Capítulo 11: La Novia Abominable | -La época Victoriana- |

Alternativamente en Londres, Inglaterra, 1881...

Una joven de cabellos cobrizos y extraños ojos carmesí caminaba por las ajetreadas calles del Londres victoriano, en busca del piso en el cual habría de alojarse, puesto que aunque trabajaba de docente, la muchacha de apenas 30 años no ganaba el dinero suficiente como para costearse un apartamento propio.

"Oh, parece ser que es éste lugar: 221-B de Baker Street.", pensó la pelirroja mientras observaba la placa que identificaba la vivienda. Tras colocar de forma correcta sus vestiduras, la joven llamó con la aldaba a la puerta, esperando pacientemente a que la casera le abriera. A los pocos segundos la puerta oscura se abrió, apareciendo tras ella una amable mujer de rasgos algo ancianos que vestía un vestido fucsia de cuello alto, llevando su cabello ligeramente canoso en un moño alto.

–Oh, hola querida. –saludó con una sonrisa en su rostro–. Debe de ser usted la Srta. Izumi, ¿me equivoco?

–Y usted es Martha Hudson, mi casera. –replicó la de ojos carmesí reciprocando la sonrisa dirigida a ella–. Es un placer conocerla al fin tras todas esas cartas –extendió su mano, estrechándosela a la casera–; Me congratula saber que al fin está disponible el apartamento por el cual estuvimos hablando.

–Por supuesto. Si quiere instalarse hoy mismo, ya tengo el piso acomodado y las llaves listas. –indicó la mujer, antes de apartarse de la entrada–. ¿Dónde están mis modales? Por favor, pase.

Agradecida, la joven de ojos carmesí entró al pasillo que conducía a los tres pisos del lugar, aislándose al fin del frío clima de Londres. Con curiosidad, sus ojos comenzaron a vagar por el entorno que la rodeaba, instantes antes de escuchar el claro sonido de un disparo proveniente del piso de arriba, lo que hizo que la Sra. Hudson diera un respingo.

–Oh, el Sr. Holmes ha vuelto a su habitual rutina... –se lamentó la anciana mujer antes de volver su rostro a la joven que estaba a su lado–. Lo lamento mucho. Me temo que tendrá que disculpar al Sr. Holmes. Es uno de sus vecinos, junto al Dr. Watson.

–Ya veo... –comentó la joven, de pronto intrigada por esas dos personas que había mencionado la casera, a quien miró a los ojos antes de añadir–: Oh, no se preocupe Sra. Hudson. Tener al Sr. Holmes y al Dr. Watson como vecinos no me hará abandonar despavorida el piso, se lo aseguro. He convivido con peores personas y en peores condiciones. –le aseguró a la anciana que de pronto parecía segura de que la nueva inquilina saldría corriendo del lugar–. Pero ha despertado usted mi curiosidad: ¿qué clase de personas son el Sr. Holmes y el Dr. Watson?

–Con el debido respeto Srta. Izumi, me temo que no soy la más indicada para responder a esa pregunta debido a que ya tengo una opinión formada de ellos. –se disculpó la casera antes de entregarle la llave de su piso: el 221-C–. Si desea conocerlos, podría concertar un encuentro para ésta misma tarde. –propuso con una sonrisa amable–. Estoy segura de que ambos se congratularán de conocer a su nueva vecina.

–No me cabe ninguna duda de que será un encuentro interesante, Sra. Hudson. Ninguna duda. –replicó la joven de ojos carmesí antes de estrecharle la mano a la mujer para después abrazarla–. Concierte usted ese encuentro. Entretanto, desempacaré mis pertenencias para instalarme en el piso y me asearé. –se despidió la muchacha antes de entrar al 221-C para preparar todo lo necesario antes de ese extraño pero emocionante encuentro.

"Solo espero poder quedarme en este lugar más tiempo que en el anterior...", pensó la joven mientras desempacaba sus pertenencias, comenzando a adornar su piso. "La última vez apenas duré una semana. Todo por aquellas personas que no aceptan a aquellos que son diferentes a ellos. Este mundo debería cambiar de una vez por todas.", se dijo a si misma mientras tomaba una ducha, antes de elegir un vestido de color rojo para vestir durante la reunión con sus nuevos vecinos.

Tras aproximadamente una hora y media, la joven escuchó el leve sonido de golpes en su puerta, encaminándose hacia la entrada del piso, abriéndola de par en par, encontrando a la casera allí.

–El Sr. Holmes y el Dr. Watson la están esperando ya, querida. –anunció, señalando las escaleras que conducían al piso de arriba, el 221-B.

–Gracias Sra. Hudson. –agradeció la muchacha, encaminándose al piso superior, quedando ante una puerta que, según pudo deducir la joven, conducía a una sala de estar. Tras esperar unos segundos por cortesía, la mujer de orbes carmesí tocó la puerta con suavidad.

Adelante. –oyó tronar una voz barítona y algo autoritaria, lo que la hizo abrir la puerta casi de inmediato, encontrando en la estancia a dos hombres: el primero era considerablemente alto, de pómulos pronunciados, cabello castaño oscuro, labios tersos, y de ojos claros. Vestía un traje negro y se encontraba frente a la chimenea del piso, fumando en pipa. El otro hombre era algo más bajo que su compañero, de cabellera rubia que hacía juego con su bigote. su rostro era más bonachón, sus ojos de un color claro, pero menos que los de el primer hombre. Éste vestía, al igual que su compañero, un traje negro, y se encontraba sentado en un sillón, leyendo un periódico.

–Lamento la intrusión. La Sra. Hudson me indicó que ya podía reunirme con ustedes. –se disculpó la joven debido a su repentina entrada a la vivienda.

–Entonces, si no estoy errado, usted debe ser la nueva inquilina del 221-C de la que nos ha hablado la Sra. Hudson. –señaló el segundo hombre, quien tras dejar el periódico en la mesa de la sala de estar, se levantó de su sillón y se acercó a ella rápidamente, tomando su mano y depositando un beso en el dorso de ésta–. Es un placer conocerla señorita, soy el Dr. John H. Watson.

–Es un placer conocerlo de forma oficial Dr. Watson. –expresó la mujer, antes de dedicarle una sonrisa agradable–. Yo soy-

–Si ya has acabado con las trivialidades, Watson, que parece que así es –interrumpió el otro hombre con un tono visiblemente molesto antes de dirigirse a su invitada–, pérmitame ahorrarle el tiempo Srta. Izeras. Veo que es usted una joven con unos rasgos bastante fuera de lo común, no se ofenda, pero la tonalidad de su cabello y ojos es algo antinatural, más si destacamos la de sus orbes, puesto que de nadie se ha sabido posee un pigmento tal. Por ello debo deducir que nació usted con esa tonalidad en sus ojos, uno de los pocos y raros defectos genéticos en el mundo. –indicó el joven, comenzando a realizar un elaborado análisis sobre su nueva vecina–. Acaba de llegar usted de Japon si no me equivoco, donde ha estado trabajando. Un trabajo que pudiera ajustarse a su salario, dado que solo ha podido permitirse el piso del 221-C, y teniendo en cuenta que ha debido mudarse en más de una ocasión debido a singulares situaciones, solo puede ser el de docente. Por lo trabajadas que están sus manos, puedo decir sin temor a equivocarme que toca usted algún instrumento, de forma más concreta, uno de cuerda , como lo sería el contrabajo. Por sus ropas deduzco que viene usted de una familia acomodada que pudo costearse su educación, pero no por ello ha dejado de vestir de forma impoluta, seguramente debido a su estricta educación y al hecho de que tiene muy en cuenta lo que la gente piense de usted la primera vez que la ven...

–Holmes, no creo que... –comenzó a decir Watson, observando que su compañero de piso comenzaba de nuevo con su rutina de analizar a todas aquellas personas que deseaba, hasta el punto de incomodarlas.

...Es hija única, puesto que de tener hermanos, sus padres no le habrían permitido el lujo de buscar un piso donde alojarse de forma independiente. De la misma forma, no veo alianza alguna en sus manos, por lo que veo que viene usted de una familia progresista, quienes no han concertado para usted un matrimonio, que seguramente en el futuro, sería un desatino. –continuó el Sr. Holmes haciendo caso omiso a su compañero de piso–. Para concluir mi análisis, he deducido que es usted una romántica, mas eso no impide que sea realista en cuanto a ciertos asuntos de la vida y a la sociedad actual. –finalizó el joven–. No hace falta que se sorprenda usted. Esto no ha sido más que un pasatiempo para ahorrarle la tediosa tarea de presentarse. –aclaró, tras observar que la joven abría la boca para hablar, sentándose después en el sillón cercano a la chimenea.

–Veo que sus habilidades están acorde a su reputación, Sr. Holmes. –alabó la joven antes de observarlo–. Aunque me temo que ha cometido usted varios fallos en su deducción. –informó con un tono divertido–. Pese a haber dado usted una descripción tan detallada sobre mi, permita que me presente: Soy Cora Izumi, y como bien dice soy profesora, más siempre me he inclinado por una rama de trabajo no tan adecuada para una señorita, según mis padres: la criminología. En cuanto a la coloración de mis ojos está en lo cierto. Nací con ellos y han sido la causa de varias disputas en mis antiguos alojamientos, mas no me preocupa lo que la gente piense de mi en absoluto. Estoy orgullosa de cómo soy, y nadie con palabras a cada cual mas hirientes me haría cambiar de opinión. De hecho, sí que toco un instrumento, sin embargo no se trata del violonchelo, sino del violín. No vengo de una familia acomodada, sino de una muy humilde, mas se esforzaron en darme la educación que, según ellos, merecía una hija suya. –explicó ella, ganándose una mirada sorprendida por parte del Dr. Watson y un ligero escrutinio por parte del Sr. Holmes–. Y sí, según lo que está usted ahora observando sobre mi, no soy del todo corriente, me temo.

–Por lo que veo es usted también brillante a la hora de deducir a las personas, Srta. Izumi. –la cumplimentó el joven con una sonrisa en sus labios–. Le ruego entonces, nos haga una demostración.

–Como desee, Sr. Holmes. –replicó ella antes de asentir, observándolo con sus pupilas carmesí–. Su nombre completo es William Sherlock Scott Holmes. Su trabajo no es uno corriente, pues se trata de uno que inventó usted mismo. Es un Detective Asesor. El término lo achaca usted a alguien a quien la policía, Scotland Yard, acude cuando se encuentran perdidos en algún caso, suceso que ocurre con normalidad, según veo. Sin embargo, usted solo los aconseja, no llevándose el mérito por la resolución de los casos. Por otro lado, veo en sus manos un ligero temblor casi imperceptible, mas no para un médico o un gran observador, lo que me da a entender que es usted un consumidor de cocaína bastante habitual. Puedo notar que posee usted en sus manos las mismas marcas que yo poseo en las mías, por lo que deduzco que también toca usted el violín, instrumento que usa en algunas ocasiones para agilizar su proceso mental. Se considera usted un genio, pues su alta capacidad de observación le permite captar cualquier pista u cosa que a ojos de otras personas resultaría imposible. –lo analizó con calma–. Tiene usted un hermano, que sospecho que trabaja en el Gobierno Británico, aunque su relación es del todo menos amistosa, diría que rozando la competitividad. –añadió, provocando que Watson la observe con la boca abierta–. Creo que eso es todo, ¿o quiere que continúe, Sr. Holmes? Imagino que no será necesario repetir el experimento con el Dr Watson...

Brillante. Absolutamente brillante. –se maravilló el detective, observándola de nuevo de pies a cabeza bajo un nuevo prisma–. Dígame entonces, Srta. Izumi –rogó el joven de cabellos castaños, levantándose de su sillón y acercándose a la joven que aún permanecía de pie–: ¿Consideraría usted la oportunidad profesional de asistirme en mis casos?

–Holmes, no estarás en serio considerando esa posibilidad. –resopló el Dr. Watson, posando su mirada en su compañero–. Es una mujer... No se ofenda, Srta. Izumi.

–¡Por Dios, Watson! ¡El género es irrelevante en ésta situación! –exclamó el detective con una voz molesta, rodando sus ojos azules-verdosos–. La joven posee una mente extraordinaria y unas habilidades fuera de lo común –la alabó–: ¡Hasta yo estoy dispuesto a admitirlo!

–Está bien, Holmes. –concedió Watson tras suspirar–. Confío en tu juicio.

La joven de cabellos carmesí observó a los dos hombres, una sonrisa asomando a sus sonrosados labios, lo que atrajo la atención de ambos, quedándose algo embelesados por unos segundos.

–Sr. Holmes –suspiró–, acepto su oferta.

Tiempo después...

¡Periódicos! ¡Periódicos! –gritaba el hombre que vendía la prensa de la ciudad. Sujetaba en sus manos unos pocos periódicos, así como una copia de la Revista Strand con una cinta de color rojo a su alrededor. En ésta se podían ver sin problema las palabras SHERLOCK HOLMES en un contrastante color blanco, junto a una silueta del famoso detective, en ese mismo tono.

El carruaje en el que el Dr. Watson se encontraba junto al Sr. Holmes se acercó al hombre, quien seguía gritando, segundos antes de que el doctor asomase su cabeza por la ventana del carruaje, atrayendo la atención del vendedor sobre su persona.

–Oiga –dijo el doctor, provocando que el carruaje se detuviera–, ¿Qué tal va El Carbunclo Azul? –inquirió al vendedor.

–Tiene mucho éxito, Dr. Watson –le informó el hombre–: ¿Habrá un crimen apropiado el mes que viene? –preguntó, haciendo sonreír a Watson.

–Hablaré con los delincuentes.

–Si es tan amable... –indicó el hombre, antes de fijar su vista en el interior del carruaje–. ¿Es él? ¿El de dentro? –cuestionó, señalando el interior del vehículo, donde el detective se hallaba sentado. Ante esa pregunta por parte del hombre, el joven detective golpeó a John de forma molesta,

logrando que Watson deje escapar un gruñido de dolor.

–No, no, en absoluto. –se apresuró en responder el doctor–. Que tenga buen día. –se despidió, mientras el carruaje comenzaba a moverse de nuevo.

¡Feliz Navidad, Sr. Holmes! –exclamó el vendedor a medida que observaba alejarse el vehículo.

Finalmente, el carruaje llegó al 221-B de Baker Street, deteniéndose justo en la puerta de entrada. Cuando se hubo estacionado por completo, la puerta del piso se abrió, saliendo de ella la Sra. Hudson y la inquilina del 221-C, Cora Izumi.

Bienvenido de nuevo, Sr. Holmes. –lo saludó la pelirroja con una leve reverencia de cortesía, ganándose una sonrisa por parte del aludido–. Espero que haya tenido un buen viaje de regreso. –expresó con una sonrisa agradable, frotando sus manos por el frío.

Muchas gracias por tomarse la molestia de venir a recibirnos, Srta. Izumi –agradeció el detective antes de tomar las manos de ella en las suyas–, sus manos están heladas. Espero que no haya estado esperándonos hasta hace unos minutos a la intemperie... –advirtió Holmes, observando el color casi morado de las manos de su compañera de aventuras, al mismo tiempo que alzaba una ceja.

–Oh, la Srta. Cora siempre es así. –comentó la Sra. Hudson, observando a los dos jóvenes–. Aunque últimamente parece enfermarse con más facilidad. La he instado a que visitase a un doctor, mas su testarudez está por encima de mi persuasión... –indicó, provocando que la joven de ojos carmesí se ruborice visiblemente–. De ahí mi insistencia Sr. Holmes: Le agradecería que me avisara con antelación de su regreso, ya que de ser así, podría usted quizás interceder en el obstinado carácter de la joven.

–Le ruego me dispense Sra. Hudson, mas ni yo sabía cuando regresaría. –replicó el detective, aún con las manos de su vecina en las suyas–. Me lie con unos terratenientes desmembrados--no hay manera de organizarse con ellos. –comentó, antes de subir los escalones del piso, ayudando a la muchacha de cabello carmesí.

–Gracias, Sr. Holmes. –suspiró con notorio cansancio.

–Es un placer, Srta. Izumi –indicó él, ayudándola a subir las escaleras, entrando al pasillo del piso que conducía a los dos apartamentos–: Para mi desgracia, parece que la Sra. Hudson tiene razón. Luce usted enferma, y sospecho que no es solo por el clima. –apostilló, advirtiendo la debilidad de ella–. ¿Cuál es la causa de su condición?

–No es algo de lo que me guste alardear, Sr. Holmes. –explicó ella–. Me basta con decir que es algo fuera de mi alcance, y que lleva conmigo desde que nací. –se expresó, sus manos ahora algo más cálidas–. No creo que llegase a creerlo, incluso si se lo contase.

Haga un esfuerzo. –solicitó Holmes, observando a su compañera, quien tras suspirar comenzó su relato.

–Verá, todo tiene que ver con una serie de habilidades muy poco comunes. Incluso me atrevería a decir que la Iglesia las tacharía de demoníacas. –suspiró Cora–. Hubo un incendio hará muchos años, quizás lo recuerde... Un hogar de acogida para niños se incendió de forma inexplicable.

–Lo recuerdo. En aquel entonces era un niño, mas recuerdo haber leído la noticia en los periódicos. –sentenció el detective–. Todos murieron, excepto un niño.

–Así es –asintió–: Ese niño era yo. –confesó con una voz melancólica, provocando que la mirada de su compañero se tornase sorprendida–. No encuentro la forma de explicar lo que ocurrió, pero las llamas no me quemaron. Incluso cuando caminé entre ellas no fui herida... Todo lo contrario. Parecían apartarse de mi camino. –rememoró con pesar–. Desde aquel entonces he podido, en una menor forma, lograr que las llamas no me quemen, inclusive logrando sostener una en mi mano por unos segundos. –admitió, antes de desviar la mirada–. Sé que le resultará inverosímil, que incluso pensará que estoy loca...

Me juzga usted mal, Srta. Izumi. –la interrumpió Holmes con una voz serena–. Confío totalmente en sus palabras, pues no hay rastro alguno de mentira en sus ojos, a la par que su afección bien podría explicarse por sus habilidades, ya que al ser su temperatura mucho más alta que la de una persona de a pie, usted no tolera nada bien el frío. –se expresó con una sonrisa–. Ahora, le ruego que me acompañe hasta la chimenea. No deseo que se enferme aún más, por lo que algo de calidez seguro que le vendrá bien.

–Sr. Holmes, yo... No sé que decir. –se sorprendió la joven, pues no esperaba que creyera sus palabras.

No debe decir nada. Solo déjeme ayudarla. –comentó, mientras se despojaba de su gabardina y sombrero, escuchando a Archie, el pequeño niño que en algunas ocasiones ayudaba al famoso detective con sus casos, además de proteger a la Srta. Cora en ausencia de éste.

–¿Qué hay ahí dentro? –preguntó Archie, observando las maletas que el Dr. Watson tenía en sus manos.

–No te importa. –replicó Watson, provocando que Cora se girase hacia ellos al mismo tiempo que el detective, quien junto a ella, se había acercado a la escalera que conducía al 221-B.

–¿Cogió al asesino, Sr. Holmes? –preguntó el niño.

–Lo cogí, sí; Sigo buscando las piernas. –replicó éste, provocando que una sonrisa asomase a los labios de la joven que tenía a su lado–. Digamos que fue un empate.

–Parece haber sido un caso interesante, Sr. Holmes. –indicó la joven–. Ojala hubiera podido acompañarlos...

–Tal vez en nuestro próximo caso. –le aseguró de forma indirecta el detective, sonriendo por su interés.

–Y he visto que ha publicado otro de sus relatos, Dr. Watson. –indicó la casera del piso, cerrando la puerta de éste.

–Sí, ¿le ha gustado? –preguntó el aludido.

No. –replicó ella de forma tajante, provocando una risa por parte de la pelirroja y del detective–. Nunca me gustan.

–¿Por qué no? –inquirió él, visiblemente sorprendido.

¡Es que nunca digo nada! ¡Y la pobre Srta. Cora apenas es mencionada! –exclamó ella algo ofendida–. Según usted solo acompaño a la gente arriba y sirvo el desayuno, incluso relega a la Srta. Cora a un segundo plano cuando ella los acompaña en sus aventuras.

–En la narrativa, esa es--a grandes rasgos--su función. –indicó Watson antes de mirar a la joven al lado de su compañero–. En cuanto a la Srta. Izumi, me temo no poder darle un papel más importante, ya que es el Sr. Holmes la razón por la que se venden tanto mis historias.

¿¡Mi qué!? –exclamó la casera.

–Por una vez concuerdo con la Sra. Hudson, Watson. –intercedió Holmes–. La Srta. Cora es una parte esencial de nuestro equipo. De hecho, me atrevo a asegurar que las historias en las que ella aparece se venden más rápido. –suspiró–. De todas formas, no se sienta ninguneada, Sra. Hudson. Cora y yo apenas aparecemos en el del perro.

¿El del perro? –inquirió Watson, indignado, pues Holmes no se molestaba siquiera en recordar los títulos de sus historias.

–Soy su casera, no un elemento de la trama. –exclamó la amable mujer.

–¿¡Te refieres a El Perro de los Baskerville? –inquirió John en un grito, siguiendo a la dama y al detective, quienes ya se habían apresurado hasta el 221-B, entrando en la sala de estar.

La pelirroja caminó junto al detective, ayudándolo a descorrer las cortinas de la sala de estar, mientras que Watson dejaba las maletas en la cocina, o lo que se suponía era la cocina, pues ahora era usado por el detective como un área de experimentos. Cuando la luz ambiente se hizo más intensa, iluminando la estancia, una figura se hizo presente allí, frente a la chimenea. Tras ayudar a la muchacha de orbes rubí a sentarse en su sillón, el detective observó a la persona que allí había: una mujer, obviamente, vestida enteramente de negro con un velo tapando su rostro, sus manos detrás de su espalda.

–¡Santo Dios...! –exclamó Watson mientras la figura se giraba para observar a los tres compañeros.

Sherlock pasó frente a la figura con grandes zancadas, claramente molesto, hacia la puerta de la sala de estar.

–¡Sra. Hudson, hay una mujer en mi cuarto de estar! ¿Ha sido a propósito? –le gritó.

–¡Es una clienta! –exclamó ella–. Le dije que no estaba, e insistió en esperar.

La joven que ahora se encontraba sentada en el sillón del detective sonrió de forma imperceptible, pues esa persona ya llevaba allí un tiempo esperando por su regreso. Observó que el Dr. Watson tomaba una silla cercana a las ventanas y la depositaba frente a la mujer de negro.

–Si es tan amable de sentarse... –ofreció, mas la figura no se movió u respondió.

–¿No le preguntó lo que quería? –preguntó Sherlock a la casera.

–¡Pregúntele usted!

¿Por qué no lo hizo usted? –preguntó el joven detective algo molesto.

–¿Cómo le iba a preguntar, con eso de que no hablo? –inquirió con retintín.

Sherlock rodó sus ojos con pesadez antes de suspirar y caminar de nuevo al interior de la sala de estar.

Ah, por Dios Bendito... –murmuró.

–Dale alguna frase, por favor. –rogó Cora mientras sus ojos se posaban en el compañero del detective–. Es perfectamente capaz de matarnos de hambre. –añadió a modo de incentivo mientras Sherlock caminaba hacia la mujer, sonriéndole.

–Buenas tardes. Soy Sherlock Holmes. Estos son mis amigos, el Dr. Watson y la Srta. Izumi. Hable con libertad delante de ellos, ya que Watson es duro de entendederas. –comentó, provocando que el doctor lo mire de forma severa, mientras que la muchacha le sonreía.

–Holmes... –advirtió el aludido, más Sherlock hizo caso omiso a su aviso y comenzó a caminar alrededor de la mujer de negro.

–Sin embargo, antes de hablar, permítame unos comentarios triviales. –pidió antes de comenzar a analizarla–. Tiene un agudo sentido del humor que actualmente utiliza para aliviar cierta angustia personal. Se ha casado recientemente con un marido de apariencia bondadosa, que ahora la ha abandonado por una infame compañía de dudosa moral. Ha acudido a ésta agencia como último recurso, con la esperanza de que la reconciliación aún sea posible. –dedujo, lo que provocó que su amigo sonriera y exclamase de forma irónica.

–¡Dios Santo, Holmes!

Cora tomó una breve bocanada de aire, percatándose de que en el ambiente flotaba el aroma de un perfume que reconocía por completo, lo que la hizo abrir los ojos con sorpresa.

"¿Cómo he podido ser tan estúpida? ¡Es tan obvio de quién se trata...!", se dijo a si misma, cruzando una mirada con el detective, quien asintió de forma imperceptible, orgulloso de que ella hubiera llegado a su misma conclusión.

–Todo lo cual, por supuesto, se deduce de su perfume –sentenció el joven de cabellos castaños–, ¿no es así, Srta. Izumi?

–Así es, Sr. Holmes. –concordó ella, asintiendo.

¿Su perfume? –inquirió Watson, claramente perplejo.

–Sí, su perfume, perspicacia para mi y calamidad para ti. –le informó el hombre.

–¿Y por qué?

Ante esa pregunta por parte de su compañero, Sherlock dio una miraba discreta a la joven sentada en su sillón, que se levantó y colocó frente a la mujer vestida de negro.

Porque tanto él como yo la hemos reconocido, y tu no. –explicó la joven, removiendo el velo y apartándose del medio, dejando que el doctor viera la identidad de la mujer, observando por el rabillo del ojo que Holmes se dirigía a la cocina.

–¡Mary!

–John. –replicó ella.

–¿Por qué diantres te haces pasar por una clienta?

–Porque no se me ocurría otra forma de ver a mi marido, Marido. –contestó ella con soltura, antes de observar a la joven pelirroja, quien volvía a sentarse en un sillón, ésta vez en aquel junto al de Holmes–. ¿Cómo está usted hoy, Srta. Izumi? Estos días ha estado muy enferma...

–Ya me encuentro mejor. Gracias por preguntar, Sra. Watson. –replicó ella, antes de coger una taza de té que Holmes le entregaba–. Gracias...

–Bébaselo. Seguro que recuperará algo de calidez. –repuso ése antes de coger su violín y tocar frente a la ventana.

–Era una intriga internacional. –indicó John, comenzando a discutir con su mujer.

–Era un terrateniente asesinado. –corrigió Mary.

–Pero un asunto apremiante.

No me importa que te vayas, cariño. Me importa que me dejes aquí. –le recriminó la rubia.

¿Pero qué podrías hacer? –le preguntó el Dr. Watson a su mujer de forma molesta.

–Discúlpeme Watson, pero lo único que usted hace es caminar de un lado a otro, tomar apuntes y con cara de sorpresa... –apuntó la pelirroja tras tomar un sorbo de té.

–¿Y qué hay de usted, Srta. Izumi? –le preguntó de forma airada, señalándola–. ¡La única razón por la que la llevamos con nosotros cuando no está enferma, es porque Holmes insiste en que nos acompañe!

¿¡Disculpe!? –exclamó ofendida Cora.

¡BASTA! –exclamó el detective, haciendo callar a los presentes–. No le hable así a la Srta. Cora, Watson. –lo reprendió antes de que su tono se volviese serio–. El escenario está listo. El telón se levanta... Que empiece la función.

–¿Qué función? –inquirió Mary.

–A veces, para resolver un caso, antes hay que resolver otro. –aclaró el detective.

–¿Tienes un caso? ¿Uno nuevo?

–Uno viejo. Muy viejo. Tendré que profundizar. –indicó con una voz suave el joven de ojos azules-verdosos.

–¿Profundizar? ¿En qué? –cuestionó Cora.

En mi mismo. –le contestó con un tono suave, instantes antes de volverse y hablar–. ¡Lestrade! Deje de rondar por la puerta y pase. –ordenó de forma autoritaria.

De una forma casi inmediata, seguida de las palabras del joven de cabellos castaños, la puerta de la sala de estar se abrió, entrando por ella el Inspector Lestrade.

–¿Cómo sabía que era yo? –preguntó el recién llegado.

–La pisada del calzado reglamentario es inconfundible; más ligero que Jones, más que Gregson. –replicó el detective antes de sentarse en su sillón, junto a la pelirroja, al mismo tiempo que cogía tabaco para rellenar su pipa.

–Acabo de llegar. Parece que la Sra. Hudson se ha quedado sin voz... –comentó algo extrañado, lo que provocó que Sherlock rodase sus ojos una vez más aquel día.

–Me temo que se ha introducido en la crítica literaria por medio de la sátira. Una tendencia inquietante en la casera moderna.

El Inspector Lestrade continuaba mirando de forma nerviosa el espacio entre las ventanas de la estancia, donde, encima de la mesa, había una botella de whiskey llena. Aquello no pasó desapercibido para la pelirroja que continuaba tomándose un té, quien procedió a hablar.

¿Qué le trae por aquí fuera de servicio, Inspector?

–¿Cómo sabe que no estoy de servicio? –inquirió de forma nerviosa.

Lleva sin quitarle ojo al decantador de Holmes desde que ha llegado. –apostilló Cora, señalando la mesa con la botella–. Watson, dele por favor al Inspector lo que está tan claro que quiere.

Tras las certeras palabras de la joven sentada junto a Sherlock, John caminó hasta la mesa y llenó un vaso de whiskey para el Inspector.

–Dígame Lestrade, ¿qué se le ofrece? –le preguntó el doctor.

–Oh, no vengo por trabajo. Solo para hacerles una visita...

–¿De cortesía? –inquirió John, entregándole el vaso.

–Sí, claro. Para felicitarles las fiestas... –replicó tras coger el vaso bajo la atenta mirada del detective y la dama a su lado–. Feliz Navidad.

Feliz Navidad. –reciprocaron los presentes

Menos mal que se ha acabado. A ver, Inspector, ¿qué extraño suceso le trae hasta mi puerta pero le avergüenza contar? –cuestionó Sherlock con severidad.

–¿Qué le hace pensar eso? –rebatió Lestrade tras dar un gran trago al vaso de whiskey, antes de suspirar.

Usted. Por todos los medios menos el de la palabra. –sentenció.

–Ah-ah-ah-ah-ah, ¿Holmes? Has errado el tiro. –intercedió John, levantando un dedo.

–Pues corrígeme, Doctor.

–No quería una copa... La necesitaba. –comentó John antes de voltear el vaso vacío de Lestrade–. No le da vergüenza; le da miedo.

–Mi biógrafo va aprendiendo. –sentenció Sherlock con una sonrisa, observando a su amiga pelirroja.

–Hay que ver cómo crecen... –comentó ella tras reciprocar la sonrisa, observando a Mary, quien también le sonrió.

–Watson, infunde valor a Scotland Yard. –ordenó con un tono algo autoritario, mientras Watson rellenaba el vaso del Inspector–. Inspector, siéntese.

–No-no tengo miedo, exactamente. –aclaró el hombre, sentándose en el sillón del Dr. Watson.

–El miedo es sabiduría a los ojos del peligro. No hay de qué avergonzarse, Inspector. –le aseguró la pelirroja con una evidente sonrisa dulce, lo que provocó que la mirada de Holmes se tornase algo severa y molesta.

–Gracias... –le dijo el Inspector Lestrade a Cora.

Desde el principio. –exigió Holmes, interrumpiendo al hombre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top