Capítulo Veintitrés: Congelada. Parte Dos

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Nadia

La música a mi alrededor había desaparecido, mi respiración era ruidosa y mi pecho se estrujaba cada vez más. A pesar de estar rodeada por cientos de personas, me sentía acorralada.

—Veo que solo me desaparecí de tu vida y te volviste... más zorra —me tomó del brazo.

—Suél-tame —dije entre dientes.

—¿Qué? —frunció el ceño—. ¿No por eso viniste vestida como una cualquiera? ¡Para que cualquiera te folle como perra en celo! —pasó sus manos a mi cintura y me pegó a su cuerpo. Yo me retorcía durante su agarre, golpeando su pecho y enterrando mis uñas en sus brazos, pero en vez de hacerlo retroceder parecía que lo provocaba más, pues, ejercía más presión sobre mi cintura pegándome más y más a él—. Déjame hacerte ese favor.

—N-No... —se me fue la voz en ese momento tan solo de ver su ojos llenos de todas las repugnantes ideas que podía tener su mente.

Me arrastró con él sin soltarme ni despegarse un milímetro, me colocó contra la pared apresionándome aún más. Bajó su cabeza a la altura de mu cuello y comenzó a besarlo con desesperación sin importarle si alguien nos estaba viendo o no, yo ya no podía ni controlar mi respiración, estaba llorando por desesperación, porque alguien me ayudará y lo alejara de mí, pero por más que suplicara, nadie vendría. Cerré los ojos con fuerza, aún si luchaba, Marco era más fuerte que yo y cada que lograba alejarlo, él me lastimaba más; implore a todos los dioses que pudieran oírme para que me diera un infarto y pudiera salvarme de ese momento, pero si se oyeron mis suplicas. De pronto, alguien alejó a Marco de mí, abrí los ojos deprisa y vi cómo este caía contra el suelo.

—Te dije que ¡te alejaras de ella! —frente a mí estaba la espalda de mi salvador, llevaba puesta esa chamarra de cuero que momentos antes había visto desde el frente.

—¿Ya te la cogiste? —se levantó y sacudió su ropa, espero a recibir una respuesta y al no obtener ninguna, comenzó a reirse—. ¡Claro! Si no, no la salvarías.

—¡Cállate!

—Si, claro. ¿Callarme? —volteó a verme—. Vas por lo grande, ¿verdad, zo...?

La palabra que iba a salir de su boca fue cortada por el puñetazo que mi salvador le propinó provocando que cayera de nuevo al suelo.

—Te lo dije. ¡No vuelvas a tocarla ni acercarte a ella! —Leonardo se acercó a él.

—¿O qué? —Marco limpió el hilo de sangre que había en su boca.

—O juro que te haré pagar —el cuerpo de Leonardo se tensó, podía verlo por encima de su ropa y sus manos estaban cerradas en perfectos puños.

—¡No, espera! —me acerqué a él y lo tomé de una de sus manos—. Vamonos de aquí. ¡Por favor! —supliqué.

Trate de halar de su brazo, pero Leonardo no se movió ni un solo milímetro del piso; tanto él cómo Marco, se miraban fijamente que podían jurar que salían llamas de sus ojos. La música seguía sonando, parecía que muy pocas gente se había dado cuenta de la pequeña pelea que se había suscitado, pero nadie se acercó.
Volví a jalar de su brazo hasta que Leonardo cedió, se quitó la chamarra y me la puso; le dimos la espalda a Marco dejándolo en el suelo, pero este abrió la boca para intentar provocar a mi salvador.

—Podrás tenerla ahora, pero yo la tuve más de una vez y pronto volverá a mí —soltó una carcajada.

Iba a voltear para tratar de encararlo, pero Leonardo me tomó del mentón para evitar que lo hiciera, me hizo una leve seña con la cabeza y caminamos de nuevo hacia la barra, Sarah seguía ahí sentada tomando otro tequila que casi escupe cuando nos ve llegar.

—¡¿Qué mier-...?! —dejó el caballito y se acercó a nosotros—. ¿Qué sucedió?

—Debemos irnos. Llevaré a Nadia a su casa —Leonardo sacó un par de billetes de su cartera y se la entrego al barman.

—¡No! —Sarah golpe la barra llamando la atención de todos—. Es decir, a su casa no. Nadia aviso que se quedaría conmigo y no quiero meterla en problemas.

—Entonces llama a tus amigos para irnos. ¡Ahora! —la voz de Leonardo sonaba muy autoritaria y más gruesa, era como si alguien más estuviera hablando y no al que siempre habíamos escuchado.

—Yo... yo... —Sarah volteó hacia la multitud y luego volteó a verme—. Es que... todos ellos....

Leonardo soltó un suspiró lleno de desesperación.

—Mándales un mensaje. Las llevó a ambas a tu casa —Leonardo me tomó por los hombros y me encaminó con mucho cuidado hacia la salida, pero Sarah nos detuvo rápidamente.

—¡Mierda! No podemos ir a mi casa —Sarah pasó sus manos por sus sienes—. Si mis padres nos ven llegar a nosotras dos solas y con un desconocido, arderá Troya.

Ellos se veían concentrados pensando en que hacer y a donde ir, yo estaba en blanco, aún me costaba respirar y solo quería irme ya de ese lugar. Había sido una noche perfecta si Marco no hubiese llegado, de nuevo me encontraba huyendo de mis miedos y traumas.

—Esto debe ser una broma —Leonardo habló y resoplo—. Si alguien se entera, me meteré en problemas.

—¿Por qué? —preguntó Sarah preocupada por las palabras que el hombre a mi lado acababa de pronunciar.

—Las llevaré a... mi casa —ambas volteamos a verlo, era obvio que estábamos sorprendidas por la decisión que había tomado en el último momento, pero eso o llegar a casa de Sarah y que no me dejaran volver a salir aún si ya era mayor.

—Si... —respondí. Sarah me miró una última vez y me tomó del brazo para estar cerca de mí y no perdernos durante el camino a la salida.

Salimos tratando de no llamar la atención y no estábamos seguros de si lo habíamos conseguido o no, pero dio igual si queríamos estar lejos de ese lugar. Leonardo nos guió hasta donde su auto estaba estacionado, quitó el seguro, él tomó su lugar en el asiento de piloto mientras que Sarah y yo subíamos al asiento trasero.

Todo el camino nos mantuvimos en silencio, aguanté mis sollozos y las lágrimas que amenazaban salir de mis ojos, vivir esos malos recuerdos eran una tortura silenciosa. Creí que todo iba a estar bien y que la noche sería una excelente experiencia y recuerdo de mi juventud, pero con su aparición arruinó lo que pudo ser una gran noche.
Perdí la noción del espacio-tiempo hasta que Leonardo paro el coche frente a un edificio, nos pidió bajar y los tres cruzamos una gran puerta de vidrio.

—Doctor, Lane. Buenas noches —llamó nuestra atención la voz de un hombre no tan mayor—. Trajo... visitas.

—Así es, James, y creó que vendrán más. Buenas noches —continuamos caminamos hasta llegar al ascensor, este abrió sus puertas un par de segundos después de ser llamado, entramos y poco después se cerraron las puertas tras nosotros; la subida fue prácticamente rápida y llegamos al piso que Leonardo había seleccionado.

Salimos del ascensor y caminamos por un largo pasillo con paredes de color cascaron y una alfombra beige impecable, todo estaba decorado por floreros y una par de mesas de madera oscura. Cuándo por fin llegamos a nuestro destino, se escuchó el sonido del seguro de la puerta abrirse y Leonardo nos dejó pasar; el interior del cuarto estaba oscuro en ciertas zonas,  pero había cierta iluminación gracias a un enorme ventanal que estaba a escasos metros de nosotras. Se hizo la luz y observamos el interior del departamento, era espacioso y estaba muy bien ordenado; había muebles que podían costar más que la casa de mis padres y todos eran tan elegantes y modernos, a juego con el interior.

—Vengan —Leonardo volvió a hablar y nos guió a un cuarto, en él había una cama King size con colchas grises y almohadas con fundas negras, en su interior podía percibir el olor a loción y masculinidad—. Aquí esta el baño, tomen una ducha y les dejaré un cambio de ropa, no será de su talla, pero les servirá a ambas.

—Gracias —respondió Sarah y Leonardo nos dejó solas en ese enorme cuarto—. Nadia, entra tu primero, me quedaré sentada junto a la puerta para que estés más segura.

Asentí con la cabeza y me dio uno de los cambios de ropa que Leonardo nos dejó.
Entre al baño, era la mitad de grande que el cuarto al que habíamos entrado, se podía ver la palabra “riqueza” en cada reluciente esquina. Dejé la ropa sobre la gran isla de granito oscuro, me quité la chamarra que Leonardo me había puesto antes de salir de la bodega y antes de dejarla sobre la isla, me abrace a ella dejando salir al fin mis lágrimas, estas llenaron por completo mis mejillas sin importales que arruinaran el maquillaje que ya parecía de por sí un gran desastre; olí la chamarra y había una combinación entre alcohol y loción, la que él siempre llevaba puesta. Dejé por fin la chamarra sobre la isla, me acerqué a la regadera y abrí las llaves hasta conseguir la temperatura correcta del agua para quitarme cualquier rastro u olor de aquel asqueroso ser. Me quité la ropa que llevaba puesta y quité los accesorios que llevaba en mi cuello y orejas, levanté la mirada al espejo y mi las marcas rojas que había en la zona de mi cuello y hombros, eran horribles. Volví a llorar mientras me metía a la regadera, con mis manos talle con fuerza aquellas marcas que tenía y no importaba si me dolían, no quería tener ningún rastro de él sobre mí. Vi a mi alrededor, vi el shampoo y el jabón liquido que había ahí dentro, los tomé y empecé a lavar todo mi cuerpo, sentí un momento de paz cuando el olor del jabón inundó mis fosas nasales; vino a mí la imagen de Leonardo defendiéndome y estando parado frente a mí dispuesto a golpear a cualquier que fuese a hacerme daño.
Por fin había acabado de bañarme, me puse la ropa que Leonardo nos había prestado, tenía un olor tan sutil, pero podía detectarlo; salí del baño y encontré a Sarah sentada a un lado de la puerta en una llamada.

—Si, enseguida les mando mi ubicación. Cuida a Gargi, por favor —volteó a verme cuando notó mi presencia—. Si, ella acaba de salir, yo la voy a cuidar. Nos vemos mañana.

—¿Era Aaron? —pregunté.

—Si.

—¿Está Miguel con ellos? —me senté a su lado.

—Ese chico se perdió, al parecer se fue con la chica con quién se andaba besando —nos empezamos a reír—. Saliendo de ducharme, intentaré llamarle.

—Yo también intentaré comunicarme con él —me levanté a la par que ella lo hacía.

—No tardo —se acercó a abrazarme, pero me puse a la defensiva, fue como si todos a mi alrededor fuesen a hacerme daño. Sarah entendió, me tomó de la mano y después se metió al baño.

Di un par de vueltas por la habitación, me acerqué al ventanal que había sin salir al balcón, aún llevaba en brazos la chamarra de Leonardo cuando me refleje en el vidrio, no estaba segura de si salir y entregársela o quedarme solo un rato más. Unos minutos después tocaron a la puerta, era Leonardo.

—¿Nadia? —se escuchó al otro lado, me acerqué rápidamente y pegue mi cabeza a la puerta.

—¿Si?

—Lamento... haber tardado tanto —su voz estaba llena de tristeza y decepción—. Si hubiera estado ahí desde el inició, esta noche habría sido increíble para noso... para ti.

—No sabíamos que eso iba a ocurrir. No es culpa de nadie —dije para tratar de tranquilizarlo, aún que, yo lo necesitaba más.

—Lo sé, pero aún así, no puedo dejar de preocuparme. No debió suceder, ese maldito...

—Por favor. No hablemos más de él, no ahora —no quería sonar grosera, pero por más que intenté moderar mi voz, no pude.

—¿Quieren... algo de cenar? —parecía nervioso y a la vez se notaba que ya no quería seguir molestado.

—No tengo hambre, pero gracias —respondí.

—Entonces... mañana nos vemos. Descansa, descansen —noté una vez más la tristeza en su voz.

—Descansa... —pegué mi espalda contra la puerta y me deslice lentamente contra ella. No le había agradecido por lo que hizo, pero verlo en ese modo me dio tanto miedo. Temía haberme creado una imagen de él y esta podría verse afectada por ese suceso. Si tan hubiera perdido el miedo, hubiéramos pasado una noche increíble en ese concierto.

Unos minutos después, Sarah salió del baño y la escuché decir mi nombre, en cuanto me vio se abalanzó hacia a mí y me tomó del rostro; podía ver su miedo y preocupación em sus ojos y que iban saliendo en forma de lágrimas, sabía que ella tenía una idea de lo que pudo haber ocurrido, pero le daba miedo preguntarme y hacerme sentir incomoda, y yo no iba a ocultarle nada.

—Fue Marco —solté sin cuidado.

—¡¿Qué?! —frunció su ceño hasta que se puso rojo por la fuerza—. ¿Cómo?

—Él estaba ahí, en el concierto —me lleve las manos a mis mejillas para tratar de limpiar las lágrimas que rodaban por ellas, pero era en vano porque se llenaban más y más.

—Es por eso que él estaba así de serio. —miró en dirección a la puerta, sabía a quién se refería.

—Él me defendió.

—Ahora me cae mejor y espero que ese imbécil no vuelva a tocarte o yo misma ¡lo mato! —apretó su mano en un puño por encima de su rostro lo que me hizo reír un poco—. No permitiremos que eso vuelva a suceder y si llega a pasar, serás más fuerte y tú misma podrás darle una buena paliza.

—Tal vez... —sorbí mi nariz y limpie mi rostro con el dorso de mi mano.

—Nada de tal vez, lo harás y lo vencerás —me tomó de las manos y me ayudó a ponerme de pie—. Vamos a descansar, lo necesitamos.

Ambas nos sonreímos y miramos fijamente la cama del cuarto, era muy grande y espaciosa para ambas, pero era la cama de un profesor; sería un escándalo si alguien se enteraba de ello.

—¿De qué lado dormirá tu Adonis? —Sarah cruzo sus brazos y me volteó a ver de forma pícara—. Tú deberías ir dormida donde él lo hace.

—¡Sarah! —dije entre dientes para evitar que Leonardo nos escuchara.

—¡Shhh! Nos escuchara —puso el dedo índice sobre su boca. Rodeó la cama y se acostó en el lado del ventanal, yo me quedé junto al que da hacia la puerta.

Apagamos las luces y nos quedamos hablando sobre lo increíble que pudo ser la noche si no se hubiese arruinado y omitimos por completo a Marco. Sin embargo, nos la pasamos hablando de como Gargi y Aaron se habían acercado más gracias al concierto y sobre el como Miguel había conseguido a alguien en un mismo momento a comparación de nosotras dos. Reíamos por lo bajo, llegamos a bostezar un par de veces hasta que Sarah cayó en un profundo sueño; yo me quede despierta todavía un par de minutos pensando en todo lo que había ocurrido en tan poco tiempo. Aún me sentía mal, sucia y muy tonta por no haber podido reaccionar como debía, pero el miedo me había paralizado y no pude responder como me hubiera gustado.

Me acomodé sobre la cama, vi la silueta de la chamarra de Leonardo sobre el suelo y me paré para levantarla y ponerla en un lugar más adecuado, pero en vez de eso, volví a abrazarme a ella y la llevé conmigo. Pasé la yema de mis dedos por cada costura, botón o cierre y olí el aroma, podía parecer realmente extraño, pero era realmente reconfortante para mí; sentía que estaba conmigo brindándome todo su apoyo y protección que horas antes había recibido de su parte.

Tal vez estaba perdida y en un abismo, pero él se estaba convirtiendo mi luz y en una tan brillante que podía ver todo lo que me estaba rodeando. Él era esa fuerza que yo necesitaba para poder afrontar todos mis miedos y traumas y con quien alguna vez poder disfrutar una felicidad pura.

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