Capítulo 1 parte 2: Familia Rota
Una vez los hermanos estuvieron reunidos en la sala de estar, llegó la hora de llegar a un consenso sobre el funeral. O, en otras palabras, el decidir qué iban a hacer en memoria de su padre... Si es que decidieran hacer algo en su honor. La incomodidad se palpaba en el ambiente, pues ahora se trataba de adultos que no habían convivido unos con otros en años. Ya no eran aquellos niños de antaño.
—Es hora de abordar esto —mencionó Luther en un tono solemne, levantándose del sofá en el que se encontraba sentado, frente a Vanya, quien ocupaba el otro sofá—. He pensado que podríamos celebrar un funeral, en el jardín, al atardecer. Decir unas palabras en el sitio preferido de Papá.
—¿Su "sitio preferido"? —preguntó Número Tres, confusa.
—Sí, bajo el roble —afirmó Luther—. Siempre se sentaba allí conmigo. ¿Con vosotros no?
—¿Habrá piscolabis? —preguntó Klaus, quien acababa de servirse una copa del mueble-bar de la sala de estar, sentándose junto a Vanya en el sofá—. ¿Té? ¿Pastelitos? Los sándwiches vegetales siempre triunfan...
—No —negó su hermano, antes de añadir en un tono severo—. Y apaga eso —comentó, refiriéndose al cigarrillo que Número Cuatro tenía encendido entre sus dedos—. Sabes que Papá no dejaba fumar aquí dentro.
—¿Oye, esa es mi falda? —preguntó Allison de pronto, observando que Klaus llevaba puesta una de sus prendas.
—¿Qué? Ah, sí —admitió el joven con una sonrisa, provocando que Vanya sonriese de lado—. La he encontrado en tu cuarto. Ya sé que está algo desfasada, pero... Tengo fresquito el paquete —bromeó, carcajeándose.
—Dejádme hablar —sentenció el chico de la luna con autoridad—. Aún quedan cosas importantes que aclarar, ¿vale?
—¿Cuáles? —intercedió Diego, curioso.
—La forma en que murió.
—Ah, ya empezamos —se exaspero Numero Dos, obviamente molesto por la insistencia de su hermano.
—No lo entiendo. ¿No fue un paro cardíaco? —cuestionó Vanya, quien no comprendía a santo de qué podía su hermano pensar que no había sido una muerte natural.
—Sí, según el forense —afirmó Luther con escepticismo.
—Él es el experto, ¿no? —le preguntó Número Siete.
—En teoría —murmuró Número Uno.
—¿En teoría? —Allison parecía igual de confusa que los demás, exceptuando a Diego, quien sabía por dónde iba su hermano.
—Solo digo que, como mínimo, tuvo que pasar algo. La última vez que hablé con Papá lo noté raro —les contó en confidencia.
—¡Oh, quelle suprise! —exclamó Klaus en francés, cuyo significado era "menuda sorpresa", haciendo una gárgara con el alcohol que acababa de introducir en su boca.
—"Raro", ¿cómo? —intentó indagar Allison.
—Estaba alterado. Me advirtió que no me fiara de cualquiera.
—Luther, era un pobre viejo paranoico que estaba empezando a perder la chaveta —intentó Diego cerrar el asunto, levantándose del sillón en el que se encontraba, acercándose a su hermano.
—No. Él sabía que algo iba a pasar —rebatió Número Uno, antes de dirigirse a Klaus—. Oye, sé que no te gusta hacerlo, pero tienes que hablar con Papá.
Número Tres dejó escapar una carcajada irónica.
—No puedo llamar a Papá al Más Allá en plan: «Papá, ¿te importa dejar de jugar al tenis con Hitler un momento y aceptar una llamadita?» —se mofó el adicto en un tono que evidenciaba su poca disposición a hacerlo.
—¿Desde cuándo? Es tu don —le espetó Luther.
—¡No estoy en el estado mental adecuado! —exclamó Klaus.
—¿Vas colocado? —preguntó Allison.
—¡Sí! —admitió con evidente alegría—. ¿Cómo es que vosotros no? Al escuchar esas gilipolleces.
—Pues despéjate. Esto es importante —lo exhortó en un tono severo—. Y está la cuestión del monóculo desaparecido —añadió, ante lo cual, Diego chasqueó la lengua, molesto una vez más.
—¿A quién le importa esa mierda de monóculo? —masculló entre dientes el joven justiciero.
—Exacto —afirmó Luther, como si su hermano hubiera dado en el clavo—. No vale nada. Quien se lo llevó, lo hizo por motivos personales —dedujo—. Alguien cercano a él. Alguien resentido.
—¿Adónde quieres llegar? —cuestionó el adicto, perplejo.
—¿Es que no es obvio, Klaus? —intercedió Diego—. Cree que uno de nosotros mató a Papá.
La estancia se quedó entonces en un silencio sepulcral tras haber sido pronunciadas aquellas palabras. El peso de su significado caía ahora sobre todos los hermanos como una losa de cemento. Apenas podían creer que semejantes acusaciones hubieran salido de los labios de su hermano. Klaus fue el primero en romper el silencio para demostrar su descontento.
—¿¡En serio!?
—¿Cómo puedes pensar eso? —se molestó Vanya—. ¿Si ella estuviera aquí, también la acusarías? ¿O a Cinco? —lo cuestionó, evidentemente afectada.
—Ni se te ocurra mencionarla. No tienes derecho a hacerlo —rebatió Diego al momento, nada más escuchar que Vanya se refería a su otra hermana, posando sus ojos en ella—. Muy bien, Luther. Eres todo un líder —añadió, volviendo su vista hacia su hermano, procediendo a salir de la estancia.
—No he dicho eso —intentó defenderse Luther, evidentemente sintiéndose culpable de la interpretación de sus palabras.
—Estás loco, tío —le espetó Klaus, levantándose del sofá, marchándose con pasos lentos—. Majara.
—No he terminado —intentó hacerse valer el chico de la luna, aunque ninguno de sus hermanos hizo caso a sus palabras, procediendo todos a huir de la sala de estar.
—Pues lo siento, me voy a matar a Mamá, vuelvo enseguida —bromeó el adicto.
—Eso no es lo que he dicho. Yo no he... —Luther entonces posó su mirada en la actriz, quien era la última en abandonar el lugar—. Allison, yo... —sin embargo, ella también hizo caso omiso a sus palabras, dejándolo solo—. Ha ido bien... —murmuró para sí mismo.
Luther recordó entonces cómo de unidos estaban sus hermanos y él hace tantos años, en aquella primera misión que los hizo saltar al ojo público, convirtiéndose en un fenómeno de masas.
Hace 17 años aproximadamente, febrero de 2002, en Capital West de Main...
—En cinco, cuatro, tres, dos... —comenzó la cuenta atrás un reportero—. Aquí Jim Helleman en directo para informativos del Canal 2 desde el Capital West de Main con la Sexta —se presentó, mirando a cámara—. Un grupo de hombres armados ha irrumpido en el banco hace apenas tres horas y ha tomado un número desconocido de rehenes...
Entretanto, en el interior del edificio, los atracadores se encontraban apuntando a los rehenes con ametralladores y pistolas. Parecía que llevaban mucho tiempo planeando aquel golpe a juzgar por la profesionalidad y la meticulosidad con la que trabajaban.
—¡Eh, llévalos detrás del mostrador! —exclamó uno de los atracadores, apelando a uno de sus compañeros—. Me estás obligando a hacer algo que no quiero —indicó al interlocutor con quien mantenía una conversación por el walkie talkie.
En ese instante, una pequeña Allison entro en escena, acercándose a él.
—Eh, vuelve con los demás —le ordenó el hombre a la niña, quien únicamente sonrió, hablando en un tono bajo.
—Corre el Rumor...
—¿Qué? ¿Qué has dicho? —el hombre no pudo entenderla, agachándose para poder escucharla mejor.
—Corre el Rumor de que has disparado a tu amigo en el pie —finalizó Allison, usando sus poderes.
Esto provocó que los ojos de su víctima se tornasen blancos, como si estuviera poseído, antes de girarse y apuntar a su colega con su arma.
—Eh, tío, ¿qué haces? —cuestionó su compañero en cuanto lo observó dirigir su arma contra él.
Apenas pudo decir nada más, pues el hombre que acababa de ser víctima del Rumor de Allison disparó con certeza al pie del susodicho, provocando que éste cayese al suelo, adolorido y sangrando abundantemente. Tras aquello, Luther irrumpió en el banco, saltando desde la azotea, rompiendo el cristal y cayéndole encima a otro de los atracadores, al cual levantó del suelo sin ningún esfuerzo, procediendo a lanzarlo a través de la ventana que daba al exterior, al lugar en el que las autoridades habían erigido un cordón policial. El hombre cayó con un golpe seco sobre el pavimento.
—¡Las pistolas son de nenazas! ¡Los hombres lanzan cuchillos! —exclamó Diego, entrando por una de las puertas interiores.
Tras hacer su entrada triunfal, lanzó un par de cuchillos, los cuales controló con telequinesis, para provocar que hicieran una curva, clavándose en otro de los atracadores. Logró dejarlo inconsciente en el acto.
—¡Atrás bichos raros! —exclamó otro de los atacantes, el cual se encontraba subido a un mostrador.
—Cuidadito, chaval —indicó Luther con una sonrisa.
—No vayas a resultar herido —apostilló Allison.
—¡Atrás! —volvió a exigir el adulto, claramente aterrorizado por las muestras de poder tan inusuales de aquellos niños.
—¿O qué? —cuestionó Cinco, apareciendo de la nada frente al atracador gracias a su habilidad para teletransportarse.
El muchacho se encontraba sentado en el mostrador con una sonrisa, y arrodillada tras él, se encontraba La Incógnita.
—«¡Ahora! Va a disparar un total de cinco veces» —advirtió la pelirroja a su compañero gracias a su habilidad de telepatía, logrando prever las acciones del atracador—. «Eso bastará para que vacíe su cargador».
—«Gracias» —replicó él con un tono agradecido—. «No te sueltes» —le indicó, sujetando la mano que ella tenía apoyada en su hombro izquierdo.
—«Jamás».
El hombre comenzó a disparar sin ton ni son, agotando su cargador tal y como la pelirroja había predicho, pero para ese instante, los niños ya habían desaparecido, por lo que no resultaron heridos. Confuso, el adulto comenzó a observar el lugar en el cual anteriormente se encontraban los niños, de pronto siendo detenido en el tiempo por La Incógnita, gracias a su telequinesis.
—«Creo que es el momento de darle algo en lo que pensar» —dijo Cinco a través de su conexión mental, en un tono divertido.
Eso provocó que la pelirroja se carcajease, observando cómo su hermano hacía un rápido cambio, teletransportándose con ella tras el atracador. Solo entonces suprimió ella su control sobre él, permitiéndole moverse nuevamente. En ese instante, el atracador se giró hacia ellos, con el firme propósito de continuar disparándoles, pero en lugar de encontrar su arma, en su mano había ahora una grapadora. Cinco observaba al hombre con los brazos cruzados y una sonrisa sarcástica.
—¡Que grapadora tan malota! —exclamó, golpeando al propio atracador con su brazo, y por extensión con la grapadora, en su frente, logrando dejarlo fuera de combate—. Vaya, aún queda uno —mencionó, observando al hombre con el cual había usado Allison el Rumor.
El hombre parecía aún estar aturdido, sus ojos aún nublados por una nube blanca, como si estuviera ciego, por lo que no suponía una gran amenaza.
—«Yo me encargo de él» —indicó La Incógnita a sus hermanos mediante su telepatía.
Estos asintieron, mientras que El Chico la observaba con un tinte de orgullo en sus ojos. La pelirroja usó su telequinesis para golpear al último atracador de la estancia contra las paredes del lugar, antes de lanzarlo por los aires. Aquel súbito movimiento provocó que atravesase el techo, cayendo al pavimento exterior con un golpe seco, al igual que hiciera su compañero anteriormente.
Tras lograr aquella proeza, La Incógnita sintió que las fuerzas le fallaban. Su nariz comenzó a sangrar abundantemente. Al notar esto, Cinco la sujetó rápidamente, ayudándola a bajar del mostrador, manteniendo siempre un brazo en su espalda para darle un punto de apoyo. Kraken, quien estaba atento también al estado de su hermana, se acercó con la intención de ayudarla, intercambiando una mirada no muy amigable con el niño capaz de teletransportarse. Tras romper aquel tenso contacto visual con El Chico, Diego le ofreció un pañuelo a su hermana para que detuviese el flujo de sangre.
—«Gracias, Diego» —le dijo mediante su conexión telepática en un tono agradecido, aceptando el pañuelo, comenzando a presionarlo contra sus orificios nasales.
Los niños entonces se dirigieron a la cámara acorazada, lugar en el que estaban seguros había más atracadores por lo que la pelirroja había podido captar antes de la infiltración, gracias a su poder telepático.
—¿En serio tengo que hacerlo? —cuestionó Ben en un tono no muy dispuesto.
—Venga, Ben. Hay más tíos en la cámara acorazada —lo exhortó Luther.
—No he venido para esto... —murmuró el niño con rasgos asiáticos, antes de entrar a la estancia.
A los pocos segundos, multitud de sonidos de pelea pudieron escucharse del interior. Los gruñidos de dolor de los atracadores eran intensos. Los desgarros en la piel, músculos y huesos eran terriblemente audibles. De igual forma, unos monstruosos tentáculos eran meramente visibles gracias al cristal traslúcido de la cámara. Cuando hubo terminado, Ben emergió de la habitación cubierto de sangre de pies a cabeza.
—¿Podemos irnos a casa ya? —preguntó, ansioso.
Por su parte, en el exterior, el reportero seguía cubriendo el atraco al banco y la situación de los rehenes, cuando estos comenzaron a salir en tropel al exterior.
—Podemos ver que los rehenes han quedado en libertad. Están asustados, pero no parece que estén heridos —informó, observando la marea de gente que salía la exterior—. Ahora salen más personas —mencionó, observando al grupo de niños, el cual caminaba tan campante—: y no... No son los atracadores. Son un grupo de escolares vestidos de uniforme y con máscaras —sentenció, costándole creer lo que estaba presenciando—. Aquí Jim Hellerman para el informativo del Canal 2.
Las personas y reporteros que se encontraban allí no tardaron en comenzar con sus preguntas, tratando de descubrir más acerca de estos misteriosos niños que, aparentemente, y sin ningún tipo de esfuerzo, habían logrado deshacerse de los atracadores y liberar a los rehenes por su cuenta. La Incógnita, observando que Vanya se encontraba en una azotea cercana junto a su padre, fue a hacerle un gesto de saludo con la mano, cuando escuchó en su mente la conversación entre ambos, en la que su progenitor adoptivo recordaba a Número Siete que no podía unirse a sus hermanos por no ser nadie especial. Aquello la entristeció, y decidió comunicarse con ella, aún a sabiendas de que podría acarrearle más cansancio.
—«Oye Vany, gracias por cubrirnos las espaldas y vigilar que no vinieran refuerzos» —le indicó en un tono amable—. «Nos has ayudado un montón».
—«Me alegra haber podido ayudar, aunque solo sea un poco» —admitió Vanya con un tono agradecido—. «¿Pero, te encuentras bien?» —cuestionó, observando que la pelirroja se colocaba una mano en su sien derecha, pues el usar de forma tan abierta e indiscriminada sus habilidades, le estaba pasando factura.
Aquello provocó que su conexión telepática con su hermana se rompiese en el acto.
—Oye, no te fuerces más de lo debido —le recordó Cinco a su hermana en un tono bajo, notando que parecía mareada.
Una vez los policías se hubieron calmado y asegurado de que aquellos niños no eran peligrosos para ellos, Reginald Hargreeves bajó de la azotea, procediendo con una voz clara y solemne a recitar un pequeño discurso, para dar a conocer así a sus tan extraordinarios pupilos.
—Nuestro mundo está cambiando —comenzó—. Ha cambiado ya —rectificó al momento—. Entre nosotros hay algunos dotados de capacidades que superan con creces lo ordinario. Y yo he adoptado a siete de esos niños —los informó—. Les presento la clase inaugural de la Umbrella Academy —los presentó, dejando que los paparazzi vieran a los niños de nuevo, tomando una posición de poder, tras ellos.
—Sr. Hargreeves, noticias del Canal 9 —se presentó una reportera—. ¿Qué ha sido de sus padres?
—Se les ha compensado generosamente —replicó Reginald sin ningún tipo de pudor.
—¿Le preocupa el bienestar de estos niños? —cuestionó otra reportera.
—¡Por supuesto! Tanto como el destino del mundo.
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