Capítulo Sesenta y uno: Verdades y Batallas liberadas

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

Leonardo

Los días pasaban y las noticias sobre los resultados de Siena seguían sin llegar. Mientras tanto, Nadia y yo nos habíamos vuelto más unidos y hablábamos más seguido que antes. Incluso, la advertencia de mi padre hacia ella parecía haberse esfumado en el aire cuando Nadia sacó excelentes notas en sus exámenes. Esto fue una lección para que él dejara de juzgarla y, aunque lo hiciera, yo la defendería a capa y espada.

A medida que avanzaban los días, el semestre se acercaba a su fin y con ello, el estrés alcanzaba su límite. Para complicar más las cosas, Siena se volvió más insistente y errática, llegando al punto de intentar lanzarme un florero a la cabeza cuando la visité en casa de sus abuelos.

¡¿Cómo te atreves a venir a esta casa con el descaro de decirme que mi enfermedad es una mentira?! —gritaba con tanta ira, que no me sorprendió. Ella siempre había sido así, buscando salirse con la suya—. ¡Mírame! ¡No puedo verme al espejo sin sentir repulsión!

—¡Ya basta, Siena! —levanté la voz—. Deja el drama para otro momento. Esto le hace daño a tus abuelos.

—¡Ellos tampoco saben nada! —tomó un cojín del sofá y lo lanzó en mi dirección—. ¡Vete!

—Lo haré hasta que te calmes —levanté el cojín y lo puse en su lugar.

—¡Qué te vayas! ¡No eres bienvenido aquí! —la vi tomar el florero que había sobre una mesita cerca de la salida al jardín. Lo levantó y lo lanzó con fuerza.

Por un momento creí que me golpearía en la cabeza, pero el florero pasó de largo y se estrelló contra el suelo.

—¡Dios mío! ¡Ya basta, Siena! —gritó su abuela—. ¡Podrías haberlo matado!

—¡Estoy segura de que eso es lo que él desea para dejarme! ¡Tal vez por eso sospechas tanto de mi enfermedad! —aventó otro cojín que esquivé—. ¡Me quieres muerta para irte con tu amante!

—¿Sabes qué? —me pasé las manos por el cabello, frustrado—. Haz lo que quieras.

Di media vuelta para salir de esa casa, solo escuchando a la abuela de Siena llorar desconsolada mientras Siena seguía gritando pestes de mí.

Una vez fuera, el aire cálido de mayo golpeó mi rostro, causando un bochorno apenas tolerable. La cabeza comenzó a dolerme poco después de haber entrado a mi auto. Arranqué el motor y conduje hasta mi departamento; quería dormir y olvidarme de la discusión reciente y, a la vez, quería ver a Nadia, pero no podía molestarla ahora que estaba estudiando arduamente para cerrar el semestre con un buen desempeño.

Ese día me la pasé durmiendo gran parte del tiempo. El dolor de cabeza me había tirado y las pocas fuerzas que tenía eran para comer o ir al baño si lo necesitaba. Si no, simplemente continuaba durmiendo.

Los días posteriores, el dolor de cabeza disminuyó y Siena fue menos insistente, hasta que recibí por fin un mensaje de Alice, pidiéndome ir al hospital para entregarme los resultados de Siena. El plan había resultado ser un éxito y la verdad iba a ser revelada.

Al llegar al hospital, el aire estaba cargado de una mezcla de nerviosismo y determinación. Subí rápidamente las escaleras y me dirigí al despacho de Alice. Toqué la puerta y, tras escuchar su permiso, entré.

—Leonardo, pasa —dijo Alice, indicándome una silla frente a su escritorio—. Tenemos mucho de qué hablar.

Me senté y vi cómo Alice sacaba un sobre manila del cajón de su escritorio. Lo abrió y sacó varios documentos.

—Tengo buenas y malas noticias —comenzó Alice, mirándome directamente a los ojos.

—Empieza por las buenas —dije, preparándome para lo mejor o lo peor.

—Leonardo, los resultados indican que Siena ciertamente no tiene cáncer. No hay ninguna señal de que esté recibiendo quimioterapia o cualquier otro tratamiento relacionado —Alice hizo una pausa, permitiéndome asimilar la noticia.

Sentí una mezcla de alivio y rabia. Alivio porque mis sospechas eran correctas, y rabia porque Siena había jugado con algo tan serio para manipularme.

—¿Y las malas? —pregunté, aunque no podía imaginar cómo algo podría ser tan malo cómo lo que Siena había estado haciendo conmigo.

Alice suspiró y me entregó otro documento.

—Mientras realizaban las pruebas, encontraron algo más —hizo de nuevo una pausa causándome ansiedad—. Siena está embarazada.

Las palabras de Alice me golpearon como una bofetada. Sentí cómo mi corazón se aceleraba y mi mente comenzaba a girar en todas direcciones.

—¿Embarazada? —repetí, incrédulo—. ¿Estás segura?

Alice asintió, con una expresión seria.

—Sí, lo confirmaron en varios análisis. No hay duda alguna.

Me hundí en la silla, tratando de procesar la información. Siena estaba embarazada, y todo lo que había pensado y sospechado de repente tomaba sentido, no había duda de que todo ese tiempo, Siena me había mentido.

—¿Sabes de cuánto tiempo? —pregunté finalmente.

—Aproximadamente tres meses —respondió Alice, observándome con preocupación—. Sé que esto es mucho para asimilar, Leonardo.

Asentí lentamente, sintiendo cómo una ola de emoción. Me levanté de la silla y rodeé su escritorio para ponerla de pie.

—Gracias, Alice. No sé cómo podré pagarte todo esto —dije, abrazándola con fuerza.

—¿Esto es bueno? —preguntó confundida.

—Alice… —me separé de ella y le sonreí—. Estás son pruebas suficientes para poder anular mi matrimonio. No hay cáncer y Siena está embarazada de su amante. No hay forma de que justifique eso frente al juez.

Los ojos de Alice se movieron con tanta rapidez al estar asimilando la situación y después empezó a dar saltos de alegría terminando por abrazarme.

—¡Esto sabe a gloria! —aplaudío con fuerza—. Ahora, llévate los papeles y ve a casa. Festeja con Nadia, pero asegúrate de manejar esto con cuidado —dijo Alice, su voz llena de seriedad.

Asentí y me despedí para después salir del despacho de Alice con la mente en una vorágine de pensamientos y emociones. Estaba aliviado por saber la verdad. Por fin algo bueno estaba saliendo después de todo lo malo.

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

Mientras conducía de regreso a mi departamento, intenté ordenar mis pensamientos. Tenía que hablar con Nadia, sabía que la noticia la alegraría tanto cómo a mí.

Al llegar a casa, encontré a Nadia esperándome en la sala, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y curiosidad.

—¿Cómo te fue? —preguntó, levantándose para acercarse a mí.

La miré a los ojos, sintiendo cómo mi corazón se calmaba un poco al verla.

—Siena no tiene cáncer —dije, tomando sus manos entre las mías.

Nadia soltó un suspiro aliviada y después me abrazó con fuerza, pero se separó extrañada y su expresión cambió cuando notó que no había terminado.

—¿Y qué más?

—Está embarazada —dije finalmente, observando su reacción.

Nadia me miró con los ojos muy abiertos, tratando de procesar la noticia.

—¿Embarazada? —repitió, sorprendida—. ¿De quién? ¿Tú…?

—Jamás la toqué. Ella tiene tres meses —respondí—. Y creó saber quién es el padre.

Nadia se quedó en silencio por un momento, mientras sus ojos buscaban los míos para que le explicará.

—Puedo asegurar que el padre es Riley.

—¿Estás seguro? —me miró preocupada.

—Lo estoy.

—¿Esto lo complica todo? —dijo finalmente con voz temblorosa.

—No, Nadia —apreté suavemente sus manos—. Jamás la toqué. Y estoy dispuesto a enfrentar esto. No voy a dejar que Siena nos separe, sin importar lo que suceda.

Me miró fijamente, sus ojos cristalinos reflejando una mezcla de incredulidad y esperanza. Sentí una punzada en el corazón al ver su vulnerabilidad.

La abracé con fuerza, intentando ofrecerle el consuelo que necesitaba. No quería verla llorar más; me partía el alma solo imaginarla sufriendo por culpa de alguien que solo buscaba nuestro sufrimiento.

—Estamos juntos en esto, Nadia —susurré contra su cabello—. Y no permitiré que nada ni nadie nos vuelva a separar.

Ella asintió lentamente, aferrándose a mí como si su vida dependiera de ello. En ese momento, supe que no importaba lo que viniera, lucharíamos juntos y no permitiríamos que Siena nos arrebatara nuestra felicidad.

Nadia y yo pasamos la noche juntos, sintiéndonos más unidos que nunca. Nos sentamos en el sofá, entrelazados, compartiendo nuestras preocupaciones y miedos mientras el peso del cierre de semestre y el divorcio se cernían sobre nosotros.

—Me siento tan agotada —admitió Nadia, apoyando su cabeza en mi hombro—. El semestre ha sido un infierno y, con todo esto de Siena, con lo que sucedió con Matt y el resto de problemas que hemos tenido, a veces siento que no puedo más.

La abracé con más fuerza, queriendo absorber parte de su carga.

—Lo sé, amor. Yo también estoy cansado. El estrés del divorcio y todo lo que conlleva… —hice una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Pero no estamos solos en esto. Nos tenemos el uno al otro.

Ella levantó la cabeza para mirarme, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y gratitud.

—Tienes razón. A veces olvido que no tengo que cargar con todo esto sola. Gracias por estar aquí, por apoyarme.

—Siempre estaré aquí para ti —le aseguré, acariciando su mejilla—. Este es un desafío enorme, pero lo superaremos juntos. Y cuando todo esto termine, tendremos nuestra libertad y nuestra paz.

Nadia asintió y me abrazó de nuevo. Pasamos horas hablando, compartiendo nuestras frustraciones y temores. Sentir su calor y su presencia era reconfortante; saber que estábamos juntos en esto hacía que la carga fuera más llevadera.

Eventualmente, nos quedamos dormidos en el sofá, exhaustos pero con una nueva sensación de esperanza. Aunque el camino por delante era incierto y lleno de obstáculos, sabíamos que mientras estuviéramos juntos, podríamos enfrentarlo todo.

━━━━━━ ◦ ❖ ◦ ━━━━━━

A la mañana siguiente, desperté antes que Nadia. La observé dormir, su rostro sereno y su respiración suave. No pude evitar sonreír al verla así, sabiendo que era mi refugio en medio de la tormenta.

Me levanté con cuidado para no despertarla y me dirigí a la cocina para preparar el desayuno. Mientras cocinaba, mis pensamientos volvían una y otra vez a lo que nos esperaba. Pero, por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía la fuerza para enfrentarlo.

Nadia se unió a mí poco después, con una sonrisa adormilada en el rostro. Compartimos el desayuno en silencio, disfrutando de la calma momentánea antes de enfrentar el mundo exterior una vez más.

—Gracias por todo, Leonardo —dijo de repente, rompiendo el silencio.

La miré, sintiendo una oleada de amor y gratitud.

—No tienes que agradecerme, Nadia. Estamos en esto juntos. Siempre.

Al terminar nuestro desayuno, preparé todas las pruebas que Alice me había entregado para llevarlas al juzgado y volver a pedir el divorcio. Antes de eso, dejé a Nadia en su casa y, fuera de ella, le conté lo que haría.

—¿Qué tan difícil es eso? —preguntó curiosa.

—La primera vez que lo solicité, el proceso tardó dos meses —suspiré—. Anularon el divorcio por la última voluntad de Siena debido a su supuesta enfermedad.

—Y… ¿ahora llevará más? —volvió a cuestionar.

—Teniendo las pruebas a la mano, espero que sea inmediato —tomé sus manos y les di un leve apretón—. Y tú deberás levantar una demanda contra ese imbécil. No quiero que se vuelva a acercar a ti o a tu familia.

—Lo sé, pero… —la interrumpí suavemente.

—No hay “pero” que valga cuando se trata de tu seguridad y tu integridad —solté sus manos para tomarla del rostro—. Yo te acompañaré durante todo el proceso, así ese imbécil jamás volverá a tocarte, es más, ni podrá acercarse.

Nadia me abrazó con fuerza y pude escuchar un leve sollozo. Podía entenderla, aunque no al cien por ciento; su miedo era por todo lo que pudiera ocurrir durante su demanda. Yo mismo sabía lo desgastante que es una demanda, pero la demanda contra Marco podía ser aún más agotadora.

—Te veré después —dije separándome de ella—. Te mantendré al tanto.

Deposité un tierno y rápido beso en sus labios antes de dirigirme directamente al juzgado.

Entré al juzgado con las pruebas en mano, sintiendo una mezcla de determinación y ansiedad. Me acerqué al mostrador de recepción y entregué todos los documentos a la secretaria, quien los revisó minuciosamente antes de asentir con la cabeza.

—Todo parece estar en orden, señor —dijo con una voz profesional pero amable—. Su caso será revisado lo antes posible. Le avisaremos cuando haya una fecha para la audiencia.

—Gracias —respondí, sintiendo una ligera sensación de alivio mientras salía del juzgado.

Días después, mientras estaba en mi departamento, el timbre sonó insistentemente. Me acerqué a la puerta y, al abrirla, me encontré con una Siena furiosa.

—¡¿Cómo te atreves a pedir el divorcio nuevamente?! —gritó, su rostro contorsionado por la ira—. ¡Después de todo lo que he pasado con mi enfermedad!

—Siena, tú y yo sabemos que eso no es verdad. Tú no estás enferma —dije con calma, intentando mantenerme sereno—. Y yo no voy a seguir tu juego.

—¡Mentira! —espetó con desdén—. ¿Y qué hay de tu mentira? ¿Qué hay de tu relación con esa niña, una de tus alumnas? ¿Crees que no lo sé? Usaré eso en tu contra durante el juicio.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero me obligué a mantener la calma.

—No tienes ninguna prueba de lo que dices, Siena. Y aunque la tuvieras, no cambiaría el hecho de que nuestro matrimonio es insostenible y una farza por tu supuesta enfermedad.

Siena me miró con una mezcla de furia y desprecio.

—¿Crees que no encontraré pruebas? —dijo en tono amenazante—. Haré todo lo posible para destruirte, Leonardo. Si sigues adelante con este divorcio, te aseguro que perderás mucho más de lo que imaginas.

—Eso no cambiará mi decisión, Siena —respondí con firmeza—. Estoy listo para enfrentar cualquier cosa que tengas planeado. Pero esta vez, no voy a permitir que sigas controlando mi vida.

Ella dio un paso hacia mí, su expresión llena de veneno.

—Te arrepentirás de esto, Leonardo. Te lo aseguro.

Antes de que pudiera decir algo más, se dio la vuelta y salió del departamento, dejando tras de sí un rastro de tensión palpable.

Me quedé allí, en la entrada, respirando profundamente para calmar la tormenta de emociones que se había desatado dentro de mí. Sabía que lo que venía no sería fácil, pero estaba dispuesto a luchar por mi libertad y por la verdad, sin importar las consecuencias.

Después de cerrar la puerta, suspiré lleno de frustración. Pensaba en los problemas que podrían surgir y en cómo Nadia podría verse afectada por culpa de Siena.

Cada vez estaba más convencido de que esa mujer estaba enferma, pero de la cabeza, y que un día acabaría perdiendo la razón por no conseguir todo lo que quería. Ya me había arruinado la vida durante casi doce años desde el momento en que decidí casarme con ella. Me había traído muchos problemas, pero en el último año había sido más una tortura que un problema, y ya no estaba dispuesto a soportar más de sus mentiras, manipulaciones y amenazas sin fundamento.

Miré alrededor de mi departamento, sintiendo una mezcla de cansancio y resolución. Tenía que mantenerme fuerte por Nadia, por nuestra relación y por nuestro futuro juntos. Sabía que el camino no sería fácil, pero estaba dispuesto a luchar por nuestra felicidad.

Después del drama, pasé toda la tarde y noche calificando los exámenes finales y registrando las calificaciones de cada uno de mis alumnos. Cuando finalmente terminé, el sueño comenzó a invadirme. Apagué mi laptop y arrastré los pies hasta mi cuarto, dejándome caer sobre la cama. Me dejé llevar por un profundo sueño, con la esperanza de que los días siguientes trajeran algo de alivio, a pesar de la tormenta que se avecinaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top