Capítulo treinta y tres: El poder de las palabras
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Nadia
Iba en el asiento de copiloto del auto de Leonardo, seguía en shock después de lo sucedido en el estacionamiento de la universidad. Durante todo el trayecto a mí casa no había dicho una sola palabra y Leonardo estaba del mismo modo, sólo veía como su mandíbula se tensaba un par de veces y también, el color rojo que había sobre loa nudillos de su mano derecha.
—¿Te duele? —pregunté de golpe.
—¿Hmmm? —me dio una mirada rápida antes de volver a centrar su vista al frente.
—Tu mano, tus... nudillos —señalé.
—No —aprovechó el semáforo en rojo para mirarme, pero lo miré incrédula—. Un poco.
Suspire.
Estaba avergonzada y sabía que no debía de estarlo, menos cuando Leonardo nos había defendido a Sarah y a mí de ese... imbécil.
—¿Qué sucede? —le escuché hablar.
—¿Por qué? —volteé a verlo se nuevo.
Leonardo dobló en una esquina y se detuvo a pocos metros en una zona específica para estacionarse, apagó el coche y luego volteó a verme.
—Estás enojada —lo miré con sorpresa, se había dado cuenta.
—No, claro que no —mentí.
—Nadia —dijo en un tono más serio.
Bajé la mirada y suspire resignada. Él tenía razón y ocultárselo sería difícil, porque de algún modo siempre se daba cuenta de mi estado de ánimo y lo noté desde que empezamos esta "relación no oficial".
—Bien —levanté la mirada de nuevo hacia él—. Si estoy enojada, pero no es contigo ni con Sarah, es por mí.
—¿Qué quieres decir? —frunció el ceño confundido.
—Estoy enojada conmigo por no haber hecho nada. Casi lastiman a mi amiga y si yo no me hubiera quedado congelada en mi lugar, nada de eso hubiera pasado y... —Leonardo me tomo del rostro y me obligó a verlo.
—No es tu culpa. Estabas en un momento de estrés y es normal si eso sucede —aflojo su agarre y acaricio mis mejillas con sus dedos pulgares—. Además, reaccionaste y me diste el tiempo suficiente para darle ese golpe y así alejarlo de ustedes.
—Pero no fue suficiente —replique.
—Fue lo suficiente para mí —me miro con ternura y se acercó a mi rosto para depositar un beso en mi frente—. Eres más que suficiente, Nadia.
Le sonreí gracias a la sensación que me estaba haciendo sentir, era cálida y agradable, me gustaba como se sentía y lo mejor de todo, era él quién me hacia sentir así.
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Estábamos a una calle de mi casa y Leonardo volvió a detener su auto. Volteé a verlo y él ya ne estaba mirando de una forma tan dulce y tranquila, qué me causaba no una sensación de incomodidad, pero si era un tanto rara para mí.
—¿Qué sucede? —pregunté curiosa.
—Estuve buscándote todo el día y fue hasta ese mal momento en el que te pude ver —suspiró—. Pero... ¿sabes algo?
—¿Dime? —lo mire fijamente.
—Muero por abrazarte —sonrió y yo le correspondí.
Sin pensarlo dos veces, solté el cinturón de seguridad y me abalancé sobre él y enrede mis brazos sobre su cuello. Ambos reímos en el fuerte abrazo, estaba tan feliz de volver a verlo que la emoción me llevó a darle un beso a sus hermosos labios, este reaccionó con sorpresa y yo me avergoncé al instante por mi forma de actuar.
—Lo siento —dije avergonzada mientras regresaba a mi lugar.
—¿Por qué? —su voz tenía de nuevo ese tono de preocupación.
—Por actuar así —respondí.
—Debió hacerte tanto daño como para disculparte por mostrar tus sentimientos —me tomó del mentón obligándome a mirarlo una vez más—. Conmigo nada de eso sucederá. Yo quiero que me muestres tus sentimientos, sean buenos o malos, yo quiero verlos y experimentar contigo cada uno de ellos.
—Leonardo, yo... —me interrumpió.
—No, Nadia —la mano que estaba en mi mentón, subió a mi mejilla—. Haré hasta lo imposible para verte sonreír y hacerte recuperar ese brillo que te arrebataron. De una u otra forma lo lograre.
Mi corazón sentía ese calor una vez más y el cosquilleo en mi estómago volvió a aparecer y todo se debía a él.
Volvimos a acercar nuestros rostros y esta vez, fue el quién me beso a mí, sin distracciones, solo él y yo en ese momento.
Después de un largo beso y palabras bonitas, Leonardo volvió a encender el auto y me llevó directo a mi casa. Abrí la puerta a mi lado y Leonardo la cerró de golpe impidiéndome.
—Pero... —lo miré confundida.
—No bajes aún —soltó su cinturón de seguridad y bajó para rodear el auto por la parte de enfrente hasta llegar de mi lado y abrirme la puerta, me tendió una mano y me ayudó a bajar—. Por fin me dejaste hacerlo.
—No era necesario —dije tratando de aguantar la sonrisa que él estaba provocando—. Puedo hacerlo yo sola.
—Sé que puedes hacerlo, pero yo quiero hacerlo —sonrió—. Quiero hacerlo por respeto y por un acto de caballerosidad.
Mis mejillas ardían por su forma de ser conmigo, yo estaba sintiendo bonito.
—Bueno. Tal vez podría hacer una excepción —reí.
—Al menos no fue un "no" —ambos reímos esta vez.
Me puse de puntitas y él bajo levemente si torso para poder despedirnos, después, lo rodeé y caminé hacia la puerta de mi casa para cruzar el umbral de la puerta y antes de cerrarla, agite mi mano para despedirme una vez más, acto seguido, cerré la puerta lo más rápido posible y me llevé ambas manos al rostro.
Podía sentir de nuevo esa emoción de ilusión y de enamoramiento. Tal vez las cosas podrían ser un poco difíciles por los malas experiencias, pero no eran un impedimento para intentar ser feliz.
—¡Te vi! —escuché a mi hermano, qué me hizo dar un brinco.
—¡Dios! ¿Qué no te enseñaron a no ser metiche? —le reclamé molesta.
—¡Mamá! ¡Nadia ya tiene un novio nuevo! —giró levemente su rostro en dirección a la cocina.
—¿Qué? —escuché a mi mamá a lo lejos.
—¡Qué Nadia ya...! —corrí hacia él para taparle la boca con la mano, pero se echo a correr por toda la casa mientras lo perseguía.
—¡No seas un chismoso! —le grité.
—¡¿Entonces no se estaban besando?! —jadeo fingiendo sorpresa—. Entonces, ¿besas a extraños solo por besar?
Tomé un cojín del sillón y se lo aventó, Bruno logró atraparlo y este me lo aventó de regreso, lo esquive en el intentó. Justo cuando iba a tomar el otro cojín que estaba a mi alcancé, mi mamá apareció para regañarnos.
—¡Ya les dije que no se avienten los cojines! —cuando vio que mi hermano estaba cerca de ella, le propinó un golpe en el hombro tan fuerte que mi hermano hizo una mueca de dolor. Bruno comenzó a reírse y esto provocó aún más el enojó de mi mamá—. ¡Ah! ¿con qué te dio mucha risa? A ver, si sigues riéndote.
Volvió a darle otro golpe y mi hermano comenzó a esquivar sus golpes como una burla hacia ella, algo que es peligrosísimo en las familias mexicanas. Yo comencé a reírme por las muecas que mi hermano hacia hasta que en una de esas, sentí el golpe en mi brazo.
—¡Ay! ¡Mamá! —me sobé el brazo después del segundo golpe que recibí—. Pero yo no hice nada.
—Por reírte, eso te pasa —me volvió a pegar y mi herman comenzó a reírse—. Uno por metiche y otra por andar besando a desconocidos.
—¡Pero yo no besé a ningún desconocido! —me alejé de mi mamá en dirección a mi hermano. Fue una muy mala idea, porque logró arrinconarnos y tomó la ventaja para darnos un par de manotazos en combo.
—Dios mío, ¿qué clase de hijos me diste? —suspiró cansada—. Son idénticos a su padre.
—¡Ah que no! —le contestó mi hermano y fue su sentencia de muerte. Recibió otro manotazo y se lo llevó a la cocina.
Me quedé sola en el comedor, me reía en silencio escuchando las quejas de mi hermano mientras mi mamá lo ponía a cortar las verduras para la comida. Los golpes de mi mamá no dolían, si eran un tanto pesados, pero no lo hacia con intención de lastimarnos.
Cuando estuve segura de que no había muros por la costa (y por "costa" me refería a mi mamá), subí a mi cuarto para dejar mis cosas, cambiarme y bajar a ayudar en la cocina antes de que mi hermano pereciera ante la presencia de mamá.
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Subí a mi cuarto al terminar de comer, estaba agradecida de que Bruno no había tocado el tema del beso con Leonardo y así, me evite las preguntas de mi mamá.
Entre a mi habitación y cerre la puerta tras de mí, después, me dejé caer sobre mi cama y tomé mi celular, lo había dejado ahí sobre ella para evitar distraerme mientras cocinaba. Al desbloquear la pantalla, vi que había recibido el mensaje de un número desconocido y claro que llamó mi atención; tenía escrito "disfruta mientras puedas".
Al inició no entendía a que se estaba refiriendo, pero después de la amenaza que Marco nos lanzo horas antes, podía tratarse de él intentado arruinar todo como de costumbre.
Abrí la aplicación de mensajes y fui de llenó al chat de Leonardo, había dejado un mensaje de que le marcará en cuanto me desocupara y eso hice.
Espere mientras escuchaba el tono de llamada hasta que contestaron.
—¿Cómo te fue? —le escuché animado.
—¿Sobre qué? —estaba confundida.
—Te vi entrar muy rápido a tu casa y hasta la otra isla se pudo escuchar el portazo que diste —le escuche reír, y yo creyendo que había sido discreta.
—Yo... —reí nerviosa—. Fue culpa de mi hermano, vio... que te di el beso en la mejilla.
—¿Es celoso? —comencé a reírme, pues, Bruno era todo lo contario a celoso.
—No, para nada —terminé por responder.
—Entonces... si me acercó de nuevo a besarte, ¿no intentara golpearme o si? —su voz paso de ser animada a un tono más suave y ronca.
—No, nada de eso —le respondí.
—¿Y si intento tomarte de las manos? —volvió a preguntar.
—Tampoco —comencé a tener una sensación de cosquilleo en mi pecho.
—Entoces... ¿podré acercarme a ti y tomarte por la cintura sin ningún problema? —su voz se volvió más grave.
—Ajá.
—Supongo que podré... subir o bajar un poco mis manos, ¿cierto? —de pronto, mi cuarto comenzó a sentirse un tanto caliente aún si afuera estaba más frío que un refrigerador.
—Supongo que me gustaría que lo hicieras... —mi respiración era un poco pesada y la temperatura de mi cuerpo iba en aumento.
—¿Qué tal si intento besar tu cuello? —inhale con dificultad, podía imaginar la sensación de sus labores mi cuello—. ¿Me dejarías?
Solo pude responder con un sonido que salía de mi garganta, comenzaba a ser difícil poder formular una frase.
—¿Podré... bajar un poco más allá de tu clavícula? —sin poder controlarlo, solté un jadeo y sé que Leonardo lo escuchó, porque lo escuché suspirar con fuerza.
—Me gustaría, si —apreté levemente mis labios imaginando un poco más la situación que él me describía.
—Y... ¿recorrer un poco más de tu cuerpo con mis manos? —me tenía y me sorprendia que todo era a través de una simple llamada.
—Si... —volví a jadear. Mis manos había tomado consciencia propia, recorrían mi abdomen lentamente, después, con las yemas de mis dedos, acariciaba la comisura de mis senos sobre la ropa.
—¿Nadia? —a pesar de que era una pregunta, sonaba más a una suplica.
—¿Si? —dije en un suspiro, se me estaba dificultando el poder hablar y respirar por el calor que mi cuerpo sentía.
—Quisiera poder pasar mis manos de nuevo por tus muslos —comenzó a explicar detalladamente.
—¿Ah si? —respondí incitándolo a que continuará mientras mis manos pasan por mis muslos y cerraba mis ojos para imaginar que eran sus manos las que me estaban tocando.
—Poder pasar mis manos por la cara interna de tus muslos y subir tan lentamente para hacerlo un tanto tortuoso y... —cuando mis manos estuvieron cerca de mi entrepierna, tocaron a mi puerta sobresaltándome casi con el corazón en la mano.
—¿Nadia, hija? —de nuevo era mamá.
Tosí por los nervios y comencé a aclarar mi garganta para tratar de regresar a mi tono natural de voz.
—¿Nadia? —escuché a Leonardo a través del parlante del teléfono. Ya no sabía a quién responderle.
—¿Estás bien, hija? —insistió mi mamá.
—¡Si mamá, estoy bien! —me incorporé sobre la cama y volví a llevarme el teléfono al oído.
—¿Está todo bien? —la voz de Leonardo había vuelto a su tono original. Era vergonzoso lo que me estaba sucediendo, pase de estar a una alta temperatura a una temperatura bajo cero (claro, una exageración).
—Si, si, si. Era mi mamá —respondí.
—¿Estás hablando con alguien? —volvió a preguntar mi mamá.
—Estoy haciendo una tarea con mis compañeras, ma. Todo esta bien —me estaba muriendo de la vergüenza.
—Bueno, entonces ya no te molesto más —escuché sus pisadas alejarse permitiéndome relajarme.
Comencé a escuchar a Leonardo reír al otro lado de la línea, me fue imposible no contagiarme de su risa y así estuvimos por un par de minutos.
—¡Dios! —al fin pude hablar—. ¡Qué vergonzoso!
—Por poco y nos atrapan —bromeó.
—Lo sé. Ya estoy muy avergonzada, pero si mi mamá hubiera entrado a mi cuarto, lo estaría aún más —pase por mi rostro la mano que tenía libre.
—Eso solo significa una cosa —la voz de Leo volvió a ser grave y ronca.
—¿Qué cosa? —pregunté curiosa.
—Que tus manos fueron las mías por un instante —uso un tono tan seductor que mi cuerpo reaccionó a él.
Era más que cierto, mi imaginación y su descripción hicieron que él estuviera acariciando mi cuerpo en ese momento, indirectamente, pero estaba sucediendo.
Pensaba qué, si sus palabras habían provocado esa sensación de calor en mi cuerpo, no podía ni imaginar lo que sentiría si fueran sus manos las que me estuvieran tocando.
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