Capítulo 8
"Maldita cabeza" pensó, si había alguna forma de quitársela por el resto de la mañana o anestesiarse y despertar en mejor estado, habría pagado con su auto nuevo por aquel milagroso remedio a la resaca, o tal vez no; esa primera sensación al despertar era la peor, pero, por sabiduría callejera, sabía que fuera lo que fuera que hubiese hecho la noche anterior, seguro valía la pena.
La luz apenas le dejaba abrir los ojos ¿desde cuándo su cama se encontraba frente a la ventana? Nunca lo había estado porque esa no era su habitación. Palpó a su lado para asegurarse, y tal como supuso, su mano rozó una suave y voluptuosa curva femenina.
No recordaba ni el nombre (si es que se lo había preguntado) de la mujer con la que había pasado la noche.
Por curiosidad atisbó hacia ella. Era rubia, delgada y joven; la suficiente información que necesitaba.
Sintió todo el peso del cuerpo en su cabeza cuando se levantó. Sigilosamente reunió su ropa y se vistió con cuidado extremo de no despertar a la chica. Lo último que deseaba era una invitación a desayunar o desembuchar su nombre y teléfono para una futura cita. Mejor huir antes de encontrarse envuelto en algún compromiso.
Cuando por fin llegó a la calle tras bajar dos pisos de un edificio, la pregunta principal lo golpeó: ¿Qué día es hoy? La avenida se veía vacía, lo que indicaba un probable fin de semana. Comprobó la fecha en su celular, para su desgracia era viernes.
Respiró resignado, ya había perdido la mañana y parte de la tarde, ¿qué más daba perderse el resto del día laboral? Puso las manos en sus bolsillos buscando las llaves de su auto, y allí estaban, la pregunta ahora era: ¿dónde estaba el auto? Por un momento se asustó, hasta que lo vio mal estacionado en la acera del frente, de nuevo la suerte del borracho lo bañaba con su milagrosa magia puesto que no se había matado ni dañado el automóvil por conducir ebrio.
Dos años habían pasado desde que había regresado a su país; dos años desde los cuales no sabía de Sara más que por los comentarios de su mejor amigo, quien un par de meses atrás había regresado también para suplir temporalmente a su tío abuelo como profesor en una secundaria.
Mientras se arrepentía por no haber comprado un bidón de agua antes de subir al auto, se puso a hacer un recuento de su vida.
Tenía un buen empleo en una prestigiosa empresa publicitaria, ganaba un buen sueldo, amigos con los que salía con frecuencia, cada día tenía la oportunidad de conocer a alguna hermosa modelo que participaba de las publicidades, o en su defecto, no faltaba la joven en semi estado de conciencia que lo invitara a pasar la noche. Tenía la vida que cualquier soltero podía desear y aún así le faltaba algo; no cualquier cosa, le faltaba Sara, pero jamás lo admitiría.
***
Después de dar vueltas, se dirigió al departamento de Nicolás. Tal vez él tenía algo que comer, y con suerte, esta vez lo convencería de salir como solían hacerlo cada viernes por la noche, antes de que empezara a salir con una adolescente a la cual no permitían enterar a ningún bar o discoteca.
Tocó el timbre reiterativamente, de la forma desesperante que indicaba su llegada. Una joven muchacha con uniforme de colegio privado le abrió con una amenazante mirada.
— ¿Qué no puedes tocar sólo una vez? no estoy sorda ¿sabes? —lo regañó dejándole la puerta abierta para que pase, mientras regresaba a sentarse frente a sus libros.
— ¿Y Nicolás?—le preguntó yéndose a tumbar en el sillón junto a ella.
—No está, ya vuelve, fue a comprara algo de comer. — Refunfuñó desesperándose con un ejercicio. Ya a punto de lanzar la calculadora contra la pared, Alan le agarró la muñeca, los golpes y sonidos fuertes no eran sus aliados en ese momento, menos los berrinches de Thaly.
— ¿A qué se debe el mal humor? —le preguntó lanzando la calculadora sobre un cojín. Era raro ver a la novia de su amigo con ese estado de ánimo, en realidad se le hacía raro verla siempre. Después de meses aún no podía creer que Nicolás cambiase a Dafne o cualquier otra mujer por una niña de colegio, quien encima era alumna suya en la secundaria.
—Me castigaron en el colegio por culpa de una niña desquiciada que está enamorada de Nicolás — dijo melancólicamente, apoyado la cara contra la mesa y golpeado su frente con esta.
— ¿Otra niña desquiciada? —Murmuró sin que ella lo escuchase —. Oye se niña buena y tráeme algo de beber.
—No soy tu sirvienta, sírvete tú. —Se molestó y volvió a agarrar la calculadora.
—No seas mala, cuando Nicolás no está eres como la dueña de esta casa, se buena anfitriona. —Ella lo ignoraba así que sacó un caramelo de su bolsillo—. Si me traes una gaseosa y me haces un sándwich te doy un dulce —le habló como una nena de tres años.
Ella resopló, sirvió gaseosa en un vaso, abrió un paquete de pan, le puso lechuga, tomate y kétchup.
—Acá tienes tu gaseosa. —Le aproximó el vaso y colocó el pan con la parte de los aderezos sobre el cabello de Alan—. Listo, ya eres un sándwich —añadió volviendo a sentarse.
Alan retiró lentamente la comida de su cabeza, palpando el kétchup en su cabellera.
— ¡Maldita mocosa! —le reclamó, mas ella no le prestaba atención—. ¡Te voy a matar! —la amenazó con un grito. Ella puso un gesto de pavor y corrió hasta la puerta, por la cual Nicolás ingresaba.
—Me quiere hacer daño —lo acusó escondiéndose detrás de su novio. Él puso un gesto de furia y dejó las cosas sobre la mesa mirando hacia Alan.
— ¡No te atrevas a tocarla!—lanzó su amenaza a punto de agarrarlo.
—Yo no le hice nada, esa niña loca me puso comida en la cabeza. Castígala o edúcala, se supone que estás para eso.
Thaly ya estaba por contraatacar y Nicolás los detuvo a ambos, con el mismo tono que usaba cuando sus alumnos causaban alboroto en clases.
—Basta los dos. Alan pídele disculpas —ordenó con una mirada que le advertía mejor hacer lo que le pedía.
—Perdón Thaly —se disculpó con burla.
—Ahora tú —se dirigió a la muchacha, mirándola severo, pero con cierto embeleso.
—Perdón Alan —le dijo en el mismo tono y una vez que su novio se dirigió a dejar la comida en la cocina, le sacó la lengua y le mostró el dedo del medio a Alan.
— ¡Me hizo un gesto obsceno! —la acusó con Nicolás.
—No es cierto. —Se defendió poniendo el rostro de un carrocho maltratado.
— ¿Por qué siempre andas rodeado de mujeres locas? Si no es tu hermana es tu novia, a quien por cierto ya se le pasó la hora de dormir.
Nicolás sólo volcó los ojos. Un par de años atrás pensaba que era Sara quien le sacaba el niño interno a Alan, pero solía provocar a Thaly de misma forma infantil, así que el problema era él, nunca había dejado de ser un adolescente.
Nuevamente Alan se resignó a ser un mal trío y los acompañó a ver una película. Incluso después de dejar a Thaly en su casa, Nicolás se negó a salir con él.
No importaba que su amigo hubiese optado a un semi-celibato, él no tenía compromisos y no pensaba perderse una noche de sábado. Tomó su teléfono y buscó alguna agradable compañía. Sonrió al ver un nombre en particular: Claudia. Ya había salido con ella un par de veces, por norma evitaba salir más de tres veces con la misma mujer, pero por esa noche haría una excepción.
Claudia era sin duda la segunda mujer más hermosa que hubiese conocido: alta, con una curvilínea figura, labios carnosos y una rubia cabellera. Desde Sara que solo salía con rubias, pelirrojas y a lo sumo castañas, las morenas se encontraban fuera de su lista.
La entusiasta joven aceptó encantada, cancelando sus otros compromisos. Después de deambular de pub en pub hasta el amanecer, Alan llegó acompañado a su departamento.
La historia del día anterior se repetía. Despertó mareado, sintiendo su cabeza del tamaño de un balón de fútbol. Esta vez, se encontraba en su propio departamento, no había escapatoria.
"Ni modo" pensó al sentir que Claudia lo abrazaba por debajo de las sábanas. Intentó hacerla a un lado con el brazo derecho, entonces descubrió el lugar donde el brazo izquierdo se encontraba: esposado a la cabecera de su cama. Los recuerdos de la noche anterior se hacían difusos, realmente debió haber estado muy ebrio para dejar que lo esposaran.
Con fuerza jaló para soltarse, no había forma, necesitaba la llave. Claudia despertó paulatinamente, gimiendo al sentir el torso desnudo del joven.
—Hola amor —lo saludó dándole un beso.
—Hola... ¿me sueltas?—habló entre dientes, su brazo se acalambraba y la situación no le era agradable, estaba esposado, bajo el dominio de una mujer.
Claudia le sonrió sensualmente, se puso sobre él y comenzó besarlo y acariciarlo juguetona. Alan caía en el juego y maldijo el momento en que sonó el teléfono.
Contestó apenas con el brazo libre, Claudia no paraba besarlo por el pecho, bajando de una manera sexy por su abdomen.
— ¿Dónde estás? ¡El vuelo parte en una hora! —Escuchó un grito al otro lado del teléfono.
Palideció en ese instante, era su jefe y ese día debía viajar para una filmación. Afirmando que ya se encontraba en camino colgó rápidamente.
— ¡Claudia abre esto, debo irme! —gritó histérico, mas ella expresó en su rostro el sentimiento de control que tenía.
—Solo si me prometes que va a repetirse. —Volvió a deslizarse sobre él, mordiéndole el cuello suavemente.
—Sí, las veces que quieras, solo abre debo viajar y no tengo ni la maleta— si en ese momento le hubiese pedido matrimonio abría aceptado con tal de zafar, lo importante era llegar a tiempo; no ir a ese viaje significaba un despido seguro.
Claudia sacó al llave del brasier de encaje y en cuanto soltó las esposas Alan inició al tarea de vestirse, buscar el pasaporte, llamar a un taxi y alistar la maleta, todo al mismo tiempo mientas Claudia intentaba colgarse de él.
Haciéndola a un lado pudo bajar por fin y llegar al aeropuerto justo a tiempo.
El viaje en avión lo relajó, aunque mucho de que relajarse no tenía.
Su viaje de trabajo más era una corta vacación; filmar a una hermosa modelo en traje de baño y permanecer dos semanas en un lujoso hotel, parecía ser la cereza del pastel en su vida. Al menos esa sensación perduraba en el día, durante la noche aparecía un sentimiento de vacío que crecía desde su estómago y solo era llenado con alcohol y aventuras sexuales de una noche.
El último fin de semana antes de regresar debía ser muy bien aprovechado. Ya en estado de ebriedad antes de salir del hotel, se dirigió a un bar junto a algunos compañeros de trabajo. De pronto se vio en la barra ingiriendo algún trago; su boca ya se encontraba tan adormecida que si le hubiesen dado agua no habría notado la diferencia.
Entre las luces de colores, el ruido de música y parloteo, risas estridentes y el local que parecía girar a su alrededor, lo último que sintió fue su cuerpo contra piso.
Ya había colapsado en varias ocasiones, pero nunca en una forma como esa.
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Gracias por leer! no se olviden de comentar. Muy pronto el primer libro de esta saga Despues de clases, estará en librerías. Pueden leer también la secuela de este libro, la estoy publicando. Se llama los sueños secretos de Sophie.
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