Capítulo 25.


Aunque entre mis planes estaba tener hijos, nunca me imaginé verdaderamente enamorado y casado, como lo estoy ahora con mi esposa.

El sol no daba en nuestra habitacion, puesto que permanecíamos escondidos para la seguridad de ___, mientras permanecía embarazada.

—Hmmm— se removió contra mí, antes de sentarse en la cama.

—¿No puedes dormir?— cuestioné, mientras encendía la pequeña lámpara eléctrica que habíamos llegado a conseguir.

—No...— sus manos fueron directas a su vientre.

—¿Sarada se está moviendo mucho?— me acerqué a ella, mientras la veía negar.

—Está tranquila... Solo que... Oh Sasuke— me apresuré a rodearla con mi brazo.

—Ningún problema es tan grande como para que no pueda ayudarte ___, dime, ¿qué te sucede?— aparté mi mano de sus hombros, para poder acercarla a su oreja y mimarla un poco, mientras mantenía mis labios pegados a su frente.

—Aún no puedo olvidar lo que ocurrió. Tengo miedo de que vuelva a pasar... No soporto verte tan herido... Como también no soporto el tener que estar con el semtimiento ahogado en el pecho de no sentirme capaz de proteger a Sarada— ocultó su cabeza en el hueco de mi cuello, contra mi pecho.

—Amor... Me salvaste de una muerte segura, ¿y me estás diciendo que no te sientes capaz de proteger a nuestra hija?, usaste el Rinnegan mejor de lo que he podido hacerlo yo nunca, y es tu primera vez, así que, por favor, no vuelvas a sentirte así— la aferré un poco más a mí, y observé atento como acariciaba su vientre, con las manos temblorosas.

En su dedo anular izquierdo, yacía impotente el anillo de compromiso que le había otorgado, aquel el cual ella cuidaba com tanto recelo.

—Yo... Quiero salir a dar un paseo... Siento que... No, necesito de verdad tomar aire fresco. Estar encerrada bajo tierra no me está haciendo nada bien— asentí, antes de aproximarme a la silla de madera a nuestro costado, y tomar la que hacía de bata diaria para ella. La habíamos conseguido con el único objetivo de que no pasara frío.

La ayudé a ponerse de pié, y me coloqué mi bata por igual. Ella me observaba atentamente, siguiendo cada uno de los movimientos que empleaba para cubrir mi desnudez.

—Antes de salir, déjame acariciar un poco a Sarada— la maravillosa mujer frente a mi asintió, y permitió que mi mano recorriera su vientre abultado, con nuestro bebé.

Mientras acariciaba, me encargué de transmitir una pequeña pero concentrada cantidad de mi chakra a mi pequeña, y a ella también. El resto, lo adherí a su cuerpo a manera de sello protector. Uno que solo mi muerte sería capaz de revertir, o yo mismo, una vez estuvieran a salvo.

Y estaba tanto en ___, como en Sarada.

Mi esposa permaneció en silencio todo el rato, mientras el chakra color morado se esparcía por su piel. Sospechaba que ella comprendía al menos un poco de lo que hacía, sin embargo no me realizó ninguna pregunta.

Salimos de la cueva tomados de la mano fuertemente. Era un peligro hacer eso, no con ese hombre tratando de cazarnos.

Traté de mantenerme alerta en todo momento. Por ambos.

Algunos minutos más tarde, empecé a notar que aquella caminata en la madrugada, le estaba sirviendo de mucho a mi amada. Su cara ya dejaba de estar demasiado pálida, los tonos rojízos y rosados volvieron a su rostro, adornandole.

Verdaderamente necesitaba aire, para despejar sus preocupados pensamientos. Y la entiendo.

Toda su vida se estaba derrumbando. Ya no estaba plenamente consciente de quien era, y aún así luchaba por sonreír, y hacerme creer que dentro de su cabeza, no estaban todas aquellas preguntas sin respuesta.

Buscaría las respuestas, lo haría por ella.

La presencia fue abrumadora, y el golpe en mi nunca me dejó vivamente desconcertado. Ante mi gruñido por el dolor, ___ se dió la vuelta, y con la vista borrosa observé sus suaves facciones pasar de extrañeza, a terror. Lo hizo tan rápidamente que me causó un escalofrío.

—¿No les dije que estabamos en todas partes?— intenté dar dos pasos, pero caí en el suelo, aquel golpe tenía la suficiente fuerza y precisión como para quitarme la consciencia en cuestión de segundos.

El grito desgarrador que se escapó de la gartanta del amor de mi vida, casi como un alarido violento, acompañado de mi nombre, fue lo último que escuché, antes de que todo se hiciera negro, y no pudiera forcejear en contra de ello.


En cuanto desperté, la cabeza me dolía como el infierno. Y cerca de mí, resplandeciente y tan terriblemente hermoso, yacía la única prueba que existía, como prueba de que el secuestro de ___ había ocurrido de verdad.

Su anillo.


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