Capítulo Setenta: Juntos hacia el Futuro

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Nadia

Habían pasado unos meses desde que se dictó la sentencia. Mi caso salió en las noticias, y no tardó en conocerse en toda la facultad de medicina. Con ello, mi relación con Leonardo también salió a la luz.

Al principio, citaron a Leonardo a una especie de juicio interno entre los directivos y docentes de la facultad. Su padre lo atacó constantemente, provocando que lo juzgaran erróneamente. El juicio concluyó que no podían tener a un médico con una moral dudosa impartiendo clases en su instituto, y lo despidieron a pesar de las protestas de sus alumnos.

Días después, me llamaron a mí para ser juzgada. El padre de Leonardo intentó intimidarme, pero más de un profesor abogó por mí, demostrando con pruebas que, a pesar de las circunstancias, era una alumna ejemplar que luchaba por sus propios méritos. No me castigaron, pero los rumores de que me acostaba con los profesores para obtener buenas calificaciones no tardaron en surgir.

Mi ausencia durante el coma provocó que me atrasara un semestre, lo que me dio más tiempo para recuperarme por completo y pasar más tiempo con Leonardo.

Una tarde, él y yo estábamos acostados en su cama, jugando con nuestras manos.

—No, no hagas eso —replicó.

—¿Por qué no? —reí, fingiendo estar molesta.

—Porque es trampa —me miró—. Si presionas mi dedo pulgar con el tuyo y con tu índice, lo atrapas y me dejas inmóvil. Solo debes hacerlo con tu pulgar.

—Oh. Entonces… ¿así? —moví mi dedo como él me había explicado.

—Sí, justo así. Hagámoslo de nuevo —soltó mi mano, y la volvimos a entrelazar para intentar atrapar el pulgar del otro. Pero cuando vi que él estaba a punto de atrapar el mío, volví a usar mi pulgar y mi índice para ganarle—. ¡Oye! Eso es trampa.

—Mi juego, mis reglas —me burlé y comencé a reír.

—¿Ah sí? —levantó una ceja incrédulo, y yo asentí sonriendo—. Entonces, mis juegos, mis reglas.

—¿Qué? —fruncí el ceño confundida, y Leonardo se abalanzó hacia mí, comenzando a besarme el rostro y el cuello mientras me hacía cosquillas.

Reíamos y jugábamos en una danza tierna y llena de amor. Un momento tan especial que estaba segura de que jamás olvidaría y que apreciaría con todo mi corazón.

Ese día, nos quedamos en la cama sin salir a ningún lugar. Leonardo y yo pasamos todo el tiempo juntos, disfrutando de la compañía mutua. Vimos películas, acurrucados bajo las mantas, y compartimos risas y susurros. Cada escena de la película se volvía más interesante con sus comentarios ingeniosos, y cada momento de silencio se llenaba de la cálida sensación de estar con la persona que más amaba.

Mientras las horas pasaban, me sentía más segura y feliz. La realidad del mundo exterior parecía lejana, y en su lugar, solo existíamos nosotros dos. Nos abrazábamos, hablábamos de todo y de nada, y disfrutábamos de la tranquilidad que solo se encuentra en la compañía de alguien especial. Fue un día perfecto, lleno de amor y paz, que selló aún más nuestro vínculo y me recordó lo afortunada que era de tener a Leonardo a mi lado.

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Tiempo más tarde, Leonardo tomó coraje y decidió volver a trabajar en un hospital en el área que tanto le encantaba: la cardiología.

Cada día que podíamos vernos, siempre me contaba sobre las cirugías y los pacientes que atendía. Incluso llegó a adentrarse en el área de pediatría, logrando superar el trauma más doloroso que tenía: la pérdida de su hija.

Con el tiempo, Leonardo se hizo famoso en su hospital y en otros donde comenzó a incursionar en congresos médicos. Me llevaba con él para disfrutar de los lugares que visitábamos juntos. Además, íbamos juntos a la tumba de su hija, donde él le pedía perdón a Daphne por tardar tanto en visitarla. Ambos le contábamos todo lo sucedido, y fue entonces cuando le mencioné a Leonardo que seguramente ella nos había protegido durante todo este tiempo, permitiéndonos finalmente estar juntos como siempre habíamos querido.

Después de pasar un rato en el cementerio, decidimos ir a la casa de mis padres. La idea de formalizar nuestra relación con ellos me llenaba de emoción y nervios a la vez. Quería que todo saliera perfecto.

Leonardo y yo llegamos a la entrada de mi casa, nuestras manos entrelazadas en un gesto de apoyo mutuo. Tomé una respiración profunda y toqué el timbre. Mis padres abrieron la puerta con sonrisas cálidas, aunque sus miradas estaban llenas de curiosidad y expectativa.

—¡Nadia, Leonardo! —exclamó mi madre, abrazándonos a ambos.

—Hola, mamá, papá —saludé, sintiendo el calor familiar que siempre me reconfortaba.

Nos sentamos en la sala, y Leonardo, con una seriedad y ternura que me conmovió, tomó la palabra.

—Señor y señora Rodriguez, quiero agradecerles por recibirnos hoy. Sé que estos últimos meses han sido difíciles para todos, y quiero que sepan cuánto aprecio su apoyo, y también les pido una disculpa por todo lo qur han tenido que pasar —bajó la mirada avergonzado.

Hijo, desde que llegaste a la vida de mi hija fue para bien —mencionó.

—Incluso a pesar de todo lo malo, sigues haciéndola feliz y eso es lo que nosotros queremos para ella —mi papá aclaraba du garganta para poder continuar hablando, pero noté que sus ojos se cristalizaron.

—Al menos ya no la tengo que ver aquí —todos volteamos a ver a Bruno—. ¿Qué?

Mi madre y yo lo fulminamos con la mirada y mi papá le dio un golpe en la cabeza que lo hace casi irse de narices contra el suelo.

Todos empezamos a reir ante la situación tan cómica.

—Pero hay algo que me gustaría hacer —. Leonardo gizo una pausa, mirando a mis padres directamente a los ojos—. Quiero formalizar mi relación con Nadia. Ella es lo más importante en mi vida, y deseo continuar haciéndola muy feliz y estar a su lado siempre.

Mis padres intercambiaron una mirada y luego nos sonrieron con aprobación.

—Leonardo, hemos visto cuánto amas a nuestra hija y cuánto te has esforzado por ella. Tienes nuestro apoyo y bendición —dijo mi padre, estrechando la mano de Leonardo.

—Gracias, señor Rodriguez, señora Rodriguez. Prometo cuidarla y estar a su lado en todo momento —respondió Leonardo, conmovido.

Mi madre se acercó a mí, abrazándome con lágrimas de alegría en sus ojos.

—Estamos muy felices por ti, hija. Sabemos que has encontrado a alguien que te ama de verdad.

El alivio y la felicidad llenaron la habitación. Sabía que, con el apoyo de mis padres y el amor de Leonardo, podíamos enfrentar cualquier desafío que la vida nos presentara. Este momento de unión familiar selló nuestro compromiso y me hizo sentir más segura que nunca sobre nuestro futuro juntos.

—¿Y el cuñado está pintado o qué? —la voz indignada de Bruno rompió el momento tan conmovedor que estabamos experimentando.

Mi mamá y yo empezamos a regañar a Bruno mientras Leonardo y mi padre disfrutaban del linchamiento verbal frente a ellos.

Al final, todos nos reunimos en la mesa de la cocina para comer mi platillo favorito, las enchiladas verdes. Fue un momento muy divertido al ver las expresiones de Leonardo al probar un bocado de la comida, preocupado porque no fuera a picar o cuando probó el agua de tamarindo que mi mamá preparó para la ocasión; Leonardo se acababa el vaso que le servían tan rápido que mi mamá lo regañó como si fuera un niño pequeño, no pude evitar reírme ante la situación.

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Unos meses más tarde, los abuelos de Siena llamaron a Leonardo para disculparse. Leonardo les dijo que la llamada era suficiente, pero ellos insistieron en que los visitáramos. Al principio, pensamos que nos reclamarían por el encierro de Siena. Sin embargo, nos agradecieron por hacer lo que ellos nunca pudieron: protegerla. Estábamos sorprendidos por sus palabras y aún más cuando nos presentaron a su bisnieto, a quien llamaron Joseph, en honor a la madre de Siena, Josephine.

Nos dijeron que se iban de Nueva York para siempre, ya que no querían causar más daño o incomodidad. Planeaban trasladar a Siena a un hospital psiquiátrico en el estado al que se dirigían. Nunca nos revelaron su destino, prefiriendo desaparecer y cuidar de su bisnieto para enmendar los errores de su nieta.

Era triste, especialmente porque los Preston siempre intentaron darle la mejor educación y valores a Siena, pero su enfermedad nunca le permitió valorar lo que hicieron por ella.

Mientras nos despedíamos de los abuelos de Siena, Leonardo recibió una llamada del detective Davis. Nos informó que Marco había intentado escapar de la cárcel, pero en el intento cayó y se rompió el cuello, muriendo al instante.

Sarah estaba al tanto de todo y, aunque maldecía en voz alta el nombre de Siena, se alegraba de que Marco ya no existiría para molestarnos. Fue entonces cuando me di cuenta del tiempo que había perdido con mis amigos.

—Sarah...

—¿Sí? —me miró con sus grandes ojos azules, esperando ansiosa mis próximas palabras.

—Lamento tanto haberme alejado todo este tiempo —dije, bajando la mirada avergonzada. Recordaba cómo nos conocimos y, aunque había pasado tan poco tiempo, habíamos vivido muchas cosas juntas.

—Tu mundo cambió tan drásticamente que no es tu culpa. Tuviste que vivir un infierno para poder decir que sobreviviste a la oscuridad y estar aquí conmigo.

—Oh, Sarah —me abalancé sobre ella y la abracé con tanta fuerza que ambas terminamos quejándonos del dolor.

—Pero... —hizo una pausa mientras se acomodaba el cabello—. Vas a pagarlo muy caro, porque te perdiste de mi maravillosa relación con Mi...

—¿Con quién? —levanté una ceja, curiosa.

—Con... con... —sus ojos viajaban alrededor de su cuarto buscando algo como excusa—. ¡Uy! ¿Ya probaste ese nuevo rímel de la tienda de maquillaje? ¡Es fabuloso!

—Sarah, no me cambies el tema —crucé mis brazos, mirándola con desaprobación.

Me miró un tanto avergonzada y luego gritó emocionada.

—Es que pasaron tantas cosas y Miguel y yo... —la detuve en ese instante.

—Espera un momento —levanté las manos, intentando asimilar lo que había escuchado—. ¿Miguel? ¿Nuestro Miguel?

Sarah asintió con una enorme sonrisa y comenzó a contarme lo que había pasado mientras yo estaba ausente. Pero eso ya es tema para otra historia.

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Un mes más tarde, nos encontrábamos en la casa de una tía en el estado de Morelos, México. Una prima de la familia iba a casarse y nos invitaron a todos a su boda. Aproveché la invitación para llevar a Leonardo con nosotros.

La voz de mi mamá resonaba por toda la casa mientras daba instrucciones sobre los preparativos: que si el traje estaba arrugado, que si la corbata no combinaba, que mi papá se peinara mejor, que mi hermano fajara bien la camisa, etc. Desde que habíamos terminado de desayunar, Leonardo no volvió a aparecer por la casa; parecía que quería esconderse de los regaños de mi mamá.

—¡Nadia, apúrate que ya es tarde! —La voz de mi mamá, siempre más alta y firme cuando hablaba en español, se escuchaba desde el otro lado de la casa.

—¡Ya casi termino, ma! —respondí en voz alta para asegurarme de que me escuchara. A veces parecía que no oía a nadie si le hablaban en un tono normal.

Finalmente, terminé de arreglarme y me miré al espejo, admirando la obra de arte que había hecho con mi maquillaje para que combinara con mi vestido largo de color palo de rosa. Me sentía tan hermosa por primera vez que quería decirlo en voz alta.

Salí al jardín buscando a Leonardo. Lo encontré sentado en un banco, contemplando la belleza del lugar. Al verme, se levantó y me sonrió. Llevaba puesto un saco azul marino, camisa blanca y pantalón beige; su cinturón y zapatos color café combinaban a la perfección con el resto de su atuendo. Amaba lo atractivo que se veía vestido de esa forma.

—Estás preciosa —dijo, acercándose para tomar mi mano.

—Gracias —respondí, sonriendo—. Estaba a punto de ir a buscarte. Mi mamá casi me vuelve loca con sus instrucciones.

Leonardo rió suavemente y me besó en la mejilla.

—Creo que estaba escondido en el lugar correcto, entonces.

Nos dirigimos hacia la entrada principal, donde mis padres y mi hermano ya nos esperaban para ir a la boda. Mientras caminábamos, sentí una mezcla de emoción y tranquilidad. Estar en un lugar tan hermoso con Leonardo a mi lado y rodeada de mi familia hacía que todo se sintiera perfecto.

Durante la misa, Leonardo no paraba de mencionar lo hermosa que era la ceremonia y lo feliz que estaba por pasar un momento así juntos. Por otro lado, se distrajo al ver que Bruno lloró durante toda la ceremonia. Ambos vimos eso como una oportunidad para burlarnos de él durante mucho tiempo.

Durante la fiesta, yo le enseñaba a bailar, pero estaba más tieso que un árbol. Él se quejaba de que no le salían los pasos, pero yo buscaba la forma de tranquilizarlo y motivarlo, diciéndole que seguiría enseñándole a bailar hasta que se convirtiera en un experto en bailes latinos. Al final, siempre terminábamos girando en nuestro lugar y dando vueltas mientras reíamos.

Cuando la fiesta estaba llegando a su fin, los padres de mi prima nos dijeron que saliéramos de la gran carpa que nos cubría como techo para que viéramos la sorpresa que tenían preparada para los recién casados.

Leonardo estaba detrás de mí, rodeándome la cintura y con la cabeza sobre mi hombro. En eso, el cielo comenzó a iluminarse con colores brillantes por los fuegos artificiales que fueron detonados en el momento preciso para que todos pudiéramos disfrutar del final de la velada.

Leonardo me hizo girar sobre mi eje y se inclinó, pegando su frente a la mía.

—¿Aún piensas que esto es un sueño? —se separó unos cuantos milímetros.

—¿Qué? —lo miré confundida.

—¿Recuerdas aquella noche de fin de semestre cuando chocaste con un clon muy parecido a tu sexy profesor? —al escuchar sus palabras, mi rostro hirvió de vergüenza. Ya no recordaba ese momento.

—Tú… tú… ¿cómo sabes eso? —tartamudeé por la sorpresa y la vergüenza que estaba sintiendo.

—¡Oh! —jadeó—. Olvidé que no debía decirlo para evitar que tu sexy profesor se enterara.

—¡Ay, Dios! —él comenzó a reír.

Con el cielo iluminado con fuegos artificiales de distintos colores, Leonardo tomó mi rostro con delicadeza, acercándose más y más hasta unir sus labios con los míos en el beso más hermoso que podría haber recibido. La emoción del momento y el amor que sentía hacían que mi corazón latiera a mil por hora. La vergüenza de recordar mi declaración pasó a un segundo plano con ese momento tan maravilloso.

Leonardo se separó de nuevo, pero sin enderezarse, permitiéndome abrazarlo del cuello.

—Te amo, Nadia —repitió una y otra vez—. Te amo, futura colega.

—Te amo, Leo —sonreí con lágrimas de felicidad por sus palabras—. Te amo, Mi Doctor Favorito.

Fin…

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