Capítulo 3
— Bien, entonces así será. Y no se preocupe, tendrá noticias mías a más tardar en dos días. No dejare ni un cabo suelto y le daré respuestas.
— Eso espero Howllet. Me han recomendado mucho tu trabajo, así que no espero menos de ti.
— Así será. Ahora si me permites, debo retirarme para empezar cuanto antes.
— Adelante, y gracias por hacer esto.
El señor Howllet asintió, salió de la mansión Adams Sheppard y al llegar al jardín observó a esa mujer frívola e interesada, tomar el té como si no hubiese hecho nada malo. Se dijo así mismo, que no fallaría en su trabajo, nunca lo había hecho y no lo hará ahora.
Llegó la noche y en la mansión todo era un sepulcral silencio. Con amargura, el barón, cenó en compañía de su esposa. Ninguno hablaba, al menos no lo hacían de algo realmente sincero y valedero. Las veces que esa mujer habría la boca solo para conversar de dinero, joyas y lujos.
La miró detenidamente queriendo encontrar la razón del por qué se había fijado en ella. Del por qué había caído en sus redes. Siendo él tan inteligente, un hombre de experiencias, hecho y derecho. Dejó a un lado la servilleta y alejó un poco su silla.
— ¿Te encuentras bien querido?
— Anularé nuestro matrimonio. Y de acuerdo al protocolo de nuestro país, estoy en todo mi derecho. No eres más una simple estafadora, la ley estará a mi favor.
— ¿Qué? — ella la miró con los ojos y la boca bien abierta ante el asombro de semejante desfachatez. ¿Como era posible que su marido le dijese algo tan absurdo?
— No tiene caso seguir con esta farsa. Lo sabemos los dos.
— ¡No puedes! ¡No puedes dejarme a mi! ¡No eres más que un títere sin cabeza! ¡Tu no me dejarás porque antes lo haré yo! ¡Soy yo quién debía de abandonarte y dejarte sin nada!
La mujer se dio cuenta de la locura que había gritado y se tapó la boca con ambas manos ante su imprudencia. Mirando con miedo a su marido. Èl sin embargo, solito una risa amarga negando con la cabeza.
— Debí de darme cuenta. No entiendo que pude ver en ti. No mereces mi consideración.
Se levantó sintiendo un total fracaso, debió de escuchar las advertencias de Joanne y su amigo el canciller. Fueron los que le habían dicho que esa mujer no era para él. Esa noche no durmió en la misma recámara que esa mujer y estaba completamente decidido a anular ese matrimonio. A alejar de su vida y la de su hija, a arpía interesada. Aunque sea lo último que haga, estaba seguro de ello.
Los días pasaron y el barón de Torleigh se encontraba sumamente triste. No había vuelto a ver a su hija y se tomó muy en serio las palabras de Joanne. Y gracias a su lacayo sabía que ambas estaban bien, que no necesitaban de nada. Que inclusive su hija había frecuentado nuevamente a su maestra y estaba ayudándola con algunas obligaciones.
Esa tarde, el señor Hawllet llegó junto con una carpeta entre las manos. Le entregó, le pidió que abriera y vea en ella, todas las pruebas reunidas. Los documentos demostraban que su actual esposa, solo era una vil y miserablemente estafadora. Había estado vendiendo las joyas, había intentado vender una propiedad sin autorización y no era la primera vez que engañaba de esta forma. En su haber existían otras delincuencias más.
— Gracias por todo, no quiero que ningún tipo de consideración se tengan en cuenta para con esta mujer.
— Pagará con el peso de la corte real, barón Marcus. No dude de ello. Solo me temo que intente escapar es pro eso que le sugiero que no comente nada hasta que mis hombres estén aquí. No demorarán mucho en llegar.
— Pierda cuidado, no interferiré en su trabajo. Y siéntase cómodo de utilizar la casa como mejor le parezca. Ella aún no ha regresado, pero estoy seguro que coincidirá con sus hombres. Le hice creer que desestimaría la anulación del matrimonio y que tenía una sorpresa para ella. No dudo ni por un segundo de estará aquí, con tal de obtener algún beneficio más. He sido un completo idiota que se ha dejado pisotear por una mujer barata como esa. Y créame cuando le digo, que estoy pagando un precio muy alto por ese error. Es por eso que le aseguro, que de mi parte tendrá todo lo que necesite para fundir a esa mujer.
— Gracias por el ofrecimiento. Lo tomaré porque si nos escondemos en su casa, para cuando su esposa llegue la agarraremos desprevenida. Y no tendrá escapatoria.
El barón Marcus asintió sereno, sabiendo que lo que esa mujer se merecía era eso y mucho más. Se sintió aún más miserable porque su hija había sufrido por culpa de Catalina. Y también, por culpa suya. Ahora que empezaba corregir sus errores, sabía que el siguiente paso sería buscar a su hija para pedirle perdón. Además, le pediría que regrese a la casa pero aceptaría con mucho pesar, si ella decidiera no hacerlo.
Media hora después, Catalina llegó a la mansión entusiasmada. Creyendo que su tonto esposo le seguiría teniendo como a una reina. Y ella podía seguir haciendo de las suyas. Pero grande fue su sorpresa cuando apenas piso el suelo del recibidor y un hombre se presentó ante ella como autoridad de la ley. Palideció ante eso e intentó correr para que no la atrapara pero dos hombres más aparecieron detrás de ella. Marcus Adams se presentó ante cuándo el señor Hawllet, le informó que ya la habían esposado y la llevarían para cumpla con su condena.
— Ahora aprenderás a no jugar con las personas. Y que Dios se apiade de ti, porque en lo que a mí concierne, me encargaré de que cumplas por cada delito cometido.
— ¡No! Por favor, mi amor. Marcus escúchame, por favor no dejes que me lleven.
Marcus se dio la vuelta sin escucharla y miró a los hombres asintiendo con la cabeza para que se llevaran de ahí. Se la llevaron y sintió como si una calma volviera a albergar en su vida. Sintió que se había sacado la piedra del zapato. Ahora solo le quedaba hacer lo siguiente, recuperar a su hija.
Al día siguiente...
— Pase, pero le informo que Anne no se encuentra. Ha ido junto a la maestra Pharrell.
— Gracias, Joanne. Se que no está ahora, Joel me ha informado. He venido antes porque primero quería hablar contigo.
— ¿Ahora si está permitido tutearme?
Joanne no medía su confianza ante barón Adams. Para ella era un amigo y era normal ser tan espontánea como era. Sin embargo, se mordió la lengua al ver la seriedad del rostro del señor Marcus. Luego el suspiró y se despojó del sombrero en lo que terminaba de ingresar a la pequeña vivienda de la mujer. Era modesta, austera pero acogedora.
— Por favor, tome asiento.
— Gracias.
Tomaron asiento en la diminuta sala y luego de un fugaz silencio, comenzó a hablar el señor Marcus.
— Sabes que entre nosotros no existe formalidades. Eres de la familia.
— ¿Lo soy? Lo siento, continue.
Joanne negó con la cabeza y ante el escrutinio de Marcus le permitió seguir. Porque el señor no era de acercarse a hablar así como así. Y esta era la primera vez que llegaba a ella de esa forma. Eso la había dejado realmente sorprendida, mientras que para Marcus era algo muy difícil porque se tía mucha vergüenza por la forma en que se había comportado.
— Lo eres, Joanne. Sabes que si. Mary Anne te adora y te quiere como si fueras su madre. Y no solo eres importante para ella... — dejó la frase sin terminar y puso su boca en línea recta pero luego continuo hablando— No sabía que Catalina se había atrevido a correrte de la mansión, jamás hubiera aprobado algo así. Sabes que no. Cuando me enteré... Dios, es más difícil de lo que creía. Cometí tantas estupideces que no se por donde empezar.
— ¿Quieres que te sea sincera? Vas muy bien, has empezado muy bien. Por favor, continúa.
— Es que siento vergüenza ante ti, Joanne. Me he comportado como idiota y me dejé engatusar por esa mujer. Tal vez no sea una justificación pero me sentía tan solo, que creí ver en Catalina a la mujer que necesitaba. Creí que con ella podía rehacer mi vida nuevamente pero me equivoqué. Y no vi lo que en realidad era, una vil y sucia ladrona. Ayer la tomaron prisionera gracias al trabajo del señor Hawllet y todo el peso de la ley caerá sobre ella. Me encargaré de eso personalmente.
— ¡Oh, Dios mío! ¿Pero que ocurrió? ¿Como te diste cuenta? ¿Se atrevió a robarte algo más?
El barón Marcus frunció el ceño y supo que Joanne sabía algo más. Y le preguntó inmediatamente.
— ¿A caso tú sabías que lo hacía?
— No, pero ese día, el día que me echó de la mansión la atrapé hurgando entre tus cosas y vi como se metía un objeto de valor bajo el vestido. La confronté y le dije que te diría todo. Pero ella comenzó a gritar y a decir que yo quería robarle. Me echó sin contemplaciones y ni siquiera me dio la oportunidad de hablar con mi niña.
— Yo... Yo no sabía nada, absolutamente nada de esto. Lo siento mucho, Joanne.
— Me da gusto saber, que al menos esa mujer ya estará en tu vida. Solo quería tu fortuna. No le importaba en lo más mínimo lo que pudiera pasarte, o lo que pudiera pasarle a Anne. Siempre la molestaba y usaba la cosas de la señora Amelie adrede para poner mal a mi pobre niña.
— Todo fue mi culpa, Joanne. Por haberle permitido entrar en nuestras vidas y ahora mi hija me odia. No tengo palabras para pedirles perdón y no se como decirle a Mary Anne que regrese a la casa.
El hombre se levantó resoplando, está nervioso y muy avergonzado. Joanne lo imitó y se pudo frente a él, acercándose y tomando sus manos.
— Te has dado cuenta, has abierto tus ojos y estas arrepentido por ello. Quieres enmendar tu error, eso es lo que importa. Mi niña no tiene maldad en su corazón, jamás podría odiarte. Si, está dolida pero te ama. Eres su padre, y te ama.
— No sabes cuánto necesitaba de tus palabras, Joanne. Por favor perdóname por no haber hecho las cosas como debía y regresa junto a nosotros. Regresa a la mansión.
Joanne entorno los ojos ante Marcus y de pronto el ambiente parecía adquirir otro tipo de aires. Como si el tiempo se detuviera y no existiera nada más. Ella conocía perfectamente sus sentimientos, siempre trató de ocultarlo y guardarlo en lo más profundo de su corazón. Pero él... Él no se había dado cuenta hasta en ese instante. Supo que había sido realmente un completo estúpido por haber perdido tanto tiempo y no haber escuchado las palabras de su difunta esposa. Ella le había dicho que debía de buscar a una mujer como Joanne antes de morir. Y solo entonces, solo en ese precios momento fue que descubrió sus sentimientos. Ambos estaban a solo un pie de distancia, tomados de la mano, transmitiéndose sin palabras todo lo que querían y debían.
— ¡Ya estoy aq — y esa burbuja se rompió accidentalmente cuando Anne llegó a la casa sin terminar de hablar al verlos tan juntos y a punto de besarse. Eso la llenó de emoción porque siempre había querido que pasara algo entre ellos, pero trató de disimularlo porque aún seguía dolida y molesta con su padre. Joanne se alejó rápidamente dando la espalda y llevado una mano en dirección a su pecho como si atajara al su corazón. Y su padre carraspeó para luego saludarla.
— Hola, hija. He venido para hablar contigo. Por favor escúchame y dame una oportunidad de poder pedirte perdón.
— Yo los dejaré solos para que puedan hablar.
Joanne salió disparando hacia su habitación sintiéndose como una chiquilla adolescente. Mientras que Anne y su padre tomaron asiento para hablar. Pero unos segundos después el señor Marcus se acercó acuclillándose ante ella y agarrando sus pequeñas manos.
— Por favor perdóname, cariño. Perdóname por haber sido un padre horrible, por haberte fallado y haberte levantado la mano. Perdóname, mi amor. Eres lo único valioso que tengo en la vida y no podría vivir con tu rechazo. Por favor no me odies, mi niña.
Anne no sabía que hacer ni que decir. Pero eso no impidió que sus lágrimas mojaran sus mejillas porque era su padre, siempre lo sería y lo amaría a pesar de todo. Lo vio derramar una lágrima a él y supo que jamás podría alojar ese tipo sentimientos.
— Yo no te odio, padre. Jamás lo haría —. Hipó en medio de sus lágrimas y lo abrazó urgentemente porque lo necesitaba. Porque lo había perdonado y todo lo malo quedaría atrás para siempre. Estaba segura de ello.
Su padre la levantó con él para luego secarle las lágrimas y narrarle todo lo ocurrido. Lo que había pasado esos últimos días y el por qué había demorado para ir junto a ella. Le contó absolutamente todo sobre Catalina, quién era en realidad esa mujer y le pedía perdón una y otra vez. Anne le dijo que si lo perdonaba y aceptó regresar a la mansión pero con la condición de que fuera en un par de días más porque se había comprometido a algunas labores con su muestra. Ella no preguntó qué ocurrió entre su padre y Joanne, quiso ir con pies de plomos en ese terreno. Ya se encargaría ella misma de juntar a ese par por fin, y concretar su cometido. De su padre y Joanne pudieran estar juntos, esa er a su máxima ilusión.
Antes de que se haga tarde, Marcus Adams barón de Torleigh, pidió perdón una vez más a esas dos mujeres. Las dos únicas mujeres que valían la pena en su vida. Con la promesa de que pronto estarían todos juntos. Como la familia que se merecían ser. Así también, esa misma noche, Joanne no había podido dormir enseguida por estar pensando en el acercamiento con el barón.
Nunca habían estado así de cerca, mucho menos se habían demostrado esa confianza. Ella estaba segura de haber guardado muy en el fondo, ese sentimiento que fue creciendo con el tiempo. E inclusive creyó perder todas las esperanzas. ¿Cómo era posible que ahora pudiera aflorar de nuevo ese amor? No, no debía de ir por ahí. Eran solo imaginaciones suyas, estaba claro que el barón jamás la miraría de ese modo. ¿En que momento se le ocurrió pensar eso?
Joanne se puso boca arriba con las manos sobre el abdomen, suspiró melancólicamente y habló en voz alta como si alguien fuera a responderle.
— Tonta, eso es lo soy. Una tonta por imaginarme algo que nunca pasará.
Pensó también qué tal vez solo las circunstancias lo llevaron a ese acercamiento y la sensibilidad del barón Marcus por haberse alejado de su hija, lo hizo actuar así. No encontraba otra explicación lógica. Dio media vuelta, quedándose de costado. Era una batalla mental que no lograría ganar, se resignó ante el cansancio y minutos después quedó rendida. Durmiendo con una sonrisa en el rostro y tal vez por esa emoción que sintió al tenerlo cerca de ella.
A la mañana siguiente, Anne y ella conversaron sobre regresar a la mansión. Se pusieron de acuerdo en limpiar y dejar ordenada la casa de Joanne. Antes de marcharse de ahí. Pero aún tenían un par de días para que nada quedase en el tintero y no dejar ningún pendiente. Pero lo que no entendía Anne, era el porqué si las cosas se habían arreglado ella se sentía mal. Por más que intentó que esa mañana vaya de maravillas, su cuerpo parecía no reaccionar. Hizo caso omiso al cansancio que sentía y se despidió de Joanne. Ya se había comprendido con su maestra a ayudarla ese día, en una de sus clases.
— Buenos días, Joel. No sabía que estaba haciendo guardia.
— Lo hago desde que vino aquí, señorita Adams. Su padre me encargó cuidarla.
— Oh, no lo sabía. Bueno, debo irme. ¿Usted me acompañará?
El lacayo afirmó pero la vio un poco pálida y desganada. Quiso decirle eso pero sin querer dio a entender de que no se veía bella. Y no es que Anne no lo fuera, al contrario. Era muy hermosa, solo que Joel no supo explicarse.
— Así es, pero permítame decirle que no se ve bien. Es decir, ¡ay! Discúlpeme, por favor. Lo que intento decirle es que usted se ve un poco enferma.
—Descuida, creo que es gripa.
Al menos eso creía ella. Comenzaron a caminar por la calles de Wenstminster, no pasaron ni cinco minutos cuándo de pronto chocó de frente contra alguien. Alzó el rostro para fijarse y reconoció al hombre.
— Vizconde George.
Anne susurró sintiendo que el mal estar se acentuaba y un dolor de cabeza la atacó en ese instante. El hombre la observó con preocupación y no le dio tiempo de saludarla porque ella se desvaneció por completo delante de él.
— ¡Señorita Adams!
La sostuvo justo a tiempo para que no diera de bruces contra el suelo. La cargó entre sus brazos y Joel que iba detrás lo ayudó para llevarla de Nuevo a la casa de Joanne.
Cuando llegaron a la casa y la dejaron en su recámara, George se dio cuenta de que ardía en fiebre. Entonces llamaron a un médico y avisaron urgentemente a su padre. Por suerte Joanne aún no había salido y se encargó de poner un paño frío sobre la frente de su niña.
Para cuándo el padre Anne y el médico estuvieron presentes, el vizconde George se retiró para no incomodar. Sin embargo habló seriamente con Joel, pidiéndole que lo mantuviera al tanto. Esa jovencita no había podido salir de su cabeza desde el día en que la conoció. Sabía que era muy especial, se notaba simple vista. Y además de ser hermosa, era la hija del barón de Torleigh por lo que cualquier ilusión que se hiciera con ella, debía de descártalo inmediatamente. Pues él no estaba a su altura y estaba seguro de que el barón jamás permitiría que cortejara a su única hija. Sin embargo no descartó la posibilidad de una bonita amistad. Al menos así... Podría estar cerca de ella. De esa dulce jovencita.
El doctor terminó de inspeccionarla y luego le tomó una muestra de sangre. Al parecer Anne, había contraído un virus. Y no era nada alentador el pronóstico. Aparentemente se trataba de un fuerte gripe que la había dejado con las defensas muy bajas. Pero gracias al actuar rápido de los jóvenes, los cuidados se le administrarían inmediatamente. Debían de asilarla y controlarla cada cuatro horas. Además de eso, era mejor que la mantuvieran allí. Porque corría más riesgos si la llevaban al hospital o la trasladaban a otro lugar. Por lo que luego de que el médico indicara absolutamente todo lo que debían de hacer, el barón decidió que se quedaría con ellas, en la casa de Joanne.
Ella no lo contradijo y aceptó porque era su niña Mary Anne, que los necesitaba más que nunca. Solo esperaba a que pudiera sanarse rápidamente y volvieran a verla sonreír. Esta situación era una circunstancia más, que haría acercarlos nuevamente, al barón y a Joanne. De una forma que no lo pensaron jamás.
Los días fueron pasando y Anne aún no se recuperaba. Sus defensas inmunológicas estaban muy bajas, pero aún así no dejaron de cuidarla como era debido. Despertaba cada tanto un poco desorientada, Joanne la ayudaba a comer y por la noches su padre se aseguraba de administrarle correctamente su medicamento. Desde una perspectiva externa, se veían como una hermosa familia. Cuidando de su hija, con amor y ahínco. Con las esperanzas de que todo pudiera mejorar y volvieran a estar riendo los tres. Esta era una prueba más que le tocaba superar al barón, para darse cuenta de que todo lo que necesitaba en su vida, siempre había estado frente a sus ojos. Y se prometió cuidar hasta su último respiro, de sus tesoros, de su hija y de esa mujer que lo acompañó en sus momentos más difíciles.
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