Capítulo Trece: Sólos los dos
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Nadia
Estaba congelada contra la puerta, el corazón me latía rápido y mi rostro estaba caliente que podría jurar que tenía fiebre, pero no era eso, eran las emociones que ese hombre me estaba causando. El simple sonido de su respiración, me causaba tales emociones en un abrir y cerrar de ojos, era él quien causaba todo.
—¿Estás bien? —la voz de mamá me hizo regresar a la realidad.
—¿Eh? ¿Qué? —me llevé una mano al pecho, la otra seguía ocupada tomando mi celular.
—¿Quién era él? —una mirada curiosa atravesó su rostro.
—¡Nadie! —agite las manos rápidamente.
—Hija. —cruzó sus brazos.
—Mamá. —sonreí.
—Es muy apuesto —soltó de repente—, pero... ¿no crees que es muy mayor?
—¡Ay, Dios. Mamá! —me llevé las manos a mi rostro para ocultarlo—. Él no es nada mío, el es mi...
Paré en seco. No estava segura si debía decirle a mi mamá que aquel hombre era mi profesor y me había dado su número para contactarlo.
—¿Tu... qué? —levantó una ceja.
—Mi... mi compañero. —dejé salir una risa nerviosa y caminé rápidamente hacia las escaleras.
—Bueno, dile a tu compañero que no sea tan obvio. —soltó una leve carcajada y entró a la cocina.
Me quede estática en mi lugar después de escuchar a mamá diciendo eso.
«¿Que no sea obvio?, me repetía intentando decifrar a que se estaba refiriendo.
Entre a mi cuarto, pegué mi espalda contra la puerta y volví a revisar mi celular; quería asegurarme de que todo había sido real y no una simple alucinación por el cansancio o el estrés que Marco me había generado.
Desbloquee la pantalla de mi celular y me fui a la sección del teclado para las llamadas, y en efecto, estaba un número guardado con el nombre o más bien, con el apodo "Leo".
Nuevamente, mi corazón latía con fuerza, pues, una idea tan descabellada había cruzado por mi cabeza. Mi corazón quería que le llamará para probar que si fuera su número, en ese momento dio comienzo a un debate conmigo misma de si debía hacerlo o esperar a que él me mandara señales de vida, fue entonces que me di cuenta que yo no le di mi número y no era una opción el hacerle una llamada o mandarle un mensaje, y si hacía una de las dos cosas, podría parecer unsi
Ahí estaba, viendo la pantalla de mi celular sin saber que hacer.
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El viernes había terminado, era sábado a medio día y me encontraba en una pizzería esperando a que llegara Sarah. Debía y tenía que contarle lo que había sucedido la tarde anterior y necesitaba sus consejos.
Miraba por la ventana, ansiosa por que ya llegara; justo la vi cruzar la calle y entrar al local buscándome con sus grandes ojos azules.
Me sonrió cuando logró encontrarme y agito su mano mientras se acercaba a la mesa en la que me encontraba.
—Disculpa la demora. —quitó su bolsa cruzada y la posicionó en el sillón rojo frente al mío.
—Ya era hora —dije fingiendo estar indignada—. ¡Necesito contarte algo!
—¡Lo se! —le dio pequeños golpes a la mesa mostrando emoción—. Ayer sonabas emocionada, nerviosa y hasta... distraída.
—¿Distraída? —levanté una ceja—. ¿Por qué?
—Me dijiste “mamá” —sonrió.
—Ay, perdoname.
Ambas reímos durante unos segundos hasta que Sarah se acomodó en su asiento.
—Ahora si —colocó sus manos sobre la mesa y se inclino levemente—. ¿Qué fue lo que sucedió ayer para tenerte así de emocionada?
—No quiero que pienses mal —sonreí nervisa—. No creo que sea malo, tal vez sólo lo estoy malinterpretando.
—¿Qué cosa?
—Ayer estaba caminando por el parque cerca de mi casa —hice una pausa. Sarah me asintió con la para continuar—. Marco volvió a aparecer.
—¡Ese hijo de...! —se detuvo abruptamente cuando se percato de que el tono de voz que había usado, llamó la atención de los comensales—. ¿Cuando va a desaparecer de tu vida?
—Ya sé, pero eso no es lo importante.
—¿Cómo no lo va a ser? —dio un golpe a la mesa—. ¡Está loco!
—¡El profe llegó y me defendió! —dije sin dudarlo y Sarah quedo estupefacta.
Sus ojos mostraban demasiada sorpresa, sus mejillas se tornaron de un color rosa y una mueca traviesa comenzó a colocarse en sus boca.
—¿El profesor Leonardo Lane? —cruzó sus manos y las colocó bajo su mentón.
—Sí, él.
—Interesante. —sonrió.
—¿Qué? —levanté de nuevo una ceja al no entender a que se refería.
—¿Sabes qué hacia ahí? —ladeó la cabeza.
—Pues... no lo se.
Trataba de recordar si había algo más en el parque que lo hubiese hecho estar ahí, pero realmente no había nada, solo eramos muy pocas las personas que nos encontrábamos ahí y él apareció de la nada.
—¡Nadia! —Sarah chasqueo los dedos frente a mis ojos para llamar mi atención.
—¿Qué? ¿qué? —parpadee rápidamente para enfocar el rostro de mi amiga frente a mí.
—Te pregunté si algo más sucedió. —cruzo los brazos sobre su pecho.
—Él me defendió de Marco y me acompañó hasta mi casa en caso de que aquel intentará hacer algo, y... —hice una pausa y miré fijamente a mi amiga.
—¿Y... qué?
—Me dio su número... —apreté mis labios esperando la reacción de mi amiga.
Sarah dio pequeños saltos sobre su asiento y aplaudió rápidamente para después terminar con los brazos estirados sobre su cabeza.
—¡Eso! —los bajo de golpe en señal de victoria, pero uno de sus codos golpeo la mesa—. ¡Dios!
Se tomó del codo y después de unos segundos volvió a acomodarse en su asiento, puso sus manos sobre su mentón y me miro fijamente con una enorme sonrisa.
—Es el primer paso.
—¿Cuál primer paso? —la miré extrañada.
—¡Para una hermosa historia de amor!
—Sarah, me dijo que su número era para una emergencia. —le expliqué.
—Claro, y le vas a marcar diciendo que hay una emergencia y es por ser tan guapo que te tiene enamorada. —empezó a bailar en su lugar.
—Estás loca. —me pegué al respaldo.
—Nadia, te le declaraste estando borracha. Ya nada vergonzoso puede suceder —levantó las cejas.
—No creo que eso haya sucedido, seguramente solo lo soñé.
—Él estaba en el club esa noche —se levantó lentamente inclinándose más hacia a mí—, y te llevó hasta nuestra mesa pidiendo que te llevaramos a casa. Yo creo que esa declaración fue real.
Comenzó a reír y empezó a hablar sobre la fantasia en su mente donde los protagonistas éramos el profesor y yo. Dijo que nos veía casados, siendo médicos trabajando hombro a hombro y con hijos.
Se había vuelto loca y yo me preguntaba si había hecho lo correcto en contarle.
—¿Ya acabaste la tarea del profeo Leo? —de nuevo una sonrisa traviesa estaba en su rostro.
—Casi, pero tengo varias dudas. —dije sin pensar en lo qye había dicho.
—Excelente —me señaló con un dedo—. Esa será tu excusa para hablarle el lunes después de la clase.
—¡Sarah! —traté de llamarle la atención.
—Ya dije y debes aprovechar.
No me dejo quejarme, levantó su mano para llamar a la mesera y así tomaran nuestra orden.
El resto de la tarde nos concentramos en hablar sobre los proyectos y tareas pendientes, y se vez en cuando, ella insistía con el tema de Leonardo.
Mi corazón se alborotaba con solo imaginar las posibilidades que Sarah ya había metido a mi cabeza, pero inmediatamente me decía a mí misma que eran pésimas ideas y podía quedar como la alumna tonta y enamorada, y no sería la primera. Estaba segura de que toda alumna que lo ha conocido, cayó enamorada de él.
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Era lunes por la mañana, no había podido dormir durante toda la noche y fue gracias a las ideas que Saraha había estado mencionando una y otra vez durante la noche del domingo.
Estaba nerviosa, la primera clase del día era con Leonardo y la ansiedad no me permitía estar tranquila.
Sarah entró al salón y cuando me vio, inmediatamente me sonrió y caminó hasta el asiento frente a mí que le había guardado.
—¿Lista? —dijo después de girar en el asiento.
—¿Para qué? —pregunté algo asustada.
—Para la operación “Enamorando al apuesto Doctor” —me sonrió.
—¡Shhh! —miré a los lados esperando que nadie nos haya escuchado—. Aquí no.
—Seguro. Ya veremos. —volvió a girar sobre su asiento.
A los pocos segundos entro Leonardo, acomodó sus cosas sobre el escritorio y por un muy pequeño segundo, sus ojos habían conectado con los míos. Tal vez mi imaginación era muy buena, pero pude ver como se formaba una sonrisa de lado apenas visible.
—Buenos días, chicos —pronunció tan tranquilo y animado—. ¿Qué tal estuvo su fin?
Muchos apenas si contestaron y comenzaron las pequeñas bromas sobre alargar los fines de semana o las quejas de sueño y cansancio de algunos compañeros. Yo también estaba cansada, no había dormido casi nada durante tods la noche, pero con la simple presencia de el profesor me daba la energía suficiente para aguantar el sueño.
La clase paso muy rápido, fue amena y muy divertida con los datos que nos daba el profesor o con los bromas que algunos chicos hacían.
Estaba tan embobada, que no me fije que todos se habían ido ya del salón dejándome sola con el profesor, sólos los dos.
—Nadia. —su voz hizo eco en el salón.
Me levanté de presa de mi asiento llevándome la mochila de corbata y a la vez mi cuaderno.
Me agache para recoger las cosas que se habían salido de la mochila y poder acomodarlas en su lugar, sin darme cuenta de que Leonardo estaba a centímetros de mí y recogiendo mi libreta.
—Toma. —extendido su mano hacia mí.
Lo miré por unos segundos antes de tomar el cuaderno de su mano. Estábamos tan cerca el uno del otro, que podría jurar sentir su aliento sobre mi mejilla.
—¿Q-Qué tal tu fin? —la gravedad de su voz resonaba entre las cuatro paredes blancas del salón.
—¿Mi fin? —apenas pude pronunciar. Su presencia y cercanía me hacia ser más torpe. Apenas si podía hablar frente a él.
—Sí, ¿cómo estuvo? —me sonrió y esa acción hizo que mi corazón comenzara a latir con fuerza.
—Pues... Estuvo bien, gracias a usted. —admití apenada, no quería sonar tan obvia y mostrar mis sentimientos.
—¿Por mí? —me miro confundido.
—Sí. Es decir... —intentaba pensar rápido y formular una palabra coherente y que no sonara tan tonta—. usted me defendió ese día y gracias a eso, mi fin de semana estuvo tranquila y excelente.
—¿Él... es tu novio? —preguntó y una espina en mi corazón comenzó a clavarse más en él.
Me avergonzaba el hecho de que él había visto la forma en que me trató Marco, no quería que él viera eso y mucho menos que lo conociera.
—Lo fue. —dije avergonzada.
—Se siguen hablando.
—¡No! —dije alarmada y después baje la mirada—. En realidad, yo ya no lo quiero cerca, pero el sigue apareciendo y solo esta arruinando mi vida.
Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, solté mi mochila y me llevé las manos a mi rostro.
La vergüenza y la ira se habían apoderado de mí en ese momento. No era culpa de Leonardo que yo me pusiera en ese estado, pero estaba muy avergonzada el saber que vio como me lastimaban.
—Perdón, debo irme. —limpié las lágrimas de mi mejilla con el dorso de mi mano para eliminar el camino que ya habían formado en ellas.
Me agache para tomar como pude mi mochila y rodeé al profesor para salir inmediatamente y así, evitar que me viera en ese estado tan lamentable.
Sin esperarlo, una gran mano me tomó del brazo derecho deteniéndome, mis ojos se posaron en ella, recorriendo el largo brazo hasta su origen. Un par de segundos transcurrieron en ese mismo instante, hasta que esa mano me atrajo hasta quedar rodeada por los fuertes brazos de su dueño.
Mi mente estaba en blanco, no sabía si alejarme o quedarme ahí mismo, intentando no moverme ni un solo milímetro para poder seguir embriagándome con el dulce aroma de su colonia y reconfortándome en el calor de sus brazos.
El maravilloso abrazo no duro mucho, pues Leonardo me separó tomándome de los hombros. Volteamos a mirarnos, pero él desvío su mirada y me rodeo para dirigirse a su escritorio.
—Lo lamento. —apenas se escuchó y salió del salón llevándose sus cosas sin siquiera guardarlas.
Al final, me quede completamente sola en em salón con el sonido estruendoso de los latidos de mi corazón en mis oídos y con el temblor de mis piernas que provocaron una falla en mis rodillas, haciéndome necesitar estar sentada o podría caer sobre ellas y no poder levantarme por mi propia voluntad.
Estaba en shock, mi mente aún no lograba procesar lo que había sucedido y mi cuerpo aún no reaccionaba pues, la sensación de sus brazos rodeándome seguía presente en mi cuerpo como si aún estuviera sucediendo.
Estaba segura de que en cualquier momento iba a desfallecer y terminar en el servicio médico, pero Sarah apareció como un ángel listo para apoyarme.
—¿Estás bien, Nadia? —me tomó por los hombros.
Me limite únicamente a asentir con la cabeza.
—¿Qué sucede? —podía escuchar la preocupación en su voz.
—Él... él... —no podía hablar, era tanta la emoción que había olvidado como hablar.
—¿Qué te hizo? ¿te hizo algo? —se puso frente a mí y apreté mis hombros. Sus ojos mostraban miedo por lo que pudiese decir.
—Me abrazo... —suspire y comencé a sentir que estaba faltando, aún si la silla en la que me encontraba era más dura que una roca.
—¡Oh por Dios! —se enderezó y comenzó a agitar sus manos—. ¡Oh por Dios!
Mi momento de estar en una nube terminó en el momento que comencé a recibir manotazos rápidos por parte de Sarah, ella parecía más emocionada de lo que yo lo estaba. Por un momento parecía que había dejado de respirar, pues su rostro estaba rojo adornado con una sonrisa de oreja a oreja y sus ojos brillaban por un par de lágrimas que amenazan con salir de ellos.
—¡Pero respira, mujer! —la tomé de los hombros para jamaquearla y regresarla a la realidad.
—Respirar es para tontos —bromeó y ambas comenzamos a reír—. Hablando en serio, ¿cómo fue?
—Fue... tan embriagante —suspire—. Su aroma, el color que emana y la fuerza con la que me abrazaba.
—Debe ser muy fuerte. —sonrió ampliamente.
—Tal vez, pero me abrazaba con tanta delicadeza y... ¡Dios! —me llevé las manos a mis mejillas—. Quiero repetirlo.
—Eso veo. —Sarah me dio un leve empujón.
Salimos del salón con tanta felicidad que habíamos olvidado el horario de la siguiente clase.
Llegamos tarde, pero eso no fue suficiente como para quitarme la sensación que aún tenía en mis brazos y espalda. Debía suceder algo realmente malo para hacerme olvidar de ese abrazo tan perfecto.
Solo un pensamiento gobernaba en mi mente, era más un deseo que pensamiento, pero quería ser abrazada una vez más por Leonardo.
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