Capítulo 13: Los Turner.
Dereck
—Anula todas las entrevistas que tengo planeadas para esta semana—el hombre al otro lado del teléfono me indica que no puede hacer tal cosa. Mi agenda lleva planificada de esta manera desde hace meses.
El avión que me lleva dirección Texas circula lo más rápido posible y la tormenta que se ha formado a nuestro al rededor nos frena el paso. Los truenos y la lluvia no cesan. Hay muchas turbulencias pero me da igual.
—Me da exactamente igual, ¡anula todo y punto!
Cuelgo la llamada; una azafata de mi avión privado con el nombre Miller dibujado en sus alas, se acerca para ofrecerme algo de beber o de comer. Lo rechazo sin tan siquiera ver su contenido. Tengo demasiadas ganas de encontrar a Rachael así que comer o beber en estos momentos es lo último que me apetece.
El teléfono móvil vuelve a vibrar en el bolsillo trasero de mis pantalones.
Suspiro asqueado al ver quién es el propietario de la llamada.
—¿Qué quieres Kat?
—Un hola o un qué tal estás no está de más. —Suspiro y le saludo con un "hola" para que deje de parlotear y cuelgue—.¿Se puede saber dónde estás?
—Ya te lo he dicho. En una sesión de fotos en Miami.
— ¿Miami? ¿No era en Canadá?
La sangre se hiela debajo de mi piel.
—Kat, no te escucho bien. No hay buena cobertura, dentro de un rato te llamo.
—No se te ocurra colgar —su voz se corta cuando finalizo la llamada.
—¿Todo bien señor Miller?—La azafata de antes me mira con cierta timidez y al mismo tiempo curiosa.
Examino su cuerpo de reojo prestando atención a sus musculosos muslos y a su ancha cadera.
—Ahora mucho mejor.
La mujer sonríe y se retira moviendo de manera seductora su cuerpo. Un relámpago centellea afuera en el oscuro cielo junto al rugido de los truenos.
Cuando las ruedas del avión se desplazan por el pavimento hasta pararse, ya es de noche y, si no fuera por las nubes que cubren el cielo, se podría apreciar la luna llena. Una mujer de menuda estatura se encuentra fuera del avión sosteniendo un paraguas con una mano mientras que la otra la mantiene por detrás de ella. Salgo y bajo las escaleras de metal hacia ella quien me lo entrega y solo lo cierra cuando me encuentro subido en la limusina donde espera a que el conductor lo ponga en marcha para largarse de allí.
—¿A qué dirección le llevo señor Miller?
—A Texarcana— digo metiendo de nuevo el papel en uno de los bolsillos de la chaqueta en el que he apuntado el nombre del pueblo citado por Elina.
La circulación es más bien escasa y los vehículos que se encuentran en ella son en su mayoría furgonetas blancas, tractores y algún que otro coche.
Texarcana se encuentra a diez kilómetros desde el lugar en el que el avión ha aterrizado por lo que no tardamos mucho en llegar. En cuanto el camino va llegando a su fin siento el corazón en la garganta, el nerviosismo a flor de piel. Una vez que llegamos me parece que hay una distancia infitesimal hasta que aparcamos en una estrecha acera.
¿Cómo se supone que le voy a decir a Rachael que voy a ser padre y esperar a que me perdone? ¿qué va a sentir cuando sepa que un feto se está desarrollando en el vientre de Kat? ¿furia? ¿decepción? ¿tristeza? ¿felicidad?
No creo estar preparado para dar ese paso tan importante en mi vida. Siempre he querido ser padre pero no creo que este sea el mejor momento. Mi vida ha cambiado demasiado deprisa, antes de que me haya dado cuenta ya me he casado y voy a tener a un bebé, joder, un hijo mío.
Que Rachael fuera la madre lo facilitaría todo pero no es así y no amo a Katherine y no creo amarla nunca. ¿Qué narices voy a hacer ahora? ¿Seguir viviendo esta maldita vida? No me puedo quejar y es que yo mismo la he elegido, he hecho esta elección y ahora me están cayendo encima sus consecuencias.
Un cartel mugriento sujetado únicamente por una cadena—ya que la otra está rota—con el nombre del pueblo me dan la bienvenida. Bordeamos una iglesia diminuta y sombría. Las irregulares piedras que la forman están desgastadas y algunas han sido retiradas dejando algunos huecos. Parece abandonada.
Un grupo de monjes vestidos con largas túnicas negras salen en este momento del diminuto edificio.
—Frene—ordeno al conductor quien acata las órdenes sin poner ninguna pega.
Me bajo de la limusina y me acerco al último monje que sostiene un palo para ayudarse a caminar.
—Disculpe— digo al anciano para captar su atención, él me mira con desgana y suelta un bufido. Me trago mi orgullo e ignoro su actitud—, ¿me podría decir dónde se encuentra la residencia de los Turner?
El hombre no para el paso, al contrario, parece aumentarlo.
—Espere, por favor— intento seguirle pero su mirada fulminante me frena a hacerlo—. Joder— susurro.
—Los Turner...Me suena ese apellido—-dice una ronca voz a mi izquierda, me giro dejando al anterior monje siga su camino. El chico que ha hablado tendrá unos trece años y se encuentra sentado sobre una bicicleta que descansa parada sobre el tronco de un árbol.
—Necesito encontrar su casa. ¿Sabes dónde está?
El crío tose y parece sumido en sus pensamientos.
—Estoy intentando recordar...Los Turner...¡Ah sí! Ya sé.
El chico emite una risa bastante desagradable.
—¿Dónde viven?
— Rachael Turner sí, mi hermano fue con ella al instituto ya sabes La enferma o también conocida como La sangrienta, de eso es lo que me suena el apellido— vuelve a reír.
Cierro los ojos pero no puedo reprimir la ira y antes de darme cuenta levanto la mano hacia la altura de su puntiaguda nariz. El grito del niño me impide continuar.
La distancia entre mi puño cerrado como una bola y su cara es casi inexistente. El niño muestra una expresión asustada; tras sus ojos puedo ver el miedo, uno muy parecido al que yo mismo experimenté. Un espasmo me recorre el cuerpo.
Le comprendo. La impotencia de sentirte minúsculo, la necesidad de huir pero no saber a donde, querer gritar pero que la voz se quede presa en tu garganta, el querer moverte pero estar tan asustado que no puedes hacer otra cosa que suplicar en silencio que el momento acabe.
Refunfuño adoptando una posición más relajada.
Me acerco hacia el niño y le agarro del brazo tirando de él hacia un lado apartado. Se queja e intenta soltar mi agarre pero no dejo que lo haga si no que aprieto más mi mano sobre su flacucho brazo y le sitúo enfrente de mí.
—¿Qué hace?
—No puedes llamar así a las personas, ¿lo entiendes mocoso de mier...?
Alguien sale de la limusina y me agarra los hombros para evitar que haga alguna tontería. Mi subconsciente se lo agradece. Sacudo los hombros y con una mirada le obligo a volver al volante y mantenerse allí. No se mueve, así que no insisto.
—¡Y a tu hermano dale una patada en la ingle de mi parte!—grito por encima del hombro arrastrando los pies por el césped de vuelta sobre mis pasos.
Intento controlarme, apretando las manos y regulando mi respiración, sin hacer otra cosa más que eso.
Abro de mala manera la puerta trasera de la limusina, me subo en ella y cierro de un portazo con todas mis fuerzas.
El empleado de una oscura gasolinera situada a unos metros de la iglesia nos facilita la dirección de los Turner y no tardamos en aparcar en un diminuto chalet.
El conductor me abre la puerta una vez que consigue aparcar, cosa que no es difícil, y me acerco hacia la fachada.
Antes de llamar a la puerta me desinfecto las manos y decido no ponerme los guantes ya que sé que si lo hago, Rachael no querrá hablar conmigo.
Una mujer regordeta teñida de rubia y de escasa estatura abre la entrada y me examina bastante confundida.
—¿La señora Turner está en casa?
La mujer se frota los ojos como símbolo de que la he despertado y no es de extrañar ya que la media noche debió de pasar hace unas horas.
—Soy yo, ¿qué desea?
Frunco el ceño evitando no romper a llorar de la risa. Esta mujer no puede ser la madre de Rachael.
—No me haga perder el tiempo por favor, deseo ver a la señora de la casa no hablar con una sirvienta.
—¿Sirvienta?— se lleva una mano al pecho con indignación—. Pero, ¿de qué habla?¿quién se ha creído que es?
La mujer se ata más fuerte la bata visiblemente afectada por mis palabras.
—Mamá, ¿qué pasa?—Un chico de ojos grises y constitución fuerte pero extremadamente delgado se une a la conversación.
—Nada Kris. Vuelve a la cama.
—¿Eres Kristoffer? ¿El hermano de Rachael?—Los dos parientes se miran confundidos pero asienten— Soy Dereck Miller, el novio de tu hermana.
Me mira de arriba a abajo un par de veces antes de contestar:
—Rachael no está saliendo con nadie.
Suspiro pasando las manos por mi pelo perfectamente peinado.
—Sí...Bueno...Soy su... exnovio.
—Mira pijito. No sé qué narices haces aquí pero pírate. Estas no son horas de andar con guasas.
—¿Dónde está Rachael?—Me encaro a Kristoffer, mi paciencia se está agotando.
—Adiós.
Intenta cerrar la puerta pero lo evito poniendo el pié en la puerta. Me mira con sorpresa y algo de furia. Este maldito pueblo me está empezando a cansar.
—¿Dónde está?
—No te lo pienso decir.
—Kris, déjame decirle a Rachael si quiere verle. A lo mejor es importante.
—Mamá, entra a casa y no dejes que este pirado vea a mi hermana.
Empujo a ambos para abrirme paso por un estrecho pasillo.
<<No puedo creer que Rachael se haya criado aquí.>>
Mi intención de subir a la planta de arriba se ve interrumpida cuando alguien me agarra del jersey, tira de él girándome y choca mi cuerpo contra la pared.
—Escúchame bien, conozco a mi hermana y ella no saldría con un estúpido como tú.
Empujo con todas mis fuerzas su cuerpo. No se inmuta, es más fuerte de lo que aparenta.
—Pues no le conoces tan bien como crees.
Kristoffer echa un escupitajo que me cae en el rostro. Pataleo sus piernas y sus pantorrillas.
Me muero de asco al notar la saliva en mi rostro.
Una de las patadas parece herirle y cae al suelo pero se recompone en seguida y me pone la zancadilla para que caiga junto a él.
No tardo en agarrar su pelo y tirar hacia atrás pero Kristoffer es más rápido que yo y esquiva el agarre haciéndonos rodar a los dos.
Lanzo puñetazos al aire con el fin de darle. La prácticamente completa oscuridad me impide verle con claridad.
La voz de la madre de Rachael suplica que paremos; me percato entonces también de la presencia de un hombre cuando volcamos el sofá.
Le agarro de las muñecas y apoyo una rodilla en su garganta, inmovilizándolo en el sitio.
—Venga. ¡Ya! Y traiga una soga y pistola— digo al móvil.
Siento la adrenalina correr por mi sangre, y eso hace que mi cuerpo vaya a mil por hora.
A mi espalda escucho un llanto que no distingo quién es su propietario. Un frágil y pequeño cuerpo intenta soltar mis manos.
La puerta principal se abre y alguien aparece para sujetar a Kristoffer de los brazos y postrarle en el suelo.
Me levanto del suelo con la respiración entrecortada.
Salgo al pasillo, uno que está sumido en un inquietante silencio. La mujer de antes no se encuentra allí y el hombre se levanta ayudado por una mano que apoya en la pared y otra en su espalda encorvada.
Me acerco hasta él y le doy un pequeño punta pie para que vuelva a caerse. Me divierte su expresión y gesto doloridos.
—Por favor...—me agacho hacia su altura, sin borrar la sonrisa maliciosa de la cara.
—Que le den viejo asqueroso.
Vuelvo al salón, limpiándome las babas del rostro y colocándome el traje. Allí se encuentra Kristoffer atado de pies y manos y la boca con cinta aislante. El conductor me observa, esperando a que le dé una orden.
—Podríamos torturarle hasta que nos diga dónde está la señorita Turner.
Le miro, sopesando su opción.
—Llevémosle al sótano. Seguro que allí se me ocurre algo qué hacer. Mi paciencia se está agotando—añado, observando el alargado cuerpo tirado en el suelo.
Agarro de los pies al hermano de Rachael y él lo hace por las axilas. Siento furia por el modo en el que he sido recibido en esta familia y angustia al no encontrar a Rachael.
—Por aquí señor Miller. Seguro que estas escaleras llegan a la parte inferior de la casa.
Asiento, sujetando el ligero cuerpo entre las manos y llevándole escaleras abajo hacia una puerta. Le doy un punta pie, abriéndola por completo y dejando al descubierto una sala oscura.
Kristoffer patalea, intentando soltarte cosa que no le dejo hacer y le agarro más fuerte. Grita pero la voz se le ahoga en la garganta y forcejea, intentando escurrir su cuerpo de entre nuestras manos.
Ya dentro y a ciegas, camino marcha atrás hasta encontrar una silla en uno de los lados de la habitación.
—Dejémosle aquí—ordeno.
Una vez que suelto el cuerpo de Kristoffer me siento liberado. Saco un pañuelo de mano y me seco el sudor de la frente. Suspiro y apoyo las rodillas en el suelo, quedando frente a frente con el hermano de Rachael.
—Kristoffer—susurro para captar su atención. El conductor del vehículo amarra la cuerda de sus manos y pies a la silla y enciende el interruptor de la luz que busca un rato a ciegas—. ¿Lo ves como no tendríamos que haber llegado a este punto? Mira, soy tan buena persona que voy a dejar que me respondas a mi pregunta una vez más, ¿dónde está Rachael?
Niega con la cabeza aún gritando con todas sus fuerzas. Echo una mirada al conductor quien con la misma expresión serena asiente, cerrando la puerta y poniendo otra silla en ella.
En silencio, me pasa la pistola y se queda en un lado de la puerta, con los brazos cruzados entre sí enfre suya.
Vuelvo mi atención al único sonido de la habitación, el de los pésimos intentos de Kristoffer de soltarse y gritar.
Guardo el arma en uno de los bolsillos internos de la chaqueta y le proporciono un puñetazo en el estómago. Intenta doblarse hacia delante por el dolor.
Le arranco sin cuidado el adhesivo de la boca. No grita cuando lo hago pero sus ojos grises se llenan de lágrimas que no llega a derramar.
—Eres escoria—me dice tras vomitar sangre.
Cuando me dispongo a propiciarle otra patada se escucha un grito de horror seguido de :
—¡Por favor pare!
No me inmuto, lo que sí hago sin embargo, es sacar la pequeña pistola de bolsillo, la cargo hacia atrás y una pequeña bala sale disparada hacia el techo tras apretar el gatillo.
El viejo vuelve a gritar, aporreando la puerta y suplicando auxilio.
—Haz que se calle.
Sin decir una palabra más, sale de la habitación dejándonos a los dos a solas.
Durante un rato ninguno hace ningún movimiento más que mirarnos el uno al otro.
Camino alrededor de la silla, con su mirada puesta en mí. Marco mi territorio, relajado y secretamente ansioso por saber cómo se va a desarrollar la situación.
—Dime dónde está Rachael— comienzo lentamente y al ver que no mueve los labios, cargo la pistola y la presiono en una de sus sienes.
Si en aquel instante alguien hubiera entrado en la habitación o el padre de Rachael estuviera gritando, no me hubiera enterado: Mi único objetivo lo poseo delante, contemplándome con gesto orgulloso pero en el fondo, muerto de miedo y duda por, al igual que yo, esperar a mi siguiente movimiento.
Le sonrío, gesto no recíproco por por su parte.
—¿No vas a responderme?—presiono más la pistola en aquel extremo de su cara.
Vuelve a no contestarme y esta vez sobrepasa la fina línea que quedaba de mi paciencia cuando aparta el rostro hacia un lado y escupe sangre en el suelo.
—No... pienso decirte nada—río divertido, sabedor de su miedo y deseo de terminar con aquel momento.
Ni la vocecilla de mi interior que me adverte que lo que estoy haciendo está mal se desvanece por completo. Me pregunto si de verdad quiero terminar o llegar mucho más lejos que solo sonsacarle la información que busco.
Podría dar un paso más y apretar el gatillo...
—Suelta la pistola...por...fav
—Cállate.
Eso hace y, al igual que el resto del cuerpo, comienza a temblarle el labio inferior.
—Dime dónde está Ra...
—N...o...—el corazón comienza a aumentar unos tonos su latido y, antes de pensarlo y poder rectificar, aparto el arma y le propicio un golpe con ella en la cara.
No me disculpo, me gusta el dominio sobre él.
—O me lo dices, o te vuelo la cabeza.
—El arma...solo...me destrozaría...el...cere...—se queda en silencio cuando apoyo el dedo en el gatillo—...no me volarías... la ca...beza.
Se escuchan unos pasos agigantados bajando por las escaleras.
—¿Hay alguien ahí?— pregunta una voz joven masculina—, responda o tiro la puerta abajo.
Le apoyo una mano en la boca a Kristoffer para que no diga nada. Tras unos segundos, alguien forcejea la cerradura y acaba abriendo la puerta.
Un hombre con traje de policía aparece tras ella.
<<Joder.>>
—¿Qué hace? Suelte ahora mismo al individuo—ordena tras unas gafas de sol. Desenfunda una pistola del cinturón del traje con un movimiento casi inexistente y apunta el arma contra mí.
Intento mantener la calma, cosa casi imposible. Tiemblo, intento hablar pero no puedo.
El policía, sin dejar de apuntarme con la pistola, comienza a caminar hacia Kristoffer.
—Ponga las manos donde pueda verlas— no lo hago, sino que me llevo las manos a uno de los bolsillos y saco una tarjeta— ¡Haga lo que le digo!
Le enseño el pequeño plástico donde mi cara, nombre y apellidos se encuentran en ella.
Agarra la tarjeta y se la lleva a los ojos para releerla.
—Perdone señor Miller, ¿algún problema con este hombre?
—Ya me ocupo yo.
La madre de Rachael, asoma entoces la cabeza para curiosear.
—No llame a los servicios de seguridad cuando no hay ningún peligro, señora.
—Pero... Kris...—el agente le indica con un movimiento de cabeza que suba las escaleras. Al principio duda pero eso hace.
—Lo siento señor Miller por la intrusión. Yo me ocupo de ella— y después de eso abandona la habitación.
Otro largo e incómodo silencio se impone entre los dos. Escucho la conversación que se está desarrollando arriba, sin enterarme de nada más que no sean los gritos de su madre.
—¿Dónde está Rachael?—mascullo.
—No...
—¡Dímelo!
—En Chicago... No me dispares, por favor... Tengo una familia que...—Me despego, decepcionado por el resultado y lo fácil de la situación. Los Turner son un blanco fácil, no oponen mucha resistencia.— Te lo suplico, suéltame...Ya te he dicho lo que querías—murmura.
Aparto el arma de su cabeza. Traga saliva aún siendo un manojo de nervios. Cierra los ojos cuando comienzo a caminar hacia la salida.
—Ella se enterará.
Suelto una larga y sonora carcajada.
—Querrás decir que ella no se enterará—le corrijo—. Ah—abro la puerta del sótano y con ya medio cuerpo afuera le digo—: Y esto por hacerme perder el tiempo.
Río de nuevo con el mismo tono de antes. Le apunto con la pistola en la pierna, cargo de nuevo el arma y aprieto el gatillo.
Antes de subir e irme directo a Chicago sin hacer ninguna pausa entre medias, escucho cómo la bala impacta en su posible objetivo; el ensordecedor sonido del disparo y el grito desgarrador de Kristoffer indicándome que he acertado, es lo último que percibo.
Sonrío, satisfecho por el resultado.
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