| -El Guardia Real Ensangrentado- |

///FLASHBACK///

Sherlock se encontraba en la sala de estar del 221-B, observando la información que había colgada en la pared tras el sofá. Entre aquellos papeles se podía observar un cartel que mencionaba el Transporte de la boda, el Catering, el Ensayo, y el Vino entre otras cosas. En la mesa de la sala se encontraba Mary, quien estaba observando una maqueta 3D de la recepción de la boda. John por su parte, se encontraba sentado en su sillón, observando su teléfono móvil, mientras que Cora estaba sentada en el sillón del detective, observando la lista con los nombres de los invitados y las RSVP (una invitación para pedir al destinatario que acuda al evento descrito en ella).

–Hay que trabajar tu parte de la iglesia, Mary. Es pobre. –le dijo el detective a Mary.

–Ah, lo que tiene ser huérfana. Amigos--es lo que tengo. Muchos. –replicó la rubia con una sonrisa.

–Programa la música del órgano para que empiece a las 11:48. –indicó Holmes.

–El ensayo no es hasta dentro de dos semanas. –le dijo Mary.

–Cariño, tranquilízate. –aconsejó la pelirroja sin desviar sus ojos de la lista.

¿Tranquilizarme? Estoy tranquilo, querida. Tranquilísimo. –replicó Sherlock de forma rápida.

–Volvamos a la recepción. –indicó Mary antes de volver su vista a la joven de ojos rojos–. Cora, la prima de John. –apeló la rubia, provocando que Cora la observe–. ¿Mesa principal? –preguntó, sujetando en sus manos un sobre RSVP.

Cora suspiró y se levantó del asiento, acercándose a Mary con una sonrisa, antes de coger la invitación, observándola con detalle.

–Hmm... Te odia. No soporta pensar en ti. –le informó la joven detective.

–¿En serio? –preguntó Mary algo asombrada, mirando a la pelirroja.

Envío estándar. Postal barata comprada en una gasolinera. Mira el sello: tres intentos de pegarlo. Es evidente que inconscientemente retiene la saliva. –replicó la joven con una mueca de disgusto.

–Pues junto a los baños. –decidió Mary sin dudar.

–Bien. –dijo la pelirroja con una sonrisa, mientras Sherlock pasaba a su lado, sentándose junto a ella tras darle un beso en la mejilla.

–¿Quién más me odia? –preguntó Mary casi al instante, dando la espalda a John de forma leve.

En ese preciso momento, el detective cogió una larga lista con nombres y se los entregó a la rubia.

–Oh, bien. Gracias... –indicó Mary con un tono sereno.

–Sustraído cuadro de valor incalculable. Es interesante. –comentó John mientras revisaba su teléfono.

–Mesa cuatro... –dijo Mary, revisando la maqueta.

Lista. –indicó Sherlock casi al instante.

–Mi marido es tres personas. –dijo John tras soltar una carcajada.

–Mesa cinco... –continuó Mary, antes de ser interrumpida por Cora.

Comandante James Sholto, ¿quién es? –preguntó la de ojos carmesí.

–Oh, el superior de John. No creo que venga. –replicó Mary.

Vendrá. –apostilló John con rapidez.

–¡Pues a ver si confirma! –indicó Mary con un tono sereno.

–Vendrá. –insistió John antes de volver su vista a su teléfono móvil–. Mi marido es tres personas. Es interesante. Dice que tiene lunares distintos en a piel...

–Trillizos idénticos--uno de cada medio millón de partos. Resuelto sin salir. Ahora, las servilletas... –replicó Holmes con rapidez antes de dirigirse a la mesita de café frente al sofá, sacando de debajo de ésta una bandeja que contenía dos servilletas dobladas de forma diferente–. ¿Cisne u Ópera de Sidney? –preguntó, haciendo un gesto hacia ellas.

¿Dónde has aprendido a hacer eso? –preguntó Mary, sorprendida.

El campo de la investigación criminal requiere habilidades. –replicó Holmes.

–Mentiroso. –comentó Mary.

–Una vez desmonté una coartada demostrando la rigidez de un tejido-

–No soy John, sé cuándo es una trola. –lo interrumpió Mary con un tono algo severo.

–Vale... Lo aprendí en YouTube. –dijo Sherlock de forma exasperada.

–Bien echo. Eres buena para detectar este tipo de cosas. –la halagó la pelirroja con una sonrisa–. Aparte de mi o John, casi nadie distingue cuando Sherlock está mintiendo.

–Gracias Cora... Um, la Ópera de Sidney, por favor. –replicó Mary con una sonrisa, antes de llevarse la mano al bolsillo de su pantalón, sacando su teléfono–. Oh, el teléfono... –comentó, contestando la llamada–. ¿Diga? Ah, ¡hola Beth! –exclamó, levantándose del asiento y dirigiéndose a la cocina–. Sí, no veo por qué no...

–Si es Beth seguro que también es para mi. –dijo John tras unos segundos, siguiendo a la rubia a la cocina, dejando a los dos detectives en la sala, reuniéndose con ella a los pocos segundos–. Saben que no tenemos ninguna amiga que se llame Beth. Van a descubrir que es una clave. –le dijo a su prometida.

Exacto. –afirmó cierta pelirroja, apoyada en el marco de la puerta de la cocina, cerrándola tras de sí–. Me parece genial que habléis entre vosotros y todo eso... Pero me parece un poco insultante que no confiéis en mi en lo que atañe a Sherlock. –acusó la joven con sus ojos carmesí escaneando a la pareja, quienes agacharon el rostro, avergonzados.

–Lo sentimos, Cora... Es solo que parecíais tan...

Obsesionados. –finalizó Mary.

–Bien, aclararé este punto: no me preocupa en absoluto que John vaya a casarse, sino que me preocupa Sherlock. John es el primer amigo y el mejor que ha tenido, y ahora que va a casarse me preocupa cómo vaya a afectarle eso. –se explicó Cora con un tono sereno, cruzándose de brazos.

–Tienes razón. Deberíamos habértelo contado. –admitió John.

–De hecho, le había pedido a John que os buscara un caso, así que quizás tú puedas ayudar. –comentó Mary.

–Lo haré. –replicó la joven detective.

–No creo que sea necesario... Es algo exagerado, ¿no creéis? –dijo John.

–¿En serio, John? –preguntó la pelirroja de forma irónica–. Sherlock está buscando servilletas en YouTube, y eso es alarmante.

Es detallista, Cora.

–Está aterrado. –apostilló Mary, asintiendo la de ojos carmesí.

–¡Que va! –exclamó John en voz baja.

–John, cuando algo te da miedo quieres que llegue cuanto antes para que pase de una vez. –afirmó Cora con una voz serena–. Y eso es lo que está haciendo. –concluyó la joven–. Sobretodo por el hecho de que además de el temor de perder a su mejor amigo, tiene que lidiar con ser el padrino...

–Seguiremos haciendo lo mismo. No debería de darle miedo que me case...

Pues andando que es gerundio. Vamos a buscarle un caso a la de ya. –sentenció la pelirroja, empujándolo a la sala antes de volverse hacia Mary–. No te preocupes. Conozco la artimaña que has preparado para que pasen algo de tiempo juntos. –le informó, guiñándole un ojo–. Si no te importa, me apuntaré.

–Claro que no importa, mujer. Sé de sobra que no puedes separarte de Sherlock. –replicó Mary con una sonrisa.

La pelirroja entró en la sala y observó a Sherlock rodeado de un montón de servilletas.

–Ha pasado... sin más. –comentó el detective, ganándose una sonrisa dulce y cariñosa por parte de Cora.

Sherlock... Verás... –dijo John, caminando a la mesa de la sala, sentándose en la silla, con Sherlock y Cora caminando a su lado, sentándose frente a él–. He olido dieciocho perfumes distintos, he probado... nueve trozos de tarta diferentes que sabían igual, me gustan las damas de honor de morado...

Lila, John. –corrigió Cora con un tono sereno, observando cómo se desarrollaba la artimaña de Mary.

–...Lila. Um, no queda nada más por decidir. Ni siquiera entiendo las decisiones que hemos tomado... Finjo opiniones, y es agotador, así que por favor, antes de que vuelva... elije algo. –dijo John, activando su teléfono y enseñándole la pantalla a los dos detectives, donde se podía ver la página web del sociópata–. Lo que sea. Elije uno.

–¿Que elija? –preguntó Sherlock tras parpadear varias veces, algo confuso.

Un caso, cariño. –especificó la pelirroja–. Tienes la bandeja de entrada llena.

Sácame de aquí. –suplicó John.

–¿Quieres ir a resolver un caso? ¿Ahora? –preguntó Sherlock, algo asombrado y confuso al mismo tiempo.

–Por favor... Sherlock, por mi. –le suplicó el doctor.

–No te preocupes. Te sacaré de ésta. –replicó Sherlock, cogiendo el teléfono de John y mirando todos los mensajes de su web–. Oh... –musitó, encontrando uno interesante.


Querido señor Holmes,

Me llamo Bainbridge. Soy miembro de la Guardia Real. Le escribo por un asunto personal que no me atrevo a exponer ante mis superiores--parecería trivial--pero creo que me espían. Estoy acostumbrado a los turistas--es parte del trabajo--pero esto es distinto. Me vigilan. Me hacen fotos cada día. No quiero comentárselo al comandante, pero me tiene desquiciado.


Fetichista de los uniformes. A las chicas les gustan los soldados. –dijo Sherlock tras leer el correo.

Los marineros, cariño. –corrigió la detective.

–Y Bainbridge cree que su acosador es un maromo. –indicó John.

Sherlock volvió su vista a su teléfono una vez más, leyendo el correo con calma.

–Vamos a investigar, ¿vale? –pidió John.

Guardia de Élite... –comentó Sherlock con una voz baja, mientras la pelirroja sonreía.

–Cuarenta hombres y oficiales alistados.... –apostilló la pelirroja algo interesada en aquel caso.

–¿Por qué este granadero? –indicó el detective–. Es curioso.

–Ahí le habéis dado. –sentenció John.

Vale. –dijo Sherlock, devolviéndole el teléfono a su amigo, levantándose de la mesa de forma simultánea con ambos. Caminaron hacia la puerta de la sala justo en el mismo momento en el que Mary volvía a la estancia.

–Adios. –dijo la rubia antes de apartar el teléfono de su rostro.

Eh, nos hará... Me harán falta Sherlock y Cora para elegir, eh, los calcetines. –dijo John, claramente intentando inventar una razón por la que debieran marcharse.

Corbata. –dijo Sherlock al mismo tiempo que John.

–Vais a por los calcetines... –indicó Mary, observando a los tres, y a la pelirroja, quien trataba de mantener oculta una sonrisa pícara.

–Sí. –replicó Watson.

No pueden ser cualquiera. –apostilló Cora mientras trataba de no carcajearse.

–Exacto--que peguen con mi... traje.

Corbata. –volvió a decir Sherlock al unísono, lo que casi provocó que Cora perdiera su auto-control, pues estaba claro que su novio no era demasiado bueno improvisando.

–¿Vais a tardar, no? –inquirió la rubia.

–¿Está ahí mi abrigo? –preguntó John.

–Sí. –replicó su prometida.

John se encaminó a la cocina, momento que aprovecharon Sherlock, Mary y Cora para hablar en confianza.

–Me lo voy a llevar a dar--una vuelta. –le comentó el detective.

–Ya... Dijiste que le buscaríais un caso. –le recordó la rubia con una sonrisa.

–Vamos, chicos. –los llamó el doctor.

–Ya vamos. –replicó Sherlock antes de caminar hasta John, seguido por la pelirroja, quien le guiñó un ojo a Mary en el proceso. Los dos hombres miraron a Mary desde sus posiciones, haciéndole un gesto de aprobación, que ella correspondió con los pulgares hacia arriba. Unos segundos después, los tres estaban en la calle frente al 221-B, con Sherlock llamando a un taxi.


A los pocos minutos, los tres amigos habían llegado al cuartel de los Guardias Reales, donde John enseñó su carnet de identidad al sargento que estaba de guardia.

–Venimos a ver al soldado Bainbridge. –dijo el doctor con un tono sereno.

–Ahora está de guardia, pero le avisaré cuando termine. –replicó el soldado, devolviéndole el carnet a Watson.

¿Y cuándo será eso? –preguntó la pelirroja con una sonrisa amable.

–En una hora, señorita. –replicó el sargento, reciprocando la sonrisa de la joven al mismo tiempo que se descubría ligeramente, saludándola.

Después de aquella respuesta por parte del sargento, los tres compañeros decidieron sentarse en un banco que se encontraba en el arque cercano, justo frente las puertas del cuartel, al otro lado de la carretera. El detective, observando que la pelirroja parecía algo cansada, la hizo apoyar su cabeza en su hombro para después rodear los de ésta con su brazo derecho.

–¿Crees que les dan clases? –inquirió Holmes.

¿Clases? –preguntó ella, confusa.

Para resistir la tentación de rascarse el trasero. –replicó su novio, provocando que ella se carcajee.

Las neuronas aferentes del sistema nervioso periférico. –comentó John, a lo que Sherlock giró su rostro con una expresión de extrañeza.

Picor de culo. –especificó la pelirroja con una sonrisa, ya que ella también sabía algo de medicina, aunque no era tan competente como John en ese campo.

–¡Oh...! –dijo Sherlock antes de darle un beso a Cora en la cabeza–. Gracias, querida. –sentenció con una sonrisa antes de volver su vista al frente.

La joven de cabellos carmesí sonrió y cerró sus ojos, disfrutando de aquella quietud que se había producido al haberse quedado los tres en silencio. Estuvo disfrutando de aquel momento hasta que Sherlock creyó oportuno romperlo, abriendo ella sus orbes.

–¿Y por qué ya no lo ves?

–¿A quién? –inquirió John, volviendo su vista a su amigo.

–A tu comandante superior anterior, Sholto. –replicó el Detective Asesor.

¿Anterior? –preguntó el doctor, aún confuso por la elección de palabras de su compañero.

–Ha querido decir ex. –sentenció Cora con un tono sereno, mientras Holmes cerraba sus ojos en un gesto incómodo.

Anterior sugiere que ahora tengo un superior... –dijo John.

Y no. –sentenciaron los dos detectives.

Y no. –dijo el doctor.

–Claro que no. –comentó la pelirroja, dejando de apoyar su rostro en el hombro de Holmes–. ¿Fue condecorado, no? Héroe de guerra.

–No para todos. Guio un equipo de cuervos al combate. –replicó John, observándola.

¿Cuervos? –preguntó Sherlock.

Reclutas nuevos. Es habitual; para que los chicos se familiaricen--pero salió mal. Murieron todos; él sobrevivió. La prensa y las familias se cebaron con él. Recibe más amenazas que ninguno de vosotros. –les informó John, observando a los dos detectives de reojo.

Yo no estaría tan segura... –replicó Cora con convicción, antes de suspirar.

–¿Y por qué te has interesado de repente por otro ser humano? –inquirió John con un tono curioso.

–Era... un chascarrillo. –le contestó el sociópata

John alzó una de sus cejas de forma ligera, girando su rostro hacia Holmes, quien lo observó desde el rabillo del ojo, con la pelirroja sonriendo y sus ojos yendo desde el uno hacia el otro.

No lo volveré a intentar. –comentó el sociópata tras unos breves instantes, volviendo su vista al frente.

–Cambiando totalmente de tema... ¿Sabéis que no cambiará nada, verdad? ¿Que Mary y yo nos casemos? Seguiremos haciendo esto. –dijo John, observándolos a ambos, aunque ya sabía la respuesta de la pelirroja por su anterior conversación, y era indirectamente una pregunta para su amigo.

Oh, bien. –replicó Sherlock con indiferencia.

Lo sabemos, John. Tranquilo. –replicó Cora de forma simultánea, sonriendo al doctor.

–Por si os preocupaba. –comentó John antes de volver su vista al frente.

No nos preocupaba. –indicaron ambos detectives al unísono.

John bajó su mirada, perdido en sus pensamientos, antes de sonreír y hablar de nuevo.

Mary ha puesto mi vida... totalmente patas-arriba. Lo ha cambiado todo. Pero que conste, que en los últimos años ha habido tres personas que lo han hecho, y... las otras dos son... –dijo antes de girar su rostro a su izquierda, encontrándose que los detectives ya no estaban sentados a su lado–. Tontos del culo. –finalizó antes de comenzar a mirar por el parque, dándose cuenta de que no había señal alguna de ellos.


Cora y Sherlock se encontraban en ese momento marchando junto a los Guardias, moviendo sus brazos de forma precisa, al mismo ritmo que los demás, antes de detenerse y quitarse los gorros de piel de oso que llevaban, dejando éstos en una repisa cercana. Usando la ventana que tenían cerca como un espejo, Sherlock revolvió su pelo, mientras que Cora desataba su pelo (ya que lo había atado para colocarse el gorro), antes de caminar hasta el interior del edificio.

Una vez dentro, los dos jóvenes caminaron hasta encontrarse en una intersección con dos escaleras que subían al piso superior. Sin embargo, cuando iban a subir por las escaleras de la izquierda, el detective se percató de que dos soldados vestidos con un uniforme de camuflaje de color caqui se dirigían hacia ellos, por lo que agarró a Cora del brazo, empujándola contra una de las paredes cercanas, besándola de forma casi brusca, lo que arrancó un pequeño gemido por parte de la joven, quien correspondió el beso, cerrando sus ojos y disfrutando de aquel momento. Cuando se hubo cerciorado de que los soldados seguían su camino, Holmes rompió el beso, apartándose de ella ligeramente.

Tendremos que finalizar esto una vez lleguemos a casa. –le sugirió la pelirroja con una sonrisa.

Estás en lo cierto, querida. –replicó Sherlock brindándole una sonrisa a Cora, antes de cogerla de la mano.

Los dos detectives decidieron continuar con su investigación, subiendo al piso superior y abriendo la puerta de una de las habitaciones, donde encontraron a varios soldados charlando y jugando al pin-pon. Ambos negaron con la cabeza, cerrando la puerta y continuando su trabajo.


En una habitación cercana, un oficial, el Comandante Reed, se encontraba sentado detrás de su mesa, observando el carnet militar de John. Alzó su rostro para observar al susodicho, quien estaba sentado frente a él.

–¿Puedo conocer el motivo de su visita? –inquirió el comandante.

–El soldado Bainbridge contactó con nosotros por un... asunto personal, señor. –replicó John.

En mi tropa nada es personal. –indicó con severidad el militar–. ¿Qué quiere?

–Llevo a cabo una investigación.

–¿Periodista? ¿Busca algún cotilleo Real, o algo? –preguntó Reed.

–No señor, soy el Capitán John Watson, Quinto Regimiento de Fusileros de Northumberland. –replicó John tras señalar a su carnet.

–¿Le conozco, verdad? Le he visto en los periódicos. –dijo Reed, dejando caer de forma poco formal el carnet de John sobre la mesa, recogiéndolo éste tras carraspear de forma incómoda–. Va con ese detective... Y esa chica de ojos extraños que también es detective. –comentó con un tono sereno, algo amenazante–. ¿Qué coño quiere Bainbridge de un detective?

–No puedo decírselo. –replicó John, algo molesto por la forma en la que se habían referido a Cora.

¿¡No puede decírmelo!? –exclamó airado el comandante–. Es un soldado de mi regimiento--no pienso consentir que se ande con secretismos absurdos.

¡Señor! ¡Señor! –exclamó el sargento que estaba de guardia, irrumpiendo en la habitación.

–¿Qué pasa? –inquirió Reed.

–Es Bainbridge, señor. Está muerto. –replicó el sargento.

Con una expresión claramente horrorizada a la par que preocupada, el comandante Reed se levantó de su asiento, siguiendo al sargento de guardia, con John justo detrás de ellos.


El soldado de guardia guio al comandante Reed y a John hasta la sala de las duchas, donde se encontraba Bainbridge, tendido boca-abajo en el suelo, con muchos pedazos de cristal a su alrededor, al igual que un gran charco de sangre diluida por el agua.

–¡Dios... Mío! –exclamó el comandante.

John hizo ademán de acercarse al cuerpo inmóvil de Bainbridge, pero Reed lo detuvo con un gesto de su brazo izquierdo.

–Déjeme echar un vistazo. Soy medico. –sentenció John con un tono sereno.

–¿Qué? Sargento, detenga a éste hombre. –ordenó Reed, siendo el brazo izquierdo de John inmediatamente colocado en su espalda.

¿Qué? No-no! ¡Soy médico! –exclamó John.

–Ah, ¿ahora también es médico? Sargento... –inquirió Reed con ironía, mientras giraba su rostro ligeramente hacia la puerta.

¡Déjeme examinarlo, por favor! –exclamó John una vez más antes de que otros dos soldados entraran a la estancia, escoltando a Sherlock y a Cora.

–¡Señor! Los hemos pillado husmeando. –indicó el que sujetaba al a pelirroja.

–¿De eso se trataba? ¿De distraerme para que estos dos pudieran entrar y matar a Bainbridge? –le preguntó el comandante a John.

¿Matarlo con qué? ¿Y el arma? –le preguntó Cora al comandante, visiblemente ofendida.

–¿Qué? –inquirió Reed.

¿Dónde está el arma? Adelante, regístrenos. No hay arma. –sentenció la pelirroja, mientras alzaba sus brazos y lo miraba desafiante.

–Bainbridge estaba de servicio. Terminó su guardia hace cinco minutos... ¿Cuándo ha pasado esto? –le preguntó John al comandante.

¡Ustedes lo apuñalaron antes de que se metiera en la ducha! –exclamó Reed, observando a la pelirroja y al detective.

No. –sentenció Sherlock, adelantándose ligeramente frente a su novia, como si quisiera protegerla de las acusaciones sin fundamento del comandante.

¿¡No!?

Está empapado y todavía tiene champú. Se metió en la ducha y luego lo apuñalaron. –sentenció Sherlock mientras observaba a Cora de reojo, comprobando que asentía con su deducción.

La ducha estaba cerrada, señor. He tenido que forzarla. –comentó el sargento de guardia.

Entonces uno de ustedes habrá saltado por arriba. –indicó el comandante Reed antes de señalar con un dedo acusador a la detective–. Claramente habrá sido ella, ya que sus ojos son tan rojos como su sed de sangre, y su tamaño además sería perfecto para ese trabajo.

¿Entonces yo también estaría empapada, no? –inquirió la pelirroja con un tono severo y algo ofendido, colocándose junto a su novio, quien la tomó de la mano de forma discreta para calmarla y que no perdiera su auto-control.

¡Comandante, por favor. Soy John Watson, Quinto de Fusileros de Northumberland, tres años en Afghanistan, veterano de Kandahar, Helmand, Hospital de Barts, maldita sea! ¡Déjeme examinar ese cadáver! –exclamó John con un tono severo y cortante ante lo que el comandante Reed lo observó durante unos segundos antes de asentir–. Gracias. –dijo John en cuanto el sargento de guardia lo soltó, acercándose a Bainbridge, arrodillándose junto a él.

¿Suicidio? –preguntó el sargento de guardia a los dos detectives.

–No. De nuevo el arma--no hay cuchillo. –replicó Sherlock antes de que él y su novia se acercaran a Bainbridge.

La pelirroja se acercó al cuerpo de Bainbridge, arrodillándose frente a John, observando con detalle el torso, mientras Sherlock se arrodillaba a su lado observando la cabeza del cadáver.

–Hmm. Tiene una herida en el abdomen--increíblemente limpia. –indicó John mientras lo examinaba.

Muerto de una cuchillada. No hay arma. Puerta cerrada desde dentro. Solo hay una forma de entrar o salir de aquí. –dijo Sherlock mientras la pelirroja abría uno de los ojos de Bainbridge.

–Chicos. –los llamó Cora.

–¿Mmm? –preguntaron ellos.

Aún respira. –sentenció la joven con una fría calma.

–¡Dios mío! –exclamó el sargento de guardia.

¿Qué hacemos? –le preguntó Sherlock a su amigo.

–Dame tu bufanda. –replicó John.

–¿Qué?

¡Rápido, ya, querido! –exclamó Cora, observando como su novio se quitaba la bufanda de su cuello, entregándosela a ella, mientras que John alzó su rostro para dar instrucciones a los presentes.

¡Una ambulancia! –exclamó el doctor.

–¿Qué? –inquirió Reed.

–¡Que llamen a una ambulancia! ¡Venga! –exclamó John con un tono firme.

Cora le entregó la bufanda de Sherlock a John, y éste la presionó contra la herida en el abdomen de Bainbridge, antes de tomar las manos de la joven y colocarlas sobre la bufanda.

–Enfermera, presione fuerte. –le indicó a la joven de ojos carmesí.

¿Enfermera? –inquirió Sherlock mientras observaba a su novia, quien tenía una mirada entre aterrada y decidida.

–Sí, tendré que apañarme. Manten la presión sobre la herida, Cora. –replicó John mientras la joven de ojos carmesí se colocaba más cerca, para poder presionar más fuerte–. Stephen. Stephen, no te vayas. –dijo John mientras volvía a concentrarse en Bainbridge.

///FIN FLASHBACK///

–El soldado Bainbridge acababa de terminar su guardia. Había estado horas de pie con gente mirándolo sin que hubiera pasado nada. Lo relevaron, y a los pocos minutos estaba casi muerto, de una herida en el estómago. Pero no había arma. –concluyó la pelirroja mientras observaba a los invitados, quienes estaban escuchándolos a ella y a Sherlock con mucho interés–. ¿Dónde estaba, entonces?

Muchas gracias, querida. –indicó Sherlock con una sonrisa, ayudando a su novia a sentarse de nuevo–. Señoras y señores, les invito a considerarlo: un asesino capaz de atravesar paredes. Un arma capaz de desaparecer--pero en todo esto solo hay un elemento realmente destacable... ¿Alguien lo adivina? –comentó Sherlock antes de observar a los invitados, quienes comenzaron a susurrar y a mirarse entre si–. Venga, hay un turno de preguntas relacionadas con este asunto... Scotland Yard, ¿Alguna teoría? –preguntó a Lestrade, quien lo observó confuso–. Sí, tu eres investigador--a grandes rasgos... ¿Alguna teoría?

–Ah, um, si-si-si, si el cuchillo hubiera sido lanzado a través de... un conducto de ventilación... con una ballesta o una catapulta, alguien pequeño podría haber entrado. Vale, buscamos a un... gnomo. –replicó Lestrade con inseguridad.

Brillante. –sentenció Sherlock.

¿Sí?

No. –sentenció Holmes con un tono sereno–. ¡Siguiente!

Se apuñaló él mismo. –le susurró Tom a Molly.

¿Hola? ¿Quién ha sido? –preguntó Sherlock antes de fijar su vista en Molly y su pareja–. Tom... ¿Alguna teoría? –inquirió con serenidad, mientras Tom se levantaba de su sitio lentamente.

–Um, intento de suicidio, con un cuchillo hecho de sangre y huesos compactados. Se rompió después de perforarle... como un puñal... de carne. –replicó Tom con un tono tentativo y de una forma pausada.

Un puñal de carne. –sentenció Sherlock , provocando que algunos de los invitados se carcajeen.

–Sí. –afirmó Tom algo nervioso.

Siéntate. –ordenó Molly con los dientes apretados, claramente avergonzada, haciendo que éste se sentara.

No. Había un único elemento de interés en este desconcertante caso, y francamente, era el de siempre: John Watson--quien mientras yo intentaba resolver un asesinato, salvó una vida con la ayuda de Cora. Hay misterios que merece la pena resolver e historias que merece la pena contar. El mejor hombre y el más valiente que conozco--y encima sabe hacer de todo... Menos organizar bodas y doblar servilletas. –replicó Sherlock con un tono suave–. El caso sigue siendo el más ingenioso e impecablemente planificado asesinato--o intento--que he tenido el placer de conocer. El misterio de puerta cerrada más perfecto que conozco. Sin embargo, no he venido solo ha elogiar a John, también estoy aquí para avergonzarlo-

–No, espera, ¿cómo lo hicieron? –lo interrumpió Lestrade.

–¿Cómo hicieron, qué? –inquirió Sherlock.

El apuñalamiento.

–Me temo que no lo sabemos, Greg. –intercedió la pelirroja, contestando por su novio–. Ese no lo resolvimos.

–Gracias, Cora. –comentó el detective tras sonreír a su novia–. Tiene razón. A veces pasa. es... muy decepcionante. El bochorno me lleva a la despedida de soltero. Por supuesto aquí hay horas de material, pero lo he reducido a lo mejor. –sentenció con una sonrisa, volviendo su vista a los invitados.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top