Capítulo Once: Tres días a la semana

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Nadia

Inmersa en mis pensamientos, aún avergonzada por mi primera clase con la aclaración del que chico con el que siempre chocaba era un profesor, no me percate de que estaba a un lado de mí.

—¿Está todo bien? —su voz gruesa retumbo en mis oídos haciéndome sobresaltar.

—¿Eh? ¿qué? ¿yo? —volteé a verlo y nuestras miradas se conectaron, inmediatamente desvíe mi mirada para ocultar mis mejillas sonrojadas—. Sí, si, estoy bien.

Escuché un suspiro y continuó caminando mientras explicaba las generalidades de las fosas nasales como su localización y su función. Su voz parecía ir desapareciendo cada vez, como si yo estuviera bajo el agua; se debía al hecho de que seguía soñando despierta y los escenarios ficticios volvieran a mí por el simple hecho de estar en un mismo espacio con el doctor Leonardo; sonaba tan bien en mi mente y seguramente sonaba fantástico al decirlo de viva voz.

—¡Hey, Nadia! —sentí cómo una mano se poso en mi hombro y era sacudida a la vez.

—¿Qué? —volteé—. ¡Ah! Eres tú, Sarah.

—Ammm... ¿si? —dejo salir una pequeña risa—. ¿Quién más iba a ser?

—Nadie. —desvíe la mirada y comencé a guardar mis cosas.

Salimos del salón para dirigirnos a la siguiente clase, en el pasillo pude divisar a lo lejos a Leonardo, o más bien, al profesor Lane. Tomé a Sarah del brazo y la llevé por otro camino, subimos por la escalera y paró en seco.

—Por aquí no es, nos toca en la planta baja. —dio media vuelta y comenzó a bajar.

—¡No! —la tomé del brazo para evitar que siguiera bajando los escalones—. O sea... si, pero vayamos por acá.

—Es mucha vuelta, no quiero caminar tanto. —hizo un puchero y continuo bajando.

En ese momento, Leonardo iba pasando justo frente a las escaleras sin notar nuestra presencia. Sarah lo siguió con la mirada y cuando él desapareció de su campo de visión, volteo a verme con una sonrisa pícara.

—Con que era eso. —movió sus cejas.

—Claro que no. —aclaré mi garganta y baje los escalones.

—Ajá, claro. —caminó rápido para alcanzarme y al fin dirigirnos al salón que nos tocaba.

Al entrar, ya casi todos los lugares estaban ocupados, por fortuna o mala suerte, los asientos de la primera fila estaban vacíos; no me gustaba estar hasta adelante y a la vista de los profesores, siento que puedo hacer cualquiero cosa y ser juzgada por ello.

Tomamos nuestro lugar y esperamos al nuevo doctor o doctora asignada para la materia de Fisiologia Uno, tenía esperanza de que fuese alguien flexible y accesible para no morir en el intento durante las clases.
Mi emoción paso a ser un golpe de sorpresa y nerviosismo cuando Leonardo, es decir, el profesor Lane, entro al salón y su mirada conectó con la mía. Parecía que no había nadie más en el salón a excepción de nosotros dos; él me sonrió y camino a su escritorio.

—Veo caras conocidas —se recargó en una de las orillas del mueble—. ¿Ya les he dado clase o...?

Tomó una hoja del escritorio y la observó fijamente.

—No, esperen —rascó su mejilla y levanto la mirada—. Me asignaron dos materias con ustedes, por eso se me hicieron conocidos.

Su mirada se posó nuevamente en mí haciéndome desviar la mía, usando mi mano para poder ocultar mi rostro.

Era suerte o mala suerte el tener que compartir tres días a la semana con él.
Era el momento para gritar y salir corriendo o quedarme y morir por la pena.

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La clase acabo y sin perder el tiempo, me di prisa para guardar mis cosas y salir huyendo del salón, pero justo cuando estaba por cruzar el marco de la puerta lo escuché llamarme.
Mi cuerpo quedo estático, no sabía si moverme o fingir que me volvía invisible si no me movía.

—¿Puedo hablar un momento contigo? —podía sentir su mirada encima mío.

Sarah me dio un leve golpe con el codo obligándome a girar en mi lugar y voltear a verlo.

—Claro. —trate de sonreír, pero era obvio que la forzaba.

—Te espero a fuera. —escuché decir a Sarah y yo le asentí con la cabeza.

Caminé hacía el escritorio apreciando cada movimiento que él hacía al acomodar las hojas y guardar sus cosas en el maletín.

—¿En qué... puedo ayudar? —sentía que estaba sufriendo un colapso mental, pero mi cuerpo me traicionaba luciendo "sano".

—Te he notado muy distraída y en ambas clases. —cerró el cierre del maletín y volteó a verme—. ¿Algo te preocupa?

—¿Preocuparme? —dije tratando de ocultar mi nerviosismo.

«Nada me preocupa, ¡eres tú quién me distrae!», pensaba y sentía que en cualquier momento podría decirlo sin pensar en las consecuencias.

—¿Segura? —cruzó sus brazos permitiéndome observar atentamente la flexión de los músculos de sus brazos.

Mi temperatura corporal parecía haber aumentado con esa simple acción. Debía darme una cachetada a mí misma por imaginar tan siquiera poder tocar sus brazos o sus manos. Me sentía como un hombre victoriano que se emocionaba por haber visto la piel expuesta del tobillo de su amada, solo que en vez de un tobillo eran los brazos y manos del hombre frente a mí.

—¿Hola? —su voz gruesa me regresó de golpe a la realidad y sentí la vergüenza en mis mejillas.

—Perdón, yo... —miraba a todos lados para buscar una excusa y salir de ahí.

—¿Tengo una mancha en mi camisa? —bajó sus brazos, dejándome ver la forma en que se marcaban sus pectorales.

—¡Ay Dios! —di media vuelta y caminé hacía la puerta sin dar marcha atrás.

Sí, en ese momento quería morirme por la vergüenza y no volver a verlo, pero... ¿como lo iba a evitar si era mi profesor?.
La peor parte no era verlo tres veces a la semana durante diez horas, si no, el estar bajo su mirada en caso de que me mirará fijamente.

Había perdido la noción del tiempo y de mi ubicación cuando me encontraba en el tercer piso y sin saber a donde iba. Miré a todos lados y veía pasar a los alumnos, algunos riendo, otros corriendo a sus clases y algunos me observaban por el hecho de que estaba justo en medio del pasillo. Agite mi cabeza y continúe caminando hasta llegar a las escaleras, ahí me detuve unos segundos para ver mi horario, saqué mi celular y busque la imagen para saber que clase seguía y... ¡Adivinen! La clase era Anatomía y era justamente con él.

Suspire rendida, sabía que no podía escaparme y si no asistía a esta clase, me haría preguntas en la siguiente oportunidad que se nos presentara.

Estaba frente a la entrada del salón, dudosa de entrar o huir. Di un paso atrás chocando con algo o alguien.

—Hola —escuché su voz y esta retumbo no solo en mis oídos, si no, en mi corazón—. ¿Lista para la clase?

Giré sobre mi eje lentamente y levanté mi rostro y me encontré con sus hermosos ojos azules.

—¿Todo bien? —levantó una ceja extrañado.

—Eh... Si, si —giré de nuevo y así entrar al salón.

Divide a Sarah en la zona media de una de las filas, su expresión paso de seria a una sonrisa enorme con ciertas intenciones.
Camine hasta ella y quito su mochila del asiento que había apartado. Después, la clase dio inicio.

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Leonardo

La vi para frente a la puerta del salón, se le veía nerviosa y muy tensa. Me acerqué a ella y la escuché suspirar, pensé que daría un paso al frente, pero al contrario, lo dio hacía atrás chocando conmigo. Giro y volteó a verme, sus mejillas estaban sonrojadas y pude notar la dilatación de su pupila.

—¿Lista para la clase? —pregunté tratando de aliviar la tensión del momento.

Seguía mirándome apenas parpadeando, sólo se quedo estética, ahí frente a mí con la respiración un tanto agitada.

—¿Todo bien? —ladeé levemente mi cabeza mientras levantaba una ceja.

—Eh... Si, si —giro de nuevo sobre su eje y entró al salón seguida se mí.

Acomode mi maletín sobre el escritorio como de costumbre. Saqué una laptop y la conecté para poder proyectar la imagen con ayuda del proyector.

—Muy bien, clase —choque mis palmas y mire a los alumnos—. ¿Quién me puede dar un resumen de lo que vimos la clase pasada?

Mantuve mis manos juntas, esperando una respuesta sin titubeos de algún alumno, pero todo el salón estaba eb silencio.

—Lo que recuerden —insisti—. Sólo necesitó saber que recuerdan de las Fosas Nasales.

Un chico al fondo sel salón levantó la mano temeroso. Asentí con la cabeza y espere su respuesta.

—Vimos sus generalidades. —respondió sin añadir nada más.

—Ajá... Y ¿cuáles fueron? —lo interrogue.

Pude ver como se tensaba en su lugar y sus ojos iban de un lado a otro como su suplicara ayuda de sus compañeros.

—Pues... yo... —el chico bajo la mirada.

Comencé a caminar de un lado a otro en el salón, esperando respuesta de algunos de mis alumnos.

—Las fosas nasales tienen la función del proceso de respiración. —escuché hablar a una chica y la busqué con la mirada.

—¿Qué más? —crucé mis brazos sobre mi pecho.

—Filtran, humedecen y calientan el aire inhalado antes de que llegue a los pulmones —hizo un pausa y bajo la mirada a su libreta—. También ayudan a detectar olores.

—Ok, no está mal —caminé al escritorio y me senté sobre la orilla del mismo—. ¿Quieren agregar algo más?

De nuevo un silencio abundo las cuatr paredes blanca del salón lleno de butacas de madera donde los alumnos desviaban la mirada para no ser elegidos.
Tomé mi portafolio y saque la lista con los nombres de mis alumnos.

—¿Rodriguez Nadia? —la busqué con la mirada y noté cómo se sobresalto en su asiento.

—¿S-Si? —respondió con algo de dificultad, obligándola a aclarar su garganta.

—¿Qué más me puedes decir sobre las fosas nasales? —dejé la hoja sobre el mueble y volví a cruzar mis brazos.

Bajo la mirada, por el color rojo en sus mejillas me pude percatar de su nerviosismo, algo muy común en alguien extrovertido o alguien que no estudio.

—Las fosas están dividida en dos por el tabique nasal, una pared cartilaginosa y ósea que separa las fosas izquierda y derecha —contestaba sin despegar la vista de su cuaderno—. Las fosas nasales están revestidas por una membrana mucosa que contiene pequeños pelos llamados cilios, que ayudan a atrapar partículas extrañas.

Levantó la mirada, como si estuviera orgullosa y aliviada de haber terminado con su tortura.

—¿Y qué más? —elevé un poco mi mentón.

Noté como nuevamente se ponía nerviosa y movía su boca para tratar de articular alguna palabra.

—Pues... Las fosas nasales contienen numerosos vasos sanguíneos y terminaciones nerviosas. —la interrumpí.

—¿Y eso para que sirve? —la volví a cuestionar. Pude ver una pizca de enojó en sus ojos, cómo si estuviese buscando la forma de no seguir siendo interrogada como una delincuente.

—Esto las hace sensibles y propensas a responder a irritantes —esta vez respondió sin quitarme la mirada—. Esto contribuye a la función de detección de olores y al sistema de defensa del cuerpo contra partículas extrañas.

—¡Excelente! —le sonreí—. Así es como quiero que me respondan. Quiero saber si están poniendo atención, si están entendiendo todo o si hay algo en lo que fallan para poder corregirlos y orientarlos.

Volví a tomar la hoja con la lista de los alumnos y tomé un bolígrafo para anotar una participación en uno de los cuadros junto al nombre de Nadia.

—Además —hize una pausa antes de continuar y levanté la mirada—. Tendrán puntos extra que los podrán acumular en caso de que los necesiten.

Después de mencionar esta información, absolutamente todos levantaron la mano para participar; todos menos Nadia.

La clase continuó amena y muy divertida para los alumnos y para mí. Todos continuaban participando y los corregía en caso de haberse equivocado o por confundir algún dato importante con otro, pero Nadia no volvió a participar y solo permaneció con la vista en su libreta anotando quien sabe qué en ella.

Cuando acabó la clase, esperé a que todos salieran, pero justo le pedí nuevamente a Nadia que esperara unos minutos para hablar.

—¿Qué sucede? —pregunté un tanto curioso por su comportamiento.

—¿Sobre qué? —evitaba mirarme a la cara.

—Solo participaste una vez y lo hiciste bien —di un paso al frente—, pero ¿por qué ya no lo volviste a hacer?

—Todos necesitaban una participación y preferí solo escuchar. —la mira detalladamente, subió una mano cerca de su rostro y acomodó un pequeño mechón de cabello tras su oreja.

Es simplemente movimiento, causó una sensación de ternura en mí. No sabía el porque repentinamente esa sensación había causado tanta emoción en mí como para acelerar mi corazón.

Aclaré mi garganta y me volteé hacia el escritorio.

—¿Puedo retirarme? —escuché nuevamente ese nerviosismo en su voz.

—S-Sí... —apenas puede pronunciar. En eso, un recuerdo de ella hizo presencia en mi mente—. ¡Espera!

Cómo si mi cuerpo hubiera tomado voluntad propia, la tomé de la muñeca y la hice detenerse. Cuando me di cuenta de lo sucedido, la solté y aclaré mi garganta.

—Lo siento —la miré avergonzado—. No fue mi intención.

Ella se tomaba la muñeca y su respiración comenzó a agitarse.

—Hace un tiempo te vi con un chico —solté sin pensarlo—. ¿Es... tu novio?

Ella volteó a verme, sus ojos estaban cristalinos y una tonalidad roja cubría todo su rostro acompañado de un ceño tan fruncido que podía marcarse de por vida en su entrecejo.

—Eso no le interesa. —respondió con frialdad y salió del salón.

Pasé mis manos sobre mi rostro, regañándome por tal vez, haber cometido un error con ella.

«Que idiota», me repetía una y otra vez en mi mente.

Tomé mis cosas y las guarde en el portafolio para así, dirigirme a la última clase del día.
Justo al salir del salón, mi celular vibró en el bolsillo de mi camisa; lo saqué, desbloqueé la pantalla para al fin saber que había causado la notificación.

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Siena:
¿Podemos vernos?

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Sentí una sensación muy rara en el pecho, podría haber sido emoción, felicidad o cualquier emoción positiva, pero al contrario, era malestar, incomodidad y enojo lo que me estaban comenzando a hacer compañía.

No sabía que responder y hacerlo con la mente fría era la mejor opción. En ese momento, solo palabras de reclamo y culpa era lo que se estaba paseando en mi cabeza y sería un gran error si le contestaba de esa forma a Siena.
Qué no tenía el derecho de aparecerse así como así después de no dar razón o un recado de en donde iba a estar durante casi un año de ausencia.

No era momento para responder ese mensaje, solo quería concentrarme en dar mi última clase e ir a casa para poder descansar y dormir plácidamente sobre mi cama sin la interrupción de algo o alguien.
Simplemente no quería recordar el pasado en ese preciso momento y que los recuerdos llegaras como navajas afiladas.

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