Capítulo Doce: Fantasmas del pasado

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Leonardo

Mi mente estaba ocupada en los recuerdos, nada o nadie podía sacarme de ellos.
Estaba esperando en una cafetería de la ciudad, con un capuccino caliente frente a mí. Siena me había logrado convencer de tomar un café con ella y poder “hablar” de lo sucedido sobre su ausencia repentina.

Mi celular estaba a un lado de la taza, no había vibrado ni la pantalla se había iluminado desde que entre al local de olor agradable.
El otoño ya estaba a la vuelta de la esquina y el clima estaba cambiando a frío, lo que una taza de café caliente podía compensarlo, y a decir verdad, podía compensar cualquier mal rato que pudiera pasar uno.

Iba a revisar la hora en mi celular hasta que un brillo en mi muñeca me distrajo, era el reloj que había recibido en un cumpleaños. Era un Invicta Specialty con correa negra, Sam me lo había regalado para reemplazar el anterior que era viejo y anticuado, a parte de guardar malos recuerdos.

Unas manos se posaron en mis hombros, recibiendo un leve apretón obligándome a voltear para ver se quién se trataba.

—Viniste. —me sonrió avergonzada.

—Sí, no tenía nada mejor que hacer. —dije sin importar si dolería o no.

—Qué amargado te haz vuelto. —fruncio el ceño molesta.

—¿Qué es lo que quieres, Siena? —dejé caer el peso de mi espalda contra el respaldo de la silla.

—¿Hace cuento fue la última vez que te mencioné lo bien que te ves con ese pecho tan fornido y marcado? —sonrió mientras agitaba su mano como si de un abanico se tratará.

—Si no vas a decir nada interesante —me levanté de mi lugar—, mejor me voy.

Ella se levantó a la par y me tomó de la mano con fuerza.

—¡No! Espera un momento. —sus ojos suplicaban que me volviera a sentar.

—Bien. —volví a responder sin una pizca de cuidado.

—Sé que estás molesto —hizo una pausa—, pero mi ausencia tuvo una buena razón.

—¿Ah si? —crucé mis brazos—. ¿Y cuál fue?

—El dolor del pasado. —admitió.

La vi con extrañeza, no sabía si creerle por completo o solo a medias. Su ausencia fue repentina; un día estaba y al otro se había ido dejando una nota con un “Si fueras yo, lo entenderías”.

—¿Y ese dolor te obligó a subir fotos durante tu viaje a Europa? —dije más que la verdad.

—Era estar lejos o cerca de ti —suspiró—. Y era mejor alejarme.

El silencio gobernó durante un par de segundos, ninguno de los dos decía nada. Yo me limitaba a verla fijamente tratando de descubrir una señal de alguna mentira más que estuviese a punto de salir de su boca.

—Entonces debiste quedarte en Europa —volví a soltar—. ¿O qué? ¿A tu amante se le acabo el dinero?

—¿Por quién me tomas? —se llevó una mano al pecho mostrando una expresión como si hubiese sido más que ofendida.

—¿Estaría mintiendo? —me incliné levemente.

—Odio que siempre desconfíes de mí —suspiró—. Yo... vengo a recuperar el tiempo perdido entre nosotros.

Deslizó su mano sobre la mesa y la volteó para dejar su palma a la vista, me sonreía de una forma tan cínica que la ira me hacia hervir la sangre y una idea venía a mi cabeza.

—Es muy tarde. —pasé mi mirada de su mano a su rostro.

—¿Qué? —se incorporó.

—Ya estoy con alguien más. —le confesé aún sabiendo que era mentira.

—¡¿Tan rápido me cambiaste?! —su voz comenzó a aumentar de volumen.

—Te fuiste durante casi un año —le respondí ahora más molesto—. Ademas, tú te fuiste antes.

—Pero yo no te olvide —dijo con un tono de voz que parecía quebrarse, o era tan buena fingiendo que por un momento me lo iba a creer—, y ahora resulta que ya estás con otra.

—Y tú solo dejaste una maldita nota con un “Sí fueras yo, lo entenderías” —me levanté de la mesa precipitadamente—. Explicame, ¡¿entender qué?!

—No me podías pedir que superará mi dolor tan rápido como si nada hubiera pasado. —se llevó las manos a su rostro, ocultando sus lágrimas falsas.

—Yo también tuve una perdida —puse mis manos sobre la mesa—, la diferencia es que yo no me a alguien para consolarme.

—¿Ah no? —quitó rápidamente las manos de su cara dejándome ver que no había ni una sola gota salada en sus mejillas.

—¡No! —me incliné.

—¡Si, claro —bufo—. Entonces, estar con otra no es buscarse a nadie. Me fui un año, yo no te puede olvidar y tú ya te estás cogiendo a una...

La interrumpí.

—Eso a ti no te interesa —empujé la silla a un lado—. Es mi problema si me estoy cogiendo a alguien o no y en todo caso, estoy seguro de que ella es mejor que tú en todos los sentidos.

Saqué mi billetera y dejé un par de billetes sobre la mesa, tomé mi saco y salí de la cafetería casi azotando la puerta.

Caminé sin detenerme, solo volteaba para cruzar las calles o las avenidas, hasta que recordé que había dejado mi carro estacionado frente a la cafetería. Frustrado y aún enojado, regresé por el camino que había tomado hasta llegar y posicionarme a lado de la puerta del conductor.

Antes de entrar, se escuchó sonar la campana de la cafetería. Al levantar la mirada, me encontré a una Siena roja de rabia.

—¡Juro que ella también se va a aburrir de ti! —levantó su mano para lanzar el vaso de papel en mi dirección.

Su puntería era tan mala que solo logró darle a la ventana del copiloto y mancharla de café.
Me aguanté las ganas de soltar una carcajada y solo la miré fijamente.

—Ya madura, Siena. —abrí la puerta del auto y me subí a él, arrancando el motor y manejar sin una dirección de a donde ir.

Minutos después, me encontraba en una zona que jamás había visitado o al menos, no lo recordaba. Aparque frente a un pequeño, pero muy hermoso parque lleno de flores, un pequeño lago y muchos árboles.
Caminé hasta llegar a un banco, dejando caer mi peso sobre él para recuperar la tranquilidad que un mal recuerdo me había robado.

Mis fantasmas del pasado me habían dejado estar tranquilo durante un largo tiempo, pero no fue lo suficiente como para evitar parar mi vida y solo dedicarme a una cosa que jamás creí verme hacer un día, la docencia. Aquellos recuerdos me habían dejado marcado de tal forma que preferí concentrarme en lo esencial y no en algo tan banal cómo lo es una relación, pero cuando le dije a Siena que estaba con alguien más, el rostro de Nadia había tomado forma en ese momento; si no me hubiera puesto a pensar lo que decía antes de hablar, habría soltado su nombre y eso habría sido peor, no para mí, si no, para Nadia. Pensar en ella me calmaba, me hacía olvidar lo malo y esos hermosos ojos solo me llenaban de tanto gozó, algo que llevaba demasiado sin experimentar.

¿Qué pensarían de mí?

Soy mayor que ella y no solo eso, soy su profesor y podría meterla en grandes problemas por el simple hecho de estar sola con ella.
Tal vez sería más fácil si supiera lo que Nadia piensa de mí.

Mi paz había sido interrumpida por una discusión y en un tono de voz muy alta, al girar la cabeza para saber de donde provenía, me di cuenta de que era Nadia y aquel chico con quien la vi hace un tiempo.

—¡Ya deja de seguirme! —caminaba deprisa con el ceño tan fruncido al grado de dejarle marcas rojas en el entrecejo

—Ya te pedí perdón —el chico la tomó del brazo—. ¡¿Qué más quieres?!

—¡Qué te largues! —vi como jaloneaba su brazo.

—¿Y para qué? —él la atrajo hacia su cuerpo y Nadia comenzó a retorcerse—. ¿Para andar de zorra con tu amiguito ese?

—¡Dije que ya basta! —vi en Nadia una expresión de dolor en su rostro.

Inmediatamente me levanté y me fui acercando lentamente hacia ellos.

—¡Cállate! —el sujeto la tomó del rostro con una de sus manos y vi como apretó sus mejillas para evitar que ella se siguiera moviendo—. Ya te dije que ¡eres mía!

—¡Nunca! —vi una última vez el como se retorcía.

El sujeto levantó su mano, sabía lo que estaba a punto de suceder. Corrí hacia a ellos y lo tomé de la muñeca.

—No te a-tre-vas a tocarla. —dije mientras ponía más presión sobre su muñeca.

El tipo me volteó a ver y luego paso su mirada a Nadia, bufo y la empujó haciendola perder el equilibrio.
De un momento a otro, un dolor insoportable se hizo presente en mi mandíbula, obligándome a soltar la muñeca del tipo a quién sostenía.

—¡No te metas, imbécil! —dijo a la par que me daba un empujón—. ¡Esto es entre mi chica y yo!

—¿Tu chica? —me llevé la mano al mentón—. Eso lo dudo.

—Mira, niño bonito —se acercó a mí tratando de intimidarme—. No te metas donde no te llaman.

Se alejó y tomó a Nadia del brazo, ella comenzó a quejarse pues, la fuerza que el tipo ejercía en su brazo era evidente que la estaba lastimando. Sin pensarlo dos veces, me acerqué nuevamente a ellos, logré safar a Nadia y la coloqué tras de mí para evitar que le siguiera haciendo daño.

El tipo comenzó a reírse y limpio una lágrima que salía de uno de sus ojos.

—Por lo visto —ladeó su cabeza—, ya te acostaste con él. Que perdida de tiempo.

Di un paso al frente, pero una pequeña mano me tomó del brazo para detenerme. Nadia y yo dejamos que el sujeto que fuera del lugar sin quitarle la mirada de encima.
Cuando estuvimos seguros de que ya no había peligro, me giré a verla; tenía su rostro rojo por el llanto y una de sus sobaba la zona lastimada de su brazo.

—Déjame revisarte. —posé una mano sobre uno de sus hombros.

—No es necesario. —dio un paso atrás.

—Claro que es necesario —levanté la cabeza y busqué la banca en la que había estado sentado momentos antes—. Vamos a esa banca, ahí estarás más cómoda.

No dijo nada, solo desviaba su mirada; segundos después aceptó.
Mientras ella permanecía sentada, comencé a mover con cuidado el brazo que estaba lastimado, por fortuna solo era un simple moretón y la caída que había tenido por culpa de aquel tipo, no le había causado ninguna torcedura.

—Vas a estar bien —le sonreí—. No hay ningún daño o al menos, no físico.

Me miró por un par de segundos y después suspiro bajando la mirada.

—Sé lo que me va a preguntar —comenzó a jugar con los dedos de sus manos—, pero no debe preocuparse.

—Creo que es obvio que si lo estaré —crucé mis brazos—. No me hables de “usted”, hace un tiempo me hablabas de “tú”.

—Eso fue antes de saber que usted era un profesor —un risa nerviosa salió de sus labios—. Es por eso que prefiero hablarle cómo se debe.

—Y yo te pido que me sigas hablando como antes —le mencioné.

Ella me miró sorprendida, como si no entendiera lo que le había dicho. Negó con la cabeza y ocultó su mirada.

—Si en la universidad me escuchan hablándole de ese modo —nuevamente volteó a verme–, nos meteremos en problemas.

—No es una razón para meternos en problemas —me senté a su lado—, solo es una forma de dirigirte a mí.

Nos quedamos en silencio por un largo tiempo, sólo escuchábamos el ruido de la naturaleza; el aire soplando, unas aves cantando y las risas de los niños que se encontraban jugando en el área de juegos cercana a nosotros.

—Debo irme. —soltó derepente.

—Te acompañó. —me levanté justo cuando ella lo mismo.

—No, nones necesario —estiró su mano esperando hacía a mí, esperando a que la estrechara.

La miré extrañado por es pequeña acción, sonreí de lado y negué con la cabeza.

—No. Quiero asegurarme de que llegues bien a tu casa. —continúe sonriendo y ella me correspondió.

—No es muy lejos de aquí. —me miro preocupada.

—No importa, será con mucho gusto. —le sonreí mientras le indicaba continuar.

Salimos de aquel parque y el camino fue muy corto, solo eran dos calles la que separaban a l casa de Nadia con el parque.
El lugar no era lujoso ni pobre, era un lugar humilde con muchas casas que colindan unas con las otras.

Al quedar frente a su casa, Nadia volteó rápidamente hacía a mí; su boca se abrió para intentar pronunciar algo, pero volvió a cerrarse a la par que bajaba su mirada.

—¿Estarás bien? —solté preocupado. No quería irme sin asegurarme que ella pudiera estar bien por el resto de la noche.

—S-Si... —se tomó del brazo y después volvió a mirarme con esos ojos, pero carecían del brillo que en algún momento logré ver—. No saldré en todo el fin de semana. Estaré bien.

Ladeé mi cabeza y me acerqué a ella, pude notar su nerviosismo cuando retrocedió apenas unos centímetros.

—Prestame tu celular. —levanté mi mano, mostrándole la palma.

—¿Eh? —me miró sorprendida y confundida.

—Por favor. —insistí.

Dudo por un par de segundos, después sacó su celular de uno de los bolsillos de su pantalón y me entrego el celular.

—Desbloquealo. —reí avergonzado por no haber mencionado el detalle.

—¡Ah, claro! —se llevó una mano a la frente y tomó el celular de mi mano.

Un segundo después me lo volvió a entregar, ahora era el momento para agregar mi número a sus contactos.

—Tendrás mi número para cualquier emergencia —tecleaba los números y las letras para finalizar el proceso—. También, claro, si tienes dudas de la clase.

Le regresé su celular y ella comenzó a verlo como si le hubiera entregado una joya de la corona. Sus mejillas se tornaron de un rosa hermoso y una sonrisa iluminó su rostro.

—Debo irme —me acerqué de nuevo a ella, pero me arrepentí inmediatamente—. Y-Yo...

—D-Debo entrar —señaló el pequeño camino tras de ella—. Nos... nos vemos en clase.

—Por supuesto. —le sonreí.

Me quedé estático en mi lugar, mi cerebro parecía haber dado una sola señal y fue la de quedarme quieto, pues, aún si Nadia ya no estaba en mi campo visual, yo me quedé parado frente a la casa.

Suspire como si hubiera alcanzado un logró, y tal vez lo era. Fue en ese momento que me di cuenta que di mi número, pero no obtuve el de ella.

«¡Qué idiota», golpeé mi frente, cerrando los párpados por inercia.

Di un paso atrás sin quitar mi mirada de la puerta por donde Nadia había desaparecido, después di media vuelta y emprendí el camino de regresó a mi auto.

No estaba seguro de lo que había sucedido; sabía lo que había hecho, pero seguía sin estar consciente de la libertad con la que lo había hecho.

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