Capítulo Sesenta y tres: Nuevas Sombras

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Leonardo

Caminaba con paso decidido hacia el juicio. Al entrar a la sala, encontré sentados de un lado a mi padre y a mi madre; ella me miraba con ojos de tristeza y podía ver su dolor en su rostro, mientras que mi padre se limitaba a verme de forma despectiva y reprobatoria. Sentí una punzada de decepción al ver que mis propios padres estaban del lado de Siena. El dolor de saber que tendría que enfrentarme solo a ellos y a su apoyo incondicional a una mujer que había destrozado mi vida durante tantos años era abrumador.

Justo cuando pensaba que la soledad sería mi única compañía en este juicio, la puerta de la sala se abrió de nuevo. Al voltear, vi a Sam, Max y Tom entrar en silencio. Se acercaron y, sin decir una palabra, me hicieron una señal de apoyo.

Sam, con su mirada firme y determinada, asintió con la cabeza. Max, siempre el bromista, me ofreció una sonrisa tranquilizadora, y Tom, el más reservado de los tres, simplemente me dio una palmada en el hombro. Su presencia era un recordatorio de que, aunque mi familia me hubiera dado la espalda, aún tenía personas que me apoyaban y creían en mí.

Me llené de una renovada determinación. No estaba solo en esta batalla. Con un último vistazo a mis padres, dirigí mi atención hacia el frente de la sala, listo para enfrentar el juicio y luchar por mi libertad y mi felicidad.

Junto a mí, mi abogado, un hombre de gran experiencia y confianza, caminaba con la misma determinación. Su presencia era una señal de que estaba preparado para cualquier cosa que Siena y mis padres pudieran arrojarme.

—Vamos, Leonardo —murmuré para mí mismo—. No les des el gusto de verte caer.

Un par de minutos después entró Siena, vestida de modo contrario a como ella solía hacerlo. En vez de llegar con su ropa extravagante y de moda, entró con un simple traje sastre azul cielo y en la cabeza llevaba un turbante que cubría su supuesta pérdida de cabello. Se sentó en su lugar y me miró al quitarse los lentes de sol. Sentí un escalofrío al recibir su mirada, como mil navajas enterrándose en mi pecho, pero ni eso me iba a vencer.

Minutos más tarde, un guardia entró a la sala frente a nosotros.

—Todos de pie —ordenó, permitiendo después el paso del juez.

Suspiré aliviado al ver que el juez era otra persona y no el del juicio pasado. Volteé a ver a mi abogado y este asintió con la cabeza.

El juez se sentó y comenzó a revisar los documentos frente a él.

—Pueden tomar asiento —dijo con voz firme, mirando a todos los presentes.

Nos sentamos, y el ambiente en la sala se volvió tenso. Mi abogado se puso de pie primero, listo para presentar nuestro caso.

—Su Señoría, estamos aquí para solicitar la disolución del matrimonio entre mi cliente, Leonardo Lane, y Siena Preston. Aportaremos pruebas que demuestran la infidelidad de la demandada, así como su manipulación y engaño respecto a su supuesta enfermedad.

El juez asintió, permitiendo que el abogado de Siena hablara a continuación.

—Su Señoría, la señora Lane ha sufrido una enfermedad devastadora que ha afectado su salud mental y física. Solicitamos que se considere la estabilidad emocional de mi cliente antes de tomar una decisión apresurada.

Sentí mi estómago revolverse al escuchar esas palabras y al oír que usaran mi apellido, consciente de los problemas que esto podría causar, pero mantuve la calma, confiando en las pruebas que habíamos reunido. El juez hizo un gesto para que mi abogado continuara.

—Presentaremos primero las pruebas de infidelidad —dijo mi abogado, entregando varios documentos al juez y el sobre con los resultados de la prueba de embarazo que se le hizo a Siena—. Se le está entregando un análisis de sangre que se le practicó a la señora como protocolo del hospital para conocer el estado de su enfermedad. Este diagnóstico, realizado por un especialista independiente, demuestra que no hay evidencia de la enfermedad que ella ha alegado sufrir.

—¿Qué? —Siena habló en voz alta, volviéndose hacia mí con molestia.

—Silencio —ordenó el juez—. Continúe.

—Como podrá leer, uno de los análisis que se le hizo a la señora fue para descartar un embarazo. El resultado que se muestra es que la señora Preston lleva aproximadamente 12 semanas de embarazo —mi abogado hizo una pausa antes de continuar—. Mi cliente, el señor Lane, asegura que desde que se le negó el divorcio, él jamás tocó a su esposa, ya que, como médico, conoce los riesgos que implican un embarazo durante un tratamiento para cáncer.

—¡Miente! —replicó Siena—. Él y yo nos acostamos y ese es el resultado, mi embarazo. ¡No quieran mentir para negarse a mantener a mi bebé!

—¡Silencio! —el juez golpeó con su mazo y le hizo una seña a mi abogado para que continuara.

—También se le han entregado fotos donde podemos ver a la señora Preston con su médico tratante, el señor Riley Anderson, demostrando una relación íntima durante el período en que ella alegaba estar enferma.

El juez observó las pruebas con atención, y pude notar una sombra de duda cruzar su rostro.

El abogado de Siena se levantó de inmediato.

—Objeción, su Señoría. Estas pruebas son irrelevantes para el estado emocional y mental de mi cliente.

—Objeción denegada —respondió el juez—. Las pruebas son pertinentes para determinar la veracidad de las alegaciones de la señora Preston.

Siena frunció el ceño y miró a su abogado con una expresión de frustración. Sentí una pequeña victoria al ver esa reacción.

El juez tomó el informe y lo leyó detenidamente. Mi corazón latía con fuerza mientras esperábamos su reacción. Finalmente, levantó la vista y miró a Siena con una expresión severa.

—Señora Preston, ¿tiene algo que decir en su defensa?

Siena se puso de pie, con una expresión desafiante.

—Su Señoría, he sufrido mucho, y estas pruebas no cambian el hecho de que necesito apoyo. Mi enfermedad no fue inventada, y cualquier relación que haya tenido fue resultado de mi desesperación y vulnerabilidad.

El juez asintió lentamente.

—Entiendo su posición, pero las pruebas presentadas son contundentes. Vamos a tomar un receso para revisar todos los documentos con detenimiento. Nos reuniremos de nuevo en una hora.

Con eso, el juez se levantó y salió de la sala. Me dejé caer en la silla, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo. Mis amigos se acercaron a darme apoyo.

—Lo estás haciendo bien —susurró Max—. Estamos contigo.

Asentí, agradecido por su presencia y apoyo, mientras esperábamos el veredicto que podría finalmente liberarme de Siena y de su manipulación.

Después de una hora que pareció una eternidad, todos regresamos a la sala. El juez entró y se sentó, su rostro imperturbable mientras examinaba los documentos una última vez. La tensión en la sala era palpable, y podía sentir los latidos de mi corazón en mis oídos.

—He revisado todas las pruebas y testimonios presentados —comenzó el juez, mirando a cada uno de nosotros antes de centrarse en mí—. Señor Lane, su solicitud de divorcio está justificada y será concedida.

Sentí un alivio abrumador mientras el juez continuaba. Incluso logré escuchar los suspiros de mis amigos como una señal de que al fin todo estaba por acabar.

—En cuanto a la distribución de bienes, debido a la infidelidad demostrada por la señora Preston y la falsificación de documentos médicos, se le otorga únicamente el automóvil que actualmente posee. Además, se le impone una multa por la falsificación de dichos análisis médicos. Señor Lane, ¿desea solicitar alguna indemnización adicional?

Mi abogado me miró, esperando mi respuesta. Podría haber solicitado una compensación, pero quería terminar con todo esto lo más rápido posible.

—No, su Señoría. No solicito ninguna indemnización. Prefiero evitar alargar el proceso de divorcio.

El juez asintió, aprobando mi decisión.

—Muy bien. El divorcio queda oficialmente concedido. Este tribunal está cerrado.

El juez golpeó el mazo, y la sala quedó en silencio por un momento antes de que todos comenzaran a moverse. Mis amigos, Sam, Max y Tom, se acercaron para felicitarme y darme su apoyo.

Siena me lanzó una mirada de odio antes de salir apresuradamente de la sala, seguida de su abogado. Mis padres permanecieron en sus asientos, mi madre con lágrimas en los ojos y mi padre con una expresión dura e impenetrable.

Me acerqué a ellos, pero antes de que pudiera decir algo, mi padre se levantó y salió sin una palabra. Mi madre se quedó, mirándome con tristeza.

—Leonardo… —comenzó, pero la interrumpí.

—Mamá, yo te amo, pero no puedo seguir permitiendo que Siena me manipule y me destruya.

Ella asintió, sus lágrimas cayendo libremente.

—Lo sé, hijo. Sólo espero que algún día puedas perdonar a tu padre.

Asentí, sin estar seguro de cuándo o si eso sería posible. La abracé brevemente antes de que también se marchara, dejándome con mis amigos.

Salimos del juzgado, el sol brillaba con una intensidad que no había sentido en mucho tiempo. Por primera vez en años, me sentí libre. Revisé mi celular y busqué el chat de Nadia para dejarle un mensaje: “Lo logramos”.

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Mis amigos y los amigos de Nadia nos encontrábamos en un restaurante, compartiendo un momento de gloria por la victoria conseguida del divorcio; mi prima, Alice, también se encontraba presente disfrutando del momento. Los meseros nos pasaban los platillos que habíamos pedido, y algunos preguntaban a quiénes les pertenecían dichos platillos, pues todos nos encontrábamos hablando al mismo tiempo de todo y de nada. El ambiente era una mezcla de risas, conversaciones cruzadas y un aire de alivio palpable.

Sam levantó su copa y la hizo tintinear con una cuchara, llamando la atención de todos.

—¡Un brindis por Leonardo! —dijo, con una sonrisa amplia—. Por su valentía y por haber superado esta difícil etapa. Y porque por fin Siena deja de formar parte de nuestros días.

Todos levantaron sus copas y brindamos, el sonido de los vasos chocando llenó el aire.

—¡Salud! —respondimos al unísono, tomando un sorbo de nuestras bebidas.

Nadia me miró y tomó mi mano bajo la mesa, sus ojos brillaban de emoción.

—Estoy tan orgullosa de ti —susurró, acercándose para darme un suave beso en la mejilla.

—No podría haberlo hecho sin ti —le respondí, apretando su mano suavemente.

La conversación continuó animada, con bromas y anécdotas. Sentí una calidez reconfortante al estar rodeado de personas que realmente se preocupaban por mí y me apoyaban.

—¿Y ahora qué sigue, Leo? —preguntó Max, dándole un mordisco a su hamburguesa.

—Ahora toca reconstruir y avanzar —respondí con una sonrisa—. Me enfocaré en mi trabajo, en mi relación con Nadia y en disfrutar de la vida sin las cadenas del pasado.

—Eso suena perfecto —dijo Tom, levantando su copa nuevamente—. Por un nuevo comienzo.

Brindamos una vez más, y todos volvieron a sus conversaciones. Sentí una paz que hacía mucho tiempo no experimentaba, como si una carga enorme hubiera sido levantada de mis hombros.

En medio de las risas y charlas, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y vi de nuevo ese mensaje de un número desconocido. Fruncí el ceño y lo abrí, leyendo las palabras que parecían helar mi sangre:

"Lo que más amas lo perderás pronto."

Mi corazón se aceleró y una sensación de inquietud me invadió. ¿Quién podría estar enviando eso y por qué ahora, en un momento de aparente triunfo y felicidad?

Nadia notó el cambio en mi expresión y me tocó el brazo.

—¿Todo bien?

Asentí, tratando de disimular la preocupación.

—Sí, todo bien. Solo un mensaje sin importancia.

Guardé el teléfono, intentando ignorar el nudo que se había formado en mi estómago. Decidí no dejar que esa amenaza arruinara el momento, pero una parte de mí sabía que debía estar alerta. La tormenta aún no había terminado.

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En la semana posterior a mi divorcio, la pasé con Nadia. Íbamos de un lado a otro, disfrutando al fin de nuestra libertad. Fuimos de compras para redecorar mi apartamento y también aprovechábamos para ir a comer juntos o tomar un café en nuestra cafetería favorita.

—Quisiera pedirte algo —dijo Nadia, jugando nerviosamente con su taza.

—Sí, dime —respondí, tomando un sorbo de mi café.

—Ahora que ya todo se arregló, quisiera por fin presentarte a mis padres —admitió.

Comencé a toser justo cuando intentaba tomar otro sorbo de café. Dejé rápidamente la taza sobre la mesa y continué tosiendo hasta que logré recuperarme. Miré a Nadia, quien me observaba con preocupación y un poco de arrepentimiento por lo que había mencionado.

—Creo que no es buena idea —bajó la mirada.

—¿Qué? ¡No! —la tomé de la mano—. Es decir, es una gran idea, pero… ¿ellos saben más de nosotros?

—Sólo lo necesario —respondió. Sentí un alivio, no quería llegar como un intruso después de todo lo sucedido—. Pero no saben que estabas casado y que nos llevamos casi trece años de diferencia.

Volví a toser.

—Es un pequeño detalle, ¿no? —dije, intentando bromear.

—Sé que es un gran paso —dijo Nadia, sus ojos reflejando una mezcla de nervios y esperanza—. Pero creo que es el momento adecuado. Quiero que sepan lo feliz que me haces y que puedan verte como yo te veo.

Tomé un respiro profundo y asentí. La amaba y quería ser parte de su vida completamente, incluso si eso significaba enfrentar a sus padres y cualquier juicio que pudieran tener sobre mí.

—Está bien, Nadia —dije, apretando suavemente su mano—. Vamos a hacerlo. Conozcamos a tus padres.

Nadia sonrió, sus ojos brillando de emoción. Sentí un calor reconfortante al ver su alegría. Estábamos dando otro paso importante en nuestra relación, y aunque los nervios estaban presentes, sabía que juntos podíamos enfrentar cualquier desafío que se nos presentara.

—Gracias, Leo —susurró, inclinándose hacia mí para darme un suave beso en los labios—. Significa mucho para mí.

La semana siguiente prometía ser un desafío, pero también una oportunidad para fortalecer aún más nuestro vínculo. Estábamos listos para enfrentar el futuro, juntos.

El problema era que no estaba preparado para controlar lo que estaba por ocurrir. Mis miedos se acumulaban, mi ira y la impotencia se combinaban en una desesperación, y el terror sería la emoción que más me consumiría.

Intentaba llamar a Nadia y cada vez sonaba el buzón por las llamadas perdidas. Cada mensaje sin respuesta me llenaba de una inquietud que no podía ignorar. Mis pensamientos se volvían oscuros, mis noches eran largas y llenas de pesadillas.

Una tarde, al regresar a casa y aún sin haber recibido respuesta de Nadia, encontré un sobre sin remitente en mi buzón. Al abrirlo, un sudor frío recorrió mi espalda. Dentro, había una foto de Nadia con los ojos vendados y las manos atadas, acompañada de ese mismo mensaje inquietante: "Lo que más amas pronto te será arrebatado."

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