Capítulo Sesenta y cuatro: Capturada por el pasado
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Nadia
Caminaba por el supermercado buscando los ingredientes para la cena en la que Leonardo por fin conocería a mis padres. Me debatía entre cocinar comida mexicana o algún plato americano que le gustaba a Leonardo. La emoción de que probara todo me llenaba y comencé a llenar el carrito con todo tipo de ingredientes.
Tomé mi celular y busqué el chat de Leonardo para poder decidir qué preparar, pero algo me decía que ni él sabría qué elegir.
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Nadia:
¿Qué te gustaría probar?
¿Comida mexicana o alguno
de tus platillos favoritos?
Leonardo:
¿Algo tendrá picante?
Nadia:
Tal vez un poco, pero trataré
de que nada sea picante para ti.
Leonardo:
Entonces… disfrutare
todo con mucho gusto.
Ya estoy deseando probar
y la comida también.
Nadia:
¡Leo! No digas eso. He
creado a un monstruo.
Leonardo:
Lo siento, no podía perder
la oportunidad.
Nadia:
Te amo.
Leonardo:
También te amo.
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Guardé mi celular y volví a concentrarme en la interminable lista de ingredientes en mi carrito de compras. Luego me di cuenta de que realmente necesitaba ayuda y volví a sacar el celular para llamar a mi mamá para pedirle consejo sobre qué preparar.
—Hola, mamá —dije cuando ella respondió al teléfono—. Estoy en el supermercado y no puedo decidir qué hacer para la cena. ¿Alguna sugerencia?
—Si, hija —respondió mi mamá con calidez—. ¿Qué tal si hacemos una mezcla de ambos? Algo mexicano, pero con un toque que a Leonardo le guste.
—Suena bien —asentí—. Estaba pensando en enchiladas, pero no estoy segura si a Leonardo le gustaría...
—Siempre se puede hacer una versión más suave —sugirió mi mamá—. Añadimos menos picante y hacemos una salsa aparte para los que quieran más picante.
—Buena idea —dije, anotando mentalmente sus sugerencias—. ¿Y qué tal de postre?
—¿Que te parece hacer flan o tres leches? Son clásicos y no muy difíciles de hacer.
—Perfecto, mamá. Muchas gracias.
Mientras hablaba, giré una esquina del pasillo sin prestar atención y choqué de frente con alguien, haciendo que mi celular cayera dentro del carrito.
—Lo siento mucho —dije rápidamente, agachándome para recoger las cosas.
—No te preocupes, querida —dijo una voz que reconocí al instante, haciéndome congelar.
Levanté la mirada y ahí estaba Siena, mirándome con una sonrisa helada. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.
Pegué mi celular de nuevo a mi oreja.
—Mamá, te tengo que dejar —dije apresuradamente—. Te llamo luego.
Colgué el teléfono y me enderecé, tratando de mantener la calma.
—Siena —dije, intentando sonar firme—. ¿Qué haces aquí?
—Solo haciendo algunas compras —respondió ella, su sonrisa sin alcanzar sus ojos—. Veo que tú también estás ocupada. ¿Planeando algo especial?
—Solo una cena —dije, esforzándome por mantener mi voz neutral.
—Qué lindo —murmuró ella, dando un paso más cerca—. Espero que salga todo perfecto.
Intenté alejarme, pero Siena se interpuso en mi camino, su sonrisa desapareciendo al instante.
—No tan rápido —dijo, su voz ahora fría y llena de resentimiento—. Gracias a ti, Leonardo me dejó. Tú arruinaste mi vida.
—¿Yo? —dije, sintiendo la ira burbujear dentro de mí—. Tú sola arruinaste tu vida, Siena. Engañaste a Leonardo una y otra vez. Tu embarazo fue la prueba suficiente para que al fin le dieran el divorcio.
Siena se quedó en silencio por un momento, su rostro contorsionándose de rabia.
—Él era mío —dijo entre dientes—. Tú no tenías derecho a meterte en nuestra vida.
—Leonardo nunca fue tuyo —le respondí, manteniéndome firme—. Y ahora, por fin es libre de estar con quien realmente ama.
—¿Crees que esto ha terminado? —dijo Siena, sus ojos destilando odio—. Esto no ha terminado, niña. Te lo prometo.
—Haz lo que quieras —dije, sin dejarme intimidar—. Ya no puedes hacerle más daño. Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.
Pasé junto a Siena y continué con mis compras, sintiendo su mirada furiosa en mi espalda. Mientras recogía los últimos ingredientes, intentaba calmarme, recordándome que Leonardo y yo finalmente teníamos la oportunidad de ser felices juntos.
Me dirigí hacia la caja para pagar mis compras, pero, justo cuando estaba a punto de llegar, sentí un frío y duro objeto presionándose contra mi espalda. Mi corazón se aceleró cuando escuché la voz susurrante de Siena cerca de mi oído.
—No hagas ningún movimiento brusco —dijo, su tono amenazante—. Ahora dejá tus cosas y camina.
Miré alrededor, tratando de mantener la calma. Nadie parecía haber notado lo que estaba ocurriendo. Los compradores seguían con su rutina, ajenos al peligro que yo enfrentaba.
—¿Qué estás haciendo, Siena? —susurré, intentando sonar tranquila.
—Solo mantén la boca cerrada y camina —respondió ella, empujándome ligeramente con el arma.
Tragué saliva y comencé a caminar lentamente hacia la salida del supermercado. Mis pensamientos se arremolinaban, buscando una manera de escapar sin poner en peligro a las personas alrededor. Cada paso que daba aumentaba mi ansiedad, pero no podía arriesgarme a que Siena perdiera el control.
Cuando llegamos al estacionamiento, Siena me dirigió hacia un coche aparcado en una esquina apartada. Abrió la puerta trasera y me empujó dentro, manteniendo el arma oculta pero siempre presente.
—Súbete —ordenó, mirándome con frialdad.
Obedecí, subiéndome al coche mientras ella se aseguraba de que no había testigos. Subio a mi lado y cerró la puerta. En el asiento del piloto había alguien más, este antes de arrancar giro para entregarle algo a Siena.
—Toma, con esto cubrela la cabeza —le dijo aquel hombre.
El pánico me invadió, pero sabía que tenía que mantener la calma. Intenté mirar a mi alrededor y buscar algo que pudiera usar para pedir ayuda o para poder escapar, pero Siena no me dio la oportunidad de ver a detalle cuando cubrió mi cabeza con una clase de tela o bolsa negra, no podía ver nada lo que me aterro aún más.
—No intentes nada estúpido —dijo, pegando el arma sobre mi abdomen—. Arranca Riley.
Me quede quieta en el asiento, tratando de pensar en una forma de salir de esta situación. Sabía que Leonardo vendría por mí, que me buscaría y Siena quedaría en la cárcel, pero hasta entonces, tenía que mantenerme fuerte y buscar una oportunidad para escapar.
El coche avanzaba pero no podia ver nada gracias a la tela que habia cubriendome la cabeza. No sabia que tanto estabamos recorriendo o que tan lejos nos encontrábamos del supermercado. Mi mente corría, pensando en todos los escenarios posibles para escapar mientras el auto seguia en movimiento, pero todos los escenarios acaban con mi muerte, terminé por resignarme a no hacer nada hasta que estuviera en el lugar en el que me encerrarían. Solo deseaba y rogaba que Leoanrdo y mi familia pudieran encontrarme antes de que fuese demasiado tarde.
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Abrí los ojos lentamente, sintiendo una leve molestia por la luz. Parpadeé un par de veces hasta que mis ojos se acostumbraron y al fin pude visualizar el lugar que me rodeaba.
Estaba en un cuarto muy deteriorado, con muebles viejos y maltratados esparcidos por doquier y sábanas blancas cubriendo algunos de ellos. Intenté moverme, pero mis manos estaban atadas detrás de mí. Fue en ese momento cuando me percaté de que estaba sentada en una silla y con la boca amordazada.
Seguí intentando zafarme para escapar de donde quiera que estuviera, pero en lugar de conseguirlo, terminé cayendo de lado, recibiendo un fuerte golpe en mi brazo derecho. Me quejé por el dolor, pero mi grito fue ahogado por la cinta que cubría mi boca.
La puerta se abrió de golpe, y al instante, mi corazón se aceleró. Un hombre entró en la habitación, con una expresión de indiferencia en su rostro, no estaba segura de quién era, pero por sus características supuse que era Riley. Detrás de él, con su característica actitud arrogante, apareció Siena, vestida impecablemente y con una sonrisa malévola en el rostro.
—Vaya, vaya, mira quién finalmente ha despertado —dijo Siena, acercándose lentamente a mí. Sus tacones resonaban en el suelo de madera, cada paso un recordatorio de mi impotencia.
Riley se quedó junto a la puerta, cruzando los brazos y observando la escena. Siena se inclinó hacia mí, sus ojos destilando veneno.
—Espero que el lugar sea de tu agrado —dijo con una voz impregnada de sarcasmo—. Es un poco rústico, lo admito, pero servirá para nuestro propósito.
Aún en el suelo, intenté moverme de nuevo, pero las cuerdas eran demasiado fuertes. Siena se dio cuenta y soltó una risa suave.
—No te molestes en intentar escapar —dijo—. Nadie vendrá a rescatarte. Y cuanto antes lo aceptes, mejor será para ti.
Se enderezó y miró a Riley, quien asintió y salió de la habitación. Siena volvió a centrar su atención en mí, sus ojos brillando con una mezcla de odio y satisfacción.
—¿Sabes, Nadia? —comenzó—. Todo esto podría haberse evitado si hubieras sabido tu lugar. Leonardo era mío, y tú… tú solo eres un obstáculo.
La miré fijamente, tratando de no mostrar el miedo que sentía. No le daría el placer de verme derrotada.
—Pero no te preocupes —continuó Siena, caminando lentamente a mi alrededor—. Esto terminará pronto. Y cuando Leonardo se dé cuenta de que tú no valías la pena, volverá a mí.
Reté a Siena con la mirada, intentando transmitirle mi desafío. Ella simplemente sonrió y se inclinó nuevamente, esta vez susurrándome al oído:
—Disfruta de tu estancia, querida. Será la última.
Con eso, se enderezó y salió de la habitación, dejándome sola una vez más. Pero esta vez, mi mente estaba trabajando febrilmente, buscando una manera de salir de esta pesadilla.
Pasaron unos minutos, aunque parecieron horas. Mi corazón latía frenético mientras analizaba cada rincón de la habitación, buscando cualquier cosa que pudiera ayudarme a escapar. El dolor en mi brazo y las ataduras en mis muñecas eran persistentes, pero no me rendiría. No podía.
De repente, la puerta se abrió nuevamente y Riley entró con un vaso de agua y un trozo de pan. Se acercó y dejó ambos objetos en una mesa cercana, sin decir una palabra. Sus ojos evitaban los míos, y pude ver un atisbo de duda en su expresión, se puso detrás mío y me levantó del suelo.
—¿Por qué haces esto? —pensé, pero las palabras quedaron atrapadas bajo la cinta que cubría mi boca. Riley se volvió hacia mí y se inclinó, arrancando la cinta de mi boca con un movimiento brusco.
—Bebe —dijo, levantando el vaso y acercándolo a mis labios.
Dude por unos segundos, temía que estuviera envenenada. Sin embargo, el hombre frente a mí insistió acercando bruscamente el vaso a mi boca. Bebí el agua con avidez, sintiendo cómo aliviaba mi garganta seca. Cuando terminé, lo miré fijamente.
—Por favor, déjame ir —susurré—. No tienes que hacer esto.
Riley frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No puedo —murmuró—. Es demasiado tarde para eso.
—No tienes que seguir sus órdenes —insistí—. Puedes ayudarme y podrías salvarte a ti también.
Riley apartó la mirada, claramente en conflicto. Finalmente, suspiró y se sentó frente a mí, su expresión endureciéndose.
—No entiendes, Nadia —dijo con voz fría—. Esto no es por ti. Es por Leonardo.
Lo miré, confundida. No entendía qué tenía que ver Leonardo en todo esto.
—¿Qué te hizo Leonardo? —pregunté con voz temblorosa.
Riley apretó los puños, su mirada se llenó de rencor.
—Me quitó a la mujer que amaba —dijo—. Siena era mía antes de que él apareciera. La amaba, y ella también me amaba a mí. Pero cuando él llegó con su dinero y su encanto, ella me dejó. Se fue con él y me dejó sin nada.
Las piezas comenzaron a encajar en mi mente. Riley estaba lleno de odio hacia Leonardo por lo que había sucedido con Siena.
—Siena nunca te amó realmente —dije, tratando de razonar con él—. Ella solo buscaba lo que más le convenía.
—¡Cállate! —gritó Riley, acercándose de repente—. Ella me amaba, y si no fuera por Leonardo, seguiría conmigo. Pero ahora que la tengo cerca, sigue tratando de regresar con él. Y la única forma de hacerle daño a él es haciéndotelo a ti.
El miedo se apoderó de mí. Riley estaba decidido a vengarse de Leonardo a través de mí, y su odio era palpable. Intenté pensar en algo, cualquier cosa que pudiera decir o hacer para cambiar su mente, pero sabía que no sería fácil.
—Por favor, Riley —dije con voz suave—. Esto no resolverá nada. Solo traerá más dolor.
Riley me miró, su expresión era un torbellino de emociones. Por un momento, pensé que podría haber llegado a él, pero entonces sacudió la cabeza.
—Es demasiado tarde para eso —dijo, y salió de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos y mi miedo.
La desesperación volvió a consumirme mientras agitaba mis manos bruscamente, tratando de liberarlas de las cuerdas que las ataban. El dolor y el ardor aumentaban con cada movimiento, y la fricción de las cuerdas quemaba mi piel hasta que se me adormecieron por completo. Sentí una punzada de desesperanza al darme cuenta de lo inútil que eran mis esfuerzos.
Riley me había dejado sola en la habitación, y debía aprovechar esa oportunidad para buscar una manera de huir.
Miré alrededor, tratando de encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera ayudarme a liberarme. Vi una vieja mesa al otro lado de la habitación, con los bordes astillados. Si podía llegar hasta ella, tal vez podría usar una de las astillas para cortar las cuerdas.
Con un gran esfuerzo, me arrastré con la silla hacia la mesa, el dolor en mis muñecas se intensificaba con cada movimiento. Finalmente, llegué a la mesa y, con movimientos torpes, comencé a frotar las cuerdas contra una de las astillas. Sentí un rayo de esperanza cuando la cuerda empezó a deshilacharse.
De repente, escuché el sonido de pasos acercándose. Mi corazón se aceleró y trabajé más rápido, desesperada por liberarme antes de que Riley o Siena volvieran, pero fue en vano
La puerta se abrió de golpe y Riley entró, con una mirada de sorpresa al verme libre.
—¿Qué crees que estás haciendo? —gruñó, avanzando hacia mí con pasos decididos.
Me tomó y con todo y silla me aventó contra el suelo volviendo a recibir el golpe en mi brazo derecho.
—Olvídate de querer escapar, niña —mencionó entre dientes—. De aquí no sales hasta que decidamos que hacer contigo.
Tomó la astilla de la mesa y la arrancó con facilidad; se le quedó mirando por unos segundos y después me miró a mí con una mirada oscura causándome un frío incómodo en la espalda.
Lentamente acerco la punta afilada de la madera a mi cuello haciendo una leve presión sobre él.
—Podría enterrarla de este lado —recorrió mi cuello hasta llegar a la carotida— y después sacarla dejando que te desangres hasta morir.
Mi cuerpo comenzó a temblar, tenía miedo de que hiciera lo que sus palabras, temía por mi vida.
A los segundos se escucharon el sonido de unos tacones al caminar sobre la madera.
—¿Qué crees que haces? —preguntó, Siena.
—Buscando una forma de acabar con ella —respondió.
—Escúchame bien, Riley —se acercó a él lentamente—. Ella es mía y yo decido qué hacer con ella. Por ahora, la dejaremos morir de hambre. Cámbiale la cuerda o podría intentar escapar.
Riley volteó a verme, mostrando una sonrisa llena de malicia. Dio un paso atrás levantando las manos en señal de “paz” y, antes de salir de la habitación junto con Siena, cambió la cuerda, apretándola aún más. Después, me dejaron sola de nuevo.
Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos como si fueran cascadas. Suplicaba entre mis sollozos, implorando que me encontraran pronto y que encerraran a esos dos que me habían traído a este lugar.
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