Capítulo Veintiocho: Una nueva experiencia. Parte Uno
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Nadia
Permanecía acostada en mi cama, mirando al techo y con una sensación de mareo, no era por tener la presión baja o por una hipoglucemia, simplemente era por la gran impresión que había tenido en la universidad. Sin siquiera esperar, él me beso y mi cuerpo se mandó solo correspondiendo al movimiento de sus labios y de su lengua, su barba y bigote me hicieron cosquillas y un poco de comezón, pero era tolerable después de esos dos besos tan largos y tan tiernos para mí.
Mi mamá me había llamado para bajar a comer, pero es tan fuerte el aleteo de las mariposas en mi estómago, que me fue imposible comer tan si quiera un boca. Preocupe a mi mamá por esa reacción a su comida, logré tranquilizarla con un simple “no tengo mucha hambre” y lo entendió, guardando mi plato para que yo lo calentara en cuanto tuviera apetito.
Quería gritar de emoción, en la facultad solo pude dar un par de brinquitos y salí corriendo a la parada del autobús, todo el camino me la pasé sonriendo y agitando mi cabeza de izquierda a derecha para regresar a la realidad cada que los recuerdos tomaban posesión de mí. Llevaba tiempo sin sentirme así de feliz, era como experimentar una nueva emoción y pensar en darle un nombre apropiado.
Mi celular comenzó a vibrar una y otra vez, al ver la pantalla apareció el nombre de Sarah para una videollamada. Antes de contestar me preparé para lograr disimular mi emoción, pero sabía que sería imposible. Deslice el ícono verde y apareció el rostro de Sarah al otro lado de la pantalla.
—¿Qué sucedió? —preguntó directamente.
—Gracias, Sarah. Si, llegué bien a mi casa —le respondí.
—Si, estás en tu casa. Que bueno —acercó su rostro a la pantalla—. ¿Qué sucedió?
—Nada —mentí.
—Qué estrés me causan los dos. Son peor que los de la época victoriana —comenzó a compararnos con un sin fin de ejemplos.
—Me besó —dije de golpe esperando a que dejará de quejarse.
—Y eso es lo peor, se besan y no hacen nada... —por un momento pareció desconectarse de la realidad, su rostro expresaba perfectamente el como estaba procesando lo que le acababa de decir—. Espera... ¿oí bien?
—Ajá —sonreí.
—¡Oh, por Dios! —se llevó una mano a la boca—. No me mientas, Nadia.
—No te estoy mintiendo. De verdad, él me beso —volví a repetir.
Guardamos silencio durante un par de segundos hasta que soltamos un grito tan agudo que hasta los perros podrían haberlo oído.
—Pero ¿cómo sucedió?, ¿quién dio el paso? —acercó su rostro a la pantalla solo para mostrar únicamente uno de sus ojos—. Cuéntame todo con lujo de detalles.
—Es que... todo paso tan rápido y fue tan repetido. Aún sigo procesando lo que sucedió —sonreí tan solo de acordarme.
—Pero... ¿recuerdas algo exactamente? —insistió.
—Si, eso es obvio —respondí—. Estaba a punto de irme cuando me tomó del brazo y me jalo hacia él, de un momento para otro ya nos estábamos besando y... —la emoción me ganó y di un grito muy agudo que fue acompañado por uno de Sarah.
—¡Al fin! —dijo—. Ahora podré morir en paz. Te lo diré una sola vez, Nadia; disfrutalo, pero sobretodo, cuídate.
—Lo haré, de verdad —le sonreí a través de la pantalla.
—Ahora sigue la boda —dijo de golpe.
—¡Sarah! —dije en voz alta tratando de reprenderla, pero mi amiga simplemente se rio por mi reacción—. ¡Mierda!
—¿Qué sucede? —dejo reírse y paso rápidamente a estar preocupada.
—Saldré con él mañana y no tengo que ponerme —dejé el celular sobre la cama y me cubre el rostro con ambas manos.
—Tranquila. Estoy segura de que tienes algo bonito para usar —hizo una pausa—. Mañana hará frío, tienes ropa muy linda para ese clima; además, tienes una bufanda muy linda.
Miré la bufanda que se encontraba en el perchero a lado de mi escritorio, era una excelente excusa para usarla de nuevo y más que ahora el clima se había vuelto aún más frío.
—Creo que ya se que ponerme. En la tarde te mando foto del conjunto —me despedí y ella entendió haciendo lo mismo; colgué la videollamada.
Me acerque al closet para buscar las prendas que usaría al siguiente, realmente no quería llamar la atención de nadie, pero Leonardo me incentivaba.
Una sonrisa enorme decoraba mi rostro y la emoción me inundó una vez más. Iba a tener una cita de verdad, el único problema es que no sabía a donde íbamos a ir y qué debía ponerme para salir, y mandarle un mensaje a Leonardo, seguía sin convencerme.
Me senté en la orilla de mi cama, viendo desde ahí el interior del closet sin tener una idea de como ir vestida. Pensaba en lo que me dijo Sarah, dado que hace frío, era más conveniente ir de un manera casual y no tan informal, pero con un abrigo y la bufanda que seguía colgada sobre el perchero.
De pronto, mi celular vibro al recibir una notificación, lo tomé y desbloqueé la pantalla para ver de que aplicación era, pero las manos comenzaron a temblarme cuando vi que se trataba de un mensaje y era de Leonardo.
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Leonardo:
¿Segura que no quieres que pase por ti a tu casa el día de mañana?
Nadia:
Estoy más que segura.
No te preocupes.
Leonardo:
Bien. Entonces, más tarde te mando la dirección del lugar.
¿Te parece bien?
Nadia:
Más que perfecto.
Gracias.
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Observé que la aplicación mostraba que él seguía escribiendo, estuvo así durante un minuto hasta que se desconectó y ya no recibí ningún mensaje.
Me era tan raro hablar con él y de manera informal. Incluso, no me había percatado que después de tanto tiempo, por fin lo estaba tuteando.
El resto de la tarde-noche la pase “estudiando” por no decir que estuve imaginando a donde iríamos el día siguiente o que haríamos; simplemente me hacia ilusión.
Volví a sentir esa sensación de mariposas en el estómago, un golpeteo en el pecho y una clase de mareo que ne hacia creer que estaba flotando; era sensación maravillosa y que jamás creí volver a sentir.
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Al día siguiente me levanté más temprano de lo normal, incluso si toda la noche me había sido imposible pegar el ojo por los nervios.
Miré mi closet y me arme de valor para intentar encontrar un atuendo que no me matara del frío, pero que tampoco me incomodara, y lo encontré. Entre toda la ropa que tenía, un abrigo beige me llamó y al verlo, inmediatamente se me ocurrió una combinación de colores perfecta para salir a una cita con alguien tan formal e informal como Leonardo. Sin pensarlo dos veces, tomé el abrigo, busque una blusa con cuello de tortuga que me encantaba, unos jeans claros y unas botas urbanas de color negro. Todo el conjunto lo dejé sobre mi cama y comencé a prepararme, empecé por una ducha, arreglé mi cabello e iba a comenzar a maquillarme hasta que volteé hacia la ventana.
No me di cuenta de lo temprano que era hasta que me digne a ver la hora en la pantalla de mi celular y una duda entró en mí: ¿a qué hora me cito?
Maldije en mi interior, tomé una bocanada de aire y entré al chat de Leonardo. Con los nervios a flor de piel, mandé el mensaje preguntando la hora en la que nos veríamos; tarde más en mandar el mensaje, qué en lo que obtuve una respuesta. Me confirmó que en efecto iban a pasar varias horas antes de que yo tomará rumbo a la dirección que me mandó, lo cierto es, que me mando la dirección de la cafetería a la que habíamos ido varias veces; me confundí al principio, pero si su plan era darme a probar otro café no me iba importar.
Cuando llegó la hora para tomar caminó a mi destino, me arregle lo más rápido posible y procurando no ensuciar la ropa que llevaba puesta mientras estaba maquillándome.
Salí de mi cuarto, me despedí no sin antes enfrentarme a un interrogatorio, y todo salió perfectamente bien con la condición de contarle con quién iba a salir y a dónde iría y de mantenerla avisada sobre cualquier cambio que ocurriera.
Antes de salir de mi casa, revise que no me faltara nada en la pequeña bolsa que llevaba conmigo; con el celular, llaves, dinero y alguna que otra pequeña cosa, nada me haría falta. Di rumbo a la estación del autobús, y así, fui recorriendo un tramo de la ciudad para llegar a la cafetería, mi ahora cafetería favorita.
Antes de entrar, vi por el gran ventanal a Leonardo, estaba concentrado en la pantalla de su celular y una arruga muy marcada estaba en su entrecejo. Temía que fuera a cancelar los planes y yo tuviera que regresar a casa sin un nuevo recuerdo, pero tomé valor y entre al local dispuesta a todo.
Me paré a un lado de dónde él se encontraba y aclaré mi garganta.
—¡Oh, Nadia! No me había percatado de tu llegada —se puso de pie—. ¿Todo bien durante el camino?
—Si, si, gracias —le sonreí.
—¿Sucede algo? —se inclinó levemente hacia a mí.
—¿Mhh? ¡Ah, si! —suspire con una sonrisa para tratar de disimular mi preocupación a que fuera a cancelar la salida—. ¿Tomaremos café?
—No, nada de eso —sonrió—. ¿Quieres tomar café? Puedo pedirlo por ti.
—No, n-no. Gracias. —reí un tanto nerviosa.
—Bien. Entonces, ¿vamos? — señalo tras de mí en dirección a la puerta, le asentí y ambos salimos de la cafetería.
Por un momento creí que iríamos andando hasta que él se acerco a un auto y pude reconocer que era el suyo; abrió la puerta del copiloto para permitirme el paso mientras me sonreía.
—Ya no dejaré que te congeles por el frío, aún si llevas la bufanda que te regalé —reí por el recuerdo, subí al auto y él cerro la puerta poco después.
Subió al auto, lo encendió y acelero poco a poco para salir de entre los autos en dónde estaba estacionado.
Él condujo durante media hora o tal vez unos cuarenta minutos, llegamos a un restaurante pequeño, no era sofisticado ni glamuroso, era sencillo y acogedor desde su exterior. Ambos bajamos del auto, me avergoncé cuando me di cuenta que él se bajo rápido para poder abrirme la puerta, pero yo ya estaba fuera del auto. Me sonrió y estiro su brazo en señal de continuar hacia la puerta del restaurante; al entrar, todo era muy armonioso, paredes color crema y muebles de madera clara con sillas de asientos rojos y todo decorado con plantas y luces cálidas, era como una clase de jardín pero en el interior de una estructura cerrada y el olor era tan fresco y dulce, combinado con el de los alimentos que olían tan rico.
En la recepción un joven nos sonrió y nos saludo, Leonardo pidió una mesa para dos y el chico nos pido seguirlo llevándonos a una mesa decorada con un florero lleno de flores blancas y rosas, estaba pegada junto a un ventanal, pero separada de las demás mesas por una clase de pared con diseños simétricas y plantas verdes para la privacidad.
—Les entrego la carta y en un momento los atenderá un mesero. Espero que disfruten de su estancia y buen provecho —volvió a sonreír e hizo una pequeña reverencia con la cabeza.
—Gracias —dijimos Leonardo y yo al unísono y el joven se retiró dejándonos solos.
—¿Qué te parece el lugar? —ahora Leonardo me sonreía.
—¿Todos los lugares que conoces son así de hermosos? —reí emocionada llena de expectativas por lo que iba a ocurrir esa tarde.
—Algunos más hermosos que otros —reímos tras su respuesta.
Miramos el menú cada quien, los platillos sonaban ricos y los precios no eran tan elevados, pero buscaba uno para poder pagarlo y no quedarme con hambre.
—Pide lo que más se te antoje, te invité y yo pagaré —levantó levemente ambas cejas y después regreso su mirada al menú. No sabía que estaba sintiendo, si incomodidad o agradecimiento, pero era rara la sensación, cómo si no mereciera esa invitación.
Releia el menú una y otra vez, había tantos platillos diferentes y bebidas, con precios diversos y sin poder saber cual pedir. Sin duda todo se veía apetecible e incluso, parecía tener temática de una fuente de sodas, como aquellas de los años 50's.
Pareciera que Leonardo leyó mi mente en el momento que el mesero llego a tomar nuestra orden, o tal vez, se percató del nerviosismo que tenía por no saber que pedir.
—¿Puedo tomar su orden? —era un chico un más joven que el que nos recibió en la recepción, esperaba ansioso por una respuesta de nuestra parte.
—Pediremos dos gaseosas, una de limón y una de naranja, y para comer serán dos sándwiches de pollo con tocino y queso amarillo, y papás a la francesa —Leonardo indicó con calma y seguro de sí, era hasta hipnótico ver como hablaba y se movía.
—¿Algo más, señor? —volvió su mirada al hombre frente a mí dando una mirada rápida en mi dirección, una señal de curiosidad.
—No. Eso es todo —Leonardo le sonrió al mesero y esté se retiró en dirección a una puerta que hacia la cocina, un espacio escondido para no molestar a los comensales por el ruido que pudieran causar.
Estuvimos en silencio por un par de minutos hasta que él rompió el silencio.
—Espero no haberte ofendido por pedir por ti —frunció el ceño avergonzado.
—No, no, para nada. A decir verdad, me salvaste. Estaba un agobiada por el número de los platillos y lo bien que sonaban —reí nerviosa.
—Me tranquiliza saber que ayude —inhaló profundamente y logré ver como se relajaba al liberar todo el aire que tomó—. ¿Quién eres?
—¿Qué? —dije confundida.
—Perdón, lo dije mal. Cuéntame quién eres, quién fuiste o el como llegaste aquí. Claro, no es necesario si no quieres, solo... quiero conocerte más —suspiro y apretó los párpados con fuerza, como si maldijera en su interior.
—Claro, me encantará hablarte de mí, pero... con una condición —me incliné y él hizo lo mismo asintiendo con la cabeza varias veces—. Qué me cuentes quién eres tú.
Ambos reímos y el ambiente se relajo al grado de que las palabras salieron con tanta naturalidad. Una conversación tan amena que acompañó el tiempo de espera hasta que llegarán nuestras órdenes.
Comenzamos hablando por nuestros gustos sobre la comida y nuestros colores favoritos, incluso hablamos sobre el clima y de cual preferíamos; su comida era favorita era más un postre, le encanta el pastel de chocolate y cualquiera de sus variantes, pero quedo tan confundido cuando le dije que mi comida favorita eran las enchiladas verdes con pollo, no pude evitar reírme ante la cara de confusión cuando le expliqué de que se trataba, al final dijo que le encantaría probar el platillo algún día. En cuanto a su color favorito, llegamos a una coincidencia, ambos amábamos el color negro, pero lo evitábamos para no repetir el color todo el tiempo; y cuando al hablar sobre el clima, el prefería la lluvia y yo el frío, no está tan alejado, pero tampoco era lo mismo.
El tiempo había pasado y nuestra comida ya estaba frente a nosotros, él espero a que yo diera el primer bocado al sándwich, fue un sabor cálido y salado sin ser excesivo.
—¿Qué tal? —preguntó insistente.
—Sabe muy rico. Es salado, pero sin ser excesivo y el pollo es suave y jugoso —contesté con lujo de detalle sobre los sabores y texturas que mis papilas gustativas estaban experimentando.
—¿Qué gaseosa gustas? —señaló con la mano ambas copas largas decoradas con fruta y un popote de espiral. Elegí el de naranja, temía que el de limón fuera ácido y me provocara hacer una mueca extraña—. Pruébala.
Di un pequeño sorbo con miedo a que no me gustara el sabor, burbujeaba bastante y temía que el ingrediente que provocaba esas burbujas fuera la causa de que no me gustara el sabor, pero fue todo lo contrario; la bebida era dulce por la naranja y refrescante por el agua mineral, la combinación era una explosión perfecta en la boca.
—¡Wow! Sabe increíble —lo miré sorprendida y el dio un pequeño aplauso.
—Sabía que te encantaría —me sonrió una vez más, haciéndo que quedará más prendada de él y su forma de ser.
Comimos agusto y hablábamos sobre conoció el lugar y la frecuencia con la que iba.
Estabamos cómodos, o al menos, yo me sentía más que comoda, aún incluso por mi incomodidad de comer en público.
En definitiva, estaba amando ese momento e iba a apreciar cualquier otro que estuviera relacionado con una simple conversación acompañada de una buena comida.
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¡La comida incluso a mí, se me antojo!
¡Hola de nuevo!
Vengó con el motivo de dar un pequeño aviso. Normalmente la publicación de los capítulos son o eran los lunes y viernes, esos días los cambiaré a miércoles y domingo con un posibles plus entre esos días.
Sin más que decir y sin asustarlos por el aviso, no se olviden de votar y seguirme.
¡Nos estamos leyendo!
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