Capítulo treinta y dos: ¿Por qué de nuevo?
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Nadia
El vuelo había sido largo e incómodo, eran pocas las veces que viajábamos al año y siempre olvidaba la sensación de estar en un avión.
Estaba cansada, una noche anterior había ido con mis amigos a la fiesta de disfraces de Matt y los chicos de la banda. Cuando le pedí a Leonardo que nos acompañara, o más bien, que me acompañara no rechazó la invitación, pero tampoco la acepto. Termine yendo más desmotivada que emocionada.
Cuando llegamos al bar, el aire me faltó en el momento en que lo vi frente a la entrada del bar, llevaba una camisa blanca manchada con sangre falsa con las mangas remangadas hasta los codos, que dejaban ver parte de sus brazos y un par de venas en ellos con un pantalón negro y zapatos a juego, además, llevaba una clase de peinado alborotado y lucia mojado. Era la perfección vuelta un pecado, después de todo, tenía un cuerpo marcado y de ensueño; recuerdo lo caliente que estaba del rostro y como me latía el corazón en ese momento.
La fiesta fue buena, pero no me había causado una marca como lo que paso después en el auto de Leonardo.
Sus manos me tomaban del rostro, luego de la nuca como si el beso nos fuera a fundir y después, una de sus manos tocaba mi muslo y poco a poco se fue subiendo acercándose a la altura perfecta para hacerme perder el control, pero todo acabo tan abruptamente cuando mi celular sonó y nos cortó ese momento tan candente.
Recordar ese instante, hacia que un calor se concentrara en mi pecho y después fuese extendiéndose por mi cuerpo hasta reaccionar avergonzada con las mejillas rojas. Me ponía a imaginar que hubiese sido de la noche si su mano hubiese subido aún más por la abertura de mi vestido.
Era vergonzoso pensar en todo eso, y lo fue aún más cuando estuvimos en casa de mi abuela y me la pasaba distraída casi todo el tiempo.
No podía evitarlo, era imposible aún si estaba ocupada ayudando a montar lo que faltaba en la ofrenda o haciendo cualquier otra cosa para distraerme.
—¿Todo bien, hija? —preguntó mi abuela.
—Si, si —apenas dije.
—Te veo un poco roja del rostro, ¿segura que te sientes bien? —posó una mano en mi frente para asegurarse de mi temperatura.
Me aleje un poco y comencé a reír nerviosa.
—¡Claro! ¿Por qué no lo estaría? —me levanté de la silla en la que estaba sentada y salí de la cocina para ir directo a la sala y mirar la ofrenda.
Una vez en la sala, me dejé caer sobre el sillón y suspire profundamente sacando todo el aire de mis pulmones para luego volver a inhalar.
Vi el altar que ya estaba casi terminado, había frutas, dulces, bebidas, fotos de nuestros seres queridos y hasta de nuestras mascotas. Cada uno de los detalles sobre la estructura de la ofrenda, desbordaban recuerdos llenos de nostalgia y aún más si se le ponía mucha atención a cada uno de los elementos.
Después de unos minutos apreciando el altar, le tomé una foto y se la mande a Leonardo, no recibí ningún respuesta de su parte, supuse que debería estar ocupado y que la vería después.
Casi todo el fin de semana me la pase cuidando el altar junto a mi familia, y poco a poco ibamos tomando algún alimento de la ofrenda. Además, también disfrutamos de un desfile que hubo en la Ciudad y aproveche para mandarle más fotos a Leonardo; las recibió con gusto pidiéndome explicarle a detalle cada cosa que le mostrada en las fotos.
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El lunes temprano, nos quedamos en casa mientras mi abuela y parte de mi familia nos contaban a los más jóvenes quién era quién de cada una de las fotos que había en el altar y así, despedirnos por su visita. Esa era la costumbre el 2 de Noviembre cada año, guardábamos silencio y esperamos al menos una hora para poder apagar el sahumerio y empezar a hablar en voz alta.
Suspire aún viendo el altar, en eso, mi abuela se acercó y se sentó a mi lado.
—Vaya suspiro —comentó.
—¿Por qué? —volteé a verla.
—Ese suspiro no es nostalgia, si no, de añoro —sonrió y levantó una ceja.
—¿Qué? No, para nada —reí nerviosa.
—Esa sonrisa no es la que tenías con ese tal Marco. Esta vez es diferente —me dio un par de golpecitos en la espalda y se puso de pie—. Espero conocer algún día al joven que te hace suspirar.
«Si tan solo supiera», respondí mentalmente.
Volví a quedarme sola y el resto del día prácticamente estuve sin hacer nada, solo me quedaba estar sentada o acostada en el sofá, esperando a que de hiciera de noche, pues, esperaba ansiosa el viaje de regreso a Nueva York y para poder ver a Leonardo, pero claramente, el día buscaba la forma de durar mucho tiempo para alargar la tortura.
Y mientras esperaba a que fuera la mañana siguiente, ayudaba a recoger la ofrenda y a comer de la comida que estaba en ella.
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Martes por la mañana y estaba más cansada que nada. Habíamos viajado durante parte de la madrugada y parte del amanecer.
Le había mandando un par de mensajes a Leonardo antes de que despegara el vuelo y también poco después de aterrizar.
Después de recoger nuestras maletas, pedimos un taxi grande para llegar a casa y directamente irnos a dormir. Claro qué, mi ansiedad pudo más que mi cansancio obligándome a mandarle mensaje a Sarah para poder ponerme al corriente después de faltar dos días seguidos y pedirle el favor de ayudarme con el tercer día que faltaría, algo que yo no hacia, pero era realmente demasiado el cansancio que sentía.
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Nadia:
Llegué a mi casa hace un par
de horas y estoy muerta.
Sarah:
Y no solo estarás muerta por
el viaje, también yo te mataré.
Nadia:
¿Qué fue lo que hice ahora?
Sarah:
Me dejaste sin saber que
sucedió entre tú y el doctor
esa noche que se fueron juntos.
Nadia:
¡Ay! Es cierto, ya no te conté.
Sarah:
Es evidente.
Pero me lo contarás cuando
nos veamos en la facultad y me
contarás todo con DETALLE.
Nadia:
Por supuesto.
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Reí para mi misma tratando de imaginar la reacción que tendría Sarah en cuanto le contara lo que sucedió en el auto.
Dejé el celular sobre la cama y me quede mirando al techo. En ese momento, volví a recordar la sensación que tuve en la piel cuando Leonardo acariciaba mi muslo.
Mi respiración comenzaba a acelerarse y el calor aumentaba por mis mejillas, mi mente no solo recordaba las sensaciones, si no, que empezó a divagar e imaginaba lo que pudo haber pasado si la llamada no nos hubiera interrumpido. El corazón me latía con fuerza y respiraba con dificultad y sin poder controlarlo, un jadeo salió de mi boca; me di cuenta del lugar en el que estaba, seguía en mi cuarto y rezaba porqur nadie me hubiese escuchado.
Me levanté muy rápido de mi cama y salí corriendo al baño para mojarme el rostro y el cuello y aminorar la temperatura que estaba experimentando mi cuerpo.
Llevaba tiempo sin sentirme de esa forma, era raro y a la vez tan confuso, me preguntaba si era correcto sentirme así aún si estaba tratando de superar todos mis traumas.
Estando en el baño y frente al espejo abrí el grifo, junte mis manos para juntar el agua en ellas y después llevarlas a mi rostro para mojarlo, nuevamente las moje y antes de llevarlas a mi cuello y nuca, cerré la llave y me mire al espejo; seguía roja, pero con la diferencia de que mi rostro ya estaba casi a tu temperatura normal y mi respiración iba regularizándose poco a poco.
Suspire y salí del baño para regresar a mi cuarto cerré la puerta después de entrar y me tire sobre la cama. Dejé salir un muy largo y fuerte suspiro y después me cubrí el rostro con las manos, seguía avergonzada por lo que mi mente había imaginado y no me incomodaba en absoluto, pero si estaba nerviosa por saber si algo parecido llegaba a suceder.
Como obra del destino, “el Rey de Roma” estaba llamándome al celular, me levanté de la cama con el aparato en mis manos y miraba fijamente la pantalla mientras pensaba si era conveniente responder o no. Después de unos cuantos segundos dejó de sonar, suspire algo aliviada, pero al instante volvió a sonar el celular siendo contestada al momento por reflejo.
—Hola, Nadia —escuché su voz grave; recordaba la pequeña llamada que tuvimos durante mi instancia en México, no parecía del todo animado, por el tono de voz tan diferente que tenía en ese momento.
—H-Hola —estaba nerviosa y trataba de controlar mi boca para evitar exhibirme a él en la llamada.
—¿Cómo estuvo el viaje de regreso? —se escuchaba tranquilo y animado.
—Algo cansado, pero creo que lo soportare —bromeé.
—Supongo que mañana estarás asistiendo a clases, ¿no?
—N-No —por alguna razón me estaba poniendo más nerviosa—. Estoy cansada.
—Oh, entiendo. Entonces, te dejó descansar y… —estaba por despedirse, pero lo interrumpí.
—¡No! —hice una pausa y volví a hablad antes de que él lo hiciera—. Quiero decir… estoy cansada, pero no quiero dejar de hablar contigo.
Escuche una risita del otro lado de la línea y un suspiro tan cálido, qué olvide por un momento las escenas eróticas que mi mente había moldeado.
—Me encanta oír eso —mi corazón se aceleró al escuchar esas palabras. Me estaba emocionado por escucharlo decir eso.
De pronto, no supe que decir y el silencio se apodero de ambas líneas de la llamada. Trataba de formular alguna frase o incluso, una pregunta para seguir continuando la conversación, pero estaba en blanco por completo hasta que él volvió a hablar.
—N-Nadia… —aclaró su garganta.
—¿Si? —esperaba ansiosa fuera lo que fuese a decir en ese momento.
—Quiero… disculparme por lo que sucedió en mi coche —mis mejillas se calentaron más rápido que la velocidad de la luz.
—¿P-Por qué? —estaba comenzando a preocuparme, pensaba que seguramente se estaba arrepintiendo de lo que sucedió y qur me diría que no iba a volver a pasar, incluso pensé que me diría que se alejaría de mí.
—Estaba… por perder el control y —volvió a hacer una pausa—, no debí hacerlo. Debí evitarlo.
—No, no digas eso —me llevé al rostro la mano que tenía libre y rasque mi frente—. Yo… Me gustó.
El silencio volvió a reinar en la llamada y después, cuando me di cuenta de lo que había dicho mis ojos se abrieron de par en par, me levanté de la cama y comencé a dar vueltas por mi cuarto.
—¿Qué? —preguntó.
—No, no, yo no —maldije en mi interior.
—Entonces, ¿no te gustó? —lo escuché algo alterado.
—No. ¡Si! Es decir… —guarde silencio unos segundos e inhale profundamente para así aclarar mis ideas—. Quiero decir qué si me gustó y no me desagrado.
—¿De… verdad? —parecía sorprendido.
—Si —respondí.
Los dos comenzamos a reír por nervios o emoción, pero era una buena noticia y una señal de que posiblemente más momentos a solas podrían suceder.
El tema cambio de pronto a los elementos que tenía la foto que le había tomado de la ofrenda que mi familia montó por el día de muertos. Él parecía un niño chiquito por el sin fin de preguntas que hacia y a mí me gustaba responderlas.
El tiempo paso y la llamada llego a su fin, cuando colgué noté la sonrisa que tenía, era de las mejores sensaciones que podía tener, se sentía bien volver a sonreír así.
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Llegó el jueves y me encontraba bajando del autobús frente a la facultad, con la mirada buscaba a Leonardo esperando a que estuviera en el estacionamiento bajando de su auto, pero no fue así, supuse que lo vería entre los pasillos más tarde.
Aún estando en el estacionamiento, recibí un mensaje de Sarah, decía que me estaba esperando en la entrada de la facultad, me eche a correr para no hacerla esperar y cuando llegué, alcancé a ver que empujaba a alguien por la puerte y se notaba nerviosa.
—¿Todo bien? —levanté una ceja.
—¡Claro! —sonrió y luego suspiro.
—¿Quién era la persona con la que estabas? —comencé a empujar la puerta para entrar e intentar localizar aquella silueta que había visto frente a Sarah, pero esta me detuvo.
—¡Nadie! —me tomó por la muñeca y volvió a sonreír, pero esta vez dejó salir una risa nerviosa.
—Sarah —insistí.
—Después te cuento, pero ahora… ¡tú me debes una descripción a detalle de lo que paso la noche de la fiesta! —me señaló con el dedo índice y después me tomó del brazo.
Entramos por fin al edificio, pero no fue hasta que Sarah lo indicó y sin soltarme del brazo. Mientras caminábamos hacia el salón que nos tocaba, le iba contando lo poco que sucedió, y se emocionó aún si solo fue un pequeño roce lo que la mano de Leonardo le dio a mi muslo.
Durante las clases intentaba concentrarme y poner atención, los exámenes estaban más cerca de lo que creía y me estaba siendo imposible por mi imaginación, seguía creando escenarios ficticios en el auto de Leonardo, en su departamento o en algún lugar tan aislado donde solo él y yo estuviéramos sin la interrupción de nada ni nadie, pero era imposible.
Tanta fue mi disociación, qué Sarah se dio cuenta y paso su mano frente a mi rostro con una enorme sonrisa.
—¿Qué tanto imaginas, querida Nadia? —colocó sus manos bajo su mentón.
—En nada —mentí.
—Y… ese “nada”, ¿provoca mejillas rojas y una respiración tan pesada? —levantó varias veces las cejas de forma pícara.
—¡¿Qué?! ¡Claro que no! —toqué mi rostro y esté estaba caliente.
—Claaaro —bufo—. Porque ese “NADA” es un doctor, y él solo quiere hacer su trabajo recorriendo toda tu anatomía con sus propias manos, especialista en la materia para luego unir su experimentada lengua y... —la interrumpí.
—¡Por Dios, Sarah! —tomé sus manos y comenzó a reír a carcajadas—. No digas esas cosas.
—Nadia, no lo niegues —siguió riendo.
—No niego nada, solo… —me detuve.
—¿Qué? —sonrió—. Tú rostro te delata y eso jamás podrás ocultarlo.
—Cuando te dan cuerda, eres imposible de callarte —guarde mis cosas y me levanté de la banca de concretro en la que estabamos sentadas frente al estacionamiento.
—Nadia, perdón —escuché que también había tomado sus cosas y corría para alcanzarme—. No quise ofenderte.
—No me ofendes, Sarah —me detuve y volteé a verla—. Solo… me pones nerviosa y haces que me sea más difícil verlo a la cara.
Nos quedamos en silencio por un par de segundos y volvimos a reír, al menos no había nadie ahí cerca para escuchar nuestro dramatismo. Me giré sobre mi eje para continuar caminando, pero me fue imposible cuando choque contra algo.
—Lo siento, no fue… —al levantar el rostro, mi cuerpo se congeló por completo—. M-Marco…
—Hola, Nadia —sonrió y mi cuerpo se erizo.
—¿Qué mierda haces aquí? —escuché a Sarah gritarle tras de mí.
—Largo de aquí, zorra. Eres tú quién le ha estado metiendo ideas raras a Nadia —este la miró como si quisiera clavarle miles de dagas con la mirada.
—¿Cosas raras? —Sarah volvió a contestarle y la escuche bufar—. Aquí el único raro eres tú.
—¡Callate! Si no fuera por ti, Nadia estaría conmigo —le gritó. Yo no podía moverme, estaba aterrada, pero no podía hacer ningún movimiento.
— A mí nadie me calla y si no fuera por mí, ella sería infeliz contigo —Sarah gritó esta vez—. ¡Ahora, fuera de aquí!
—Yo mismo te haré callar —Marco camino de forma amenazante pasando por mi costado izquierdo, y como si en ese instante mi cerebro hubiera recibido una carga de electricidad, lo tomé del brazo para detenerlo.
—¡No, Marco! —comencé a tirar de su brazo—. No le hagas nada, ¡por favor!
Me fue imposible detenerlo, Marco me tomó del rostro con una mano y me término lanzando contra el suelo.
—¡Nadia! —logré escuchar a mi amiga, pero al mismo tiempo escuché un quejido que salía de ella.
Volteé a verlos, Sarah también se encontraba en el suelo y frente a ella estaba Marco, acercándose más y más a ella listo para atacarla. De pronto, otra silueta apareció y tiró de un golpe a Marco.
—Parece que el golpe que te di la otra vez, no fue suficiente para hacerte entender —era Leonardo.
—¿Quién le va a hacer caso a un sujeto como tú? —Marco se llevó la mano a la mejilla, la tenía roja por el golpe que había recibido.
—Ya te lo advertí —Leonardo volvió a hablar—. Aléjate de Nadia o juro que…
—¿O qué? —Marco comenzó a ponerse de pie e instantáneamente vi a Leonardo ponerse en posición de defensa en caso de que Marco intentara atacar.
—Yo te haré pagar por todo —la voz de Leonardo se había vuelto más grave, incluso podría jurar que un escalofrío recorrió mi espalda. Sus manos estaban vueltas en puños por la fuerza que ejercía sobre ellas y su rostro se podía ver arrugado por el enojó que había sobre él.
—Ya veremos quién lo pagara realmente —rió—. Y tú —me señaló—, pronto estarás rogando por volver a estar conmigo.
Marco dio media vuelta y se fue del estacionamiento dejándonos a los tres ahí sin más que decir; tanto Sarah como yo, seguíamos en el suelo, tratando de asimilar lo que había sucedido, pero sin poder decir una palabra.
Leonardo se acercó a mí y me ayudó a ponerme de pie, me tomó delicadamente de los hombros y después con mucho cuidado, paso una mano por mi mentón.
—¿Estás bien? ¿Te lastimó? —sus ojos reflejaban la preocupación que estaba sintiendo en ese momento.
Negué lentamente con la cabeza y luego posé una mano sobre la suya, qué aún se encontraba en mi rostro.
—Estoy bien, tranquilo —le sonreí. En eso, un quejido se escuchó, era Sarah—. ¡Sarah!
—Tranquila, estoy bien —levantó la mano y mostró el pulgar—. Ustedes… sigan en lo suyo.
Leonardo y yo nos miramos durante un par de segundos y terminamos por acercarnos a Sarah y ayudarla a ponerse de pie.
Estuvimos hablando un par de segundos sobre lo que había ocurrido, Sarah estaba molesta y Leonardo, ni se diga. Por mi parte, aún seguía como adormilada, en una clase de trance por el miedo de lo que pudo haber ocurrido en ese momento.
Aaron llegó unos minutos después, ayudó a Sarah y la llevó a casa, mientras Leonardo y yo nos ibamos juntos, no antes volver a buscar una ruta para que nadie nos viera.
Tarde o temprano debía de enfrentar mis miedos, no iba a poder hacer nada si seguía quedándome estática por el terror que me poseía, el problema es que aún no sabía comí hacerlo.
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