Capítulo Quince: El miedo no me lo permite

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Nadia

Por alguna razón, mis encuentros furtivos con Leonardo dejaron de suceder, ya no chocaba con él y tampoco me lo encontraba por la facultad como al inicio de la carrera, esto comenzaba a desanimarme y a preguntarme si debería seguir emocionándome o ponerme nerviosa cada que lo veía en clases.
Todo era distinto, cómo si los rumores hubieran provocado el cambio en su comportamiento; intentaba verlo fijamente para que volteara a verme durante las clases, pero solo se dedicaba a lo que los demás doctores hacían, dar su clase.

Me estaba convenciendo a mí misma de que mis sentimientos solo eran una ilusión, un escudo para superar mis traumas y mi mala experiencia con Marco.
A veces, frente a un espejo me preguntaba "¿Cuando se irá este miedo?"

El calor de una mano sobre mi hombro se hizo presente, por un momento mi mente creo el escenario en donde Leonardo estaba a mi lado y me sonreía mostrando un brillo en sus ojos, pero la realidad me dio un golpe bajo mostrándome que quién estaba era Miguel.

—¿Qué tienes? —levantó una ceja sin quitar la mano de mi hombro.

—Nada. ¿Por qué? —desvíe la mirada a mi cuaderno.

—Desde que inició el semestre, tú y Sarah han estado algo raras. —quitó su mano para después recargarse en la mesa donde nos encontrabamos.

—¿Raras? —fruncí el ceño.

—¡Si! —suspiro—. Desde que entraron a ese grupo, ustedes han actuado muy raro y luego con los rumores de su profesor, han actuado aún más raras.

—Estás loco, alucinas. —le di un pequeño golpe en su hombro.

—Podré ser un tonto, pero no tanto. —puso su dedo índice sobre su pecho y después volvió a recargarse en la mesa.

Miguel me veía con curiosidad, entrecerrando los ojos para descubrir una señal de mentira, algo que podría lograr identificar en mí muy facilmente, pues, siempre me causan nervios cuando la gente me mira fijamente.

—¿Qué? —dije fingiendo estar molesta, pero mi voz sonaba nerviosa.

—Mientes. —entrecerró los ojos

—Claro que no. —intenté responderle con toda mi seguridad, pero se podía notar a kilómetros mi nerviosismo al temblar mi voz.

—Ajá, y yo soy el Rey del mundo —bromeó—. Nadia, puedes contarme. Tal vez, yo pueda ayudarlas.

—Sea lo que sea que estés pensando, no es lo que crees. Sarah y yo, estamos bien —suspire—. Solo fueron rumores y al parecer, no todos le dieron importancia.

—Mhh... es cierto —sus ojos viajaron a la mano que aún se encontraba en la mesa—. ¿Sabes quién era la alumna?

—No, nadie lo sabe. —traté de disimular mi nerviosismo y de hacer memoria para tener una idea de quién nos podría haber visto, pero era imposible que alguien lo hubiera hecho.
El salón estaba solo y la única persona que nos pudo ver o haber visto, era Sarah. No creo que ella nos haya reportado o al menos eso creo.

Me despedí de Miguel para ir a mi siguiente clase, Gargi y Sarah no habían ido a clases porque se sentía mal, una por dolor de garganta y otra por dolor de estómago respectivamente. Ambos estabamos solos, la diferencia fue que él ya había salido de clases y a mí me quedaban un par de horas más y ser libre.

Estaba frente al salón, ya todos habían entrado y la puerta ya estaba cerrada; quería entrar pero la ansiedad comenzó a atacarme. Mi miedo a estar sola volvió a aparecer y gracias a ello, seguía dudando si entrar o no a la clase.
No lo pensé por más tiempo, retrocedí y me terminé alejando del salón. Tal vez podría estar loca, pero presentía que algo malo podría suceder o era mi ansiedad haciéndome creer que algo podría ocurrir.

Salí del edificio y camine hacia la parada del autobús, aún había bastantes alumnos al exterior de la facultad, pero cada vez eran menos con forme iba anocheciendo. Comencé a sentir una extraña sensación en la espalda, mire de un lado a otro, pues la sensación que tenía era la de una mirada muy pesada; el malestar desapareció en cuanto subí al autobús. El transporte dio marcha para seguir su ruta predeterminada; y mi recorrido ya no era tan estresante como lo era hacía un par de meses. Desde que mi relación con Marco había acabado, todas mis preocupaciones se habían esfumado a excepción de las que me causaba la carrera.

El tiempo transcurrido tan rápido que apenas me había percatado de que ya estaba en mi destino, caminé por las calles hasta llegar a mi casa, pero la sensación de que alguien me observaba había vuelto y se hacía más fuerte a la vez que más me acercaba a mi casa. Esa sensación no era normal, término por plantarme el miedo y comencé a correr; ahora temía por mi vida.
No me había percatado de lo oscuro que se había puesto, anocheció muy rápido y no había ni una sola alma en la calle, más que la mía y de quién provocaba mi malestar.
Mientras corría hacía mi casa, sentía a esa alguien corriendo tras de mí, y justo al llegar a mi casa, saque de prisa mis llaves para abrir la puerta, en ese momento, fui tomada por los hombros haciéndome dar cuenta de que todo había sido un sueño. Estaba sentada en mi cama, el miedo ne había hecho despertar con la respiración y el corazón agitado, sentía mi boca seca y mis ojos trataban de acostumbrarse a la poca luz que había en mi cuarto. Miré a mi alrededor para asegurarme del lugar en el que estaba; me lleve una mano a la frente, esta estaba bañada de sudor frío, suspire aliviada de estar en mi cuarto y no en la calle como en la pesadilla.

Sonó mi celular haciéndome sobresaltar en mi lugar, lo tomé y al ver la pantalla vi que era mi alarma; deje salir un largo suspiro y me levanté de la cama con pesadez. Tomé una toalla para mi cabello y una para mi cuerpo, y caminé hacia el baño para bañarme; sería un baño rápido, el otoño se estaba volviendo más frío y congelarme no era una opción.
Una vez lista y sin salir del baño, lave mis dientes y cepille y sequé mi cabello. Salí del baño y camine lo más rápido hacía mi cuarto para comenzar a vestirme; un pantalón de mezclilla negro, una blusa vino con cuello de tortuga, unos botines negros y una chamarra de mezclilla azul con borrega en su interior y el maquillaje tenue para comenzar el día.
Sin tomarme un minuto más, tomé mi mochila, baje por mi desayuno y salí de casa temprano para llegar a tiempo a la primera clase de ma semana.

Iba a paso veloz, ya estaba saliendo el sol, pero la calle aún estaba semi-alumbrada por los postes de luz y la franja del sol poco a poco iba pegando en las fachadas de la hilera de casas. Llegué a la parada del autobús, miré a todos lados, pues, había quedado con la paranoia de mi pesadilla y temía que pudiese ocurrir algo parecido o peor; a los pocos minutos llego el transporte y unas cuantas personas ingresamos en él. En el interior ya había un par de personas, cada una concentrada en sea lo sea que estuviesen haciendo; cabecear, leer, dormir o, en mi caso, ver por la venta mientras escuchaba la lista de música que había creado para mis recorridos diarios.

Mi celular vibró, desbloquee la pantalla y me encontré con uno de los mensajes matutinos de Sarah. "Hoy sí o si, hablarás con él", decía el mensaje.
Solo había pasado el fin de semana desde que intercambie un par de palabras con el doctor y Sarah seguía insistiendo; por un lado quería hacerle caso y seguir su insistencia. Pero por él otro, sentía que todo iba demasiado rápido como para iniciar cualquier cosa que pudiese ocurrir. Tal vez, yo debía alejarme y continuar con mi vida sin la presión de estar con alguien, y creo que eso está mal; no darme el tiempo para sanar y eliminar la horrible dependencia que genere, todo gracias a Marco.

¿Es qué acaso jamás podré dejar mencionar su nombre sin que se me vengan los recuerdos que tengo guardados y muy bien marcados de él?
Suspiraba con exasperación cada que deseaba no haberlo conocido.
No voy a negar que hubieron buenos momentos, pero estos se veían opacados por todos los malos ratos que sucedían tan derepente, así fuese un detalle mínimo para que Marco comenzará a celarme.

Estaba sentada en una mesa del área de comida en un centro comercial, Marco había ido a recoger el pedido de hamburguesas que habíamos elegido para poder disfrutar. Mis manos jugaban con mi celular, recorriendo las líneas de la carcasa que lo resguardaba. En eso, un chico se acercó a la mesa, se inclinó en el respaldo de una de las sillas desocupadas y me sonrió.

—Hola. —una voz suave, no tan grave se escuchó salir de la boca de aquel chico de cabello rubio y rizado.

—Hola. —le sonreír con amabilidad.

—¿La silla esta ocupada? —preguntó en un tono amable.

—No. Adelante. —hice una seña con mi mano y le sonreí.

El chico me sonrió de vuelta y se llevó la silla a la mesa que compartía con sus amigos. Era una escena mucho más interesante que el resto de las mesa, ya que, la mesa de amigos se encontraban riendo y compartiendo pizza, mientras que las demás solo había personas que comían en su turno de comida y algunas parejas divirtiéndose.
Mi tranquilidad se vio colmada cuando una bandeja de comida fue azotada en la mesa donde me encontraba, llamando la atención de algunos curiosos.

—¿Qué tanto miras? —preguntó Marco casi rechinando los dientes.

—Nada, ¿por qué? —lo miré confundida.

Marco se sentó y me tomó de la mano, en ese mismo instante, comenzó a apretarla, provocando que mis nudillos dolieran y mis dedos se torcieran ante su agarre.

¡Me lastimas! —me queje tratando de suavizar el agarre, pero fue en vano; Marco comenzó a apretar más mientras su mandíbula se tensaba y sus ojos parecían disparar fuego.

Eso lo hubieras pensado antes de andar de cualquiera con aquel idiota. —apretó sus labios a la par que ejercía más fuerza en mi mano.

Me quejé de nuevo, pero en silencio, aguantando el dolor y las lágrimas que amenazaban con brotar en cualquier momento. Segundos después, por fin soltó mi mano para ahora tomarme del mentón y besarme a la fuerza; mi error fue no haber puesto resistencia. Miraba de reojo a la mesa donde se encontraba el chico que se había llevado la silla, a todos se les veía incómodos y bajaban la mirada, después de que Marco dejó de besarme, aquellos chicos no dudaron en irse y dejarme sola con quién decía amarme.

—¿Señorita? ¿Señorita? —escuchaba a lo lejos la voz de un hombre—. ¿Se encuentra bien?

—¿Eh?, ¿cómo? —me sobresalté y al darme cuenta de que quién me hablaba era el conductor del autobús.

—¿Se encuentra bien? —me miraba preocupado—. Llevo hablándole casi por dos minutos, ya estamos en la última parada y solo quedaba usted.

—Lo siento. Me distraje. —bajé la mirada avergonzada. Me levanté del asiento y le agradecí al conductor por llamarme la atención.

Saque mi celular de la bolsa de mi chamarra y vi la hora, por fortuna, era aún temprano y la preocupación por llegar tarde, ya no er un problema.
Caminé hacia el edificio y los pasillos se encontraban un tanto vacios, había algunos chicos parados en la puerta de los salones y algunos otros solo estaban en los pasillos hablando entre ellos. Continúe mi camino hasta el salón que me correspondía y justo cuando voy a entrar, paro en seco al ver quién ya se encontraba dentro del salón.
El corazón comenzó a latirme con fuerza, sentía como mi rostro se calentaba y mi respiración comenzaba a acelerarse; con todo el nerviosismo que consumía mi cuerpo, di un paso al frente haciendo ruido con el tacón de mi botín y con eso basto para llamar la atención de el doctor, Leonardo.

—Nadia. —me veía con algo de sorpresa en sus ojos.

—B-Buenos días, doctor. —me quede congelada en mi lugar. Mi cerebro y mi cuerpo habían dejado de coordinar, parecía que había olvidado lo que era caminar.

—Si... Buenos días. —dijo sin quitarme la mirada y yo sentía el peso de ella.

Cuando mi cerebro y mi cuerpo volvieron a coincidir, caminé a una de las butacas, el problema es que, mis movimientos parecían tan robóticos que, mis zapatos hacían más ruido de lo que quería hacer. Aún sin poder recordar lo que era moverme, en mi intento por sentarme, hice aún más ruido cuando mi mochila cayó al suelo.

—¿Está todo bien? —llamó mi atención y de inmediato voltee a verlo.

—Si, si. Todo bien. —de mi salió una risa nerviosa.

Levanté mi mochila lo más rápido y "humano" posible, para hacerme pequeña en mi lugar, concentrando mi mirada en mi mochila.

—Llegaste temprano. —su voz resonaba en un eco por todo el salón; solo estábamos él y yo.

—Me caí de la cama. —intenté bromear. Él me miro extrañado y bufo con una pequeña sonrisa de lado.

—Ya veo —bajó la mirada por un segundo y volteó a verme lentamente, o al menos, así lo vi yo. Me estaba derritiendo por dentro y quería gritar con toda la fuerza que mis pulmones que fuesen a permitir—. ¿No tienes sueño? Aún... aún es muy temprano, falta aún media hora para la clase.

—Un poco. Fue un mal sueño. —suspire y luego me di cuenta de que me di una razón más para hablar.

—¿Fue tan malo? —dejó la pluma que tenía en la mano sobre el escritorio y cruzo sus manos sobre el mueble.

—¿Algo? —levanté los hombros dudosa de mi respuesta. Quería callarme, pero era imposible.

—¿Te gustaría... te gustaría contarme? —había duda en su voz y aclaró la garganta.

—Soñé que alguien me perseguía, tenía miedo.

—¿Era aquel... chico? —me sorprendí ante su pregunta, él parecía nervioso.

—No lo se, solo sé que tenía mucho miedo. —volví a repetir.

Nos quedamos en silencio, pero sin apartar la mirada uno del otro. Parecía que quería agregar más, en cambio, una fuerte exhalación rompió la tensión del silencio.
Jugaba con mis dedos para intentar aliviar los nervios, pero fue en vano, mi corazón dio un vuelco justo en el momento en que Leonardo se puso de pie con intención de acercarse. No era miedo lo que sentía, si no, emoción; el momento se rompió en el que un alumno entro y saludo al profesor. Leonardo regreso a su lugar y centro su mirada en los documentos que había estado revisando antes de mi llegada.

Maldito sea el que inventó la interrupción de los momentos llenos de tensión entre dos personas.

Solo eso me quedaba, maldecir a un compañero que no tenía ni idea de lo que acababa de hacer.

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