Capítulo 32.
Te estás recuperando de maravilla- murmuré contra sus pechos desnudos, mientras mantenía mi cara oculta entre ellos. -Me alegro mucho.
Ya le habían dado de alta, y nos encontrabamos acostados en la cama de mi antiguo apartamento.
Las heridas que rodeaban sus ojos habían sanado casi al completo, sin dejar marca alguna. Habíamos llegado a comprender, en el hospital, que el sello de su vientre era uno antiguo, y que apenas llegaron a rozar. El sello que había puesto yo fue el más afectado, al punto de terminar casi destrozado.
Ambos intentabamos no mirar hacia esos días oscuros. Pero ha sido un proceso un poco difícil para ___, aunque ella no lo admitiera.
En varias ocasiones se levantaba de golpe y sudando en las noches. Se aseguraba de que su vientre estuviera bien, y luego acariciaba sus mejillas y ojos.
Yo la abrazaba y permanecíamos en silencio. Se que es una tortura, como también estoy claro de que saldremos de esta. Ese hecho no ha sido suficiente para asesinar el espírutu de mi amada, aunque en las noches me muestre su vulnerabilidad.
-Lo siento, he vuelto a despertarte- murmuró, en cuanto la abracé con fuerza y la apegué a mí. -Vuelve a dormir, no ha sido nada- negué.
-No tengo problemas en abrazarte todas las noches que tengas pesadillas. Te lo prometí cuando nos casamos, con Sarada en tu vientre como testigo... Pero esto no es sano ___, ni para tí, ni para este embarazo- llevé mis manos a su vientre y lo acaricié con toda la suavidad que pude. -Estás estresada, y por ende, esta pequeñita de aquí lo está- acaricié con el pulgar de mi mano real, formando pequeños círculos.
-No puedo evitarlo... Se repite cada noche, la tortura, el miedo... Es agobiante- deposité un pequeño beso en su hombro.
-Te entiendo... Cuando Itachi asesinó a todo el clan, pasé por ese mismo proceso traumático, a diferencia tuya, estaba solo- me miró de reojo.
-Nunca has estado solo... Tus padres te cuídan, desde donde sea que estén.
-Bajo tierra, en un ataúd con mucha suerte- los ojos de mi esposa radiaban reproche, no pude evitar sonreir. -Pero ese no es nuestro tópico- se dió la vuelta, hasta quedar de frente a mi. -No estás sola... No pasas por tu proceso sola, estoy aquí- la tomé de las mejillas y junté nuestras frentes. -Sarada también lo está...-murmuré con voz suave.
-Tu tampoco lo estás... Nunca- sonreí.
-No lo estoy... No desde que te conocí. Y mucho menos ahora que nuestra primogénita viene en camino.
Sus labios dieron con los míos y me encargué de disfrutar cada segundo de aquel beso.
Después de la agonía que significó para mí su secuestro, el solo hecho de imaginarme sus gritos rogando piedad, cuando trataron de romper los sellos que protegían su vientre, o recordar los pequeños cortes limpios bajo sus ojos, me hacía apreciar aún más cada segundo que pasabamos juntos, desde que logramos rescatarle.
Extrañaba sus suaves labios.
-Ah... Sarada- nuestro beso fue interrumpido por su pequeño gemido de dolor. -Pequeña, no tan fuerte.
Me apresuré a mirar su vientre y en efecto, se marcaban perfectamente los pequeños pies de nuestra hija.
Mi corazón se aceleró.
-Sarada- llamé, y al instante volvió a patear. -Si, estoy aquí hija- abracé el estómago de mi esposa, depositando mi cabeza en el último sitio que había aparecido el pequeño pie de Sarada. -Ya deberíamos volver a nuestro hogar, ___- no tuve que mirarla para saber que asentía, concordando conmigo.
-No es que odie este lugar, al contrario lo poco que he podido ver de la aldea es hermoso... Pero ya quiero irme a casa, no la he pisado desde hace ya mucho tiempo.
-Volveremos, tranquila.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top