Capítulo Siete: Profesor.

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Leonardo

Corría por los pasillos de un hospital y gritaba desesperado, pero nadie aparecía para saber que me sucedía o tan siquiera para ayudarme.
En mis brazos, llevaba cargando a una niña con una mancha carmesí en su abdomen; mis lágrimas caían como río por mis mejillas y el pasillo por el que corría se hacía cada vez más interminable. De pronto, el llanto de una mujer comenzó a escucharse y la niña en mis brazos había desaparecido; levante la mirada de mis manos para buscarla, y lo que veía frente a mí era la imagen de la niña en el suelo sobre un charco de sangre.

Desperté agitado, mire a todos confirmando que seguía en mi cuarto y todo había sido un mal sueño. Por la venta se veía el paisaje de la ciudad que poco a poco se iba apagando, aún no salía el sol, pero el cielo estaba de un azul grisáceo, señal de que pronto se iluminaría. Me levanté de la cama y salí de mi cuarto dirigiéndome a la cosina para un vaso como agua; cuando me serví, no tarde nada en pasar el afua de un solo trago. Regresé a mí cuarto y lo primero que revisé fue el celular, había varías notificaciones de algunas aplicaciones y avisos sobre la alarma que estaba a diez minutos de sonar; revisé la hora, eran las 5:05 a.m., había despertado antes de tiempo y aprovechar esos diez minutos faltantes no era una opción; alisté mi ropa y entré al baño para tomar una ducha larga, ya estando bajo el agua caliente y con una mano en la pared, la imagen de la niña en mi sueño volvía a mí. La impotencia y la irá me invadían al recordar que ese sueño no era un simple sueño, era un trauma, un recuerdo que aún no podía superar y que llevaba mortificandome desde hacia un par de años.

Terminé de bañarme, rebaje mi barba y me alisté; me salté el desayuno, aquel sueño me había dejado un mal sabor de boca y me quitó el apetito. Baje por el ascensor al piso de la recepción, encontrándome con el portero.

-Buenos días, Doctor. -se encontraba con una taza de café en sus manos.

-Buen día, James. -caminé hacía la recepción.

-¿Hoy no irá en su auto? -me preguntó.

-No, hoy no. Hoy tomaré el transporte. ¿Podrías avisarle a Harry que no bajaré?

-Claro, Doctor. Yo le avisó. -me sonrió.

-Muchas gracias. -continúe caminando ahora hacia la gran puerta de vidrio.

Al salir, el aire fresco de la mañana golpeo mi rostro, revise la hora en mi reloj y si me daba prisa, llegaría a tiempo para tomar el autobús que me dejaba frente a la universidad.
Llegué a la parada y por fortuna tomé un buen lugar cuando llego el autobús, me relaje viendo por la ventana las calles por las que pasábamos.

El camión se detuvo en la parada frente a la universidad, volví a revisar mi reloj y estaba a tiempo. Caminé hacía las oficinas para registrar mi entrada y recoger mis listas provisionales. Al entrar, el olor tan característico a café, inundó mis fosas, no era para nada molesto y de vez en cuando, las secretarias me ofrecían una taza.

Volví a salir del edificio de las oficinas, cruzándome en el camino con varios colegas y alguno que otro alumno de semestre más avanzados. La hora de mi primera clase se me venía encima y no era común de mi parte llegar tarde en a la primer clase en el primer día.
Entré al edificio principal de los salones, caminé por el pasillo principal y justo antes de doblar la esquina, una joven casi me taclea con la velocidad que llevaba.

-¡Perdón, disculpame! -dijo en voz alta mientras trataba de alejarse. Levantó su mirada y un color rosado adornó sus mejillas- No fue mi intención, voy tarde a...

-No te preocupes. Si vas tarde, entonces daté prisa. -la interrumpí. Si seguía ahí parada, perdería más tiempo y podría recibir un regañó en su primer día.

Me hice a un lado permitiéndole el paso con una amplia sonrisa, ella correspondió y continuó su camino. Por mi parte, sonreí ante tal encuentro fortuito y continúe mi camino a mi salón de clases.

Al entrar, el salón se encontraba en un silencio absoluto, nadie hacía ni un solo ruido.

-Buenos días, muchachos. -dejé mi maletín sobre el escritorio y me quité el saco que llevaba puesto.

Esperaba una respuesta por parte de los alumnos, pero ni un pío recibí.

-Dije, buenos días, muchachos. -repetí.

-Buenos días. -respondieron al fin al unísono.

-Sí, sí, ya sé -me remangue la camisa y caminé hacia en frente quedando en el centro para que todos me escucharan aún si estaba en lo más alto del salón-. Tal vez mi apariencia los puede sorprender, pero sí, yo seré su profesor. Yo les impartiré la clase de Anatomía dos y por lo que vi en el horario, también les estaré impartiendo la clase de Fisiología uno. ¿Estoy en lo correcto?

Varías cabezas asintieron, mientras unos pocos respondían y algunos se limitaban solo a seguir viéndome.

-Ehhh... Los materiales se los haré llegar a traves de una plataforma al igual que las asignaciones de tareas y proyectos -puse mis manos sobre los caderas-. No se si estoy olvidando algo... ¡Ah, si! Necesitó que elijan a un jefe o jefa de grupo y creen un grupo para podernos comunicar a través de él para hacerles llegar cualquier aviso de la universidad y para avisarles en caso de que llegue a faltar.

Parecían asustados o sorprendidos, al menos, a mí me causaba un poco de sorpresa dado que ya estaban en su segundo semestre y aún actuaban como alumnos de primer ingreso.

-Bueno, si no hay más dudas. Comencemos con la clase. -di media vuelta, saqué los plumones de mi maletín y comencé a escribir en el pizarrón.

El día paso rápido, los alumnos iban y venían por los pasillos y me indicaban sus dudas al final de las clases. Fue un día realmente tranquilo y en las horas que tenía libres, aprovechaba para comer algo y revisar mis anotaciones para las clases siguientes.

El primer día de clases llego a su fin, recogí mis cosas, registre mi salida y caminé a la parada del autobús. Cuando estaba formado, me di cuenta que ahí mismo estaba la chica con la que había chocado en la mañana, pero tenía la mirada fija en la pantalla de su celular que me pareció inútil tratar de llamar su atención; terminé haciendo lo mismo que ella, saque mi celular del bolsillo de mi pantalón y le di un vistazo a los mensajes que no había llegado a responder durante el día.
El autobús llego, tomé asiento en uno de los asientos individuales y me perdí en el paisaje de la ciudad, estaba tan perdido que no me percate en que parada había bajado aquella chica.
Ya en la parada cercana al edificio de mi departamento, bajé y caminé a paso veloz para entrar a la recepción. Salude nuevamente a James y de ahí me dirigí hacía el ascensor, me tocó compartirlo con una de mis vecinas del mismo piso; era una mujer ya mayor, alegre, amable y muy servicial, aún que, después de conocerla mejor, me di cuenta de que se había aprovechado de su edad para obtener consultas gratis conmigo. No me molestaba en absoluto, al contrario, me agradaba su compañía y podía hablarle de mis problemas cuando me lo permitía a mí mismo.

Una vez estando en mi departamento, cociné un poco de pasta acompañado de un vaso con agua de fruta natural. El resto de la tarde me concentre a revisar mis próximas clases y a leer un poco para pasar el rato.
Cuando la noche cayó, me vestí y me fui directo a dormir.

Al día siguiente, repetí mi rutina del día anterior: un baño caliente y saltarme el desayuno. El detalle era que esta vez iba a ir a la universidad en mi auto.
Baje en el ascensor hasta el garage encontrándome con Harry, el guardia de seguridad.

-Buen día, doctor. -me saludó y después se llevó a la boca la taza con café.

-Buen día, Harry. -respondí, para después caminar hacía el cajón donde se encontraba estacionado mi auto, era un Chevrolet Ónix LT año 2021.

Entré al auto y cerré la puerta, dejé mi portafolio en el asiento del copiloto y coloqué la llave en el bombín de arranque para encender el auto. Aceleré y lentamente me fui acercando a la cortina del garage, Harry accionó el botón para que esta se fuera elevando poco a poco. Antes de salir e iniciar mi camino a la universidad, Harry se acercó a la ventana del auto.

-Doctor, está es su correspondencia -me entró un sobre amarillo-. Llegó ayer por la tarde.

-Muchas gracias, Harry. Nos vemos en la noche. -subí la ventana y volví a acelerar para subir la rampa y ahora sí, tomar lo camino.

No tardé mucho en llegar a la universidad, gracias al haber despertado antes, el tráfico no me tomó por sopresa y llegué a tiempo. Iba avanzando por el estacionamiento, vi como algunos alumnos lo cruzaban corriendo sin tener precaución, mientras que otros eran más responsables y caminaban con cuidado entre los coches.
Me estacione en el lugar que me habían asignado, bajé del auto con mi maletín en mano y me dirigí a las oficinas para registrar por segundo día consecutivo mi entrada. Esta vez, las secretarias me ofrecieron una taza de café y no me pude negar, realmente lo necesitaba después de una segunda mala noche.

Nuevos alumos a los que tuve que conocer, mismo tema que tuve que impartir por segundo día, y a pesar de eso, el día volvió a avanzar de forma rápida y sin ningún problema.
Cuando el segundo día llego a su fin, antes de salir del edificio, vi a lo lejos del pasillo a la chica del día anterior, me iba a acercar a hablar y preguntarle si había llegado a tiempo a su clase, pero en eso apareció una chica y deseche la idea de acercarme a hablar. Ya habría alguna oportunidad para acercarme a ella y poder hablar.

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El semestre avanzaba con rapidez, los exámenes eran calificados y los resultados eran entregados a los alumnos. Durante el transcurso del semestre, en varías ocasiones llegaba a chocar con la chica del primer día de clases, pero por alguna razón, algo o alguien siempre nos interrumpían, hasta que un día y por milésima vez, volví a chocar con ella, solo que en esta ocasión ambos terminamos en el piso.

-¡Dios! -la escuché quejarse-. Deberías fijarte por...

Cuando vi de quién se trataba reí muy en mi interior porque ya se nos estaba haciendo costumbre.

-Creo que ya es costumbre que así nos encontremos -bromeé regalándole una sonrisa-. ¿No crees?

-¿Qué? -me miro confundida, sus mejillas estaban rojas y la hacían ver bonita. Me había fijado de ese detalle la tercera vez que chocamos.

-Déjame ayudarte. -me puse de pie y extendí un brazo hacia ella, ofreciéndole mi mano.

Cuando puso su mano sobre la mía, pude notar la gran defernecia del tamaño entre ambas. Su mano era pequeña y tenía un toque muy suave, no como la mía que era áspera.

Le sonreí y la miré fijamente.

-¿Puedo saber tu nombre? -ladeé mi cabeza.

-¿Cómo? -ella levantó una ceja confundida y nuevamente se sonrojaba.

-Bueno, ya son tres veces que nos encontramos de esta forma -moví mis manos para simular nuestros choques con las palmas de mis manos-, y en ninguna he podido saber tu nombre.

Una risa nerviosa salió de su boca, al parecer le había hecho gracia mi forma de hacerle recordar todos nuestros encuentros fortuitos.

-Tienes razón -respondió y extendió si brazo para darme la mano-. Me llamo Nadia, Nadia Rodriguez.

-Un gusto, Nadia -repetí su nombre a la vez que estrechaba su mano y dar un pequeño apretón-. Yo me llamo Leonardo...

Me vi interrumpido por una voz masculina, era de un joven más o menos de la misma edad a la de Nadia, era de tez morena y un poco más bajo que yo.
Al parecer, las interrupciones iban a hacer parte de nuestros encuentros.

-¡Nadia! -gritó aquel chico mientras se acercaba a donde nos encontrábamos-. Sarah ya encontró una mesa para nosotros, te estabamos esperando y... -paró en seco cuando me vio.

-En seguida voy -le respondió Nadia-, dile a Sarah que no sea impaciente.

-No te preocupes, deberías ir y no hacerlos esperar más -le indique. Creía que era buen momento para irme y después buscarla-. Debo irme, me están esperando.

Le asentí con la cabeza en señal de despedida y me fui dejándola con aquel chico.

Caminé al estacionamiento después de registrar mi salida, me fui camino a casa con un mal sabor de boca. No entendía la reacción de mi cuerpo em ese momento, tal vez era por el cansancio o por la interrupción de aquel chico.

Al menos, ahora ya sabía como se llamaba aquella chica; era un nombre muy lindo y sonaba tan suave cuando ella lo pronunciaba.
Agite mi cabeza por esos pensamientos que me nublaban la lógica, no podía pensar en eso, ella era una alumna y yo un docente.

Saqué esas ideas de mi mente, era una chica muy linda, pero eso se quedaba hasta ahí. No podía darme el lujo de imaginar escenarios que jamás iban a suceder.

Simplemente no era correcto y aún si lo era, no estaba listo para eso.

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