Capítulo Veinticinco: Un corazón alegre
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Nadia
Me encontraba acostada en la cama de Sarah, seguíamos pensando en lo que había ocurrido y de que forma había pasado. Aún no nos caía el veinte que habíamos dormido en el departamento del profesor, incluso me parecía tan raro seguir llamándolo de esa forma después de la confianza que hubo en tan solo un día.
Gargi nos hacia todo tipo de preguntas para poder satisfacer su necesidad de dudas. Sin embargo, no teníamos las respuestas y aún si tratábamos de responder, un silencio era lo que abundaba cada que tratábamos de explicar lo que había sucedido.
—Se fue muy rápido. Creí que se quedaría un poco más —dijo Gargi.
—Se pudo haber quedado, pero si llegaban mis papás y lo veían... podría haber sido una muy mala idea —Sarah resoplo.
—¿Él...? —ni siquiera pudo terminar su pregunta cuando yo ya la estaba interrumpiendo.
—No sucedió nada, él solo me defendio de Marca, nos llevó a su departamento y nos dejó dormir en su cuarto. ¡Ah! También nos hizo el desayuno —levanté mis manos hacia el techo para después dejarlos caer a mis costados. Estaba cansada de responder sus preguntas y no poder satisfacer su curiosidad.
—Realmente todo fue muy raro y tan rápido. Habría sido mejor que Nadia y él hubieran estado solos —Sarah dejó salir un largo suspiro, estaba llenó de una falsa decepción.
—¿Por qué? —pregunté esta vez.
—Así se habrían conocido mejor —movió las cejas de arriba abajo adornando su rostro con una enorme sonrisa.
—¡Por Dios, Sarah! —tomé una almohada y se la aventé a la cara, pocos segundos después comenzamos una guerra de almohadas entre las tres hasta que tocaron a la puerta obligándonos a parar.
—¿Si? —Sarah se levantó de la cama y camino hacia la puerta que permanecía cerrada.
—Papá y mamá ya llegaron —se escuchó la voz de Aaron al otro lado de la puerta. En eso, tanto Sarah como yo, volteamos a ver a Gargi.
—¿Qué? ¿Por qué me miran así? —giró su cabeza buscando la razón de nuestras miradas hasta que entendió que ella era el motivo.
—Tú y mi hermano pasaron la noche fuera de casa —Sarah caminó en dirección hacia Gargi, como si fuese un predador acechando su presa—. ¿Dónde estuvieron?
—¡En ningún lugar! —levantó las manos mostrando su inocencia—. Lo juró.
—No te creo —la rubia fulminó con la mirada a la ojiverde.
—No paso nada, simplemente dormimos.
—¿Dónde? —volvió insistir.
—En el auto —Aaron parcó a un par de casas y sólo dijo eso. Las comisuras de Gargi apuntaban hacia el suelo, una señal de que estaba triste por el hecho de que no le creíamos o tal vez, porque estaba decepcionada de que nada había ocurrido entre ella y Aaron.
—Ya déjala. ¿Qué no ves que la dejaron como novia de pueblo? —use una expresión que mis papás usan mucho para interrumpir a Sarah.
—¿Novia de pueblo? —los tres preguntaron al unísono.
—Vestida y alborotada —dije la continuación a la frase y los seis pares de ojos me miraron confundidos por un par de segundos—. Olvídenlo, es solo un dicho.
Nos quedos en silencio durante un par de minutos más. Aaron se ofreció a llevarnos a casa en el momento en que sus padres aparecieron en la casa, preferimos huir y evitar que nos llenaran de preguntas sobre lo ocurrido en la noche anterior. Dos veces habíamos tenido suerte de no ser atrapados en ambas salidas, pero no tendríamos de nuevo esa suerte si no inventábamos una excusa o fingir que nada había ocurrido. Al menos Gargi y yo teníamos la ventaja de que nuestros padres no estuvieran enterados de nuestras “aventuras” nocturnas, pero Sarah sería la única que no se iba a salvar.
Sarah se quedo en casa tratando se pensar en que decirles a sus papás mientras Aaron nos llevaba en el auto; decidió dejarme primero a mí en mi casa y durante todque el camino ambos me interrogaron, preguntaron de todo y nada, asegurándose de saber que responder en caso de que nos volviéramos a cruzar con Leonardo.
—¡Es increíble! Tu profesor te salvó de ese imbécil —dijo Aaron.
—Lo sé, lo sé —respondí algo avergonzada.
—Pero... ¿cómo fue qué...? —volvió a interrogarme mientras me veía através del retrovisor.
—No sé y no preguntes —sabía lo que iba a preguntar, preferí evitar el tema. No me molesta que ellos se enteraran de mi “amistad” con el doctor, pero entre más gente supiera, menos discreción habría.
Continuamos el silencio el resto del camino, pero no podía evitar sentirme incomoda en el asiento trasero, solo veía la tensión amorosa y sexual que había entre Gargi y Aaron, y tomó sentido cuando él decidió dejarme primero en mi casa. Después iría a interrogar a Gargi, porque estaba segura de que algo podría ocurrir en el lapso de mi casa a su casa.
Al llegar a mi casa, bajé llevándome la bolsa que había llevado conmigo el día anterio; me despedí de mis amigos y agite mi mano mientras veía al auto alejarse más y más; cuando lo perdí de vista, caminé a la puerta de mi casa y entre a ella.
—¡Al fin llegas! —brinque al escuchar la voz de mi hermano.
—¡Dios! Me asustaste, Bruno —cerré la puerta mientras llevaba una mano a mi pecho sintiendo los latidos de mi corazón sobre este.
—Es muy tarde —se cruzó de brazos mientras me veía con una inmensa autoridad.
—¿Cuál tarde? Casi es medio día —lo miré indignada.
—¡Exacto! Muy tarde y ¿por qué traes esa ropa puesta? —me señaló con el dedo índice.
—¿Qué tiene? —bajé la mirada observando que aún llevaba puesto el pans y sudadera que Leonardo mr había prestado.
«¡Ay, no!»
—Es... ammm... —pensaba en cualquier excusa para no cagarla—. Sarah me la presto.
—¿Sarah es hombre? —me miró extrañado.
—Ja, ja; qué gracioso —me acerqué a las escaleras—. Olvidé llevar mi pijama y Sarah agarro ropa de su hermano para prestarmela.
—¿Segura? —levantó las cejas incrédulo.
—¡Si! Y ya deja de molestarme —lo empujé logrado moverlo apenas unos centímetros y así subir corriendo por las escaleras hasta llegar a mi cuarto. Cerré la puerta tras de mí y suspire aliviada.
Dejé la bolsa sobre el suelo y me dejé caer sobre mi cama, volví a suspirar y guíe mi mirada hacía la ventana que iluminaba gran parte de mi cuarto; el cielo estaba azul y radiante a pesar de ser otoño y pasar nublado gran parte de los días, faltaba poco para que el invierno comenzará al igual que nevar, sería mi primer invierno en la carrera de medicina.
Volví a recordar lo sucedido en la fiesta, fue un caos y estoy segura de que la gente notó el golpe que Leonardo le soltó a... aquel. Ya ni su nombre podía decir por el dolor que aún sentía y por el asco que comenzaba a formarme de solo recordarlo.
Estaba feliz de que Leonardo hubiera hecho eso, la violencia no es para nada buena, pero se vio tan fuerte y apuesto; sabía que no debía pensar en de ese modo, pero me pareció tan fascinante y a la vez me sentía tan especial de que alguien que me gustaba me había defendido.
Sin pensarlo ni planearlo, me quede dormida en un dos por tres. Estaba cansada, pude dormir lo suficiente en casa de Leonardo, pero estaba tan nerviosa y ansiosa por lo ocurrido, y también, porque estaba en la casa de uno de mis profesores; lo único que debía hacer era callar para que ningún rumor corriera por los pasillos de la facultad y fueran afectarlo a él.
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Sentí una mano sobre mi hombro, abrí los ojos lentamente parpadeando un par de veces para acostumbrarme a la luz y poder enfocar bien a la persona que estaba frente a mí, era mamá.
—¿Cómo te fue anoche? —sonrió.
Me estire sintiendo esa sensación de cosquilleo y satisfacción recorrer mi cuerpo.
—Bien, me divertí —terminé bostezando—. ¡Ay!, perdón.
—¿A qué hora llegaste? No te vi llegar a casa.
—¿Bruno no te avisó? —dije un poco molesta.
—No y tú tampoco me avisaste que ya venías —dijo un tanto molesta, ella tenía razón.
—Perdón. No fue mi intención, mamá —me senté recargándome contra las almohadas. Miré mi celular, paso de casi ser medio día a ser casi las tres de la tarde—. ¡Ay, dormí mucho!
—¿Y a qué hora llegaste? —volvió a insistir.
—Casi al medio día, tú no estabas y Brandon fue el único que me recibió —expliqué.
—Bueno. Baja a comer y... —se detuvo un poco antes de salir de mi cuarto—. Y no saldrás durante un par de semanas.
—¡¿Qué?! —protesté.
—Ya eres mayor, pero no por eso te mandas sola —explicó—. Aquí hay reglas y debes respetarlas. Tu papá y yo estábamos preocupados, no sabíamos nada de ti.
—No fue mi intención —traté de disculparme.
—Lo sé, pero si vas a volver a querer salir con tus amigos, deberás aguantarte unos días y ayudar el doble en casa —dijo saliendo de mi cuarto, dejándome sola con la culpa y el remordimiento de mis acciones. Tal vez mi mamá podía ser un poco exagerada, pero tenía razón; desde que llegué a casa de Sarah, dejé de mandar mensajes y ya no les avisé absolutamente nada y eso estaba mal, tenían razón de enojarse y más de estar preocupados.
Bajé a la cocina y allí ya se encontraban mi hermano, mi tía y mi prima junto con mi abuelo; mi papá no estaba por el trabajo. Tomé mi lugar y mi mamá junto con mi tía, nos sirvieron y comenzamos todos a comer; de vez en cuando mi abuelito me preguntaba por las clases al igual que mi tía, les contaba la verdad porque no había nada que ocultar, a excepción de una persona, fuera de eso, la comida fue tranquila con un par de chistes o anécdotas del pasado.
Terminamos de comer y mi mamá me indicó que ese era el momento para ganarme el permiso de volver a salir y de igual forma que mi hermano, me preguntó por la ropa que traía puesta, le conteste lo mismo que a Brandon y ya no me cuestionó más.
El resto del día lo pasamos tranquilamente bien, viendo cualquier cosa que pudiera a haber en la televisión. Fue un día relativamente tranquilo.
A
veces me perdía en los recuerdos y venía a mí ese momento en el que estaba tan cerca de Leonardo y el como fue arruinado por esa estampida dejándome aplastada por sus pectorales; de solo acordarme mis mejillas se calentaban.
Llegaba a preguntarme si en algún momento, él y yo estaríamos juntos sin ser interrumpidos o tan siquiera que él pudiera saber lo que sentía por él.
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Era lunes por la mañana, amanecía cada vez más frío y se acercaba una de las fechas más esperadas para los estadounidenses, Halloween. No es mi fecha favorita, pero tampoco me desagrada. La fecha que yo esperaba con ansias era el día de muertos, una de las tradiciones más bonitas de mi país, México, y que siempre mr hacia sentir un aura de nostalgia, triste y a la vez feliz. Ambas fechas estaban a la vuelta de la esquina y ya se podían sentir en el aire. Además, las decoraciones en las casas y en los negocios ya eran más que notables.
El autobús llegó a la parada de la universidad y bajé con una felicidad inmensa, cómo si me hubieran dicho la mejor de las noticias. Entre al edificio y pude observar a Sarah saliendo del baño con una cara de pocos amigos.
—¡Sarah! —llamé su atención y me miró mal. Se cruzo de brazos y esperó a que me acercara más a donde ella.
—Espero que valga la pena —me tomó del brazo y me jalo, o más bien, me arrastro por el pasillo.
—¿De qué hablas? —traté de safarme, pero fue inútil, parecía que el enojó le había aumentando la fuerza.
—Me castigaron —respondió.
—¿Por qué? —ella paró en seco y volteo a verme.
—¡Por lo del viernes! —me soltó del brazo—. Ya soy mayor, pero mis padres me dijeron que fui irresponsable y de algún modo se enteraron de que todos nos separamos esa noche y dormimos en lados diferentes. Al menos logré evitar que llamaran a los padres de Gargi y a los tuyos.
Se había puesto roja del enojo, pero poco a poco se fue tornando de un rosa claro hasta llegar a su tono original.
—Gracias... —logré decir apenas. Sarah me había dado un favor muy grande y tarde o temprano me lo iba a cobrar.
—¡Claro que me las debes! Y espero valga mucho la pena —me volvió a tomar del brazo hasta llegar al salón que nos correspondía.
—¿Qué quieres decir? —la seguí de cerca.
—A qué espero que el viernes no sea el único acercamiento entre tú y ¡él! —señaló en dirección hacia la puerta, pero su rostro se puso completamente rojo, supuse que era por el enojó que aún había en ella, hasta que alguien detrás mío habló.
—¿Yo? —era Leonardo.
«¡Tierra, trágame!», sentí como la sangre se me heló de vergüenza.
Me negué a voltear tan siquiera para comprobar que era él, en vez de eso, me fui de filo al lugar más alejado del escrito y me senté. Evité levantar la vista, estaba más que avergonzada y no iba a poder mirarlo a la cara.
Maldije muy dentro de mí a Sarah y recé para que la clase se acabara lo más rápido posible, en vez de eso, el universo fue tan malvado que hizo que la clase durara una eternidad.
Intenté prestar atención, pero fue inútil, sólo recordaba ese momento tan vergonzoso y de cómo podía huir sin ser tan obvia.
El doctor anunció que la clase había acabado y yo estaba lista para huir, pero Sarah se interpuso en mi camino, sacó una pequeña bolsa de papel de su mochila y me la puso contra el pecho.
—¡Suerte! —sonrió y salió casi corriendo del salón.
Miré la bolsa un tanto extrañada, la abrí para ver su contenido e inmediatamente recordé la ropa que Sarah llevaba puesta el día que regresamos a su casa, era la ropa que Leonardo también le había prestado a ella. Yo también llevaba la ropa en mi mochila para regresársela, pero después de lo que ocurrió antes de la clase, me iba a ser imposible.
—¿Está todo bien? —regresé a la realidad en cuanto lo escuché. Miré a los lados y estábamos una vez más sólos en el salón.
—Yo... yo... —balbuceaba, había olvidado como se hablaba.
—¿Entonces...? —levantó una ceja esperando a que pudiera contestarle.
—¡Si! Digo... si, claro que si —le sonreí, pero era más una sonrisa fingida para disimular mi nerviosismo.
—Me alegró por eso —me sonrió, quedándonos de nuevo en completo silencio hasta que su expresión cambió a una como si hubiera recordado algo—. Por cierto, olvidaste esto en... mi casa...
Lo miré sorprendida, después se acercó a tomar algo debajo del escritorio, era una bolsa de regalo.
—¿Qué es? —fue lo único que se me ocurrió decir o preguntar.
—Pues... es... —con sus manos señaló todo su torso, pero no entendía a que se refería. No tuve más remedio que acercarme y tomar la bolsa.
Puse la bolsa de Sarah y la que Leonardo me había dado sobre el escritorio, la abrí con cuidado, tenía miedo de que algo fuera a saltar, pero después pensé que él no haría esa clase de bromas pesadas. Cuando la abrí por completo, vi que una prenda de color negro estaba en su interior, la tomé con cuidado y me di cuenta de que era el bustier que llevaba esa noche del viernes; creí que lo había dejado en casa de Sarah, pero siempre estuvo en casa de él.
—¡Qué vergüenza! —me cubrí el rostro con las manos.
—¿Por qué? —se acercó a mí—. No tiene nada de malo.
—Lo sé, es sólo qué... —negué con la cabeza. Después, recordé que aún no le entregaba sus cosas, rápidamente saque la bolsa que llevaba en mi mochila y tomé la que Sarah me había entregado; estiré mi mano hacia él esperando a que las tomara—. Esto es de usted.
—¿Gracias? —me miró extrañado mientras las tomaba, apreté ambas bolsas y después las abrió—. ¡Oh! No era necesario que me la regresaran tan rápido.
—Lo sé, pero era necesario —suspire.
—Tú pudiste quedarte con ella... un poco más —lo miré sorprendida, mis mejillas se habían puesto rojas y mi corazón saltaba de alegría. Discretamente pasé mis manos a mi espalda y pellizque el dorso de mi mano, quería comprar que había escuchado bien y que no era una simple alucinación.
Me había quedado sin palabras, estaba en blanco y de forma inconsciente, terminé sonriendo como una tonta frente y él me estaba correspondiendo.
Sentía que todo era un sueño, pero el pellizco en mi mano me había confirmado que todo era real y que mis deseos se habían escuchado. Quería gritar, pero no podía perder la compostura y menos llamar la atención de quienes podían estar fuera del salón.
Estaba feliz y mi pecho podía sentirlo con cada latido de mi corazón.
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