Capitulo 1
Ella regresaba después mucho tiempo, al lugar que creía era y llamaba hogar. Había terminado con éxito su formación académica y se encontraba entre las mejores. Su maestra Pharrell había sido muy exigente y difícil, pero la adoraban. Su madre había fallecido hace algún tiempo y su padre era un joven viudo que aún podía rehacer su vida.
Estaba feliz e ilusionada con pisar nuevamente la casa donde creció, reunirse con su padre después de mucho y empezar su nueva vida de adulta. Siendo ya un mujer hecha y derecha. Lo que Anne no sabía, era que todas sus ilusiones de vendría abajo por culpa de una mujer. Es a mujer despiadada que solo quería la fortuna de su padre.
Bajó del carruaje con una sonrisa en el rostro, fue recibida por la señora Joanne. Ella era la ama de llaves de la familia, desde hace mucho tiempo. Y también había sido como una segunda madre para Anne. Se fundieron en un abrazo, mientras reían por la felicidad de volver a verse.
— ¡Mi niña! ¡Pero mira nada más, estás hermosa! Eres toda una mujer. Bienvenida a casa, mi querida Mary Anne. Entremos, vayamos a tu alcoba. La he preparado, dejándote tal y como estaba.
— ¡Me alegra de volver a verte, Joanne! Tenemos mucho de que hablar.
— Y no te lo imaginas.
La ama de llaves murmuró estas últimas palabras y ayudó a Anne con sus maletas, para ingresar a la casa y luego dirigirse al dormitorio de la joven. Allí estuvieron acomodando sus cosas, la joven le platicaba de sus experiencias y sus aventuras. Pues Anne no era precisamente un chiquilla muy quieta. Le gusta investigar, explorar, saciar sus curiosidades. Reían por cada ocurrencia que había hecho y casi, casi se estaban poniendo al día con todo. A la mujer mayor, aún le faltaba contarle lo más importante y, quizás algo doloroso para Anne. La joven sentó sobre la cama y dejó escapar un suspiro mientras observaba algunas cartas de sus amigas. Aprovechó ese instante para acercarse a ella, se sentó a su lado y tomó una de sus manos intentando ofrecerle tranquilidad.
— Tengo que decirte algo muy importante, mi niña. Y puede que no te guste lo que tenga que decirte.
Anne frunció el ceño y mirándola con preocupación, dejó a un lado las cartas y se giró en dirección a Joanne para poder prestarle mayor atención. Correspondiendo así, al gesto de sus manos.
— ¿De qué se trata?
Su padre no estaba en ese momento, e imaginaba que algo tenía que ver al respecto, para que que utilice a ese tono de voz con un dejé de tristeza e incertidumbre.
— Es sobre tu padre. Del porqué no está aquí, ahora. Recibiéndote con los brazos abiertos. Sobre todo, del porqué no lo verás como tal vez lo imaginabas antes de llegar a la casa.
— No comprendo, Joanne. ¿Qué quieres decir con que no lo veré como creía? ¿Está enfermo? ¿Está mal por algo? Si es así por favor dímelo.
— No. No se trata de eso, Anne. Tu padre ... Él, se ha vuelto casar y me temo que la mujer con la que se casó, solo busca apropiarse de su fortuna.
Anne soltó las manos de Joanne y se levantó de la cama, dirigiéndose hacia la ventana del dormitorio. Observó a través de ella y llevó una mano sobre su frente. La otra reposaba sobre su cintura, negó con la cabeza para luego regresar a su posición anterior.
— No lo entiendo, ¿Cómo pudo hacer algo así? Es decir, mi padre prometió que esperaría a que yo regresara, a cumplir con el luto de mamá por unos años más. ¿Por qué lo hizo Joanne? ¿Por qué?
— No lo sé, mi niña. Ya sabes que solo soy una empleada más, soy parte de la servidumbre. Y tu padre jamás me diría algo sobre vida privada.
— ¡No! ¡No vuelvas a decir algo así! Tú eres parte de esta familia, me has cuidado y querido desde que soy una niña. Has ayudado a mi madre en la buenas y en las malas. Eres como una segunda madre para mí. Y el Barón Marcus Adams de Torleihg me va a escuchar.
— No, no harás nada. Créeme, será mejor así. Él... Tú padre no es el mismo de antes, Anne y no me gustaría que entre ustedes dos hubiera conflicto por algo que es una tontería.
— No es ninguna tontería. ¡¿Cómo se te ocurre si quiera pensar que no eres parte de esta familia?! Cuándo mi padre llegue, tendrá que darme explicaciones y no solo eso, tendrá que entender que tú eres como una madre para mí.
La ama de llaves negó con la cabeza e intento cambiar de tema porque presentía que eso no terminaría bien. El resto del día se la pasaron hablando y estando en la cocina. Habían preparado el platillo favorito del barón Adams, padre de Anne. Ambas inmersas en su labor, no se dieron cuenta para el momento en que llegó a la casa, el señor Marcus y su ahora esposa, Lady Catalina Montemayor de Adams.
La pareja de casados ingresó a la casa y mientras la señora iba en dirección a su alcoba, el señor se dirigía a su despacho. Uno de los cuidadores del jardín de esa mansión, fue directo a la cocina y anunció la llegada del patrón. La joven Anne sorprendida y feliz por la noticia, dejó lo que estaba haciendo, se limpió las manos y luego fue corriendo en busca de su padre. Lo buscó hasta que dio con él, ingresó muy entusiasmada con prisa de abrazarlo. Su padre se encontraba viendo por la ventana y sus manos en los bolsillos de su pantalón.
— ¡Padre! ¡Te he extrañado un montón!
— Mary Anne, bienvenida a casa, hija.
La saludó de una forma tan fría que se alejó de él deshaciendo el abrazo. Lo miró dolida y se atrevió a preguntar que le ocurría. Aguantándose las ganas de llorar.
— ¿Qué ocurre padre? ¿A caso no estás feliz de verme? ¿De que haya regresado a casa?
— No, no es eso. Sabes que esta es tu casa, es solo que ya eres toda una mujer. Tienes que saber que ahora, no puedes seguir comportándote como una niña.
Su padre se dirigió hacia su escritorio y sentó en su asiento. Comenzó a leer algunos documentos como si fueran importantes. No se preocupó en recibir a su única hija, como debía de hacer y era merecido. Luego continuó hablándole como si no hubiera hecho nada malo.
— De ahora en adelante, las cosas serán distintas. Espero haya valido la pena enviarte a ese colegio de señoritas.
Joanne tenía razón, su padre había cambiado. Antes no tenía vergüenza de abrazarla, de recibirla como su niña, de llenarla de besos y cariños. Ahora parecía ser otro hombre, parecía un pedazo hielo que no quería a su única hija. De pronto la puerta se abrió, tras ella ingresó una mujer de pelo rubio, delgada y muy arreglada. Parecía una mujer de burdel, ¿tan bajo había caído su padre? ¿Era mucho lo que le había afectado la ausencia de su madre? Como para escoger a ese tipo de mujer. Se pregunta Anne mientras la miraba y esta otra exponía una sonrisa falsa en el rostro. Rompió el silencio dirigiéndose al señor Adams y él parecía un poco incómodo pero terminó cediendo ante su nueva mujer.
— ¿No me piensas presentar, Marcus?
El hombre se levantó, rodeó el escritorio para luego llegar hasta la mujer rubia de sonrisa hipócrita. Fue cuando con mejor atención, Anne, pudo darse cuenta de que la susodicha traía puesto un collar que era de su madre.
— Hija, ella es Lady Catalina Montemayor. Mi esposa. Viviremos juntos, en esta casa. Y espero podamos ser una familia.
El padre de Anne posó su mano detrás de la cintura de la mujer y luego siguió con la presentación sin darse cuenta de que su hija, estaba estupefacta ante la situación en la que estaba ahora mismo.
— Catalina, ella es mi hija. Mary Anne. Deseo puedan llevarse bien y la recibas como a una hija también.
— Por supuesto que así será, querido. Tenlo por seguro.
Se notaba a leguas que esa mujer era más falsa que una moneda con dos caras. Anne empuñó sus manos intentando calmar sus nervios, pero el nudo que se había formado en su garganta se lo impedía. Formándose así, lágrimas en los ojos. Se dirigió a su padre y señaló el collar que tenía puesto su nueva esposa.
— Ese collar era de mi madre. Dijiste que solo yo podía usar sus cosas. Que era la única que tenía ese derecho. ¿Cómo pudiste padre? ¿Es así como piensas cumplir con tu palabra?
Salió casi huyendo del despacho y se dirigió a la segunda planta, subiendo a toda prisa las escaleras. Ya no pudo retener sus lágrimas, se encerró en su alcoba y ya ni apetito tenía. Mucho menos ganas de compartir con ellos, la mesa. Se echó a llorar sobre su cama recordando cada momento vivido junto a su madre y su padre. Su llanto se profundizó cuando recordó que al morir su madre, su padre le había prometido que nunca, nadie, ocuparía el lugar de su madre. Que ella heredaría todas sus pertenencias y sería la única con el derecho de hacer lo quisiese con las cosas de su madre.
No le importó mostrar modales ante esa mujer, no cuando a ellos tampoco le importaba lo que ella sentía. No pensaba disculparse por ello, eran ellos los que había errado. Y actuado sin consideración. La señora Joanne ingresó silenciosamente, minutos después. Acercándose a ella para luego sentarse sobre la cama y sobarla cariñosamente. Sabía que algo había ocurrido porque Anne no regresaba a la cocina junto a ella y decidió ir a buscarla. Escuchó a los señores d Roa casa discutir, entonces supuso que su niña estaría en su habitación.
— ¿Por qué lloras mi niña?
— No es justo, esa mujer no tiene derecho alguno de tocar las joyas de mi madre. ¿Por qué papá se lo dió? ¿Por qué me hizo eso, Joanne? Prometió que jamás le daría a nadie más que no fuera yo, su hija. Su única hija. Y ahora... Esa mujer no solo vivirá aquí, en la casa que era de mi madre. Sino que también, compartirá la misma habitación que era de ella y utilizará sus cosas como si fuera la dueña. ¡Eso no es justo! Estoy segura de que a mamá no permitiría tal cosa.
— Por favor cálmate, Anne. Alguna razón valedera habrá para que esa mujer haya traído puesto la joya de tu madre. Dejemos que tu padre intente explicártelo luego ¿si?
— No siquiera se molestó en recibirme, Joanne. No correspondió a mi abrazo y dijo que ya era toda una señorita como para comportarme como una niña. Solo le faltó decirme que era una mimada porque estoy segura de que ganas no le faltaron. Y sabes que no es así, no es por comportarme como una niña mimada y caprichosa, solo quería que mi padre me abrazara después tanto tiempo. Que me recibiera, que pudiéramos compartir como antes. Pero el prefirió ser frío y distante. Presentar a su nueva esposa y darle algo que no era suyo.
— Te entiendo, sé que lo extrañabas, que solo querías un abrazo de tu padre. Y estoy segura de que su actitud te lastimó. Pero es tu padre, Anne. Debemos de aprender a vivir, con esa nueva versión de él. No podemos hacer nada ante eso.
— No creo poder vivir con alguien así. No sé si podré hacerlo.
Joanne abrazó y consoló a Anne. Ese día terminaron comiendo ellas dos, juntas, en la cocina. Todos los planes que su niña había hecho, se cancelaron al haber conocido a esa mujer. La nueva señora de Adams. Hasta las muchas del aseo sabían que la nueva señora, era completamente diferente a la antigua patrona. Y no todos la querían allí.
Ese día, en vez de ser un día alegre por la llegada de la heredera de toda esa fortuna. Había sido un día como cualquier otro, la noche llegó y el patrón se había encerrado en el despacho como las otras noches y la señora Catalina en la habitación que usurpaba como suya.
Mary Anne en cambio, contemplaba la luna con el anhelo fervientemente de que al día siguiente pudiera despertar y encontrarse con que todo eso, solo había sido una pesadilla y nada más.
Una semana después...
Las cosas en la mansión Adams seguían mal. Esa mujer prácticamente utilizaba al padre de Anne como una simple marioneta. Hacia y deshacía a su antojo todo lo que deseaba, esa casa ya no se sentía un hogar. La hija del Barón comenzaba a sentirse deprimida por la situación rezaba cada noche para que eso, pudiera cambiar.
Gracias a Joanne , su ama de llaves, pudo recuperar algunas joyas de su madre. En realidad, la mayoría de las joyas. Pues por algún motivo, el cuál desconocía, solo un par de ellas habían sido sustraídas por esa desalmada mujer. Que ahora ocupaba el lugar de su madre. En cuánto tuvo de nuevo esas joyas en sus manos, las escondió muy bien. Lejos de cualquier persona que tuviera la mala intención de robárselas, solo ella sabría donde estarían escondidas y el tiempo que fuese necesario.
Durante esa semana procuró esquivar tanto a su padre como a esa mujer. Incluso una tarde, en la que creyó poder seguir haciéndolo, su padre la tomó del brazo y le prohibió volver a cenar en su habitación. Le exigió, que aunque no le gustase, a partir de ahora bajaría y cenaría con ellos. Y esa era una de las razones por la que ahora Anne, intentaba buscar alguna excusa para no presentarse al comedor. Pero la vida parecía empecinarse con ella y ese momento, no había nada que la pudiera salvar de ese castigo. Porque para ella, para Anne, eso era como un castigo.
En momento dado, sin darse cuenta de que Joanne la observaba desde la cocina, habló en voz alta mirando hacia el techo como si su vista fuera a parar al cielo. Porque así era Anne, ocurrente, espontánea y una joven muy alegre. Al menos hasta hace poco.
— Dios, no permitas que este calvario se extienda demasiado. Por favor ...
Eso último prácticamente lo digo susurrando. La ama de llaves sonrió con cariño hacia su niña, sin que esta se diera cuenta de nada. Luego la vio dirigirse hacia el comedor y la ama de llaves dejó escapar un largo suspiro. Anhelando de que las palabras de la joven, en verdad fueran escuchadas.
La mesa ya estaba servida y cuando Anne entró al comedor notó que su lugar seguía intacto. Aún se sentaba al lado de su padre, hacia la derecha. Pero el lugar de su madre... Ese lugar lo veía como profanado y solo deseaba con todas sus fuerzas, hacer desaparecer a la señora Catalina de ahí.
— Oh, es un honor que nos acompañes esta noche. No esperaba tu compañía, querida. Creí que volverías a cenar en tu alcoba.
— A partir de hoy, mi hija cenará con nosotros. Y no hay discusión alguna sobre eso.
— Pues que agradable velada, tendremos.
Estaba demás decir que los comentarios de Lady Catalina, eran desdeñoso y mal intencionados. Sin embargo, el Barón Marcus, solo intentaba que ambas mujeres se llevaran bien sin importar como. Mientras que para Anne, en lo que tomaba asiento y disimulaba su mal estar por cumplir la exigencia de su padre, fue como estar tragando un tomate entero. Odiaba esa fruta, era lo único que no sabía comer y detestaba si quiera probarla por accidente.
Nora, ayudante de Joanne y una de las doncellas que formaban parte de la servidumbre como los llamaba, Lady Catalina. Se acercó a servir la cena cuidadosamente y con temor a equivocarse porque la nueva patrona no se tentaba el pulso para echar a la calle a aquel que no le sirviera como ella deseaba. En silencio terminó de servir y observó como la joven Anne no probaba bocado alguno. Sabía que también se encontraba incómoda por la señora de la casa. Y por primera vez, deseo poder tener voz entre sus patrones. Zarandeando al barón, reprochándole su confianza ciega en esa mujer y exponiendo de esa forma a su única hija. Más tragó saliva silenciosamente y se encargó de que la joven cenara, aunque sea una fruta para no ir con el estómago vacío s la cama.
Cuando la cena culminó, Nora y otra doncella llamada Isabel que era la ayudante de cocina, retiraron la mesa. Apenas terminaron con el trabajo, fueron a la cocina junto a Joanne y la cocinera Galia. Nora no aguantó tener tanto coraje acumulado en medio de la garganta y chilló como si estuviera ofuscada. Llamando la atención de las mujeres. Doña Joanne fue la primera en preguntar y luego Doña Galia.
— ¿Qué ocurre Nora?
— ¿Sucedió algo malo?
— Disculpen mi arrebato. Es esa mujer ...
Bajó la voz y la conversación comenzó a quedar en murmullos para que nadie más escuchara, de lo que hablaban allí.
— Esa mujer es insoportable. No solo nos complica la vida a nosotros, creyéndose la única dueña y señora de la mansión. Sino que además, también incomoda a la señorita Mary Anne con sus comentarios.
— ¿Le dijo algo malo a mi niña?
Joanne preocupada preguntó pero inmediatamente Nora trató de tranquilizarla.
— El Barón de Torleigh, zanjó la conversación y la cena se llevó en completo silencio. Pero si las cosas siguen así, la joven Anne podría enfermar. Ni siquiera probó bocado en la cena, prácticamente la forcé a que ingiriera una manzana. Y eso fue todo.
— Oh, pobrecita. Iré junto a ella y le llevaré un vaso de leche. No olviden apagar las velas.
— Descuide Señora Joanne, nosotras nos encargaremos.
Y así lo hicieron, se encargaron de terminar de limpiar la cocina junto don Doña Galia. Para que así al día siguiente pudieran seguir cumpliendo con sus labores. Mientras tanto Joanne llegaba a la habitación de su niña, encontrándola dormida sobre algunas cartas encima de su cama. No se había cambiado para dormir y se notaba que había estado llorando.
Con cuidado bajo una vela encendida que llevaba en la mano derecha sobre una cómoda. Mientras que dejó el caso con leche que traía en la otra mano, al lado. Se dirigió hacia su niña y despojó las cartas de la cama, dándose cuenta de que trataba algunas de su madre, antes de morir. Y otras eran de su mejor amiga Agnes. No se habían vuelto a ver y deseaba que pudieran reencontrarse. Sentía que era lo que salvaría a Anne de sumergirse en una depresión ante la situación en la mansión de Torleigh.
Tratando de no despertarla, estiró un poco las sábanas, a sabiendas de que no dormiría cómoda por la ropa que traía puesta. Pero no tenia otra opción. La arropó con cariño como si fuera su propia hija. Y recordó las palabras de Lady Amelie en su lecho de muerte.
—Cuida de mi pequeña Mary Anne como si fuera tu propia hija, Joanne. Júrame que así lo harás.
—Así lo haré Milady, no solo porque la estimo a usted sino porque adoro a esa niña. Le juro que la cuidaré como si fuera mi propia hija.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar, suspiró largamente y luego se dirigió hacia la puerta dando una mirada en dirección a la joven Anne. Antes de retirarse apagó la vela y retiró nuevamente el vaso de leche que había llevado. Ya mañana se encargaría de que tuviera un buen desayuno.
La situación en la mansión había cambiado radicalmente y nadie se había imaginado jamás, que serían para mal. Solo quedaba una cosa por hacer y eso era, esperar a que ocurriera un milagro para que esa malvada mujer no perteneciera más a esa familia. Y el Barón de Torleigh pudiera ver con ojos reales como era su actual esposa.
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