Capítulo Veintiocho: Una nueva experiencia. Parte Dos

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Nadia

Habíamos terminando de comer y solo esperábamos la cuenta para salir del restaurante, las emociones que estaba sintiendo en ese momento eran raras, pero no malas. Estaba emocionada y a la vez tan nerviosa, no sabía que podría suceder, pero mis expectativas eran altas.

Una vez pagada la cuenta, Leonardo y yo salíamos del restaurante y nos dirigimos a su auto, él abrió la puerta para mí, le sonreí y pocos segundos después entre en el coche. Estaba lista para ir a mi casa, ya estaba por anochecer y la cita ya había acabado, o eso creía yo.

—¿Lista? —me miró antes de arrancar el coche.

—¿Para qué? —lo miré confundida.

—La cita aún no acaba y quiero llevarte a un lugar, qué espero te guste —me sonrió y un dulce sonrojo se vio en sus mejillas; mi corazón latió con fuerza por la ilusión y el misterio de a dónde nos dirigíamos se sentía en el aire.

Arrancó el motor del auto y comenzamos, una vez más, el recorrido que nos llevaba a un nuevo objetivo.
El cielo que lucía colores naranjas, rojos y rosas, comenzó a tornarse azul y negro, permitiéndonos ver poco a poco la bella luna con la luz de las estrellas titilando.

El camino fue silencioso con el simple acompañamiento de la música en la radio. Mientras el autor avanzaba, las luces iban apareciendo en cada esquina hasta que la noche quedo iluminada por las luces artificiales de locales, restaurantes y de las mismas lámparas de la calle; Nueva York parecía cobrar más vida durante la noche, qué cuando hay luz natural del sol.

Cuando por fin nos estábamos acercando a nuestro destino, Leonardo llamó mi atención para que viera hacia el exterior.

—Estamos a pocos metros —dijo con tanta tranquilidad.

Por la ventana podía ver laz luces sobre un muelle, lugar donde una pequeña feria estaba establecida y con la atracción más llamativa: una rueda de la fortuna.

Estaba emocionada, llevaba tiempo queriendo ir a esa feria, pero jamás había podido desde que conocí a Marco y sus celos enfermizos.
Quería evitar pensar en él, pero el trauma del pasado aún me perseguía.

Cuando volví en sí, Leonardo estaba buscando un lugar en el estacionamiento, avanzaba lento y doblaba en cada esquina hasta encontrar el lugar donde el auto se quedaría.

—Listo —suspiró—. Usa tu bufanda, parece que esta helando.

Asentí con la cabeza y enrolle la bufanda blanca, qué cuidaba con tanta dedicación desde que me la regalo.

No me fue posible evitar los nervios y mucho menos lograr ocultarlos, pues, cuando me di cuenta, mi cuerpo temblaba tanto que juraría parecer un Chihuahua.

—¿Tienes frío? —preguntó y volteé a verlo.

—N-No —le sonreí aún sin tener éxito para controlar mi temblor.

—Si tienes frío, no tienes que mentir y puedo llevarte a un lugar más cálido —sus ojos expresaban preocupación y un poco de desilusión.

—¡No! —reí nerviosa—. Es decir, estoy bien. Quiero estar en ese lugar.

No pude mentirle, pero tampoco pude decirle que mi temblor era provocado por su misma presencia. Él me sonrió y segundos después se encontraba abriendo la puerta del copiloto para ayudarme a bajar del coche.
Me ofreció su brazo, dude en si debía hacerlo o no, pero me di cuenta de que podría ser una oportunidad que, tal vez, no se iba a volver a repetir.

Tomada de su brazo, él me fue guiando entre el sin fin de personas que visitaban la pequeña feria. Por ambos lados del muelle, había puestos de comida, juegos de tiro, pesca, de aros, etc., todos iluminados por una luz cálida y algunos otros con luces de colores; también había puestos de comida con olores exquisitos que inundaban las fosas nasales de cualquier de los visitantes.

—¿Qué te gustaría hacer? —posó su mano sobre sobre mi mano que descansaba en su brazo.

—No... no lo sé —estaba aún nerviosa, pero estaba un poco aturdida con todo lo que veía.

—¿Quieres intentar en uno de los juegos o...? —se detuvo—. ¿Está todo bien?

Llena de dudas, lo miré y asentí no muy segura de mí.

—No —terminé por admitir.

—¿Te sientes mal? ¿tienes frío? —me tomó de los hombros y me hizo girar levemente para quedar frente a frente.

—No es eso —suspire. Tenía miedo de que se fuera a burlar por no saber que hacer en una feria como en la que estábamos, pero tampoco quería metir y fingir que sabía.

—¿Entonces? —se inclinó levemente.

—La última vez que estuve en una feria fue cuando tenía doce años —suspire avergonzada.

El silencio goberno sobre nosotros y sin esperarlo, el calor de una mano sobre mi mejilla se hizo presente. Levanté la mirada y Leonardo me miraba de una manera que no me hacia sentir mal o incomoda.

—Si es así, entonces deberemos probar todo —me sonrió y después me tomó de la mano.

Me llevó con él a un sin fin de juegos, algunos de meter el aro en una botella en la cual fallé, me llevó a un juego típico de disparar a objetos en movimiento donde ninguno de los dos tuvo suerte, hasta llegar a un puesto de pesca, fue el único juego donde ambos tuvimos suerte.

—¡Tenemos a dos ganadores! —anunció un hombre de mediana edad—. Joven, puede elegir un regalo para su novia y ella puede hacer lo mismo para usted.

En ese momento mis mejillas ardieron como nunca antes; ni siquiera nosotros habíamos hablado de una relación y la gente a nuestro alrededor ya había llegado a la conclusión de que éramos una pareja.
Sin más remedio, busqué con la mirada el premio más bonito que pudiera encontrar, en eso, vi una muñeca de trapo tradicional de mi país, tenía diferentes tonos en azul y morado en la cabeza, su vestido era azul y tenía una gran sonrisa en su rostro; la señalé y el señor del puesto me la entregó. Al girar hacia Leonardo, él al igual que yo, tenía el premio que eligió en sus manos.

—No... No estoy seguro de si esto te vaya a gustar —estiro sus manos hacia a mí y me mostro una muñeca de porcelana al estilo Victoriano; su vestido era de color hueso con detalles en rosa, un gran sombrero con los mismos colores y una pequeña bolsita que colgaba de su mano izquierda.

—Es... muy hermosa —sentí la necesidad de querer llorar, no sabía el porqué, pero tenía el sentimiento.
Cuando tomé la muñeca, era mi turno de entregarle el premio que yo había elegido para él—. De todo corazón, espero te guste esta muñequita. Es originaria de mi país y es muy famosa en varios lugares por sus colores y vestimenta.

Estiré mi mano hacia él, así como él lo había hecho momentos atrás. Tomó la muñeca y la miró atentamente, pasando sus dedos por las texturas de los listones y sobre el cabello de la muñeca.

—La atesorare siempre —me regalo una gran sonrisa que llenó mi alma de emoción—. Gracias.

Me sentí aliviada, estaba feliz y muy agusto por eSe pequeño gran momento, era sin duda perfecto.

Agradecidos al señor del puesto y continuamos nuestro camino observando a la gente jugar y reír, a los niños correr de un lado a otro, y a las parejas que había rondando tomados de la mano o dándose un pequeño beso o uno muy largo.

Habíamos estado en silencio contemplando todo a nuestro alrededor.  Apreciaba detenidamente cada uno de los detalles de la muñeca que Leonardo me había obsequiado hasta que me regresó a la realidad.

—¿Tienes hambre? —lo miré.

—Un poco, pero no es mucho —le sonreí.

—Hmmm... En aquel puesto tienen waffles, crepas y otra clase de postres que no alcance a ver, ¿te gustaría uno? —continuaba mirándome. Fue inevitable el no negarme, pues, con esa simple mirada hacia que mi corazón saltara y quisiera huir de mi pecho.

—Si, me gustaría —respondí gustosa y ambos caminamos al puesto con los postres.

Mientras Leonardo pedía nuestra orden, yo giré sobre mi eje mirando lentamente todo el lugar; ya era un poco tarde, pero la gente se divertía y era feliz a donde sea que volteara a ver. De pronto, me percaté de la presencia de una persona, parecía una mujer; al inició creí que era solo una ilusión de mi mente y que aquella persona solo tenía la mirada perdida, pero su ceño se fue arrugando más y más hasta mostrar una mirada llena de odio e irá, qué no quitaba por ningún motivo, así se estuvieran cruzando entre ella y yo. Estaba preocupada y tenía la intención de acercarme, pero Leonardo me llamó por mi nombre, desviando así mi mirada, en cuanto vire de nuevo a mi punto de inició, aquella persona ya no se encontraba por ningún lugar. Un frío recorrió por mi espalda, obligándome a negar con la cabeza rápidamente.
Poco después, Leonardo se posicionó a mi lado entregándome un pequeño plato con mini waffles.

—¿Sucede algo? —preguntaba entregándome un par de servilletas—. Desde hace que te hable, estás algo distraída.

—S-Si, si... Es que, yo... —negué con la cabeza y suspire—. No es nada, estoy bien. ¿Buscamos un lugar donde sentarnos?

—Si, vamos. Por allá están las mesas —señaló con un movimiento de cabeza a la dirección de las mesas, juntos avanzamos hacia ellas y nos sentamos frente a frente.

Su plato tenía mini crepas decoradas con frutos rojos y crema batida, se veían muy bien. En mi caso, eran mini waffles bañados con miel de maple y muchos frutos rojos, y además, tenían dos pequeñas bolitas se helado de vainilla.

—Espero que no sea demasiado —mencionó.

—No, no lo es. Gracias —le sonreí.

Ambos tomamos pequeños pedazos de nuestros postres para probar el sabor; ambos suspiramos de placer.

—Veo que te gustó —Leonardo habló, regresándome a la realidad.

—¿Eh? Yo... —no estaba segura de si había escuchado bien, apenas si podía pensar.

—El waffle —señaló el plato—. ¿Te gustó el sabor?

—¡Ah, eso! Si, si —reí nerviosa por lo tonta que seguramente me vi.

Mientras comíamos, el ruido de la feria nos acompañaba en nuestro silencio. Las parejas jugaban en los juegos de destreza, los niños corrían de un lado a otro y grupos pequeños o grandes de amigos, reían y compartían la comida.

Pocos minutos después, mi celular vibro, era un mensaje de Sarah.

—————————————

Sarah:
Espero lo estés disfrutando y
recuerda... ¡usen condón!

—————————————

Mis mejillas se calentaron por ese mensaje, siempre tenía alguna forma de hacerme pensar y recordar las cosas que ignoro.
Apreté los labios y la maldije en mi mente, cuando la viera en la facultad le daría una buena elección.

—¿Está todo bien? —brinque en mi asiento al escucharlo.

—Si, si —reí—. Es mi mamá, preguntaba cuando volvería a casa.

—Bueno, ya casi son las nueve. Podemos disfrutar un par de minutos más antes de llevarte a tu casa —se llevó el último bocado de mini hotcake que le quedaba a la boca.

—No, no es necesario; puedo ir... —me interrumpió.

—No, Nadia. Quiero llevarte a tu casa, no dejaré que vayas sola a estás horas. Además... es una buena excusa para... —hizo una pausa— para estar contigo.

Lo miré fijamente, sentía un cosquilleo en el pecho y una gran emoción. Volví a sonreírle y él me correspondió.

Ambos nos levantamos de la banca para continuar caminando por la feria, Leonardo tomó nuestros platos y los llevo a tirar en el bote de basura correspondiente, después regresó a mi lado y una vez más me ofreció su brazo para caminar juntos.
Recorrimos todo el muelle, habíamos pasado de los puestos de comida y juegos de destreza a carruseles, carritos chocones y justo al final de todo, estaba la atracción que más llamaba la atención, con sus luces cálidas y algunas de color con contenedores parecidos a una carroza pequeña para un par de personas y puertas que brindaban sd seguridad y privacidad.

—¿Subimos? —su voz gruesa llamó mi atención haciéndome mirar en su dirección.

—¿De verdad? —pregunté con sorpresa.

—Podría ser un buen inicio para el final de la noche, ¿no lo crees? —sonrió mientras tomaba mi mano que aún se encontraba tomándolo del brazo.

Asentí con la cabeza y lo seguí tomada de su mano. Una gran sonrisa en mi rostro formaba parte de los accesorios que llevaba puestos y nuestras risas eran la música que acompañaba ese momento.
Nos acercamos a los escalones de la rueda de la fortuna, el chico que manejaba los controles permitió el paso por turnos a las parejas o amigos que esperaban formados en la fila. Cuando por fin llegó nuestro turno, Leonardo me ayudó a subir al pequeño carruaje con el apoyo de su mano, él subió tras de mí y pocos segundos después, el chico cerraba la puerta del cubo tras mi acompañante.

Mi miraba iba de un lado a otro, esperando el comienzo del “viaje”; cuando la rueda comenzo a girar, no me había percatado que ante mi nerviosismo, una mirada se posaba en mí hasta que la mía se encontró con la suya. Sus ojos brillaban cual estrellas tintilantes, una pequeña sonrisa se podía apreciar y un posible rubor se mostraba en sus mejillas.
De pronto, como si la vida o el destino se hubiera puesto de acuerdo con la rueda de la fortuna, esta paro cuando Leonardo y yo estabamos a punto de llegar a la cima, permitiéndonos aún más una privacidad que cualquier buscaba en algún lugar.

—Nadia —su voz sonaba tan suave.

—¿Si? —me acerqué un poco inclinando mi cuerpo.

—Luces tan hermosa con esa sonrisa que siempre tienes —ambos íbamos acercando nuestros rostros más y más al mismo tiempo que salían las palabras de su boca—. Me gustaría verla más seguido y tal vez, ser el causante de ella.

Con nuestros rostros tan cerca uno del otro y sin esperar un segundo más, nuestros labios se unieron en un tierno beso a la par que fuegos artificiales brillaban al costado de la rueda de la fortuna. Sus manos se posaron en mi rostro, acercándome aún más a él, riendo entre el beso, pero continuandolo como si nunca se interrumpiera ni por la falta de aire.

Era un momento perfecto, uno que se iba a poder atesorar con el pasar del tiempo y tal vez, con el pasar de los años, un momento que solo podría olvidar cuando mi vida se apagara. Estaría grabado en mi mente como si se tratara de la escena de una película y quedaría grabada en mi piel como si fuera un tatuaje.

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