Capítulo 7:Deberías ser tú y no debería ser yo.
Dereck
Aterrizamos en Rarotonga, una de las islas que conforman las Islas Cook situadas en Nueva Zelanda, a eso de las seis de la tarde. Al salir del avión nos da la bienvenida un ambiente caluroso, húmedo y pegajoso, aunque el olor salado a mar eclipsa cualquier otra sensación. Kat camina por la pista de aterrizaje con decisión, con unas gafas de sol tapándole los ojos avellana y unos botines de medio tacón que resuenan en la pista.
-Te deseo suerte-me indica Mary, la maquilladora de Kat. Una mujer muy amable y simpática. No sé a qué viene ese comentario. Y no me importa. La gente debe dejar de meterse en mis asuntos, no creo que sea tan difícil.
-Métete en tus asuntos.
Kat me llama para que vaya con ella a la limusina que se encuentra aparcada en una esquina.
Jamie, mi guardaespaldas, se encuentra metiendo el equipaje en el maletero del coche mientras un hombre mantiene la puerta sujeta a Kat para que entre. Ella se hace un selfie cuando llego a su altura con paso tranquilo, disfrutando del sol y del buen olor a agua salada.
-Hazte una foto conmigo-ordena tirando de mi brazo para juntar su cara a mi pecho. Sonrío a la cámara al igual que ella y la instantanea es preciosa: dos apuestas jóvenes enamorados, recién casados y con una prominente y feliz vida por delante. Pero todo es falso: su sonrisa tranquila, mi aparente ilusión, la limusina y el fondo lleno de nubes bajas. Todo es mentira, postureo con el único objetivo de dar envidia cuando la realidad es que Kat y yo estuvimos a punto de no hacer este viaje, de no estar juntos y creo que ninguno de los dos lo va a olvidar jamás. Aunque lo intentemos.
Kat se deja sobre la cabeza las gafas de sol y publica la foto en todas las redes sociales con frases románticas y demás ñoñerías de las que le gusta pavonearse, mostrando una vida feliz de casados cuando llevamos sin dirigirnos la palabra desde que salimos del hotel esta mañana.
Ha sido un viaje muy duro, más de lo que me había imaginado en un principio. Solo puedo pensar en Rachael, es su dolor en el restaurante, en su imagen al alejarse por el pasillo, la neutralidad y la dureza de sus ojos durante la prueba de mi traje y, por último, en la indiferencia durante la boda. Pero, por mucho que trate de disimularlo, no ha podido ocultar la tensión de sus hombros, la rigidez de su mandíbula y las ojeras de sus ojos. Está sufriendo y todo por mi culpa. Me pregunto qué estará haciendo ahora, si estará en su piso de Nueva York leyendo algún libro o viendo algún reportaje por la tele. Tal vez esté en nuestro puente, mirando hacia el horizonte, con los brazos extendidos como si fuese un ave capaz de volar y de ser libre. O puede que esté trabajando, toda rodeada de telas, vestidos y modelos. Igual...Todo son especulaciones. No lo sé y nunca lo sabré. Aunque lo intente, aunque se lo pida al cielo.
Kat me ha agarrado de la mano en varias ocasiones y yo le he recordado que no me gustan las muestras de cariño en público. Ahora me doy cuenta que tan solo es una excusa. Una prueba más de que mi decision no es justa ni para kat, ni para Rachael ni para mí. Nadie ha salido ganando, puede que Wyatt y Adler, pero nadie más. Sé que es un error porque eso no me ocurría con Rachael, me daba igual quién estuviera mirándonos o en dónde estuviéramos; solo deseaba abrazarla y besarla en todo momento.
-Tengo una lista se cosas que vamos a hacer durante nuestra Luna De Miel. Mañana iremos a la playa eso seguro, tengo que coger color, y por la tarde iremos de compras, ¿crees que habrá alguna tienda decente?
No presto atención cuando comienza con su parloteo sino que me imagino que la persona que está a mi izquierda es mi Rachael leyendo El hobbit, libro que le presté cuando nos conocimos, y que me pregunta cosas que no comprende de la trama aunque yo tampoco lo entienda pero sería algo especial, por ser ella.
-¿Me estás escuchando, Dereck?
-Te quiero. Lo juro. Perdóname soy gilipollas- aferro mis manos a la nuca y tiro de las puntas del pelo.
Rozo su mejilla tras recomponerme y me imaginando que unos rizos marrones se me resbalan entre los dedos cuando le acaricio la cara.
-Yo también te quiero-parpadea un par de veces, incrédula-, claro que te perdono tonto- me da un pico y con un movimiento suave me quita la mano.
Pero esos ojos no son los de Rachael, están enmarcados por una gruesa capa de máscara de pestañas y son tan bonitos que podrían ser perfectos, pero Rachael no es perfecta. Kat sí, Kat no tiene rizos ni el pelo castaño, no viste de manera casual sino un vestido prieto con un cinturón. Ladeo la cabeza cuando Kat intenta besarme.
-No sé qué narices te pasa Dereck, pero estás muy raro desde la boda: No te quieres acostar conmigo, no me besas, ¡casi ni me hablas!
-No me pasa nada.
Apoyo la cabeza en el cristal para fijar la vista en las casas que dejamos atrás o el agua que comienza a dislumbrarse en el horizonte.
Tiene razón. Me siento raro; como si mi mente me recordase cada día la mala decisión que he tomado. Que hay una chica maravillosa vete a dar dónde rota de dolor por un capullo como yo. Rachael merece ser feliz pero solo de imaginármela en brazos de otro hombre hace que se me erice el bello del cuerpo.
Kat tampoco se merece estar casada conmigo, y es que a pesar de ser una chica insoportable, mimada y odiosa, es una mujer maravillosa y talentosa, llena de cosas que ofrecer. Hemos vivido muy bonitos momentos y creo que le estoy quitando la posibilidad a otro hombre de ser feliz junto a ella y vivir esos momentos. Kat es una mujer que daría todo por las personas que más quiere, a parte de que su vida tampoco ha sido un camino de rosas como quiere aparentar. Sé que en ocasiones llora por la presión mediática y por la vergüenza que le hacen pasar, incluso puede que le halla hecho daño de verdad con mis actitudes y decisiones, no me había dado cuenta de lo que jode no tener a alguien a quien amas hasta que conocí a Rachael.
Y creo que para Kat, pensar que yo amo a otra debe de ser duro de aceptar. Sonreírme y tratar de aparentar que todo está bien, que siga besándome y que no piense en que esos labios han besado a otra persona...Sí, claro que Kat también lo está pasando mal. Tan solo necesita a alguien que la quiera de verdad. Y reitero, es una chica que podría conquistar a cualquiera.
-Ya hemos llegado señores Miller.
El conductor nos abre la puerta y nos acompaña hasta la habitación del hotel. Es preciosa, con unas vistas espectaculares a la playa paradisiaca de agua cristalina y arena blanca que nos ofrece un ventanal que ocupa toda la pared junto a la enorme cama de matrimonio y un espacio con sillones alrededor de una mesa olor caoba.
-¡Me encanta!-exclama Kat entrando corriendo en el lujoso cuarto de baño; yo me siento en el colchón sumido en un profundo cansancio.
Deseo dormir hasta que se me olvide el nombre de Rachael o emborracharse hasta perder la conciencia. Ambas cosas serían lo ideal.
-Dereck, espabila-agita una mano delante de mi cara para llamar mi atención-. Me voy a duchar, ¿vienes?
Extiende sus manos hacia mí con una mirada seductora para que la acompañe y eso hago, aunque no tengo ni pizca de ganas de ducharme.
-¿Cómo te sientes cuando los paparazzis te acosan o te enteras..., de cosas?
Kat casi no habla de ese tema, no le gusta que le recuerden que no tiene una vida perfecta pero me aventuro a sacar a relucirlo. Es verdad, Kat es la única hija del propietario de uno de los grandes bancos de todo el país. La han acosado desde que era una bebé y han filtrado cosas de su vida e imágenes que ella preferiría haber mantenido en secreto. Kat no ha conocido lo que es la intimidad, la han amenazado por redes sociales, ha recibido muchísimo odio y amenazas que te hielan la sangre.
Se para en la puerta del baño con mirada herida, su pelo rubio está suelto dejando ver su precioso color amarillo brillante y resaltándole sus ojos avellana.
-Mal...Muy mal.
Baja la mirada avergonzada o tal vez no se atreve a contármelo por si la voy a juzgar, me acerco y le levanto la barbilla con los dedos.
-Kat, ya sabes que puedes confíar en mí, ¿no?
Ella asiente y se separa de mi contacto para entrar en el baño.
-Por fin hablas.-Resopla.
Abre la ducha para comprobar su temperatura y se quita el cinturón seguido de vestido de cuello vuelto por la cabeza con un rápido movimiento dejando a la vista su desarrollado cuerpo.
Kat, ajena a los fuertes latidos de mi corazón, se desabrocha la prenda interior y la tira en el suelo dejando al descubierto su torso y sus grandes pechos.
-Lo siento.
Me disculpo automáticamente. No porque me arrepienta de haber amado a otra mujer y haber sufrido por ella, sino porque ahora mismo me siento como si estuviera traicionando a Rachael.
<<¿Qué pensaría de mí?>>
Kat me mira con los labios entreabiertos y no puedo contenerme más. Es verdad que amo a Rachael con toda mi alma pero soy Dereck Miller y Kat es mi mujer, no debería sentir remordimientos por desarla. Es una mujer realmente bella. Necesito quitármela de la cabeza y puede que Kat me ayude.
Me acerco en un par de rápidas zancadas y pego mi boca a la suya notando su cuerpo tensarse por el repentino pero familiar contacto. Sus labios se mueven al compás de los míos y tantea dentro de mi boca para encontrar mi lengua.
Pierdo totalmente el control sobre mi cuerpo, como si toda la tristeza, angustia y añoranza que he sentido se acumularan en este momento en forma de deseo y necesitase expulsarlo.
Kat recorre rápidamente mi torso y me quita la camiseta de forma rápida y sin vacilar. La elevo del suelo enrrollando sus muslos a mi cadera y besando cada centímetro de su pálida piel.
Nos desprendemos del resto de nuestra ropa mientras Kat se agarra a mi pelo y lo revuelve sin cuidado.
La deposito sobre la cama. Emite un gemido de placer.
Una imagen se me aparece en la mente como si estuviera visualizando una película. La habitación donde estoy no es Rarotonga sino la de Barcelona y la que me mira con deseo no es Kat sino Rachael.
Muevo la cabeza en un intento de que su imagen desaparezca de mi mente pero no puedo evitarlo y sus ojos marrones se me gravan en la mente.
Otra imagen: Rachael tirada, sin fuerzas, cansada, llena de sangre y de dolor mientras un desgraciado abusa de ella.
Me separo de golpe y de un salto salgo de la cama.
-¿Dereck?-pregunta Kat con la respiración agitada y los mofletes rojos e hinchados.
-Tengo que irme.
Me visto rápidamente sintiéndome ridículo ante su mirada. No me detiene sino que me mira con notable tristeza y cansancio, no la culpo por ello, deseo decirle que salga a la discoteca del hotel y que se divierta pero no tengo fuerzas para hablar y se me ha revuelto el estómago.
Cuando salgo de la habitación me parece escuchar un llanto a mis espaldas. Lo ignoro y marco un número de teléfono: El de Harry. No aguanto más, ese llanto, roto mientras una voz grita qué ha hecho mal, la sensación de no parar de cagarla, mi madre, mis hermanos, el dolor, las decisiones, la presión, los medios de comunicación y todo. Joder no aguanto más.
-Hola señor Miller, ¿algún problema?
-Necesito que localices a Rachael Turner. Me da igual el qué de ella, ya sean sus redes sociales, a esa amiga suya o dónde está- digo algo agitado e ignorando su comentario.
-Eh...¿Entonces todo está yendo perfecto?
-Harry...-intento no perder los nervios respirando un par de veces-. No me vaciles y haz lo que te digo.
-No voy a hacerlo, con su respeto-susurra-. Si tienen algún inconveniente con el viaje háganmelo saber.
-Pues prescindiré de sus servicios. Recoja sus cosas inmediatamente y diga a mi padre que le haga el contrato del despido.
-Pero, señor. Eso es ilegal...No puedo.
-No vas a sufrir nada. Haz lo que te digo o te despido. Y te lo juro por lo que quieras que lo haré.
Parece dudar un momento más.
-Señor Miller, no me despida, por favor- repone con la voz alarmada. Hay un largo silencio al otro lado de la línea pero al final Harry contesta-. De acuerdo, localizaré a Rachael.
Salgo a la playa. Por suerte el hotel se encuentra en primera línea y tiene un acceso directo a un largo puente de madera que conecta con el mar. La playa está a tope de bañistas, niños escabando, haciendo castillos de arena, corriendo, grupos de amigos, parejas y matrimonios que toman los últimos rayos de sol. A pesar de que ya está a punto de anochecer, nadie parece dispuesto a marcharse. Y es que, la suave textura de la fina arena entre los dedos, el olor a mar, a sal, el sol rozando intenso tu piel y el aire puro, celestial y magnífico que se respira no podría alejar a nadie. Ni aunque quisieran.
Me siento en unas rocas que hay junto al mar, algo alejadas del bullicio, chiringuitos y tumbonas. Podría acercarme a la cala privada que nos ha dispuesto el hotel para nosotros, pero prefiero esta aquí: rodeado de gente, de niños y adolescentes. Miro el hotel, directamente hacia la ventana de nuestra habitación mientras las olas rugen y rompen sin piedad debajo de mí. Veo una silueta, supongo que Kat, que mira hacia el horizonte con un pañuelo entre sus manos llenas de anillos.
No distingo sus rasgos pero puedo verla con los ojos hinchados y rojos y el labio inferior temblando. Ella sabía que esto ocurriría, que acabaríamos haciéndonos daño; ella, esperando algo que yo no le puedo dar y yo por mi parte por no haber detenido este embrollo en el que estamos metidos. Rachael sufre, yo sufro y Kat también, entonces, ¿para qué vino a Barcelona a pesar de que ya sabía que me estaba enamorando de Rachael? No me quiere, no puede amarme de una manera tan desesperada. No, tiene que ser otra cosa porque me he dado cuenta de lo qué es el amor. Estos meses me han enseñado lo que es tener a la persona que más quieres en el mundo, mirarla por las mañanas y esperarla por las noches, Kat jamás me ha mirado como Rachael.
El amor no tiene que doler, un sentimiento tan puro, tan completo y estéreo solo debería sumar, no restar, debería aportarte, ponerte los bellos de punta, debería ser sentir y vivir. Vivir por ti y después darle esa vida a la otra persona. Pero con Kat nada es así: Kat es control, posesión, enfado y celos. Eso no es amor, Kat cree que me pertenece y que yo le pertenezco a ella. Que somos uno. Pero eso no es verdad, en el amor cada uno es quien es en compañía de otro.
Kat guarda algo, algo muy duro, profundo, una lucha que jamás me compartirá. Porque ella es así, no le gusta mostrarse débil, inferior, humana...Pero claro que sufre y yo no puedo hacer nada por ayudarla.
Sufre y creo que es el motivo por el que deseaba casarse conmigo.
Me quedo hasta la puesta de sol. Es asombroso presenciar este fenómeno de la naturaleza en una playa como la de Rarotonga, como el sol se pierde en el firmamento, en el mar que ahora está embrabecido y la gama de colores que ofrece. El anochecer que sucede cada noche, repetitivo y constante, es precioso y creo que jamás me cansaría de mirarlo.
Vuelvo a la habitación tras pasar por recepción y pedir que me suban la cena a la habitación. Todo está en silencio pero a la vez parece que acaba de pasar un torbellino. La cama está desecha, con las sábanas sacadas y esparcidas, hay trozos de cristal por el suelo y la televisión encendida. Se escucha un sollozo desde el baño. Prácticamente corro hacia allí con el corazón empequeñecido. Kat está en la bañera, con las burbujas del jacuzzi encendidas y una copa entre sus manos. La espuma recorre toda la superficie y tiene el pelo recogido en un alto moño y el flequillo peinado sin ningún sentido. Pero está rota, lo sé nada más verla.
Y llora, las lágrimas caen impidiéndole ver nada, con marcas de rímel por su pálida piel. Y es entonces cuando me percato de que sostiene una prueba de embarazo con la otra mano.
Da un sorbo a la copa, sin mirarme y dirige de nuevo la vista a la prueba que, a estas alturas, supongo que será negativa.
- Es lo único que quiero, que he deseado en el mundo: ser madre.
Pocas veces la he visto tan hundida, desesperada y desganada. Deja arrastradas palabras y se toca la cabeza.
-Tienes veintisete años. Eres joven.
-Me he sometido a tantos tratamientos, a tantas pruebas, tantos intentos, tantas noches mirando pruebas para siempre dar el mismo resultado negativo...-me ignora, continuando sumida en su dolor-Esto es lo que más quiero en el mundo y no lo voy a poder conseguir. Nunca.
Me arrodillo junto a ella y veo la única raya que confirma sus palabras. No quiero herirla ni entrometerme en sus sentimientos pero creo que ahora no es el mejor momento para tener a un bebé. Un niño no es un juguete, necesita atención, cariño y a dos padres dignos de quererlo. Y creo que, ahora mismo, no podríamos darle la vida que se merece.
Pero guardo silencio y la abrazo. Kat vuelve a sollozar mientras yo la acuno y le susurro que lo intentaremos de nuevo y que, si no, lo haremos por fecundación in vitro.
El test negativo cae al suelo mientras yo sigo sosteniendo a Kat entre mis brazos.
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