Capítulo 12: Las Seis Tatchers | -Nupcias- |

Apenas habían pasado unos días desde aquel día en el que Sherlock fuera condenado al exilio. En un día soleado, Sherlock y Cora habían sido citados por Mycroft para comparecer en una vista formal con el consejo de ministros Británico, quienes decidirían de forma unánime la suerte del detective. Una vez entraron a la habitación, observaron a tres personas que estaban sentadas en una mesa, presidiendo la estancia: Lady Smallwood, quien conocía de antemano a los detectives y había decidido que la de ojos escarlata estuviera presente, Sir Edwin, a quien Magnussen hubiera amenazado anteriormente con la discapacidad de su hija, y una secretaria, quien trabajaba para Lady Smallwood. Sherlock se sentó en una silla frente a la mesa y junto a Mycroft, quien se mantenía de pie, al mismo tiempo que Cora optó por apoyar su espalda en la pared de cristal, sus brazos cruzados bajo el pecho en una actitud serena pero interesada. La joven se percató de que tras la mesa de los ministros había cuatro grandes pantallas, por lo que frunció el ceño, pues claramente aquella reunión podría no ir tan amena como esperaban.

–Lo que están a punto de ver es confidencial. De máximo secreto –indicó Mycroft, una mando en su mano derecha–, ¿queda claro? –inquirió, los televisores comenzando a mostrar la escena de la muerte de Magnussen desde distintas perspectivas–. Que no conste en acta –recalcó con un tono serio, lo que hizo que la secretaria se quitase las gafas, dejándolas colgadas con la cuerda que llevaban, a su cuello–. Fuera de esta sala no volverán a hablar de ello. Los medios tienen prohibido tratar el incidente. Solo los de esta sala--nombres en clave Antártida, Langdale, Portland y Love--llegaremos a saber la verdad. –mencionó en el mismo momento en el que Cora se percató del sonido de un tecleo incesante, lo que la hizo observar a su prometido, quien se encontraba enfrascado en su teléfono móvil, lo que la hizo sonreír de forma sarcástica–. Por lo que respecta a los demás, incluidos Primer Ministro y superiores, Charles Augustus...

"Tres, dos, uno,...", hizo la cuenta en su mente la de ojos rubí, pues estaba a punto de carcajearse en cuanto Mycroft se percatase de que Sherlock estaba tuiteando.

... ¿¡Estás tuiteando!? –exclamó Mycroft, claramente hastiado del comportamiento de su hermano, quien parecía no poder guardar decoro alguno incluso en esa situación tan tensa.

–No. –replicó Sherlock con un tono inocente, como si se tratase de un niño al que acababan de pillar metiendo la mano en el tarro de las galletas.

"Bingo", pensó la joven de cabello carmesí con una sonrisa, antes de decidir intervenir en la conversación: –Pero cariño, eso es lo que parece.

–¿Tuiteando? No digas bobadas, querida. –sentenció el detective, aún el tono de inocencia ligado a sus palabras. En ese momento Mycroft puso los ojos en blanco y se acercó a su hermano.

–Dame eso. –exigió, extendiendo el brazo para coger el teléfono del de cabello castaño.

–¿Qué? ¡No! ¿Pero qué haces? –preguntó el sociópata mientras forcejeaba con Mycroft por el teléfono.

"Y aquí tenemos a los hermanos Holmes. Los hombres más listos del país, forcejeando por un simple teléfono móvil", pensó Cora con ironía, haciendo un gran esfuerzo por no soltar una carcajada.

–Trae –volvió a exigir de forma severa, logrando al fin arrebatarle el teléfono a su hermano–: De Nuevo en Tierra.

–No los leas. –murmuró Sherlock con un tono molesto, mientras que Cora se acercaba a ellos para poder leer los tuits.

Libre como un pajarito. –continuó Mycroft.

–Mira que eres aguafiestas. –comentó el detective, que hizo reír por lo bajo a la joven de ojos rubí.

–¿Vas a tomarte esto en serio? –inquirió Mycroft, evidentemente molesto.

–Me lo tomo en serio: ¿qué te hace pensar lo contrario? –inquirió Sherlock, observando Cora el teléfono, lanzando un suspiro al ver otro de los tuits que había publicado.

#OhQueBonitaMañana. –leyó Cora, su tono suave y divertido.

–Mira, no hace mucho estaba en una misión que auguraba una muerte segura--la mía--ahora he vuelto, y estoy en un acogedor despacho con mi adorada prometida y mi hermano, y... ¿Galletas de jengibre? –comenzó a decir, observando la mesa en donde el gabinete estaba sentado, donde había un plato a rebosar de galletas de jengibre. Se levantó de su asiento y camino hasta estar al frente de la mesa, cogiendo unas cuantas galletas en su mano derecha.

–¡Oh, por Dios! –exclamó Mycroft, incrédulo.

–¡Me encantan! –comentó Sherlock con un tono satisfecho, caminando hacia su asiento.

–Nuestro médico dijo que estaba limpio. –le dijo Lady Smallwood.

–Así es. Totalmente –replicó él–: ¿Ya no necesito estimulantes, recuerdas? Tengo trabajo. –comentó mientras miraba a su hermano, dándole un mordisco a una de las galletas.

–¡Va puesto hasta arriba! –exclamó Sir Edwin.

–Pero es natural, se lo aseguro. –replicó el sociópata, girándose hacia Sir Edwin–. Es un colocón natural.

"Yo misma puedo atestiguarlo: esto ocurre cada vez que toma demasiado azúcar...", pensó Cora, observando a su prometido.

–¡Me alegro de estar vivo! –cantó Sherlock de forma dramática antes de carcajearse y dar otro mordisco a la galleta–, ¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo se llama? –preguntó a la secretaria de Lady Smallwood.

Vi-vivian. –replicó ella, nerviosa.

–¿Usted qué haría, Vivian? –le preguntó el Detective Asesor.

–¿Perdón?

–Hace un día precioso... ¿Dar un paseo? ¿Hacer aviones de papel? ¿Tomarse un helado? –inquirió mientras daba un nuevo mordisco a la galleta, Lady Smallwood frunciendo el ceño y Sir Edwin colocando su mano en su frente, decepcionado.

–Un helado, diría. –replicó Vivian.

–¡Que sea un helado! –exclamó Sherlock, gesticulando con sus manos de forma exagerada–, ¿Cuál le gusta más?

–Pues... No sabría... –comenzó a decir Vivian, nerviosa por la situación, dando una mirada a sus superiores.

–Venga. –la animó el detective de ojos azules-verdosos.

–¿Siguen haciendo de crocanti? –preguntó Vivian.

–Sr. Holmes. –llamó al orden Lady Smallwood, lo que provocó que ambos hermanos se girasen simultáneamente hacia ella.

–¿Sí? –inquirieron ambos, lo que hizo sonreír a Cora, volviendo a apoyar su espalda contra la pared de cristal, sus brazos cruzados bajo el pecho. Mycroft dio una mirada de reproche a su hermano mano, antes de agachar el rostro, exasperado.

–Tenemos que continuar. –les recordó Lady Smallwood con un tono sereno, pero en el que indirectamente estaba presente la presteza.

–Faltaría más. –dijo Mycroft, usando el mando que sujetaba en su mano derecha para reiniciar el visionado de las imágenes.

En el visionado se podía observar cómo los efectivos de seguridad llegaban a Appeldore junto a Mycroft, quien iba en el helicóptero, el sonido de sus hélices inundando el lugar. Sherlock hizo un gesto con su teléfono móvil, guardándolo en el interior de su chaqueta, antes de sentarse de nuevo en el asiento. Mycroft dio un hondo suspiro debido a la actitud impertinente de su hermano pequeño.

–Investigue un poco: soy un sociópata altamente funcional. –dijo Sherlock en el vídeo, antes de que la cámara cambiase, retransmitiendo ahora la imagen del casco de uno de los soldados, quien se aproximaba a ellos por el patio.

Al pasar una persona por frente de la cámara del soldado, lo que bloqueó la visión por unos segundos, se pudo ver al Detective Asesor con el brazo que sujetaba la pistola aún bajado, escuchándose un disparo en ese instante, Magnussen cayó de espaldas a los dos segundos, soltando Sherlock la pistola de John, alzando los brazos rápidamente. Tras el detective, se podía ver a John y a la pelirroja observar a Magnussen antes de que la cámara volviese a cambiar, retrocediendo unos dos segundos, mostrando en aquella ocasión la mira de un francotirador apuntando a la cabeza del magnate, sonando de nuevo el disparo, quedando éste fuera del campo de visión.

–Entiendo, ¿y quién se supone que le dispara? –inquirió Sherlock.

–Un soldadito raso ansioso, y de gatillo fácil. –replicó Sir Edwin.

–Eso no fue lo que pasó. –sentenció Cora, al mismo tiempo que Sherlock mordía una galleta.

–Ahora sí. –rebatió Mycroft, silenciándola por unos instantes, lo que provocó que su hermano menor le dirigiese una mirada severa.

–Asombroso, ¿cómo lo han hecho? –se sorprendió Lady Smallwood.

–Aquí trabajan personas muy cualificadas. Si James Moriarty puede colarse en todas las pantallas del mundo, tenga por seguro que nosotros contamos con tecnología para manipular una grabación. –replicó Edwin, señalando a las pantallas, mientras Sherlock lanzaba un trozo de galleta al aire para comérselo, fallando, cayéndose éste al suelo, apresurándose el detective para recuperarlo–. Esta es ahora la versión oficial; la que verán quienes nosotros queramos.

–No es necesario tomarse la molestia de conseguir un perdón oficial. Se ha librado, Sr. Holmes. Está a salvo. –le notificó Lady Smallwood mientras la prometida del detective suspiraba aliviada.

–Bien, gracias. –replicó el sociópata colocando la última galleta en su boca, levantándose del asiento, abotonando su chaqueta, y cogiendo su abrigo.

–Pero hay un asunto pendiente. Moriarty. –le recordó con severidad Lady Smallwood.

–Ya se lo he dicho: está muerto. –sentenció con calma, sacando la galleta de su boca.

–También dice que grabó un mensaje en vídeo antes de morir. –le comentó Smallwood.

–Sí. –replicó Cora, quien hasta ese momento se había mantenido silenciosa.

–También dice que saben qué va a hacer a continuación... Explíquese. –dijo, intrigada. Edwin señaló a Sherlock con el dedo índice.

–Tal vez no haya que darle más vueltas. Quizás solo intentaba asustarlos.

–No, no. Sería muy decepcionante. –negó la pelirroja, aún de brazos cruzados.

–Planeaba algo, a largo plazo. Por si acaso no salía de esa azotea vivo. Una venganza póstuma--no, mejor aún--una partida póstuma. –afirmó Sherlock con la cabeza.

–Le hemos traído de nuevo para que lo resuelva –concretó Smallwood–: ¿qué van a hacer?

Esperar. –replicó Cora, mirándola a los ojos.

¿¡Esperar!? –exclamó incrédula Lady Smallwood.

–Claro. Somos el blanco--Cora y yo--y como tal debemos esperar. –le recalcó Sherlock–. Miren, sea lo que sea lo que tramase, lo sabremos cuando empiece. –añadió colocándose el abrigo y caminando hacia su prometida, tomando su mano–. Siempre sé cuando ha empezado la partida, ¿saben por qué? –inquirió mientras caminaba junto a Cora hacia la puerta de salida.

–¿Por qué? –inquirió Lady Smallwood, provocando que Sherlock se gire para mirarla.

–Porque me encanta. –sentenció, un tono ansioso y divertido al mismo tiempo, saliendo del lugar junto a su prometida.

Más tarde, en el 221-B de Baker Street, Cora y Sherlock ya se habían reunido allí con los Watson. La pelirroja se encontraba preparando un té en la cocina, al mismo tiempo que leía un libro recopilatorio de fábulas, encontrando una que llamó su atención, la cual decía así:

>>Erase una vez un mercader en el famoso zoco de Bagdad. Un día vio a una extraña que lo miraba sorprendida, y supo que la extraña era... La Muerte. Pálido y tembloroso, el mercader salió raudo del zoco y recorrió muchos kilómetros, hasta llegar a la ciudad de Samarra, seguro de que allí, La Muerte no lo encontraría. Pero cuando al fin llegó a Samarra, el mercader vio allí, esperándolo, a la lúgubre figura de La Parca:

–De acuerdo –dijo el mercader–, me rindo. Soy tuyo, pero... ¿Por qué te sorprendiste al verme esta mañana en Bagdad?

–Porque –dijo La Muerte–, me había citado contigo esta noche, en Samarra.<<

"Oh, es una historia muy interesante, aunque no deja de ser algo escalofriante", pensó la pelirroja dejando el libro de nuevo en su respectiva estantería, mientras negaba con la cabeza, pues sus recuerdos de Baskerville, la muerte de sus padres y la pérdida de su bebé nonato regresaron a su mente.

Observando cómo su prometida guardaba el libro con una expresión triste en su rostro, Sherlock clavó su pequeño cuchillo multiusos en una larga pila de cartas, la cual tenía sobre la repisa de la chimenea.

–A poco que mejore me haré con dos cuchillos –mencionó, acercándose a su prometida, quien tenía la taza de té en sus manos temblorosas–. Querida, tus manos están temblando: ¿va todo bien? –le preguntó, su rostro expresando una gran preocupación por ella.

–Si-sí –replicó Cora–, es solo que los recuerdos... Son difíciles de olvidar. Con todo lo que ha pasado, no me han dado descanso últimamente. –se sinceró, su voz temblando de forma leve. Su prometido frotó sus hombros y brazos de forma afectuosa.

–Lo siento tanto, querida... No debería haberte preocupado. –se disculpó el sociópata, su voz suave–. Pero ya verás que todo se solucionará... No dejaré que esas pesadillas turben tu sueño. Te lo prometo. –sonrió antes de besar su frente, dirigiéndose hacia su sillón, pasando junto a John, quien se encontraba escribiendo en su blog. Mary, quien se encontraba de pie junto a la ventana de la sala de estar, frotó su vientre de embarazada con una mano, mientras hacía presión con la otra en su espalda, su mirada posándose primero en Cora para después pasar a Sherlock.

–¿Qué pasa con Moriarty, al final? –le preguntó, curiosa.

–Tengo un plan: voy a vigilar los bajos fondos--cada palpito de la tela--delatará los pasos de la araña. –replicó Sherlock.

–Básicamente, tu plan es quedarte ahí sentado resolviendo casos, como siempre. –le comentó la de ojos carmesí, tomando el té lentamente, tratando de calmar sus nervios.

–Fantástico, ¿a que sí? –inquirió su prometido con una sonrisa, mientras se levantaba de su sillón, cogiendo una de las cartas del montón que había apuñalado hacía pocos segundos.

–Pero Sherlock, ¿no deberías primero pensar en vuestro compromiso? Quiero decir, en vez de ponerte a trabajar como un loco de nuevo. –le recordó John, lo que provocó que ambos detectives intercambiasen una mirada algo sorprendida, pues con todo lo que había sucedido, no habían tenido tiempo siquiera para organizar una lista de bodas ni fijar una fecha.

–Tienes razón, John –admitió el sociópata–. Será mejor que deje a un lado los casos, ya que tenemos un trabajo mucho más importante por ahora.

Dos semanas más tarde, a la noche, la de cabellos cobrizos se encontraba en la sala de estar, sentada en la mesa, escribiendo la lista de invitados y cómo deberían sentarlos para el banquete. Se encontraba tan concentrada en su tarea que ni siquiera reparó en que su prometido se acercaba a ella por la espalda.

Veamos, la familia de Sherlock se colocará a la derecha del altar, yo no creo que nadie de mi familia vaya a venir, aunque no estaría de más reservar algunos asientos. De todas formas, Hanon, James y Michael ya han confirmado su asistencia, por lo que podrán sentarse en las primeras filas. La Sra. Hudson, mi madrina, se sentará también ahí. Lestrade... Hm, podría sentarlo junto a Molly, ya que ambos parecen llevarse bien. Como John va a ser el padrino de Sherlock deberíamos sentarlo a él y a Mary en el lado izquierdo, junto a los padres de Sherlock y Mycroft. Aun me parece increíble que él vaya a acudir, aunque conociendo a su madre, seguramente lo haya obligado. Nuestros conocidos ocuparán el resto de asientos y... ¡Oh! No debo olvidarme de Lilly, Kirsty, Amanda y Sarah Stapleton. Ellas también han confirmado su asistencia. –murmuró para sí, repasando la lista poco a poco.

–Veo que vendrá mucha gente a la boda, querida –comentó Sherlock, sobresaltando a Cora, quien pegó un pequeño brinco al escuchar su voz–. Perdóname, no quería asustarte.

–Que susto me has dado –comentó, recibiendo un beso por parte de su prometido–: ¿no crees que sea una lista demasiado larga? Quizás me he excedido un poco. Sé que a ti no te gusta estar rodeado de tanta gente...

–Tonterías. Puedo soportarlo, ya que estas personas han formado y forman parte de tu vida, y a alguna de las cuales le debo agradecer el tenerte aquí, conmigo –replicó el de cabello castaño, observando los nombres de la lista–: ¿te parecería bien que se ocupe Mary de la distribución de asientos? Al fin y al cabo, ella te conoce muy bien.

–Sí, eso sería perfecto. Me quitaría horas de trabajo de encima, aunque no sé si en su estado avanzado debería hacerlo...

–No hay problema –mencionó la aludida, apareciendo en la sala del 221-B junto a John–. Tú y Sherlock nos ayudasteis mucho con nuestra boda, y creo que es de recibo que os hagamos ese mismo favor, ¿no crees?

–Oh, gracias Mary. –dijo Cora, levantándose de la silla y abrazando a la rubia, quien reciprocó el abrazo y dio un beso en la mejilla.

–Dicho lo cual, es hora de hablar de tu despedida de soltera. –añadió, lo que hizo que la sonrisa de Cora se borrase de un plumazo, pasando a tener una expresión confundida y algo nerviosa.

–¿Qué? ¿De-despedida de soltera? –inquirió la detective–, Mary, yo no iba a hacer ninguna...

–¡Ni hablar! –exclamó una voz muy conocida–, ¡Me niego por todas las estrellas a no hacerte una despedida como Dios manda! –la joven de cabello azul apareció por la puerta, acompañada de Molly.

¡Hanon! ¿Qué... Qué haces aquí? No te esperaba hasta dentro de cuatro días. –se sorprendió la antigua docente, abrazando a su mejor amiga y a la castaña.

–Bueno, Sherlock me avisó. –replicó Hanon.

–¿Además, qué sería de una boda sin una despedida? –apostilló Molly. Frente a aquellas respuestas la joven se giró hacia su prometido.

–Sherlock, tú...

–Disfruta de tus amigas, querida. Después de la luna de miel, y teniendo en cuenta lo ocupados que vamos a estar con los casos, dudo que vayas a tener tiempo de verlas a menudo. –argumentó con una sonrisa, recibiendo el abrazo que Cora había decidido darle.

–Gracias, Sherlock. –se dirigió a su habitación para prepararse.

–¿Dime Sherlock, tú no tendrás una despedida? –inquirió Molly, observándolo.

–Oh, no. Ya tuve suficiente con la de John –negó el detective con la cabeza, su expresión horrorizada–. No volveré a repetir esa experiencia.

Todos rieron ante la oportuna respuesta del detective, quien no pudo evitar sonreír por la dicha que lo embargaba en ese instante. Al fin iba a casarse con Cora... Casi no daba crédito. En ese instante, apareció la novia, vestida con un conjunto de noche que consistía en una camiseta de color rosa chicle con una única manga larga, pantalones vaqueros de color azul y sandalias de tacón, blancas.

–Bueno, estoy lista –les indicó Cora con una sonrisa–: ¿nos vamos? –preguntó a sus amigas, quienes asintieron–. No te preocupes. Volveré pronto. –dijo a su prometido, a quien besó en los labios antes de despedirse de los Watson, comenzando a bajar las escaleras del piso.

¡Volvámonos locas! ¡Sí! –se escuchó gritar a Hanon, lo que hizo que Sherlock se acercase a la ventana de la sala de estar, observando a las tres chicas caminar sonrientes, alejándose de Baker Street.

Ahora sí que estoy preocupado. –comentó el detective de ojos azules-verdosos, lo que provocó que Mary y John intercambiasen una mirada cómplice.

–Sherlock, no temas. Cora sabe cuidarse perfectamente... ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Que vayan a un bar de striptease? –inquirió John, lo que hizo que Sherlock se tensase como un resorte, casi saliendo escopeteado a su cuarto, vistiéndose con su abrigo y bufanda–. Oh, por Dios... –musitó el doctor, observando cómo Sherlock salía a grandes zancadas del piso.

–¡Vete tras él! ¡Impide que haga alguna tontería! –lo alentó Mary–, ¡Venga! Yo me quedaré aquí a planear la distribución de los asientos.

John salió corriendo detrás de su compañero de aventuras y mejor amigo, pues sabía a ciencia cierta que en aquel momento, Sherlock podría pecar de indiscreto y celoso, algo que podría echar a perder la noche de las chicas.

Entretanto, Molly y Hanon habían llevado a la pelirroja a un bar, donde se sentaron en la barra. De pronto, Cora sintió unas manos que ocultaban sus ojos, escuchando una voz que reconocería en cualquier parte.

–Veo que mi predicción se cumplió con bastante acierto, ¿no es así Sra. Holmes?

En cuanto retiró las manos de sus ojos y se giró, Cora vio a La Mujer, a Irene Adler, justo allí, vestida con un conjunto negro que destacaba su sensualidad.

–¡Irene! –se sorprendió la joven–, ¿Qué haces aquí? ¡Si Mycroft se entera será tu ruina! –exclamó, su voz siendo eclipsada por la música disco que estaba sonando en el bar.

–No te preocupes, Cora. –le restó importancia la Dominatrix–. Solo quería venir para felicitarte por tu compromiso y para desearte lo mejor, ya que ambas somos amigas. Y como tu bien dices, no puedo quedarme mucho más puesto que pondría en riesgo mi tapadera. –se sinceró, dándole un abrazo lleno de afecto–. Por cierto, puede que dentro de unos tres o cuatro días te llegue un paquete. Espero que haga más divertida tu luna de miel. –mencionó en un susurro, antes de guiñarle el ojo a Cora, quien se sonrojó violentamente, despidiéndose de ella, pues Irene desapareció entre la multitud a los pocos segundos.

–¿Y esa? –inquirió Hanon.

–Una vieja amiga. De hace mucho tiempo ya... –replicó Cora, antes de observar que el camarero les entregaba unas copas de licor.

–Esto va por cuenta de la casa –les indicó con una sonrisa–. Tu amiga ya me ha dicho que es tu despedida, así que disfrútala. –añadió, antes de seguir atendiendo a los otros clientes.

¡Salud! –brindó la pelirroja con sus amigas tras coger la copa.

¡Por tus últimos días de soltería! –brindó Molly.

¡Por nuestra amistad! –brindó Hanon, ventilándose la copa de un trago, al igual que sus amigas–, ¡Wow, está buenísima, y te hace entrar en calor rápidamente! ¡Camarero: otra!

–Hanon, no creo que... –comenzó a decir Cora, quien apenas en un sorbo ya se encontraba mareada, pues había olvidado lo fácil que era para el alcohol aturdir sus sentidos, y de igual forma, estaba segura de que algo no iba bien.

–Bien, señoras y señores, aquí tenemos a una chica que va a casarse en breve, así que, ¿¡saquemos a nuestros chicos a bailar, os parece!? –exclamó por un altavoz el camarero que atendía la barra, logrando que se comiencen a escuchar varios silbidos y gritos ensordecedores–, ¡Vamos allá! –exclamó, varios chicos subiendo a la barra y comenzando a bailar.

El frenesí pronto se desató, y la pelirroja comenzó a perder la cuenta de cuantas veces le rellenaban la copa, incluso no percatándose de cómo varios hombres se le acercaban con las manos muy inquietas. La gente se acumulaba cerca de la barra, las bebidas se repartían sin parar, y los bailarines de la barra acabaron su número con una gran ovación por parte del público. Cora ya se encontraba muy mareada, sus sentidos emponzoñados por el alcohol, siendo en ese momento presa de aquellos hombres a quienes el alcohol había embriagado con su aguijón de lujuria.

En ese preciso momento, Sherlock entró al establecimiento, observando el caos que allí había desatado, lo que hizo que sus ojos se abrieran como platos. John llegó tras él, sus ojos vagando por el lugar, en busca de las tres chicas. En ese momento, Sherlock se percató de que un grupo de hombres había rodeado a Cora, quien parecía mareada y sin fuerzas para resistirse a sus acciones. Su mandíbula se tensó al percatarse de las intenciones de aquellas personas, lo que hizo que corriera hacia ellos.

¡APARTAD LAS MANOS DE ELLA! –exclamó el detective, apartando a dos de los hombres que habían comenzado a intentar retirar la camiseta de la joven de ojos rubí.

–¿Eh? ¿Quién te crees que eres, tío? –inquirió uno de los hombres, observándolo.

–Es su despedida de soltera, ¡deja que se divierta! –exclamó otro.

–¡Eso es! ¿Qué importa? –inquirió otro de los hombres, mientras que Sherlock observaba por el rabillo del ojo que John ayudaba a Molly a salir del establecimiento, ayudado por Michael, quien había aparecido por allí para ayudar a Hanon–, ¡Su próximo marido no está aquí, así que podemos divertirnos con ella! –añadió, lo que provocó que Sherlock, frunciese el ceño y colocase una mano en su cuello, realizando la suficiente fuerza en aquel punto de presión, logrando que cayera de rodillas al suelo.

–Pues resulta... Que su marido soy yo. –replicó, su voz con un tinte asesino, disfrutando de la mirada de terror que inundó los ojos de los demás hombres que intentaban sujetar a su prometida–. Y que conste, que no vais a salir de rositas tras esto. –comentó, tomando a su chica en brazos.

–P-por favor, solo era una broma... –dijo uno de ellos, retrocediendo.

¿Una broma? –inquirió Sherlock, su voz muy baja y realmente molesta–. Más vale que os preparéis –les advirtió, haciendo una llamada con Cora aún en sus brazos, quien estaba inconsciente por la bebida–: ¿Hermano? Ya sabes dónde estamos. Hay varios hombres que deberían repasar un poco sus conducta... –comentó antes de colgar y salir de allí, reuniéndose con John.

–¿Todo bien? ¿Qué ha pasado? –inquirió el doctor, nervioso.

–Esos hombres que se han atrevido a intentar tocar a Cora... Se las verán con el Gobierno Británico. –replicó el detective, su voz vengativa.

Oh, Dios... –fue lo único que murmuró John, antes de continuar hasta un taxi que había llamado, ayudando a Molly a entrar en él. Michael por su parte llevó con el a la de pelo azul.

A la mañana siguiente, Cora despertó en su cama, con una jaqueca terrible. Se levantó de la cama, colocándose la bata roja y salió a la sala de estar, donde vio a Sherlock enfrascado en la televisión, donde estaban anunciando la detención de varios miembros procedentes de un cártel de droga, quienes se encontraban la noche anterior en un bar de la zona. La joven reconoció el nombre del bar, y procedió a sentarse en el regazo de su prometido.

–Buenos días, querida. –la saludó él, besando sus labios y rodeando su cintura con sus brazos.

–Sherlock, anoche... ¿No serías el causante de esa detención, no? –inquirió, ante lo cual su prometido se quedó en silencio por unos segundos.

–Esos hombres estuvieron a punto de... –se interrumpió él, percatándose Cora de a qué se refería, lo que la hizo abrir los ojos como platos–. No me quedó más remedio que recurrir a la artillería pesada.

–Oh, cuando dices artillería pesada te refieres a... –comenzó ella, afirmando Sherlock con su cabeza–. Gracias, cielo. Creo que ya tengo claro que no volveré a beber en toda mi vida. Al menos no tanto.

–Sí. Será lo mejor... Aunque al menos ya sabemos dónde está tu límite. –indicó Sherlock.

–Oh –Cora se llevó las manos a la cabeza–, anoche dejamos a Mary aquí sola...

–No te preocupes, lo organizó todo en cuestión de una hora, y tu estuviste fuera casi dos. –le informó–. Por ahora, no te preocupes, y disfruta de estos últimos días antes de la boda.

Al cabo de tres días, Cora se encontraba en una habitación de la iglesia en la que se iba a efectuar la ceremonia, habiéndose ya preparado con su vestido de boda: era de color blanco de corte princesa, con mangas estilo farol, el escote de tipo corazón, guantes largos sin dedos los cuales no llegaban al hombro, y zapatos blancos de tacón. Llevaba el pelo suelto, sujeto en la parte de atrás por un broce de plata.

"Dios... Nunca había estado tan nerviosa. A ver, Cora, inspira... Y expira...", pensó la joven de cabello carmesí, tratando de calmar su respiración. La joven alzó su mirada, observándose en el espejo, dando la vuelta para observar cómo se movía la falda del vestido. Con una sonrisa de profunda felicidad, la joven volvió a posar sus ojos en el espejo. "No puedo creerlo. Ha pasado tanto tiempo ya... ¡Voy a casarme con Sherlock Holmes! Y pensar que comenzamos siendo compañeros de piso, y ahora nos convertiremos en marido y mujer...", pensó, cuando de pronto unos golpes en la puerta la alejaron de su trance: –¡Adelante! –exclamó, entrando por la puerta Mary y la Sra. Hudson.

–Oh, querida, ¡estás preciosa! –exclamó la casera del 221-B–. Ojalá tus padres pudieran verte...

–Lo sé, Sra. Hudson. Yo también lo desearía –concordó la novia–. Sin embargo, me contento con tenerla a usted. –indicó sonriendo–. Es usted como una madre para mi.

–Oh, Cora... Vas a hacerme llorar. –dijo la amable mujer, enjugándose las lágrimas con un pañuelo.

–La Sra. Hudson tiene razón: estas hermosa –admitió Mary–. Aunque no puedo esperar a ver la reacción de Sherlock. –comentó, provocando la risa de la de ojos rubí.

–¿E-están todos listos? –inquirió Cora, su voz tornándose nerviosa de pronto.

–Lo estarán cuando tú lo estés. –le aseguró la Sra. Hudson, ante lo cual Cora afirmó con la cabeza.

–Sí. Estoy lista. –indicó Cora.

–Se lo haré saber. –comentó Mary, saliendo de la habitación.

–Querida, esto llegó ayer –mencionó la casera entregándole una caja pequeña–. Lo encargué hace tiempo por si la situación se presentaba, y creo que ahora es la indicada. Tú has sido como la hija que nunca tuve, y espero que puedas permitir que te obsequie esto. –comentó, abriendo Cora la caja, encontrando un collar de perlas y una tiara de plata.

–¡Sra. Hudson! –exclamó la novia, colocándose el collar y enganchando el velo a la tiara–. Es precioso... ¡Gracias! –la abrazó con gran cariño.

La amable anciana le brindó un beso en la mejilla a la pelirroja antes de salir de la habitación. Cora se tomó un minuto de tiempo para prepararse mentalmente antes de salir ella también de la habitación, donde Greg la esperaba junto a la Sra. Hudson, pues ellos serían quienes la acompañarían al altar.

–¿Preparada? –inquirió el Inspector Lestrade, ofreciéndole su brazo, el cual aceptó gustosa.

Más que nunca. –replicó ella, abriendo la puerta de la capilla, observando a todos los invitados que allí había reunidos. Por su parte, la Sra. Hudson se decidió por caminar detrás de la pelirroja, junto a las damas de honor: Kirsty y Lilly Stapleton.

En cuanto Cora escuchó la marcha nupcial se colocó el velo sobre el rostro. Ambos comenzaron a caminar por el pasillo que llevaba la altar, los invitados levantándose al unísono para ver a la novia, entre ellos encontrándose la familia de Sherlock: el Sr. y la Sra. Holmes junto a Mycroft, quien sonreía para sorpresa de ella. La mujer de cabello escarlata concentró entonces su vista en el novio, quien estaba de espaldas a la puerta. Al escuchar el piano, Sherlock se giró hacia ellos, su corazón dando un vuelco, pues no habría creído posible que ella pudiera estar más bella, y la tenía frente a él: vestida como un ángel. A su lado se encontraba John, una sonrisa orgullosa adornando sus labios. Al llegar junto a Sherlock, Lestrade dio el brazo izquierdo de la joven al novio, quien le sonrió agradecido, procediendo el Inspector a sentarse junto a Molly Hooper, en el lado de la novia.

Queridos hermanos, nos hemos reunido hoy aquí para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio –comenzó a decir el cura, lo que precedió a que los nervios de Cora se disparasen, algo que Sherlock notó al instante, acariciando sus manos con dulzura–. Quien tenga algo en contra de esta unión, que hable ahora o calle para siempre –indicó, ante lo cual esperaron un minuto en silencio absoluto–. Sherlock Holmes ¿recibes a esta mujer como legítima esposa, para vivir juntos en sagrado matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en la salud y en la enfermedad, guardándole fidelidad, durante el resto de vuestras vidas?

Sí quiero. –replicó Sherlock, una sonrisa dichosa cruzando su rostro, sus ojos azules-verdosos sin desviarse de los carmesí de la pelirroja.

Cora Izumi, ¿recibes a este hombre como legítimo esposo, para vivir juntos en sagrado matrimonio, para amarlo, honrarlo, consolarlo y cuidarlo, en la salud y en la enfermedad, guardándole fidelidad, durante el resto de vuestras vidas?

Sí quiero. –contestó la joven, sus ojos fijos en el hombre que amaba.

–Repita después de mi –se dirigió al novio–: Yo, Sherlock Holmes, te tomo a ti, Cora Izumi, como mi legitima esposa, en la alegría y la tristeza, para amarte y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, tanto como duren nuestras vidas.

Yo, Sherlock Holmes, te tomo a ti, Cora Izumi, como mi legitima esposa, en la alegría y la tristeza, para amarte y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, tanto como duren nuestras vidas. –repitió Sherlock con cariño irradiando de cada una de sus palabras, pudiendo observar por el rabillo del ojo cómo las lágrimas brotaban de los lagrimales de su madre.

–Repita después de mi –se dirigió a la novia–: Yo, Cora Izumi, te tomo a ti, Sherlock Holmes, como mi legitimo esposo, en la alegría y la tristeza, para amarte y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, tanto como duren nuestras vidas.

Yo, Cora Izumi, te tomo a ti, Sherlock Holmes, como mi legitimo esposo, en la alegría y la tristeza, para amarte y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, tanto como duren nuestras vidas. –repitió Cora con un tono suave, las lágrimas amenazando con salir debido a lo dichosa que se sentía.

–Los anillos, por favor. –indicó el cura, ante lo cual, John se los entregó a ambos consortes. Sherlock tomó uno de ellos, tomando la mano izquierda de la pelirroja.

Yo te coloco esta alianza como señal y promesa de nuestro amor constante y fidelidad duradera. –dijo Sherlock, colocando la alianza en el dedo anular de la joven de ojos rubí. Cora tomó la otra alianza y cogió la mano izquierda del detective en la suya.

Yo te coloco esta alianza como señal y promesa de nuestro amor constante y fidelidad duradera. –repitió Cora, colocando la alianza en el dedo anular del joven.

–Ahora tomad vuestras manos –dijo el cura, procediendo los novios a hacer lo indicado–. Con la autoridad que me ha sido conferida, yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

Sherlock sonrió y retiró el velo de la novia, tomando con cariño su rostro entre sus manos, brindándole un beso en los labios que ella correspondió de inmediato, la iglesia comenzando a aplaudir.

Más tarde, tras el banquete, Cora se encontraba saludando a todos los invitados de la fiesta, entre ellos a la familia de la Dra. Stapleton.

–¡Cora! –exclamó Sarah–, ¡Oh, qué alegría verte! –la abrazó con una sonrisa.

¡Sarah! ¡Cuanto tiempo! –la abrazó la novia.

–Hola Sherlock, me alegro de volver a verte. –lo saludó la doctora.

–Dra. Stapleton, gracias por venir. –la saludó Sherlock–. Veo que ha venido con sus hijas. –mencionó, posando su vista en Lilly, Kirsty y Amanda quienes estaban junto a su madre.

Me alegro de volver a verlos, Sr. Holmes, Srta. Izumi--quiero decir--Sra. Holmes. –los saludaron las hijas de Stapleton con una sonrisa.

–Gracias por venir desde tan lejos. –agradeció Cora, brindándoles un abrazo a cada una de ellas.

–Bueno, ahora disfrutad de la fiesta. No querríamos entreteneros. –comentó Sherlock, observando a las Stapleton alejarse de ellos, fijándose en que Amanda Stapleton se acercaba a James Hosho, hermano mayor de Hanon–. Parece que todos están muy felices de haber asistido.

–Eso parece, cariño. –concordó Cora, mientras se acercaban los padres de Sherlock junto a Mycroft, los primeros abrazándola.

¡Al fin eres de la familia, Cora! –exclamó la Sra. Holmes con una sonrisa–, ¡Me alegro tanto de que ahora seas mi hija! ¡Ahora solo faltan los nietos!

¡Mamá, por favor! –exclamaron Sherlock y Mycroft, el primero algo más molesto debido al pasado que Cora había tenido que soportar.

Querida, no creo que sea el momento de mencionárselo. –comentó el Sr. Holmes–. Mira, allí está la Sra. Hudson junto con John y Mary, ¿por qué no vamos a hablar con ellos? –inquirió, llevándose a su mujer de allí–. Lo siento, chicos.

–Perdónala, Cora. Nuestra madre tiende a emocionarse demasiado. –sentenció Mycroft, quien le sonrió de forma suave antes de abrazarla–. Bienvenida a la familia.

–Gracias, Mycroft. –sonrió la recién casada.

–Será mejor que vaya con nuestros padres. Ya sabes lo pesada que se pone nuestra madre cuando lleva dos copas de más. –mencionó el Hombre de Hielo, alejándose de ellos. Tras haberlo visto alejarse, Sherlock se dirigió a su ahora mujer.

–¿Estás bien, querida? –preguntó, pues su mirada parecía triste.

–Oh, sí. E-estoy bien, cariño... Es solo que... –comenzó a decir antes de que las lágrimas inundaran sus ojos.

–Shh... Lo sé. Lo sé –la abrazó el detective, recordando aquel doloroso día en el que ambos se rencontraron, cuando supo sobre su hijo nonato–. Querida, sé que aún duele mucho, pero te ayudaré a superarlo –le prometió el joven–: ¿en lo bueno y en lo malo, recuerdas?

Aquella sola frase hizo sonreír a la joven, quien asintió entre lágrimas saladas. Sherlock secó las lágrimas de su mujer y la besó en los labios con cariño, antes de llevarla a la pista de baile, donde ambos bailaron aquel mismo vals tras la boda de John y Mary, la noche anterior a la pedida de mano. Ambos eran felices en extremo y no podían imaginar momento más feliz que aquel, rodeados de todos sus seres queridos: familia y amigos por igual. Tras acabar el vals, Cora observó que Janine se acercaba a ellos con una sonrisa satisfecha y junto a un antiguo compañero de la universidad de ella, quien había invitado.

–Felicidades a los dos –les dijo Janine, abrazando a la de cabello escarlata–. Gracias por presentarme a Will, es un encanto. –le susurró.

–De nada –susurró la recién casada–. Te lo debía, ¿recuerdas?

–Felicidades, Cora –la felicitó Will con una sonrisa, sin soltar la mano de Janine en ningún momento–. Sherlock, eres muy afortunado.

–Lo sé. Gracias a ambos. –se sinceró el joven detective.

Tras comprobar que ya no quedaban invitados a quienes los novios tuvieran que saludar, John y Mary se acercaron a ellos con una sonrisa.

Es hora de la foto –comentó la embarazada–: ¡decid patata! –exclamó, posando con todos los asistentes a la fiesta en una foto grupal.

Después de aquello, el fotógrafo de bodas tomó algunas más de la pareja protagonista, así como por separado y con sus amigos y familiares. Al regresar a casa, Sherlock y Cora habían comenzado a empacar sus pertenencias para la luna de miel, cuando llegaron las fotografías de la boda por correo, el cual se apresuró a ver la recién casada. Sus ojos se abrieron con pasmo al ver la primera fotografía, en la cual se los veía a Sherlock y a ella tomados de las manos con una gran sonrisa en el rostro. Sin embargo... A cada lado de uno de ellos se encontraban los difuntos padres de la pelirroja: Erik e Isabella Izumi. Era físicamente imposible que estuvieran allí, por lo que su corazón se contrajo al ver que, incluso desde el más allá, ellos habían encontrado la forma de estar a su lado en aquel día tan importante. Sherlock se acercó a ella, quien tenía una mano tapando su boca, y la otra acariciando la fotografía que se mostraba en la pantalla. Se sorprendió por una milésima de segundo antes de acariciar los hombros de su mujer.

Ellos siempre estarán contigo –comentó el detective–. Incluso si ya no puedes sentir su calidez en tu piel.

Unas dos semanas después, tras su luna de miel--la cual habían pasado en París--ambos regresaron al 221-B de Baker Street para continuar con su trabajo, ayudados por su fiel amigo John Watson. Asimismo, Cora había ya formalizado los papeles de su compromiso, cambiando su apellido por el de su marido, ya que, a pesar de amar con todo su corazón a sus padres--a quienes agradecería siempre la oportunidad que le dieron para vivir de nuevo--ella ya no formaba parte de esa familia, la cual la había despreciado desde que llegó a ella, repudiándola e inclusive no asistiendo a su boda, aunque ésto último no molestó demasiado a la de ojos escarlata, ya que jamás habría podido pedir nada mejor que lo que había recibido aquel día de su compromiso: toda la compañía y afecto incondicional de todos aquellos que amaba. Ahora llamándose Cora Holmes, se encontraba feliz de volver a la rutina que englobaba la resolución de casos, y estaba de nuevo ansiosa por experimentar la emoción de las nuevas aventuras que vivirían juntos. Por su parte, John ya se había encargado de poner nombre a esos casos que habían resuelto tras su regreso: Muerte Polvorienta, El Hombre Múltiple, El Torso Circense, El Adiestrador de Canarios y El Arresto Cardíaco.

Sin embargo, ninguno de ellos podría prever que uno de esos días sería uno memorable para los Watson. Aquella noche en concreto, los tres compañeros regresaban a Baker Street, con John carcajeándose mientras subía las escaleras del piso.

¿Una medusa? –se carcajeó el doctor.

–Ya. –dijo el detective con una sonrisa, su tono irónico.

–¡No se puede detener a una medusa! –exclamó John, aún carcajeándose.

–Se podría intentar. –apostilló Sherlock mirando su teléfono, por decimosexta vez aquel día.

–¡Lo hemos intentado! –exclamó Cora con una sonrisa, negando con la cabeza, el teléfono de John sonando en aquel instante. Éste sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón y miró la pantalla.

–Ay, madre... –musitó John con un tono nervioso.

¿Mary? –inquirió Sherlock, al fin alzando la vista de la pantalla de su teléfono móvil.

Cincuenta y nueve llamadas perdidas. –informó John, ante lo cual los ojos de la pelirroja se abrieron con pasmo.

¡Chicos, nos la vamos a cargar! –exclamó la mujer de Holmes, tomando a los dos hombres por las manos y bajando rápidamente por las escaleras.

No mucho después, John se encontraba conduciendo el coche hacia el hospital más cercano, con Sherlock en el asiento del copiloto, aún mandando mensajes de texto, mientras que la mujer de Holmes iba sentada en la parte de atrás, con Mary, quien no paraba de gritar de dolor, su mano sujetando su vientre. El vestido que llevaba la rubia estaba subido hasta las rodillas, ya que casi no había tenido tiempo de moverse, y el dolor lo imposibilitaba.

–¡Oh! ¡Madre mía! ¡Por Dios! –exclamó la mujer del Dr. Watson, colocando sus manos contra el techo del coche.

Calma. Son dos sílabas... –comenzó a decir John, mirando a su esposa por el espejo retrovisor, antes de ser interrumpido por la misma.

–Soy enfermera, cielo. Creo que sé lo que tengo que hacer.

–¡Pues venga! –exclamó el rubio mientras pisaba el acelerador para llegar cuanto antes–. Calma. –repitió, imitando las respiraciones que debía hacer Mary para relajarse.

–¡No, corre, por favor! ¡Tú acelera! ¡Acelera, por favor! –gritó ella de dolor.

Mary, intenta calmarte. No te preocupes. Inspira y expira. –indicó Cora, intentando ayudar a la rubia, quien a cada momento se veía más adolorida.

¡No empieces! –exclamó Mary, quien ahora estaba de rodillas en su asiento, mirando a la pelirroja, a quien le recorrió un escalofrío al ver esa mirada tan severa, la cual llevaba implícita una amenaza si continuase tratando de hacer que se relajase.

–Mary, cálmate –pidió la de cabello carmesí con un tono dubitativo, lo que provocó que de pronto la rubia empujase su rostro con sus manos, estampándolo contra el cristal de la ventanilla del coche–: ¡Eso duele! ¡Zorra! –exclamó la detective, diciendo lo primero que pasó por su cabeza.

–¿John? ¡John, creo que vas a tener que parar! –clamó Mary, sentándose de nuevo en el asiento en una posición relativamente normal. Cora aprovechó para retirar su cara del cristal, masajeándo la parte que había golpeado contra la ventanilla.

–Mary, Mary... –comenzó a decir antes de ser interrumpido por su mujer.

¡HAZ QUE PARE! –exclamó Mary.

Sherlock decidió girarse y mirar la parte trasera del vehículo, para preguntar a su mujer si se encontraba bien, pero en ese momento, sus ojos se fijaron en la pierna de Mary, sus ojos abriéndose como platos y su boca abriéndose con horror.

Oh por Dios. –comentó el detective, claramente impactado por lo que estaba presenciando.

Mientras, su esposa hacía lo posible por ayudar a Mary en ese preciso instante, quien gritaba de dolor. Controlaba su respiración y su estado, incluso preparándose por si tuviera que ayudarla a dar a luz en aquel mismo lugar. John miró por el retrovisor, comenzando a detener el coche en una curva, observando cómo Cora ayudaba a su mujer.

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