Capítulo 6

El día se me pasó volando.
Al final terminé yendo al local donde nos harían los uniformes para poder hablar con los dueños y dejar encargadas todas las prendas.
Serena ya había pactado con los sponsors y ella se haría cargo de mandar los logos para que los agregaran a nuestras prendas.
Lo único que nos faltaba era la lista de jugadoras para asignarles el número y bordar su apellido en las camisetas.

Contenta con el resultado, decidí ducharme con velocidad y a dormir de una vez, que mañana me tocaba trabajar nuevamente y más tarde conocer a mi equipo.

03:20 de la madrugada la última vez que miré la hora en mi teléfono.
No podía pegar ni un solo ojo.
Odiaba cuando a mi cabeza se le daba por ponerse a filosofar y reflexionar sobre mis actos a altas horas de la noche.
Odiaba sentir los cachetes hirviendo cada vez que recordaba la idiotez que le había dicho a Luciano en la cancha.
Odiaba la crisis existencial que me estaba dando de tener que volver a jugar en un equipo.
Y aún más odiaba tener que esforzarme el triple, con tal de no parecer un chiste ante una de mis jugadoras favoritas.

Diría que había sido una semana muy agitada pero ni cerca estaba de terminar aún.

(...)

Sentada en la silla de mi escritorio respondiendo mails y llamadas, como siempre. Con el aire acondicionado al máximo, culpa del calor seco que hacía.

—¡Lolita! —Exclamó mi papá, Marcelo, entrando por la puerta.

Siempre tan alegre el.
Estaba vestido con su pantalón formal y una camisa blanca con los primeros dos botones desprendidos.
Tenía un excelente físico para ser un hombre de cincuenta y cinco años, gracias a su época dorada como jugador profesional y el hecho de que mamá lo mantenía a rajatabla con la dieta.
Con su barba bastante más crecida y su cabeza pelada reluciente y roja, debido al sol que había tomado.

—¿Qué haces acá? —Pregunté descolocada ante la ruidosa entrada de mi padre—. Aparezcan cuando se les dé la gana nomás.

—Hola papá, me alegra un montón que ya hayan vuelto —imitó mi voz con un sonido chillón espantoso y se acercó para darme un ruidoso beso en la cabeza.

Me lo saqué de encima sin ser muy evidente.
El era súper cariñoso con Pedro y conmigo pero digamos que a mi no me gustaba mucho el contacto físico.

—¿Por qué tenes esa cara de enojada? —Me preguntó extrañado y se sentó en mi escritorio.

El enojo y odio que venía acumulando desde la madrugada salió a flote con esa simple pregunta.

—Tengo esta cara porque todavía no puedo creer que me hayas puesto en el enorme compromiso de probar a más de cincuenta chicas para el nuevo equipo sin haberme avisado primero —expresé enojada, sacando todo lo que tenía dentro—. Mínimamente podrías haberme avisado así organizaba las pruebas porque muy bien sabés que tengo que tener hasta lo más mínimo en un orden establecido sino me empieza a dar un ataque de nerviosismo.

Dios, yo debía de prestar atención más seguido a mi forma de hablar. Parecía un caniche histérico chillando y la cara de impactado de mi papá me lo confirmaba.

—Quería probar tus capacidades, Lo —confesó—. Yo sé lo valiosa que sos y si no queres mostrar tus habilidades como jugadora, por lo menos podrías dedicarte a ser entrenadora.

—No quiero, papá —pronuncié con dificultad y un nudo en la garganta—. Después del accidente que tuve aquella vez no quiero volver a hacer nada que esté dentro de lo profesional. Pensé que ya lo habías entendido.

—Pero sos una muy buena jugadora, Lolita —insistió y me abrazó pero me zafé—. Yo solo quería que triunfaras en este maravilloso mundo del fútbol.

—Para eso tenés a Pedro —expresé con frialdad—. A mi no me molestes más con tu fútbol. Demasiado tengo con mi nuevo equipo para el torneo que se viene y no quiero que me intentes integrar en tus cosas.

—Me alegra muchísimo que te hayas metido a un equipo, hija —sonrió—. Pero si tan solo...

—¡Te dije que no! —golpeé mi escritorio con el puño cerrado y empecé a sentir mis ojos aguados—. Y que ni se te ocurra venir a verme a los partidos.

Agarré mi computadora portátil y abandoné mi oficina.

Bajé al trote las escaleras, sintiendo como bombeaba la sangre en mis oídos.
Mi papá mejor que nadie sabía lo que había significado ese accidente para mi.
Accidente que me dejó meses sin poder patear una pelota y que terminó con lo que podría haber sido mi carrera profesional.

Abrí la puerta del gimnasio, el único otro lugar del predio que tenía aire acondicionado, pero cuando alcé la cabeza me topé con él, corriendo en una de las máquinas.

—Prometo no molestarte, nada más quiero terminar de enviar estos correos —le aclaré a Luciano cuando este reparó sus ojos en mi.

Estaba sin camisa, con la piel apenas mojada por el sudor y traía puesta una gorra negra al revés que le quedaba hermosa.
Estaba serio, pero cuando me vio su mirada se ablandó sin poder evitarlo.

Me fui hasta el fondo y me senté sobre una de las máquinas del gimnasio con mi computadora sobre las piernas.

—¿Qué te pasa? —Me preguntó a medida que se acercaba.

Se quitó los auriculares y preocupado se agachó de cuclillas a mi lado.

—¿Por qué tenés ese humor? —Inquirió nuevamente—. Siempre que te cruzaba por estos lados estabas sonriente y hace varios días que te veo con la cara larga.

—Porque si —respondí seca, sin quitarle los ojos de encima a la pantalla de mi computadora.

—Porque si no es una respuesta —observó y me dio un empujoncito para que le prestara atención—. Dale, Lo.

—No es nada. Solo me molestó la actitud que tuvo mi papá de haberme puesto en el compromiso de haber probado a las nuevas sin comunicármelo previamente —expresé molesta—. El no entiende que a mi me gusta...

—Tener todo organizado —me cortó y añadió con una voz burlona y aguda—. Sos jodida con eso del orden y demás.

Juro que lo miré con el ceño fruncido pero al verle la carita con esa tímida sonrisa me ablandé.
Que ganas tenía de tenerlo pegado a mi. Ni yo sabía qué se me había dado por rechazar su beso el otro día.

—¿Te puedo abrazar? —Le pedí con cierta vergüenza sin poder mirarlo directamente a los ojos.

—¿Segura? Mirá que estoy todo transpirado —aclaró abriendo sus brazos.

Me moví con las rodillas y me hice un bollito sobre el pecho de Luciano. En el acto sus brazos me rodearon y el calor que emanaba su cuerpo me hizo querer pegarme aún más a él.

—Odio el periodo. Qué sensibilidad de mierda —admití y rodeé su cadera con mis brazos, apretándolo bien fuerte.

—También te hace más gruñona—añadió a modo de broma y apoyó su mentón en mi cabeza—. Tranqui, Lolita, que para lo que necesites vas a poder contar conmigo. Te diría que acá tenes un buen amigo para abrazarte las mil veces que quieras, pero no me gusta mucho ese título.

Lucho intentó separarse pero no dejé que se me alejara demasiado. Alcé la mirada y me topé con dos ojitos color café que me observaban con deseo y ternura.
Este era el lado afectivo de Luciano que no conocía pero una parte de mí sabía, muy en el fondo, lo que me generaba.

—Discúlpame por lo que te dije ayer —comencé, haciendo referencia al momento en donde le recordé que lo nuestro era casual—. Me gusta esto que hacemos —nos señalé sabiendo que debía estar roja de la vergüenza. Me costaba muchísimo hablar sobre los sentimientos.

—¿Esto es lo que te gusta? —Preguntó él, teniendo más que clara la respuesta.

Me agarró de la cintura y me pegó contra su pelvis.
Al estar arrodillada, fue fácil para él bajar con sus grandes manos hacia mis glúteos y posarse ahí cómodamente mientras chocaba mi nariz contra la suya.

—¿Así te gusta estar? —Inquirió nuevamente con la respiración agitada.

Sentía que me estaba muriendo por dentro de los nervios provocados por la situación en la que me había metido.
Pero que caliente que se veía Luciano con esa cara de "vení que te como toda".

—Si —balbuceé sin poder evitar que mis ojos se desviaran hacia sus labios. Ese fue el detonante para confirmar las ganas que teníamos de comernos la boca.

Extendí mi cuello hacia delante y atrapé sus suaves labios con los míos.
Luciano apretó mi culo con fuerza apenas sintió el contacto y me pegó aún más hacia él.
Su boca se movía a la par de la mía y mi lengua buscaba saborear cada parte de él.
Apoyé las manos sobre sus rodilla y empecé a frotar su erección, pero me detuvo, tomándome por los cachetes.

—Nos van a ver —jadeó arrepentido de haberme detenido.

El gym era de vidrio polarizado, por lo cual nosotros veíamos hacia afuera pero no viceversa. Igualmente no iba a arriesgarme a que alguien entrara por esa puerta.

—¿Por qué siempre que empezamos tenemos que terminarlo así? —Se lamentó y descansó su cabeza sobre mi hombro.

—Vení —lo obligué a levantarse y lo traje agarrado de la mano hasta el baño del gimnasio, que por supuesto estaba vacío.

Puse traba en la puerta y lo empujé con una mano en el pecho hasta golpearlo contra la pared.
No sabía de dónde había salido este instinto dominante pero me gustaba. Me sentía imparable y con la necesidad de sacarme las ganas como pudiera.

—Se ve que te ponen agresiva estos momentos —exclamó sorprendido ante mi accionar y reanudó la marcha sobre mi boca, dejando besitos en mi mentón de vez en cuando.— No podemos hacer nada si estás con tu periodo —se separó levemente para hablar con un susurro agitado—. A menos que vos quieras, Lola. Yo no tengo problema con nada.

—Hay otras formas, tranquilo —le di un beso con ganas. Hambrienta por seguir trabajando sobre esos labios rosados que tenía.

Me separé y me agaché hasta la altura de su pelvis. Besé la erección que asomaba por la tela de sus bermudas antes de bajárselas y agarrar su miembro en mis manos.

—Lola, qué estás por hacer... —comenzó pero se vió interrumpido por un gemido cuando me lo llevé a la boca.

No era una santita al cien por ciento como el resto me creía. Imaginación y ganas nunca me faltaron.

El panorama era asombroso. Verlo apoyado contra los azulejos del baño con la cabeza hacia atrás disfrutando... me excitaba.

Agarró mi cabeza con sutileza y la empujó hacia delante, despacio.
No me quejé cuando me agarró del pelo y volvió a repetir la acción.

Tocaron la puerta del baño con un fuerte golpe y ambos nos sobresaltamos.

—¡La puta madre! —Exclamó Luciano subiéndose las bermudas con rapidez.

—Abrí, Lucho que todos queremos mear antes de darle duro a las pesas —dijo no muy paciente, una voz del otro lado.

—Me olvidé de que el resto del equipo se sumaba hoy a entrenar —habló nervioso y apenado.

Me levantó y acomodó mis cabellos revueltos. Limpió las comisuras de mi boca con sus dedos y le contestó a su compañero.

—Estoy desnudo, recién salgo de la ducha —mintió—. Me cambio y les abro.

—Como si no te hubiéramos visto el palo en otras ocasiones —se burló otro de sus amigos—. Dale, boludo, abrí la puerta.

—Necesito que te metas en esa ducha y no salgas hasta que yo te avise —me pidió señalando la última que incluía un cartel que rezaba "clausurado por reparaciones"—. Ya en otro momento seguiremos, perdoname por dejarte con las ganas encima.

—¿Y qué carajo hago con la computadora que dejé allá afuera? Mi teléfono también quedó allá —me alteré pensando en el lío que se podía llegar a armar si alguien se enteraba de esto.

—Yo me encargo, tranqui —fue lo último que me dijo antes de empujarme dentro de la ducha fuera de servicio.

Que ganas de que me agarrara y me empujara así más seguido... que caliente que había quedado, la puta madre.

Cerré la puerta corrediza con traba, justo cuando los jugadores ingresaban al baño.

Por el sonido de sus voces asumí que debían ser unos doce. La mayoría de ellos los reconocía y sabía que si llegaban a verme, iban a asegurarse de que todo el mundo se enterara.

—¿Qué onda con esa computadora y el teléfono que están sobre una de las máquinas? —Fue la primera pregunta que se formuló mientras todos se alistaban.

—¿Son de Lola? —Preguntó otro, insinuando algo con la tonalidad al hablar.

—Si son de ella —afirmó Luciano sin una pizca de gracia—. Me pidió que se lo cuidara hasta que volviera.

—¿Volver de dónde? —Preguntó uno diferente—. Su auto está estacionado allá afuera.

—Fue al baño de las oficinas de arriba por cuestiones femeninas —especificó para sacarse de encima a sus compañeros. El sabía que a los hombres no les gustaba meterse con esos días del mes de las mujeres.

Durante un par de minutos la charla cambió. Comentaron que faltaba muy poco para su gran partido contra uno de los grandes de Córdoba y que estaban cansados de entrenar con el calor que hacía.

—¿Y qué onda vos con Lola el otro día? —Preguntó curioso, uno de sus compañeros, así de la nada.

—¿Con qué? No te entiendo —Luciano se hizo el desentendido.

—¿La hijita del jefe no te da ni la hora verdad? —bromeó el mismo—. Te vimos más de una vez comiéndote a la hija del Marce en fiestas, pero se ve que no hay nada serio entre ustedes.

—Encima Lola está re buena, boludo —acotó otro distinto—. Tiene tremendas piernas.

Varios estuvieron de acuerdo con el comentario y otros más agregaron detalles innecesarios sobre mi cuerpo.
Conocía a cada uno de ellos y sus voces no se me confundían al escucharlos.

—Cállense mejor y terminen de cambiarse —les pidió su capitán.

—No te enojes Lucho, bebé mío —lo molestó uno de los muchachos—. Era broma. Igual prefiero a la hija, de uno de los socios de la Federación de Fútbol. La rubia esa que se te tiró encima el otro día y quería una foto con vos.

¿Qué rubia?
Si pronunciaban el nombre, de seguro que la conocía. Conocía a todas las familias importantes de la Federación.

—Esa si tenía un cuerpo perfecto y unas te...

—Son unos pelotudos —lo interrumpió Luciano y sentí que sus pasos se alejaban—. Hasta que el entrenador llegue, vamos todos a darle dos vueltas de trote al predio. Dale loco.

Ellos lo molestaron respondiendo con un "si capitán" y luego sus voces se desvanecieron por completo.

Salí de allí y traté de acomodar un poco mi pelo.

Repasé mentalmente todo lo que acababa de escuchar y saqué la conclusión de que quizá Luciano no estaba tan... ¿enamorado? Como pensé.

El problema a continuación era: ¿Yo sentía molestia o alguna decepción de saber que no estaba flechado como lo creí?
Todavía no lo tenía muy digerido al tema, pero si sentí un hervor en la sangre cuando nombraron aquella rubia y negándolo no ganaba nada.

Eaaaaa capítulo new

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