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Leonardo
El día estaba por terminar con un final increíble, tenía de nuevo a Nadia entre mis brazos y por fin habíamos hablado sobre todo lo sentíamos y de todas las decisiones que tomamos que nos hicieron alejarnos el uno del otro.
Nadia me había cantado sobre la decisión de Matt de terminar si relación y de que me había buscado para contarme, pero fue cuando yo me comporté como un idiota tratándola de forma fría para mantenerla lejos de mí para que fuera feliz.
Al fin habíamos logrado hablar y expresarnos todos nuestros miedos, nuestras dudas y la incertidumbre que sentimos al pasar el tiempo. Pero el momento tan maravilloso fue interrumpido por una visita nada agradable.
—¿Qué sucede? —Nadia me miro con preocupación.
—Es Siena…
Ambos nos quedamos en completo silencio, solo el sonido de los golpes a la puerta y del timbre se escuchaban y comenzaban a desesperarme.
—¿Dónde me escondo? —miró al rededor y después me miro de nuevo.
—¿Qué? ¡No! —me acerqué a ella y la tomé del rostro con ambas manos—. No eres mi amante, eres la mujer que amo y no pienses lo contrario.
Besé su frente y después me separé.
—Debó esconderme para evitar algún problema con ella —tomó su ropa y la vi dispuesta a entrar al baño para esconderse en él, pero la detuve.
—Dije que no vas a esconderte —la tomé de los hombros y la obligue a sentarse en la cama—. Quédate aquí, haré que se vaya.
Tomé el pantalón que llevaba puesto en la mañana del suelo y me lo puse con rapidez, acercándome a la puerta. Respiré profundamente y la abrí de golpe.
—¡Por fin! —Siena me miró y recorrí su mirada desde mis pies hasta mi cabeza—. Vaya… Los años te han sentado demasiado bien.
Vi cómo una de sus manos se acercaba a mi abdomen. La tomé de la muñeca y la alejé con brusquedad.
—Te prohíbo que me toques —la señalé con el dedo índice y ella bufó, molesta—. ¿Qué haces aquí? ¿Quién te dio mi dirección?
—Cómo si eso importara ahora —intentó pasar a mi departamento, pero me planté frente a ella cada vez que buscaba una forma de entrar.
—¿No vas a dejar entrar a tu esposa? —me miró indignada, con evidente irritación en su rostro.
—No tengo esposa.
—Yo soy tu esposa —posó una mano sobre su cintura y con el dedo índice golpeó mi hombro.
—Por error, y no eres bienvenida aquí —hice énfasis en la última frase—. ¿Qué es lo que quieres?
—¿Qué hacías en un hospital hace unos días? —se cruzó de brazos y empezó a golpear el suelo rápidamente con uno de sus pies.
—No es de tu incumbencia. Además, parece que te informaron bien, ¿no es así? —la miré con desdén.
Siena me miró con una mezcla de irritación y desafío, cruzando los brazos con firmeza.
—¡No tienes derecho a hacerme estas preguntas! —dijo con voz temblorosa.
—Claro que tengo derecho, Siena. Estoy harto de tus juegos. ¿Por qué me mentiste sobre tu cita de quimioterapia? —respondí con firmeza, avanzando un paso hacia ella—. Riley me dijo que habían cambiado la hora. ¿Por qué no me lo dijiste?
Siena desvió la mirada, buscando alguna excusa rápida.
—No quería preocuparte. Sabes lo difícil que es para mí todo esto —respondió, intentando sonar convincente.
—¿Difícil? —dije con incredulidad—. Lo difícil es saber que no puedo confiar en ti. Estás usando tu enfermedad para manipularme, ¿no es así?
Sus ojos se endurecieron y su expresión cambió a una máscara de desprecio.
—¿Manipularte? Por favor, Leonardo, no seas ingenuo. Necesitas a alguien que te mantenga en línea. Sin mí, estarías perdido.
—¿Perdido? —mi voz se volvió más grave, sintiendo cómo la cólera aumentaba—. Perdido es cómo me siento cada vez que descubro una de tus mentiras. ¡Esto es ridículo, Siena!
—¿Ah, sí? —se burló, dando un paso hacia mí—. ¿Y qué vas a hacer al respecto? ¿Dejarme? Sabes que no puedes, el juez lo estipulo ese día del juicio.
—Lo que necesito es la verdad, y está claro que no puedes dármela —dije, manteniendo mi firmeza—. Y empiezo a pensar que ni siquiera estás enferma. Todo esto podría ser otra de tus mentiras.
Siena pareció sorprendida por un momento, pero luego sonrió con frialdad.
—¿Dudas de mi enfermedad? Eres más tonto de lo que pensé. Pero, ¿sabes qué? Me da igual. Sigue viviendo en tu mundo de fantasías. Yo tengo cosas más importantes que hacer.
—Me estarías haciendo un enorme favor. Largate y no vuelvas a aparecerte aquí. Ya te lo dije, no eres bienvenida aquí —dije lleno de rabia intentando controlarme para no levantar la voz.
Siena me miró con ojos llenos de ira, no de lágrimas, y su expresión se volvió aún más amarga.
—¡Eres un idiota, Leonardo! —espetó, su voz cargada de veneno—. Siempre lo has sido. No sabes el error que estás cometiendo al culparme de algo tan grave, ¡cuando la que se esta muriendo soy yo! Espero que disfrutes tu miserable vida solo.
Dio media vuelta y salió directo al ascensor. Cuando ella desapareció de mi vista, cerré la puerta de mi departamento suspirando con frustración.
Me quedé allí frente a la puerta cerrada, respirando profundamente, intentando calmar la tormenta de emociones que sentía. Sabía que esto era solo el comienzo de un camino difícil, pero también sabía que era necesario. Siena ya no iba a controlarme y esta vez buscaría pruebas para anular el matrimonio de una vez por todas.
—¿Leo? —la voz de Nadia se escuchó detrás de mí. Volteé a verla y noté su mirada preocupada—. ¿Estás bien?
Bufé y solté una risa nerviosa. Me acerqué a ella y la tomé de los brazos.
—Ahora lo estoy —la abracé con fuerza, esperando que me correspondiera, y así lo hizo.
Después del desastre que Siena había causado, Nadia era la persona que me brindaba el apoyo y la calma que necesitaba en ese momento.
Estuvimos abrazados por un largo rato hasta que pude calmarme por completo. Ambos caminamos a la sala y nos sentamos en uno de los sofás.
—Sé que no es de mi incumbencia, pero… ¿de verdad crees que ella te está mintiendo sobre su enfermedad? —su ceño fruncido mostraba no solo curiosidad, sino también preocupación por lo que fuera a responder.
—El día que te vi con Matt, me crucé con el doctor que trata el cáncer de Siena, Riley. Se suponía que a esa hora él debía estarle administrando la quimioterapia, pero curiosamente él dijo que la habían pospuesto a una hora más tarde. Cuando llamé a Siena, ella mencionó que ya la estaba recibiendo —expliqué.
—Y si eso es cierto, ¿dónde encontrarás dicha evidencia? —volvió a cuestionarme.
—Tal vez me meta en problemas, pero haré que tomen una muestra de su sangre y la analicen —le conté la primera parte del plan.
—¿Y cómo vas a lograr eso? —me miró con curiosidad.
Sonreí para mí, y su mirada pasó de curiosidad a preocupación.
Tenía una idea, pero recurrir a ella era como vender mi alma al diablo, y ese diablo no iba a dejarme en paz en un buen tiempo cobrando su favor.
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Me encontraba en el asiento de mi auto, con la mirada enfocada en el exterior. Tenía ambas manos en el volante y daba pequeños y rápidos golpeteos con mis dedos pulgares, producto de la ansiedad que me provocaba esperar la llamada del Diablo.
De pronto, mi celular sonó e inmediatamente lo tomé para contestar.
—¿Sí? —hablé primero, sin darle oportunidad a la otra persona de hablar.
—¿Leonardo? —preguntó la voz de una mujer al otro lado.
—Sí, soy yo —respondí nervioso.
—Ha pasado demasiado tiempo y ni una sola llamada para mí. Eso me lastima —se quejó.
—Alice… Lo siento, ¿sí? —traté de disculparme. Desde que dejé de trabajar en los hospitales, me olvidé de cualquier persona o compañero, solo que esta persona era imposible de olvidar.
—Ya veremos cómo me lo pagarás, primo querido —advirtió. Podía imaginarme esa enorme sonrisa que caracterizaba a mi prima—. Dime, ¿ya por fin dejaste a la hipócrita de tu esposa? Puedo presentarte a unas cuantas amigas.
—Para nuestra mala suerte, no —pude escucharla suspirar decepcionada—. Pero tu ayuda me servirá para anular cualquier vínculo con ella.
—¡Oh, claro! Mi ayuda —soltó una risita—. Tu amiga Sam fue quien me tuvo al tanto. ¿Ya estás en el hospital?
—Sí, estoy justo afuera.
—Entonces entra. Te espero en mi despacho —cortó la llamada sin más, dándome el tiempo necesario para darme prisa y no ser detectado por nadie.
Guardé el celular en mi bolsillo y respiré hondo. Sabía que entrar al hospital significaba arriesgarme a ser visto por alguien que pudiera reportarlo a Siena, pero no tenía opción. Salí del auto y me dirigí rápidamente hacia la entrada del hospital, intentando mantener un perfil bajo.
Al entrar, el ambiente conocido y las caras familiares me provocaron una mezcla de nostalgia y nerviosismo. Caminé con paso firme hasta llegar al despacho de Alice. Toqué la puerta y, sin esperar respuesta, la abrí.
Alice se levantó de su silla y me recibió con una sonrisa amplia, extendiendo los brazos para un abrazo. Su cabello castaño claro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus pecas le daban un aire juvenil. Medía aproximadamente 1.70 cm y su figura esbelta resaltaba su porte elegante.
—Leonardo, primo querido —dijo Alice con su característica sonrisa—. ¡Hace tanto que no te veía!
—Gracias por ayudarme, Alice —dije, devolviendo el abrazo brevemente antes de apartarme—. Esto es muy importante para mí.
Alice era sobrina de mi madre. Su madre, la hermana de la mía, se había casado con un extranjero y se habían establecido en Seattle, lejos de nuestras raíces. Sin embargo, Alice siempre había mantenido una fuerte conexión con nuestra familia y, al final, se mudó a Nueva York unos años antes de que mi hija falleciera.
—Lo sé, lo sé —dijo, señalándome una silla frente a su escritorio—. Siéntate y cuéntame exactamente qué necesitas.
Me senté y respiré hondo antes de empezar.
—Necesito pruebas de que Siena no está recibiendo quimioterapia. Sospecho que está mintiendo sobre su enfermedad para manipularme y mantenerme atado a ella.
Alice arqueó una ceja, interesada.
—Vaya, eso es bastante grave. ¿Tienes alguna evidencia de sus mentiras hasta ahora?
—Sí, un par de inconsistencias con sus citas médicas. Pero necesito algo sólido, como un análisis de sangre que demuestre que no está recibiendo tratamiento.
Alice asintió, pensativa.
—Bien, eso se puede arreglar. Pero necesitaremos conseguir una muestra de su sangre sin que ella se entere de nuestro plan.
—Riley trabaja aquí y se encarga del tratamiento de Siena. Él podría provocar que se levanten sospechas si se le hace el análisis a Siena sin que él lo haya pedido.
Alice sonrió de nuevo, una sonrisa que mezclaba complicidad y astucia.
—Podría pedir un reporte de todos los pacientes con cáncer y que se les haga un análisis de sangre para evitar esas sospechas y así ninguno de los dos estará prevenido.
—¿Eso se puede hacer? —levanté una ceja incrédulo.
—Diré que el estado está pidiendo informes de dichos pacientes para valorar los presupuestos que se le entregan al departamento de oncología. Y directamente se lo pediré a una de las enfermeras para que me entregue la muestra de esa mujer —recargó la espalda contra el respaldo de su silla mientras la giraba levemente de izquierda a derecha.
La miré sorprendido. Alice desde el inicio había rechazado la unión entre Siena y yo. Cuando se enteró de que Siena no le prestaba atención a Daphne y que poco después de su fallecimiento se fue con uno de sus amantes, Alice terminó por dar más razones para que la familia odiara a Siena, pero todos la ignoraron.
Era más que evidente la razón por la que me estaba otorgando su ayuda: ella quería a Siena fuera de la familia.
—Sorprendente —sonreí.
—Yo siempre, primo querido —encogió los hombros sonriendo—. Y no te preocupes, me aseguraré de que todo se haga con la mayor discreción posible. Pero ten en cuenta que, si nos descubren, ambos estaremos en serios problemas.
—Lo sé, Alice. Pero estoy dispuesto a correr ese riesgo. No puedo seguir viviendo bajo las mentiras de Siena.
Alice se levantó de su silla y rodeó su escritorio.
—Mientras, disfruta de tu chica —me guiñó el ojo—. Después me contarás todo tú. Ahora vete. Yo me encargaré del resto.
—Gracias, Alice. No sé cómo podré pagarte esto.
—Solo asegúrate de mantenerme informada y, por supuesto, invítame a la fiesta de celebración cuando finalmente te liberes de esa mujer —dijo con una risa ligera.
Asentí, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad.
—Lo haré. Nos veremos pronto.
Salí del despacho de Alice con una satisfacción y tranquilidad combinada con emoción, y una nueva determinación en mi corazón. Tenía un plan, y ahora solo necesitaba ejecutarlo sin errores. Estaba decidido a descubrir la verdad y liberarme de Siena de una vez por todas.
Antes de salir del hospital, visualicé a lo lejos a Siena junto con Riley. Caminaban por uno de los pasillos del hospital, sus figuras alejándose lentamente.
Decidí seguirlos a una distancia considerable para evitar ser descubierto. Mantuve la cautela mientras avanzaban por los pasillos, siempre asegurándome de no llamar la atención. Finalmente, se detuvieron en una esquina más apartada del hospital, donde las miradas curiosas eran menos frecuentes.
Observé con creciente incredulidad cómo Siena y Riley se abrazaban muy cariñosamente, demasiado para ser solo un paciente y su médico. La intimidad de ese momento me dio una razón más para sospechar. Sentí un nudo formarse en mi estómago; las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar.
Consciente de la necesidad de no ser descubierto, me di la vuelta y salí del hospital a pasos rápidos y decididos. No podía arriesgarme a llamar la atención ahora. Con esta nueva información, mi determinación se fortaleció aún más. La verdad estaba cerca, y pronto, Siena ya no tendría poder sobre mí. Finalmente, podría estar en total tranquilidad con Nadia, sin que nada ni nadie intentara separarnos de nuevo.
Si las pruebas confirmaban mis sospechas, mi padre dejaría de interferir. Ya no tendría que darle explicaciones sobre mi relación con Nadia, algo que nunca fue necesario y que no lo sería jamás. Estaba listo para luchar por nuestra felicidad y para liberarme de las mentiras que nos habían mantenido prisioneros.
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