Capítulo 1.
Me encantaría comenzar diciendo que estoy en un cuento de hadas y que soy la protagonista de una novela romántica, pero yo no corro con esa suerte.
Así que voy a comenzar contando que voy llegando tarde a casa y me espera un gran regaño por parte de mis padres, les dije que iba a estar 4 P.M.
Adivinen qué hora es, 6 P.M. van a matarme, lo presiento, van a prohibirme hasta respirar. Bueno, quizás no tan así, pero de todas formas, odian que sea impuntual, tienen un tema con la puntualidad.
Mentira.
Está bien, si, es mentira. Ambos llegan tarde siempre a todo, pero les molesta que yo demore de más y no les avise, dicen que se preocupan.
Al llegar a mi casa veo que hay un camión de mudanza en la casa de alado.
Y yo que creía que nadie más iba a vivir ahí.
Ignoro a los nuevos habitantes de esta bella ciudad y me apresuro a llegar hasta la puerta, una vez allí suspiro para después abrirla. Enseguida una bola de pelos me recibe.
—Hola mi bello felpudo.—me agacho para acariciarlo.
—Con qué al fin se dignó la princesa a llegar.—me levanto enseguida y le dedico una sonrisa inocente.
—Papi.—digo fingiendo emoción.
—Oh no, conmigo no funciona.—niega y alzo una ceja.
—Con mamá no funciona.
—Lo sé, pero ella está allí y debo fingir que te regaño.—susurra y niego divertida.
—Vale, prometo no volver a hacerlo.—asiente.
—Está bien, ahora vamos hasta allí y le dices a tu madre que te puse el peor de los castigos.
—¿Yo? ¿Que le digo?—alza los hombros.
—No lo sé niña, tú eres buena mintiendo, ya sé te ocurrirá algo.
Este camina frente a mi hasta la sala que es dónde está mi bella madre sentada en el sofá, esta al verme alza una ceja, me encojo en mi lugar, si, sin duda alguna de los dos es ella quién da más miedo.
—Ya papá me regañó si es lo que vas a hacer, no hace falta que lo hagas tu también.—me apresuro a decir.
—No quiero hacerlo Havanna, pero tú vives buscando que lo haga.—suspira.
—La estaba pasando bien y no fui consciente de la hora, perdón.
—Está bien, por esta vez no voy a ponerte ningún castigo, pero que sea la última.—asiento.
Con papá nos miramos sin entender, ella nunca cede tan rápido, ¿qué le pasa?
—¿Estás bien, muñeca?—esta la examina y ella ríe para después asentir.
—Si cariño, ¿por qué la pregunta?
—Nuestra hija llegó tarde y no le dijiste nada, tampoco la castigaste.
—Ah, eso.—y se queda en silencio, la miro esperando que continúe.—No está bien que la castigue justo ahora que comienzan las clases, ya va a tener el suficiente castigo allí.
Entrecierro los ojos, esta mujer es realmente cruel cuando se lo propone.
—Si no fuese porque sé que me amas, creería que soy tu peor enemiga.—ella dirije sus ojos cristalinos igual a los míos hacia mi.
—Cariño, eres mi todo, pero también debo ponerte límites, sino saldrás como tu padre.—este la mira ofendido.
—¿Que significa eso?—sonrío.
—Nada cariño, nada.—ella deja un beso en la punta de su nariz.
—Okey, yo ya no debo estar más aquí, no quiero ver como procrean otro niño.—camino hacia las escaleras.
—Tranquila, no vas a tener hermanos.—oigo el grito de mamá.
Iba a contestar pero otro grito externo se hizo presente.
—¡Hola familia!—me freno en seco y sonrío.
Doy la vuelta nuevamente hasta la sala, allí está el mejor tío de todos los tiempo.
—Tío Rofito.—este abre los brazos en mi dirección, me apresuro en llegar hasta él.
—¿Cómo está mi rubia favorita?
—¿Acaso conoces alguna otra rubia?—niega.
—Por eso eres mi favorita.—sonrío.
—¿Kevin?
—Este fin de semana le toca estar con su madre.—asiento.
Kevin, hijo de mi tío Rodolfo y Emily, cuando él tenía tres años, ellos se separaron, por lo que sé en buenos términos, y su hijo puede pasar con ambos, pero habían pactado que los fines de semana se los iban a turnar.
—Vi que se acaban de mudar aquí alado.—cierto, me había olvidado.
—Yo también lo vi, ¿saben quiénes son?—miro a mis padres intrigada.
—No amor, aún no los hemos visto, pero seguro son simpáticos.—responde papá.
—¿Tú que sabes si lo son? Quizás son unos asesinos seriales, debes dejar de ser tan confiado.—le respondo.
—Y tú de ver investigation discovery. Está consumiendo las pocas neuronas que te quedan.—le saco la lengua.
—De todas formas, deberías ir a ver quiénes son.—le digo y este se señala.
—¿Yo? ¿Por qué yo? Ve tú, niña chismosa.
—Fue el tío Rodolfo que vino con la idea.—me defiendo.
—Ah claro, culpenme a mí.
—Fue tu culpa, si no lo hubieses nombrado, nadie lo hubiese hecho.—este me mira para después mirar a mamá.
—Cómo se nota que esta niña salió de ti, Jesús. No me bastaba con la madre que ahora también la hija.
—Ya ya, deja de llorar, ve a saludar a los vecinos.
—¿Por qué yo? Son sus vecinos, lo más normal sería que vayan ustedes, ¿no?
(...)
A que no saben, terminamos viniendo todos, si, también convencimos a mamá, no fue muy difícil, es muy chismosa.
—Llama a la puerta.—dice mi tío.
—¿Qué? Yo no, hazlo tú.—me corro y él queda frente a la puerta.
Bufa rodando los ojos, para después tocar a la puerta.
—Quizás esto fue una muy mala idea.—susurro.
—Mira pequeña cobarde, tú quisiste venir, ahora soportas esto.—tomo el brazo de mi madre.
Vemos como la puerta es abierta, ¿soy yo o se abrió en cámara lenta? Quizás si son asesinos seriales.
—Hola.—dice sonriente.—Ustedes son nuestros vecinos, ¿no?
Son asesinos seriales. No tengo dudas.
—Si, de hecho veníamos a saludar y dar la bienvenida.—habla mi padre.
¿Que hace? ¿Quiere morir? Que lo haga sólo.
—Bueno, ya los conocimos, bienvenidos. Ahora vámonos.—suplico.
—Oh no, pasen, está todo desordenado pero es habitable.—mi tío es el primero en ingresar.
Están locos, esta mujer va a matarnos.
No me queda opción que ingresar a la casa, no quiero quedar como maleducada, aún del brazo de mi madre ingreso a la boca del lobo.
Mi padre me dedica una sonrisa divertida, le divierte esto, vaya padre tengo.
—Somos mi hijo y yo, quizás no nos vayan a ver mucho, él casi nunca está y yo paso trabajando para poder mantenernos a ambos.—comienza a contar ella.
Bueno, quizás no es tan mala.
Los asesinos primeros se muestran como buenos.
Cierto, no confíes Havanna.
—¿Ustedes, sólo la tienen a ella?—mi padre asiente.
—Desgraciadamente.—respondo yo.
—¿Tú quién vendrías a ser?
—Tío de la pequeña, sólo vine de visita y terminé aquí.—ruedo los ojos.
Fue su culpa.
Me separo de mi madre para poder examinar el espacio, a lo lejos puedo ver una pintura, realmente hermosa.
Extrañamente hermosa, porque claramente es una pintura que demuestra dolor, pero de tan sólo ver como la persona que plasmó aquello lo hizo desde un lado de admiración, hace que esa obra sea aún más hermosa.
El sonido de la puerta abriéndose me sobresalta. Me volteo en dicha dirección y vaya mierda.
Frente al umbral hay un chico alto, sin duda alguna más alto que yo, cabello negro, ojos igual de negros, facciones bien definidas con un piercing en el labio de abajo, que se me es imposible no desviar mi mirada hacia allí cuando remoja esa área. Puedo divisar algún tatuaje sobre su cuello. Este fija su vista en mi y todo mi vello se eriza, los labios se me resecan, necesito salir de aquí.
—Oh cariño, ellos son los vecinos.—le habla pero este mantiene aún la vista en mí.—Este es mi hijo, Ashton.
Ashton. ¿Por qué siento que ningún otro nombre le quedaría tan bien?
—Nunca nos hemos presentado.—habla mi madre.—Soy Hayley, mi marido es Alek. Nuestra hija Havanna y el estorbo se llama Rodolfo.
—Mi nombre es Lucía.—ellos siguen su conversación mientras que yo intento no perder este duelo de miradas que tengo con mi nuevo vecino.—Espera, ¿ustedes son Volkóv?
—Si.—dice mamá dubitativa.
—Oh, por dios, eres Hayley Volkóv, soy una gran admiradora tuya, tu primer libro es una verdadera maravilla.—habla emocionada.
Okey, esta es la parte en la que me retiro.
Me doy por vencida y aparto la mirada, mientras que este tiene el descaro de repasarme con la mirada.
—Debo irme, tengo que preparar las cosas para el colegio.—ellos no hacen otra cosa que asentir.
Camino hasta lo que conozco como la puerta, y es dónde aún está el individuo, este al tenerme al frente no se mueve, solo se dedica a verme, quiero hablar para poder pedirle que se mueva pero las palabras no salen de mi boca.
—Ya nos veremos, Havanna.—habla para después moverse, yo le doy una última mirada y salgo de esa casa como si me costase respirar.
Carajo, no debo volver a acercarme a ella, jamás.
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