación. Klaus no se unió a la acción, pues regresaría aquella tarde de la clínica en la que Reginald lo había internado para su desintoxicación. Todo debería haber salido de acorde al plan...

Pero no fue así.

Una vez Luther y Allison entraron por el techo, los esperaba un comité de bienvenida a base de granadas incendiarias y bombas de gas lacrimógeno. Ben llegó poco después, logrando deshacerse con sus tentáculos de los botes que contenían el gas, lanzándolos al exterior. Diego por su parte, había aparecido por la espalda de dos de los tres secuestradores, manipulando algunas de las balas de las ametralladoras que comenzaron a disparar, desviándolas en su dirección. Sin embargo, aquellos hombres tan bien entrenados ya eran conscientes de las capacidades de los chicos, por lo que no tuvieron demasiadas dificultades en esquivar aquellas balas.

Por fortuna, pronto se les acabó la munición de las armas automáticas, así como las granadas incendiarias, por lo que pasaron al combate cuerpo a cuerpo. Luther tuvo el tiempo justo de detener el brazo del primero de los atracadores, el cual esgrimía una pistola de corto alcance, teniendo éxito en arrebatársela y alejarla de su alcance. Aquel hombre había estado peligrosamente cerca de dañar a La Inexistente, quien ahora estaba intentando concentrarse en mantener paralizado al segundo de ellos, dejando que Allison se acercase a él.

—¡Gracias Luther! —exclamó la de ojos verdes en un tono adolorido, pues estaba bastante oxidada con sus poderes, y sabía que, de no concentrarse, podría perder el control y ponerlos en peligro a todos.

—Corre el Rumor de que te has volado la tapa de los sesos —mencionó la morena, observando con satisfacción cómo los ojos de su enemigo se volvían blancos—. Adelante —apeló a su hermana de cabello rojizo, quien, con un suspiro de agotamiento, soltó su agarre telequinético.

A los pocos segundos, en cuanto le fue posible moverse de nuevo, el veterano de las fuerzas especiales sacó su revólver de su cartuchera, abriendo la boca y apuntando el cañón a su interior, apretando el gatillo. Tal y como Allison le había sugerido, se voló la tapa de los sesos, cayendo fulminado al pavimento de inmediato.

Diego entonces corrió hasta lograr propinarle una patada de kárate al atracador que anteriormente había intentado dañar a la pelirroja, logrando desestabilizarlo por un instante, aunque no duró demasiado, pues éste pronto se recuperó, previendo la segunda patada por parte del muchacho, sujetándolo por el tobillo y lanzándolo por los aires. Número Dos se golpeó la espalda contra una de las columnas, cayendo al suelo. Número 𝛘 corrió a socorrerlo, pero el secuestrador la interceptó a la mitad de la carrera, sujetándola por el cuello, antes de propinarle varios puñetazos en el estómago, logrando que escupiese algunos jugos gástricos por la fuerza de los golpes. Cuando sacó un cuchillo de combate de su funda, amenazando con cortarle el rostro a la pelirroja, Luther se interpuso, sujetando su brazo con fuerza. Viendo que no tenía posibilidades de luchar contra Número Uno utilizando solo un brazo, soltó su agarre sobre La Inexistente, antes de propinarle una patada que la lanzó varios metros por el aire, cayendo al suelo con un ruido seco.

Por otro lado, Ben ayudó a Luther, quien ahora estaba teniendo dificultades para esquivar las estocadas del primer atracador, puesto que éste estaba evidentemente versado en todas las técnicas de combate cuerpo a cuerpo, no siéndole nada complicado el prever y contrarrestar los golpes del chico. Con un movimiento rápido, El Horror inmovilizó al secuestrador de brazos y piernas, antes de estirar de ellos, como si de una tortura medieval se tratase, partiendo su cuerpo por la mitad.

Una vez hubo terminado la refriega, Diego, quien había logrado levantarse del suelo, corrió hasta su hermana de ojos verdes, ayudándola a ponerse en pie, contemplando cómo ahora tosía violentamente, tratando de respirar y no vomitar más jugo gástrico.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó, evaluando los golpes que había sufrido en su abdomen.

—Estoy bien —replicó ella en una voz entrecortada, caminando lentamente con la ayuda de su hermano, reuniéndose con los demás en el centro del hall—. Por aquí —indicó la pelirroja, posando una mano en su sien izquierda, señalando a las escaleras que conducían a un segundo piso—. Logro leer los pensamientos del último secuestrador —los informó—. Por lo visto está solo con la rehén, confiado en que podrá enfrentarse a nosotros sin ayuda —añadió en voz baja, pues comenzaban a subir las escaleras.

La siguiente parte del plan era sencilla: localizar a la rehén, liberarla del secuestrador que la tenga vigilada, y salir de allí. Pan comido. Los muchachos subieron hasta el segundo piso, donde se detuvieron para diseñar una estrategia. Una vez la hubieron pensado, decidieron ejecutarla. La pelirroja se encargaría de dirigirlos en aquella ocasión, conectando sus mentes con su telepatía, ya que era la única que podría sentir si el secuestrador regresaba.

«¡Ahora, Ben! ¡Que empiece la fiesta!».

Ben hizo uso de sus tentáculos para hacer rebotar una lata de refresco vacía por el pasillo del segundo piso, lo que provocó que el secuestrador saliera del aula en la que se encontraba, dejando sola a la rehén, con la intención de investigar el origen del sonido.

«El secuestrador ha salido del aula y se dirige al otro extremo del pasillo. Tenemos cerca de dos minutos» —advirtió Numero 𝛘—. «Te toca, Luther».

Aprovechando la ausencia del secuestrador, y gracias al aviso de su hermana, Luther entró por la ventana del aula tras haberse encaramado a la pared del patio exterior, deshaciéndose de los barrotes que le impedían la entrada de la forma más silenciosa posible. Aquello le bastó para entrar sin demasiadas dificultades.

«Diego, necesitamos que rompas las ataduras de la rehén en brazos y piernas».

Diego no tuvo problemas para manipular uno de sus cuchillos desde una esquina envuelta en penumbra y desatar a la chica. En cuanto se aseguró de que la chica estaba libre, Allison entró a la estancia junto a Diego, mientras que Ben y Número 𝛘 vigilaban el pasillo desde las escaleras. Al verse rodeada de gente extraña, y tras despojarse de la mordaza de su boca, pasó por la mente de la chica la idea de gritar por ayuda.

«¡Allison, hazla callar o nos descubrirá!» —alertó rápidamente la pelirroja en cuanto observó los pensamientos de la rehén.

Dicho y hecho, Allison intervino.

—Corre el Rumor de que vas a quedarte inconsciente.

Tal y como la morena había dicho, la hija del magnate quedó inconsciente en el acto, tomándola Luther en brazos. Salieron con sigilo del aula, antes de ser alertados por la Hargreeves de ojos verdes.

«¡Maldita sea! ¡El secuestrador tiene una ametralladora con visión nocturna! ¡Tenemos que deshacernos de él!» —los advirtió en un tono preocupado, notando que los pensamientos del hombre se acercaban a su posición—. «Creo que tengo una idea: ¿Luther, podrías impulsarme?» —preguntó a su hermano.

«Claro que puedo, aunque no entiendo para qué necesitarías...» —comenzó a decir gracias a la conexión que había forjado su hermana.

«¡No hay tiempo! ¡Hazlo, ya!» —exclamó la pelirroja, acercándose a Kraken, tomando uno de sus cuchillos de forma disimulada.

Tras unos segundos, notó cómo su hermano dejaba a la inconsciente chica en brazos de Diego, antes de elevarla a ella, para después, lanzarla como si se tratase de una jabalina, en dirección al último secuestrador. El hombre que patrullaba el pasillo apenas tuvo tiempo de reaccionar al ver cómo en su mira de visión nocturna se le acercaba algo de considerable velocidad. Ni siquiera pudo pestañear, clavándosele un puñal de metal en la arteria carótida hasta en cuatro ocasiones, tras haber sido paralizado. La pelirroja se alejó del hombre tras haber logrado su objetivo, anulando su parálisis, contemplando cómo el veterano caía al suelo, ahogándose en su propia sangre.

—No deberíais haber subestimado a la Umbrella Academy —sentenció en un tono bajo, antes de reunirse con sus hermanos, al otro extremo del pasillo.

Cuando salieron del centro educativo, Número 𝛘 suspiró satisfecha. Por suerte la misión había salido a pedir de boca, y la chica estaba a salvo. Dejó que la sensación de alivio la atravesase, escuchando cómo sus hermanos hablaban.

—¿Has visto cómo se lo ha cargado? —cuestionó Allison en un tono sorprendido, observando a su hermana de reojo—. ¡Eres increíble! —la alabó, provocando que la aludida sonriese, notando cómo la morena rodeaba sus hombros con su brazo izquierdo.

—¡Ya te digo! —afirmó Ben—. ¿Cuándo has aprendido a hacer eso?

—Lo vi en una película —replicó la de ojos verdes con cierta timidez, pues no estaba acostumbrada a que la elogiasen tanto—. Pero si alguien tiene mérito sois vosotros, chicos. Gracias a vosotros la misión ha sido un éxito rotundo.

—Anda ya, no seas modesta —rebatió Diego—. No habría sido posible si no nos hubieras coordinado en la última parte —indicó, ante lo cual todos los demás asintieron—. Para que luego el viejo diga que tus poderes son inútiles. Ahora tendrá que tragarse sus palabras.

Mientras reía y disfrutaba de la complicidad con sus hermanos, observando a lo lejos a Vanya y a su padre en una azotea cercana, no se percató de lo que estaba a punto de suceder. Había bajado la guardia. La misión no había concluido. No tuvo tiempo de registrar los pensamientos que de pronto logró captar desde algún lugar de la escuela. Se detuvo para intentar concentrarse en ellos. Estaba tan agotada por la misión que ni siquiera se había percatado de su existencia hasta aquel instante... Y de pronto, cinco disparos resonaron en la silenciosa noche. Estos disparos atravesaron su pecho con una precisión quirúrgica. Luther, Diego, Allison y Ben observaron en cámara lenta cómo su hermana de cabello cobrizo caía de bruces al suelo nevado, manchando éste con la sangre que comenzó a salir por los agujeros de bala de su pecho. La expresión de su rostro era una llena de sorpresa. Los hermanos Hargreeves alzaron su rostro, observando que, a unos metros tras ellos, otro secuestrador había aparecido, en sus manos un rifle de francotirador, de cuyo cañón salía humo por los disparos efectuados.

Fueron a dar un paso para enfrentarse a él, cuando un disparo impactó contra su cabeza, matándolo en el acto. Los jóvenes se dieron la vuelta, observando que su padre tenía un rifle en sus manos, con el cual había disparado al enemigo. Vanya estaba de pie, a su lado, con una expresión aterrorizada. Los chicos intentaron entonces acercarse a la pelirroja, quien estaba tendida sobre la nieve.

—Dejadla —ordenó Reginald—. Ya está muerta.

Los rostros endurecidos y llenos de lágrimas de todos sus hijos adoptivos se volvieron hacia él, incapaces de creer que ni siquiera se les permitiera llorarla o intentar ayudarla.

—Padre, aún puedo ver su pecho alzar y bajarse —intercedió Allison con un punto de dureza en la voz—. Estoy segura de que si la ayudamos...

—No —sentenció el patriarca de la familia—. Ya está muerta. No hay nada que hacer.

—¿¡Cómo puedes decir eso!? —exclamó Diego—. ¡No tienes ni idea!

—No me desafíes, Número Dos —recalcó Reginald—. Los cinco tiros han impactado contra la arteria coronaria derecha, la arteria coronaria izquierda y la aorta —analizó rápidamente—. Os he impartido las clases justas de biología para que sepáis identificar las consecuencias, ¿no es así? —les recordó—. Su corazón está colapsando su sistema respiratorio. El cuerpo no tiene los medios necesarios para evitar su destino. Incluso si intentásemos reanimarla o llevarla a un hospital, moriría allí —los aleccionó, antes de dar media vuelta—. Vámonos.

—¿¡Vamos a dejarla aquí!? —exclamó Ben, claramente contrariado, tratando de secar las lágrimas que caían por sus mejillas.

—Número 𝛘 ha sido descuidada. Ha fracasado en su misión —sentenció el hombre, comenzando a caminar—. Ha dejado que sus emociones nublen su juicio.

—¡Deja de llamarla así! ¡Ella tiene un nombre! —exclamó Vanya.

—¡Silencio, Número Siete! —bramó Reginald—. Desde este mismo instante, os prohíbo mencionarla con fecha ilimitada. Os prohíbo siquiera pronunciar su nombre —indicó, deteniéndose en seco, escudriñando a sus hijos adoptivos uno a uno—. Es un lastre con el que no debemos cargar. Y ahora, andando.

Con todo el dolor de su corazón y sollozando en voz baja, todos los hermanos Hargreeves dieron una última mirada a su querida hermana, comenzando a caminar tras su padre. Vanya fue la última en moverse, observando cómo su mejor amiga, su compañera, su hermana favorita, daba su último aliento, su pecho deteniendo su vaivén. Con el corazón en un puño, dio media vuelta y siguió a sus hermanos.

La lluvia golpeaba con mayor intensidad contra las ventanas de la mansión. Ahora era posible escuchar el estruendoso clamor de los truenos y los relámpagos, como si la noticia y remembranza de la muerte de la hermana más querida del viajero temporal hubiera entristecido hasta a los mismísimos cielos. Cinco no podía creerlo. No podía dar crédito a la crueldad que Reginald había demostrado con ella, ni al hecho de que sus hermanos no hicieran más por ayudarla. La habían abandonado sin miramientos, como si se tratase de un burdo paquete. Las lágrimas caían ahora por sus mejillas, intentando secarlas con su brazo. Mientras lo hacía, procedió a apartarse de Número Siete con una actitud apesadumbrada.

—Desde aquel día en el que desapareciste, nuestra hermana nunca fue la misma —contó la violinista—: no comía, no entrenaba, apenas usaba sus habilidades... Llegó un punto en el que llegó a descontrolarse —suspiró con amargura—. Según Papá, sus emociones la hicieron perder la vida —comentó, observando la imagen de la videocámara, provocando que la mandíbula del adolescente se tense al instante—. Desde entonces no volvimos a hablar de ella. No se nos estaba permitido —dijo Vanya, apagando la videocámara, depositándola de nueva cuenta en el interior de la cómoda—. Pasó tanto tiempo que no logramos siquiera recordar el nombre que Mamá le dio... Solo tenemos sus recuerdos ahora.

—Cora —musitó El Chico—. Se llamaba Cora —recalcó—, y le gustaban los atardeceres y los arcoíris porque decía que sentía paz; su color favorito era el rojo; le encantaban los viernes porque era el día en el que podíamos salir a comer donuts; no le gustaba nada llevar faldas, prefería los pantalones; le encantaban las tortitas para desayunar; detestaba las tormentas porque les tenía miedo; le encantaba la música clásica; cuando estaba nerviosa, solía mover las piernas como si le hubieran dado un calambre; siempre que alguien estaba triste corría a animarlo con un gran abrazo —comenzó a enumerar, haciéndose presente lo mucho que Cinco había pensado en Número 𝛘 en todos aquellos años que pasó en el futuro. Conocía cada pequeño detalle de ella—. ¿Entonces me estás diciendo que la dejasteis allí? —cuestionó en voz baja tras suspirar, apretando los puños—. ¿¡Abandonasteis a la persona más maravillosa de esta familia sin miramientos, como si fuera un saco de patatas, y ni siquiera regresasteis para recuperar su cuerpo y enterrarlo como es debido!? —estalló, la tristeza dando paso a una ira sin medida.

—¡Cinco, por favor calma...!

—¡No me digas que me calme! —le espetó a su hermana, girándose rápidamente en su dirección.

—Escucha, sí que volvimos a por ella —habló con presteza la violinista, notando que Cinco no estaba dispuesto a escucharla por la ira que lo cegaba—. De hecho, fuimos el día siguiente a recuperar su cuerpo, a espaldas de Papá, pero ya no estaba allí —le dijo, sentándose en el sofá.

El viajero del tiempo la escuchaba en silencio, respirando profundamente para intentar calmarse: lo que ocurrió no fue culpa de Vanya, sino de su padre. Él la abandonó. No sus hermanos. Sabía que ellos, al igual que él, jamás la habrían dejado allí, sola.

—Pasamos semanas intentando buscar cualquier rastro, pero no tuvimos suerte... Klaus también intentó comunicarse con ella, pero no lo logró —contó, secándose las lágrimas que habían comenzado a salir.

—Ni siquiera pude despedirme de ella... —musitó El Chico, agachando el rostro, notando que las lágrimas volvían a caer por sus mejillas—. Pensé que estaría aquí, esperándome... Que tonto he sido —se dijo.

—Cinco —la voz de Allison resonó en la estancia, alzando el aludido su rostro—. Hay algo que queremos enseñarte —le dijo con un tono apenado, pues tanto ella como sus otros hermanos habían escuchado sin problema el estallido de ira por parte de su hermano.

El Chico observaba ahora la pequeña lápida decorada con flores en el patio privado de la mansión, donde estaba grabado: «Aquí yace Cora Hargreeves. Que el Más Allá te enseñe lo que no pudo hacer la Vida». Cinco apretó los dientes y maldijo a su padre por haber escrito aquel epitafio para ella. No le hacía justicia ni por asomo. El adolescente suspiró tras aplacar su ira, arrodillándose frente a la simbólica tumba, pues no había un cuerpo bajo tierra al que llorar.

—Ahora entiendo porque me hacías compañía en el futuro —murmuró, alzando el rostro para observar la ilusión de la pelirroja que lo había acompañado desde su desaparición: vestida igual que como él la recordaba, con su uniforme de Umbrella Academy y su cabello suelto en suaves ondas que caían por su espalda y clavícula—. Incluso ahora que sé que jamás volveré a verte... No me abandonas —dejó escapar una risa sarcástica llena de dolor—. Claro que no: tu nunca harías eso —sentenció, poniéndose en pie, antes de dar un paso hacia aquella ilusión—. Pero no puedo seguir manteniéndote aquí —colocó su mano izquierda en la mejilla de ella—. Este es el adiós —la ilusión de su hermana adorada le sonrió con dulzura, acariciando su mano, aunque claro está, él no sintió nada—. Nunca te olvidaré —se despidió, cerrando los ojos y apartando la mano que había acariciado su mejilla, dando media vuelta y encaminándose al interior de la casa.

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